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Capitulo 10 Hablar o callar para siempre


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«¡Muertos! Así van a terminar todos, mocosos, por levantarme el copete... ¿O se creyeron que voy a aceptar así nomás que dejen de robar, que se me retoben, que levanten vuelo? Que se les grabe bien en la cabeza: ¡ustedes son míos y yo los exploto como quiero!»
Esas palabras, proferidas por Bartolomé, se escuchaban desde un pequeño grabador de periodista. Él se había puesto muy pálido al oír su propia voz; frente a él, Cielo lo miraba fijamente, con el grabador en la mano. No tenía miedo y estaba convencida de que terminar con el silencio era parte de la solución. Al menos, Bartolomé sabría que los chicos ya no estaban solos e indefensos. Había llegado el momento de intervenir.
—Ya mismo me explica qué significa esto —dijo Cielo fire y amenazante.
Bartolomé la miró a los ojos por unos segundos. Hablaban en su escritorio, y la puerta estaba cerrada. Evaluó la posibilidad de desmayarla de un golpe con el pisapapeles, y uego sacarla a través de la habitación secreta, y de allí, recto al sótano.
—¡Hable! —gritó ella.
Él, irracional, pegó un manotazo, tratando de arreba:arle el grabador, pero ella con mucha rapidez lo esquivó. Sólo para ganar tiempo, Bartolomé empezó a actuar con su mejor cara de inocente.
—No sé de qué hablas, Cielito... ¿Vos decís que ése era o? No soy, che... A ver, escuchemos bien, dámelo.
—Es usted —dijo ella, furiosa—. ¿Cómo es eso que obliga a robar a los chicos?
—Ok, ok... hablémoslo, no quería exponer a los chicos
ante vos, pero ok... Sí, ése era yo. ¿Sabes bajo qué circuns tandas dije esas horribles palabras? Tenía a Tachito aga rrándome del cogote, y a Jazmincita con una navaja en 1e mano, che... Son bestiecitas sin domar...
—¿Qué? —le respondió absorta Cielo.
—Así como lo escuchas, Sky... No, si con vos le dan del( que te dale al bailecito, pero en realidad son salvajes... Fuí un acto desesperado, me hice el malo para ver si se asusta ban un poco... Pero todo eso que dije lo inventé ahí, en e momento, che... Te lo juro por mi bolidita.
Cielo lo miró con desprecio, hasta para mentir y jurai era un hombre patético.
—Usted es un sinvergüenza —aseguró con una voz grave que jamás había tenido—. ¡Y yo una tarada que le creí1 Cuando descubrí el taller ese de los juguetes, ya tendría que haberme dado cuenta, pero confié en usted...
—Y tenes que seguir confiando, che... ¡Yo no soy un monstruo!
—¡Usted es peor que un monstruo! —gritó Cielo, estallando. —¡Es una basura, una montaña de bosta humana!
—Ojito, che... —dijo Bartolomé comenzando a mostrar sus dientes.
—Ojito nada... Ya mismo voy a ver a un juez.
Entonces Bartolomé sacó sus garras. De un salto, se le tiró encima, y la estampó contra la puerta del escritorio. La sujetó con una mano en el cuello, y la miró bien de cerca a los ojos.
—Vos no vas a ver nadie, Cielín.
Cielo empezó a patalear como loca; tenía mucha fuerza, pero Bartolomé tenía más.
—Patalea todo lo que quieras... de acá no te movés.
—¡Ayúdenme! —alcanzó a gritar Cielo, antes de que él le tapara la boca.
Fuera del escritorio, en la sala, estaba Thiago, que acababa de recibir a Alex, quien había ido a visitar a Cielo. Ambos creyeron oír el grito de ella, proveniente del escritorio, pero cuando se asomaron, se extrañaron al verlo vacío.
—Habrá sido alguno de los chiquitos... —desestimó Thiago.
Pero no. Habían escuchado bien. En ese momento Bartolomé estaba sujetando a Cielo, tapándole la boca, detrás de la pared biblioteca, en la habitación secreta. Luego la empujó con fuerza contra una de las paredes, y esforzándose por mostrar su cara más bestial, le susurró:
—Ok, me descubriste. Conste que no soy una mala persona... Esta fundación hay que mantenerla, ¿sabes? Los crios tienen que aprender a ganarse la vida...
—¿Robando? Usted es de lo peor... Me va a tener que matar para hacerme callar, ¿sabe?
—Ningún problema, che... Pero con quién querés hablar, ¿con la policía? Está conmigo...
—Con un juez voy a hablar directamente.
—Decime cuál... ¿Pérez Alzamendi, el papá de Nachito? ¿Con Orteguita? Juego al golf todos los jueves con él. ¿Con Uñarte Urondo? Compartimos palco en la Ópera... Los conozco a todos, Sky... Además, soy un filántropo respetado, che. ¿Qué sos vos? Una sirvientita amnésica... ¿A quién van a creerle?
—La verdad se ve en la cara, y en la suya se lee que es una porquería de gente.
—Vos hace como quieras... pero te advierto una cosa... —la amenazó y se acercó hasta respirarle bien cerca; quería hacerle sentir todo el peso de su amenaza—. Vos llegas a abrir la boca... con Bauer, por ejemplo, y pagan los chicos. Te resfrias un poquito y lo hablas con alguien, con el jardinero, con la verdulera de la esquina... y pagan los chicos.
—A los chicos no los toca más.
—No me pruebes... Pregúntales a ellos si no, lo que les puedo hacer. Pregúntale a Ramita qué pensaría si lo separo de su hermanita... La suerte de estos purretes está atada a ni tobillo. Abrís la boquita, y ellos cierran sus ojitos. ¿Nos entendemos ahora, Cielín?
—¡¿Cómo se puede ser tan basura?!
—Bienvenida a la realidad, Sky.
Mientras Cielo lloraba, desgarrada e impotente, una pequeña camarita, oculta en una pared, filmaba la escena dentro de la habitación secreta.
En la pequeña casucha en la que vivía Jásper, al fondo del parque de la mansión, el jardinero se encontraba frente a una especie de sala de control, con un par de monitores y consolas grandes y antiguas. En uno de los monitores se veía a Cielo sentada en el piso, llorando, frente a Bartolomé, de pie.
Mientras veía la escena, Jásper negó con su cabeza y habló con alguien que estaba detrás de él.
—¿Qué le parece? ¿Ya es hora de intervenir o no?
—Quiero que hablemos de algo muy importante.
—¿De la pista?
—No. De otra cosa. Hijo... yo te mentí. Yo sé que mentir está mal, está muy mal, y te lo vuelvo a decir: mentir está mal. Pero hay... ocasiones, en que uno miente porque... la verdad, a veces, puede ser muy dolorosa. Pero vos ya sos gande... Sos inteligente... tan inteligente sos, hijo... y tan hermoso.
—¿Qué pasa, pa? ¿Por qué lloras?
—Vos ya sos grande... y vas a saber entender algunas realidades.
—¿Tiene que ver con Ibarlucía?
—No y sí. Tiene que ver sobre todo con vos y conmigo con tu mamá.
—¿Qué le pasa a mi mamá? ¿Le pasó algo? ¿Es la enferedad?
—No, no te asustes. En realidad... ésa es la verdad de la _e quiero hablarte... Tu mamá... no está enferma.
—¡¿Se curó?!
—No, hijo, tu mamá no se curó, porque... nunca estuvo íerma.
-¿Qué?
—Perdóname... te mentí. Carla no está enferma, ni está en África... Todo eso era mentira, hijo. Te pido por favor que perdones, te mentí porque te amo mucho.
—Bauer, ¡estás diciendo cualquiera!
—No, hijo, te estoy diciendo la verdad.
—¿Cómo que mamá no está en África? ¿Y las cartas que e mandó desde ahí?
—¡Habla!
—Esas cartas... no eran de mamá. Las escribía yo, Cristóbal.
-¿Vos
—Te juro que no fue para engañarte, ni para lastimarte...
—¡Soltame!
—Tenes todo el derecho a enojarte, pero también tenes el derecho a saber la verdad. ¿Estás bien? ¡Hijo! Tranquilo respira, respira hondo... tranquilo mi vida, tranquilo.
—¿Dónde...? ¿Dónde está? ¿Dónde está mi mamá?
—Hablemos de ella... te voy a contar la verdadera historia. Respira tranquilo.
—¡Habla!
—Tu mamá y yo... nos queríamos mucho. Cuando vos naciste... estábamos muy enamorados... pero un día, no sé bien por qué, tu mamá decidió... irse. ¿Querés que te busque el broncodilatador? Ok, sigo... Tu mamá no es una mala persona... pero a los grandes a veces nos pasan cosas que nos desequilibran, ¿entendés? Y ella se fue, y quedamos vos y yo... solitos. ¡Eras tan chiquito! No podía contarte la verdad... y me empezaste a preguntar... y ahí se me ocurrió lo de las cartas... Perdóname, hijo, no quise mentirte, pero...
—¡Mi mamá no me abandonó! ¡Sos un mentiroso!
—¡Hijo! ¡Vení! ¡Cristóbal!
—¡Déjame solo!
—¡Cristóbal, por favor, volvé!
—¡Hace algo, mamerta! ¡¡Estás como bólida sin manija! —le gritó Bartolomé a Malvina, cuando la vio llorar y deambular de aquí para allá.
—¿Qué querés que haga? ¡Nicky me dejó, again! ¿Le secuestro al hijo de vuelta? No sé, ya me quedé sin ideas...
—Mamertita... vos nunca tuviste ideas...
—Por eso... ¡ayúdame!
—Ahora no puedo, tengo que vigilar a la muqui que está metiendo las narices en mis asuntos... Hace algo, Malv... Sos mujer, diosa, gorgeous, ¡úsate, che!
El aturdimiento de Malvina le impedía pensar con claridad, y eso, en una mente ya poco clara de por sí, era grave. Deambulaba por la casa, con el celular en la mano con la esperanza de que la llamara Nico para decirle que continuaban con la boda. El celular sonaba todo el tiempo, y ella se estremecía antes de mirar el display, pensando que sería él, pero eran todos llamados referidos a la boda. No se había atrevido a cancelar nada, porque no perdía las esperanzas, y por eso evitaba enfrentar a maquilladoras, modistas y proveedores de cotillón de lujo.
Decidió que tenía que hablar con su mejor amiga, nadie mejor que un mejor amigo cuando estás realy in troubles. Y como no tenía amigas, recurrió a Cielo, pero la encontró muy ocupada, discutiendo con Justina a los gritos.
Estaban en el antiguo taller de los juguetes, devenido en sala de ensayos. Allí se los veía a Mar, Tacho, Jazmín y Rama, parados en fila y con botellas de agua mineral en la mano. Cielo estaba delante de todos, interponiéndose con su cuerpo ante Justina, que quería alcanzar el estéreo para apagar la música que sonaba a todo volumen.
—Corrrrrete, ¡rroñosa insurrrecta! —gruñó Justina.
—Ya le dije que estamos ensayando, y vamos a segu ensayando —le informó Cielo, clavándole la mirada. S notaba que quería decirle muchas cosas más, pero se coi tenía.
—Sky... —dijo trémula Malvina—. Te necesito, ami...
—Se va ya mismo de acá, vamos, no moleste —le dij Cielo a Justina, ignorando a Malvina.
—¡Vos a mí no me hablas así! —se indignó Justina.
—¿No? ¿Por qué? —respondió Cielo desafiante—. ¿M va a aplicar un correctivo? ¿Me va a mandar al Escorial?
Justina la miró absorta, y Tacho, sutilmente, tomó de u brazo a Cielo, rogándole que no dijera nada más.
—¡Los mocosos tienen que venirrr conmigo! —dijo Jus tina.
—¿Para qué? A ver... hable, ¿qué tienen que hacer co usted?
—Eso a vos no te incumbe.
—Sabe que sí... me re incumbe, me recontra incumbe. ¿A dónde los quiere llevar?
—Sky... ¿podemos hablar one minute? —volvió a susu rrar Malvina.
—Yo a vos no te tengo que dar ninguna explicación, clu ruza, buscona, metereta...
—¿Por qué no me puede decir? ¿Cuál es el gran secrete a ver?
—En... Cielo... —intervino Rama, mirándola a los ojos y suplicándole con un gesto que se calmara—. Podemos ensa yar más tarde...
—No señor, ningún más tarde. Acá hay una banda qui formar, y ustedes no tienen nada que hacer con Justina, s ni clases les dan en este lugar...
—Justamente... —aprovechó para mentir Justina—. Lo¡ quiero llevar a hablar con una asistente social para evalúa el tema de rrrrreescolarización de los rrroñosos —y miró 1 hora, estaba urgida, pronto cerrarían los bancos, y era la ho ra más productiva.
—Tráigala acá a la asistenta social ésa, yo también tengo unas cuantas cosas para decirle.
—Cielo... —comenzó a decir Jazmín.
—Cielo nada. Ustedes van a ensayar...
—Sky... —dijo Malvina con impaciencia.
—¡Me harrrrtaste! —estalló Justina avanzando, y hablando a los gritos por el volumen de la música—. ¡Te voy a arrrrancar las chuzas, arrrastrada!
—¡Anímese a ponerme un dedo encima! —la enfrentó Cielo.
Y eso iba a hacer Justina, pero se detuvo de golpe al ver llegar a Thiago, aún con el uniforme del colegio.
—Acá estoy —dijo él sonriendo—. ¿Ensayamos?
—¿Cómo «amos»? ¿Ensayamos? —dijo Justina dura.
—Sí, estamos armando una banda con los chicos —afirmó Thiago, y le entregó su mochila—. ¿Me la llevas al cuarto, Justina? ¿Y me traes un sandwich? Estoy muerto de hambre, voy a comer acá...
Justina tuvo que tragarse la bronca, y salió, con la mochila de Thiago. Cielo quedó satisfecha.
—Muy bien... vamos a ensayar...
—Sky, antes...
—¿No ve que estoy ocupada? —estalló Cielo, ahora descargando su bronca con Malvina.
—Cielo, para un poco... Estás muy nerviosa—le dijo Mar con intención, mientras Malvina se iba, estallando en lágrimas otra vez.
—¡A ensayar! —Malvina oyó que decía Cielo mientras ella salía.
Malvina salió de la mansión, desesperada. Su hermano ~.e soltaba la mano, su ami Cielo la ignoraba, no tenía a quién recurrir. Pero en eso divisó a Jay Jay, como ella llamaba a James Jones, el dueño del local de antigüedades. Por supues:o, ella desconocía que su verdadero nombre era Marcos Ibarlucía y que era el padre biológico de Cristóbal. Él estaba en el interior del local, hablando por teléfono.
Malvina se asomó por la puerta, él le sonrió mientras cortaba la comunicación.
—Malvina... ¡qué sorpresa!
—¿Estás ocupado, JayJay?
—No, hay poco movimiento hoy...
—Ay, gracias Jay Jay... ¿Te molesta que te diga Jay Jay? Por James Jones, Jay Jay...
—No, no me molesta para nada —respondió él, escudriñándola—. ¿Te pasa algo?
—No sabes lo mal que estoy...
Malvina comenzó a relatarle su tragedia: a horas de casarse su novio había cancelado la boda por vaya una a saber qué pavada con el hijo. Como si estuvieran en un bar, mientras la escuchaba, él sacó dos vasos de trago largo, les puso hielo, abrió una botella dorada, y sirvió unas medidas de algo que mezcló con el líquido rojo morado de otra botella. Malvina no sabía qué era, pero estaba tan rico. Ella bebió un trago, y luego otro, mientras le relataba su drama entre sollozos. Él tenía un secreto placer en ganarse la confianza de la prometida de su rival.
—Seguro que se van a casar, Malvina... Debe de ser algo momentáneo... —fingió consolarla él.
—Siempre surge algo momentáneo... —se quejó ella—. Decime una cosa, Jay Jay... —dijo acodándose en el mostrador, ya bastante ebria—. ¿Por qué es tan difícil el amor?
—El amor no es difícil... —dijo él mirándola intensamente a los ojos—. Lo que es difícil es el matrimonio.
—¿Estás enamorado, Jay Jay?
—Todos los días... me enamoro de las mujeres bellas.
Y la miró con más intensidad, una mirada que hasta una bólida como Malvina entendió. Ahora fue ella la que se sirvió otro trago, mezclando las bebidas como lo había visto hacer, mientras él fue a cerrar las cortinas de la vidriera.
—Y decime, JayJay... vos que tenes tanto mundo... ¿Qué haces cuando estás triste?
—Busco consuelo... —dijo él, acodándose junto a ella.
Malvina lo miró. Realmente Jay Jay era buenmozo, tenía
ese pelo negro, y ese maxilar anguloso, y además ese perfume tan masculino. Bebió otro trago.
—¿Qué es lo que estamos tomando?
—Es ron claro, con fruta de la pasión... —dijo él acercando sus labios a los de ella.
—Ron claro con...
—Fruta de la pasión... —completó él, y la besó.
Tal vez fue por el ron claro con fruta de la pasión, tal vez fue por el desamparo que sentía, o tal vez, simplemente, fue por la necesidad de sentirse deseada; pero Malvina sintió que ese beso, y todo lo que siguió, era lo que estaba necesitando hacía tiempo.
Cuando Cielo terminó el ensayo, pensó en Malvina y en cómo le había hablado. Los chicos le habían dicho que ella nada tenía que ver con las actividades de Barto y Justina. Seguramente Malvina era una víctima más de ese monstruo. Se la veía muy angustiada cuando había querido hablar con ella, sin dudas, debido a la cancelación del casamiento. Se sintió culpable sin necesidad, pero salió a buscarla. No la encontró por ningún lado, entonces le preguntó a Alelí y Monito que entraban desde la calle.
—¿Vieron a Malvina, chiquis?
—Malbicha está en el negocio de cosas viejas, abajo de la casa de Nico —dijo Monito.
—¿Está comprando algo en el negocio de chucherías? —preguntó Cielo.
—No sé —respondió Alelí—. Entró hace un rato largo y no salió más...
Cielo pensó que Malvina había ido a comprar algo, como hacía cuando se deprimía y reventaba la tarjeta en un shopping, pero le resultaba extraño que esta vez hubiera buscado desahogo en chucherías antiguas, no era el perfil de Malvina.
Salió de la casa y cruzó hasta el local, pero le llamó la atención que tuviera las persianas americanas bajas. Se acercó e intentó abrir la puerta, pero comprobó que estaba cerrada; iba a irse cuando se le ocurrió mirar hacia adentre a través de las hendijas de la persiana. Lo que vio fue inesperado e inquietante. Malvina, con sus pelos revueltos, se besaba con el dueño del local, que tenía su torso desnudo. Perpleja, e incómoda, Cielo se apartó y se sentó en k fuente, procesando lo que había visto. Miró hacia el baleó del loft, allí no estaba Indi, pero tal vez estaría adentro, ignorando que a escasos metros por debajo de él su novia le era infiel.
Veinte minutos más tarde, Malvina salió a los tumbos de. local, arreglándose el pelo, y caminando con dificultad sobre sus tacos, aún un tanto borracha. Al encarar hacia su cas se topó con Cielo, que la miraba muy seria, sentada en fuente.
—Sky... —comenzó Malvina, pero Cielo la interrumpió.
—¿Cómo se atreve a engañar así a su novio...? ¡Y debajo de su propia casa!
Malvina se taró, no pudo proferir palabra. Cielo siguió.
—Y encima tiene el descaro de venir a insultarme a ir acusándome a mí y a su novio de engañarla... ¡cuando ac la única traidora es usted!
—No sé de qué hablas... —dijo Malvina, arrastrando las palabras.
—Sabe perfectamente de qué hablo.
-¡Entonces te vas a callar la boca! —dijo de pronto Malvina, con un tono amenazante que Cielo jamás le había escuchado.
—Usted a mí no me amenaza...
—Sí, yo te amenazo... te recontra amenazo, Cielito. Vos no viste nada, ¿está claro?
—Intente callarme...
—No me obligues.
—¿Pasa algo? —se oyó.
Ambas giraron y vieron a Nico, parado a pocos metros.
Malvina reaccionó rápido, sentándose junto a Cielo y abrazándola.
—Nada, gordo, ¡hablábamos con mi ami Sky!
Cielo se puso de pie, quitándose de encima a Malvina.
—Mejor hable con su novio. Y dígale a él lo que le tiene que decir.
La miró con ojos muy severos, y se alejó. Nico la observó desconcertado y se acercó a Malvina, que sonreía.
—¿Qué me tenes que decir?
—Nada, gordo... Sky insistía en que te dijera que me había dolido a little que suspendas el casamiento...
—Bueno, justamente de eso venía a hablarte —dijo Nico—. Perdóname, estoy desesperado con lo que pasó con la madre de Cristóbal. Pero la verdad es que te necesito más que nunca, a mi lado, ayudándome a enfrentar esto.
—¿You mean...?
—Sí, I mean, eso Malvina... te necesito conmigo.
—¿Pero nos casamos?
—Por supuesto... como habíamos planeado. ¿Cuento con vos, no?
—¡Of course! —dijo ella y lo abrazó.
Ya era demasiado tarde, como siempre; producto de su aturdimiento, se había tarado y había cometido un error. Le había sido infiel al hombre que amaba y que aún quería casarse con ella.
Justina quedó absorta cuando Bartolomé le contó lo suce dido con Cielo.
—¿Todo? ¿Sabe todo?
—Y bueno... tonta no es, se avivó —minimizó Bartolomé—. Así que ahora tenemos que estar muy atentos y vigi larla.
—¿Y las pruebas, el grabador ese, lo tiene usted?
—Por supuesto...
—¿Cómo puede estar así de tranquilo, mi amor, digo, mi señorrr? Cuando esa chiruza pierda el miedo...
—Perderá la vida —concluyó Bartolomé
—Con rrrrazón me habló con esos aires... Quiere formar una bandita, ¡y con el niño Thiago incluido!
—De Thiago me ocupo yo... —dijo Bartolomé—. De la chiruza ya nos ocuparemos... y de los púberes, por haberle dado esa grabación, encárgate usando a los más chiquitos. Nada les duele más que eso.
Cuando los chicos terminaron de ensayar, entusiasmados con cómo iba sonando la banda, fueron a beber algo a la cocina. Thiago tomó a Mar, y silenciosamente se la llevó por un pasillo. Cuando Rama, Jazmín y Tacho llegaron a la cocina, Justina les informó que por su desacato los chiquitos estaban pagando las consecuencias.
—¿Dónde están? —preguntó Rama conteniendo la bronca—. En la celda de castigo. ¿Querés ir vos también? Mira que hay poco espacio y poco aire ahí...
Thiago llevó a Mar a una tierra bastante inexplorada aún para ella: su habitación. Ella estaba incómoda y nerviosa,
una cosa era verse a escondidas en una plaza, otra en la habitación de él, a pocos metros de la de Bartolomé.
—Papá está muy ocupado... Quería estar un rato con vos, acá vamos a estar bien.
Ella observó cada detalle y se enterneció mirando fotos de él de chiquito, en las que se lo veía muy rubio, gordito, y ya con lunares, muy pequeños. En una foto estaba en brazos de una mujer hermosa, que le mordía un cachete con suavidad y ternura.
—¿Ella es tu mamá? —preguntó Mar.
—Sí —dijo él dando vuelta la página del álbum, y ensombreciéndose un poco.
—No hablas mucho de tu mamá... —dijo ella.
—Ya te dije todo lo que hay para decir de ella. Se fue, está lejos y nunca la veo.
—¿La extrañas?
—No —respondió él, convencido de lo que decía—. ¿Y vos? Vos nunca me hablaste de tu historia... ¿Sabes algo de tus padres?
—Lo único que sé es que me abandonaron.
—¿Pero sabes quiénes eran?
Ella negó, aunque no muy convencida. Él adivinó que algo le estaba ocultando, y la animóa hablar.
—Algo sabes, me parece...
—Es que no estoy segura... Pero una vez averigüé. Fui hasta la parroquia donde me abandonaron... El cura que me había encontrado ya no estaba, pero había una mujer de esa época... Ella me dijo que un hombre me había dejado en la parroquia... y que ese hombre era el director de un colegio.
—¿Te dijo cuál? es
—Sí.
—¿Y fuiste?
—Sí. Fui... Era un tipo grande, y lo encaré. Me dijo que nada que ver, pero se puso re nervioso. Pensé que me mentía, y me puse peor, porque no sólo me habían abandonado, sino que además no querían saber nada conmigo. Pero cuando me estaba yendo... el portero del colegio me dijo que ese hombre era mi abuelo... y que mi mamá se llamaba Sandra Rinaldi.
—0 sea que sabes el nombre...
—Sí. 0 no, no sé, fue muy raro todo.
—¿Pero la buscaste?
—No.
—¿Por qué no?
—¿Y para qué? Si ella me abandonó, será porque no me quiere ni ver...
—Pero a lo mejor te hace bien a vos saber la verdad...
—A mí lo que me hace bien sos vos... —dijo ella, dejándole en claro que quería cambiar de tema.
—Si vos querés, yo te puedo ayudar a buscarla.
—No. No quiero, gracias.
—Bueno, como prefieras.
—Y cómo la buscarías, a ver... —dijo ella tratando de mostrarse desinteresada.
—Y... no sé, empezaría por Internet...
—¿Por Internet?
—Sí —dijo él tomando su laptop—. En un buscador... ponemos «Sandra Rinaldi» —dijo tipeando—. Y ponemos a buscar, a lo mejor algo aparece...
Ella sintió que su corazón se aceleraba cuando él estaba por hacer click en buscar, pero en ese momento alguien golpeó la puerta.
—Soy yo, Thiaguito —se oyó la voz de Barto, mientras la . puerta ya se abría. I
Mar, rápida de reflejos, se tiró detrás de la cama, tratando de hacerse aún más pequeña de lo que era.
—¡¿Por qué entras sin golpear?! —se quejó Thiago, muy tenso.
—Golpeé, che... Vinieron tus amigos, pero antes te quería comentar algo. Me dijo Justin que hoy estuviste ensayando con los chicos de la Fundación, con no sé qué ideas locas de formar un conjuntito musical... —Una banda, sí.
—Bueno... vos ya sabes lo que pienso de eso. No quiero verme en ]a obligación de...
—No me jodas, papá.
—No jodas vos, Thiago. Mantenete lejos de esos chicos, no les hagas más daño del que ya les hizo la vida.
Thiago no se preocupó en contestar, sólo quería que se fuera.
—¿Pasa algo? —dijo Bartolomé, como olisqueando en el aire la presencia de Marianella.
—Quiero estar solo en mi cuarto, ¿ok?
—Tarde para eso, llegaron tus amiguitos para estudiar, te dije... Con ellos deberías formar una banda vos... —dijo, mientras hacía pasar a Nacho y a Tefi, que entraron ruidosos y alborotados como siempre.
Thiago se quedó duro, y más dura quedó Marianella en el piso cuando vio junto a ella los pies de Nacho a su lado. Ella levantó la vista y vio cómo él la miraba y reprimía largarse a reír, al mismo tiempo que Bartolomé se iba. Apenas se cerró la puerta, Nacho estalló en carcajadas.
—Man, ¡tenes a la Blacky escondida en el cuarto! —dijo a Thiago, refiriéndose a Mar como si ella no estuviera ahí
—Shhh, ¡calíate! —se enojó Thiago.
—¿Qué? —dijo Tefi absorta, viendo cómo Mar se incorporaba.
—Bueno, no... pensé que se había caído por acá, pero no —dijo Mar, actuando con naturalidad.
—No, seguro que se te cayó abajo —dijo Thiago, disimulando no tan bien.
—Sí, sí, la vergüenza se les cayó a ustedes —siguió bromeando Nacho.
Mar se fue presurosa y sintió la mirada de odio de Tefi clavada en su nuca.
Al bajar las escaleras, miró bien para asegurarse de que no estuviera Bartolomé cerca, y cuando estaba terminando de bajar, se asustó mucho al oír una voz que la llamaba.
—Hola, Marianella.
Ella giró y se puso muy nerviosa al ver a la madre de Tefi, parada allí, la mujer a la que le había robado el vestido. Pero Julia no la miraba mal, ni enojada, sino con una sonrisa, casi de compasión.
—¿Cómo estás? —preguntó con una sonrisa dulce.
—Bien... —dijo Marianella, roja de vergüenza y bajandc la cabeza, y quiso seguir.
—¿Seguro estás bien?
—Sí, sí, gracias. ¿Usted busca a su hija?
—No, acabo de traerla para hacer un trabajo práctico En realidad espero a Bartolomé.
—Ah, ahí viene... —dijo señalándolo.
Bartolomé saludó a Julia y la invitó a pasar al escritorio iban a hablar sobre el viaje de egresados de sus hijos, que s: bien sería dentro de dos años, como era tradición en el Rockland, sería por Europa, con lo cual deberían comenzar ya a elegir la agencia de viajes para empezar a pagarlo con tiempo Thiago soportaba con fastidio las cargadas de Nacho mientras Tefi, enojada y humillada, tomó su laptop para empezar el trabajo práctico.
—¿Se pueden dejar de joder y hacemos el trabajo? —dijo ella con fastidio.
—Sí, por favor —concordó Thiago.
Pero de pronto Tefi se quedó perpleja y lo miró.
—¿Qué es esto?
—¿Qué cosa?
—Esto que está anotado acá... Sandra Rinaldi... ¿Qué es?
—No, nada... —minimizó Thiago.
—Nada no, ¿qué es? —preguntó ella aún más alterada que antes.
—Nada, Tefi, una cosa de Mar.
—¿De Mar? ¿Qué?
Thiago no entendía la reacción de Tefi, y no contestó.
—¡Habla! ¿Qué pasa con Mar y Sandra Rinaldi?
—¡Nada! —dijo Thiago—. Mar está buscando a su mamá, y yo la estoy ayudando.
—¿Y Sandra Rinaldi qué tiene que ver?
—Así se llama la mamá de Mar. ¿Qué te pasa?
Pero Tefi no respondió, había palidecido. Abruptamente dejó la laptop, tomó sus cosas y se levantó.
—¿Qué te pasa, dónde vas, man?
Pero Tefi se fue sin responder. Thiago y Nacho se miraron sorprendidos, aunque en verdad estaban acostumbrados a las excentricidades de Tefi y sus cambios de humor intempestivos. Thiago supuso que serían celos por haberlo visto con Mar en su cuarto, y se olvidó del tema.
Tefi bajó las escaleras, seguía pálida y tenía náuseas. Encontró a su madre hablando con Bartolomé.
—¡Vamos a casa, mamá!
—Estoy hablando con Bartolomé.
—¡Vamos a casa ya! —dijo ella, y Julia vio que había un plus de angustia tras el capricho acostumbrado de Tefi.
—¿Pero te pasa algo?
—Me siento mal, me quiero ir.
—Ok, vamos, vamos... Bueno, después seguimos hablando del viaje, Bartolomé.
—Cuando quieras, mi querida. Chau, Tefita, que te mejores.
Tefi ni respondió, encarando hacia la salida. En ese momento divisó a Mar, que volvía a cruzar la sala, y el estómago se le volvió de piedra cuando oyó a su madre decir:
—Chau, Marianella, que sigas bien...
—¡Vamonos! —dijo Tefi, al borde del llanto, arrastrando a su madre fuera de la casa.
Luego, ya solas en el auto, Julia insistió una vez más, quería saber por qué su hija había reaccionado de esa manera.
—¿Me podes explicar qué te pasa?
—Nada, quiero ir a casa —respondió Tefi mirando hacia afuera, ya tenía sus ojos bañados en lágrimas.
Cristóbal no había vuelto a dirigirle la palabra a Nico desde el día en que éste le contó la verdad sobre su madre. Si necesitaba decirle algo o responderle, lo hacía a través de Mogli. La única vez en varios días que le habló directamente fue una tarde en la que Nico, como cada día, intentaba lograr una respuesta.
—Si lo que dijiste es verdad y mi mamá no está en África, la quiero conocer.
Y no volvió a hablarle. Nico estaba desesperado, su mundo se había reducido al dolor de su hijo, mientras a su alrededor todo avanzaba hacia un casamiento que en realidad no deseaba. Malvina había prometido acompañarlo en ese trance, pero apenas si la había vuelto a ver, atiborrada de quehaceres para la boda. Nico lo habló con Mogli, y ambos acordaron que lo mejor era acercar a Cristóbal con su madre.
Nico debió tragarse el orgullo y el odio, la llamó y se citaron en un bar. Cuando él llegó, ella bebía un mojito. Su rostro aún estaba pálido, se la veía débil y con una gran tristeza en el rostro.
—¿No estabas enferma, vos? ¿Podes tomar alcohol?
—Un gusto cada tanto me puedo dar... Un mojito es el único gusto en meses... No estoy bien, Nicolás, pero estoy mejor. Conocí a un hombre que me está ayudando mucho.
—¿Un médico?
—Algo así... Un científico, terapias alternativas.
—Recibí la carta documento. Me hiciste un juicio nomás...
—El juicio es cosa de Marcos —dijo ella, compungida.
—¿Dónde está? Lo quiero ver.
—Él no va a aparecer, Nico, lo sabes.
—Una foto, algo.
—Por favor, no...
—¿Cuándo te volviste este pedazo de bosta? ¿O siempre fuiste así?
—Nico... —dijo ella ignorando su insulto—. Yo cambié mucho, ¿sabes? Mi enfermedad me abrió los ojos. Y parte de mi cura... es reparar mis errores.
—¿Haciéndome un juicio vas a reparar tus errores?
—El juicio es cosa de Marcos, ya te dije... y si yo puedo pararlo, lo voy a hacer. Pero de verdad... tengo muchas ganas de conocer a Cristóbal. Por favor, créeme. Lo necesito.
—Él también quiere conocerte...
—¿Él sabe...?
—Ya le dije la verdad. No toda. Todavía no sabe que no soy su padre biológico, pero se lo voy a decir cuando haya procesado esto.
—¿Me vas a dejar verlo?
—Sí. Pero una lágrima de Cristóbal... un solo gesto de dolor que le vea por tu culpa, y vas a conocer a un padre enojado.
Al otro día Cristóbal estaba meciéndose suavemente en una hamaca de la plaza, con la mirada perdida y la tristeza que se había instalado en su rostro. Bauer le había dicho que ese día su madre iría a conocerlo, pero como ya no le creía nada, tampoco esperaba que eso fuera cierto. Sin embargo miraba en todas direcciones, esperando ver aparecer a la mujer joven y hermosa que había conocido por fotos.
A unos cuantos metros estaban Nico y Mogli, testigos del encuentro que se produciría. Nico casi podía sentir la angustia que estaba padeciendo su hijo en ese momento. De pronto vieron a Carla, que caminaba lentamente hacia Cristóbal. Se había maquillado dándole un poco de color a sus mejillas pálidas, se había puesto su vestido más lindo, se había peinado primorosamente; quería que su hijo viera a una mujer entera.
—¡Vino! —se angustió Nicolás—. ¡Está ahí! ¿Voy, no? ¿Voy... o los dejos solos? No, ni loco los dejo solos...
—No no —lo detuvo con temple Mogli—. Micola dejar a Cristobola con madre suya.
Nico vio cómo Carla se acercó a Cristóbal, que aún no la había visto, y vio también, con gran desconcierto, cómo ella volvió sobre sus pasos y se alejó presurosa.
—¡Se va! —expresó Nico y corrió tras ella, mientras Mogk quedó atento a Cristóbal.
Cuando la alcanzó, vio que ella lloraba.
—¿Qué haces? —la encaró.
—No puedo, Nico —dijo ella estallando en llanto.
—Nunca te entendí... —dijo él, tratando de transformar su odio en diplomacia— pero ahora menos... Apareces, me haces un juicio, me decís que tu enfermedad te cambió la vida, que lo querés conocer... Él te está esperando... te necesita, y ¿vos huis otra vez?
—No lo puedo enfrentar, Nico... No le puedo responder las preguntas que me va a hacer... Si me pregunta por qué lo abandoné, ¿qué le contesto?
—No sé, yo tampoco tengo idea de por qué lo abandonaste. Pero te juro que no lo vas a volver a abandonar...
—Te digo que no puedo... no puedo.
—¡Tiene siete años y un dolor que no puede soportar! — estalló finalmente Nico—. ¡Está angustiado y sólo quiere conocer a su mamá! Miralo... mira lo que es tu hijo... —la tomó de los hombros y la obligó a mirar a Cristóbal, que seguía meciéndose en la hamaca—. ¿Ves la tristeza que tiene en la cara? ¿Ves ese dolor? Esa tristeza sos vos, ese dolor sos vos... ¡Hace algo bien por una vez en tu vida!
Mogli pasó su brazo por el hombro de Nico, mientras ambos observaron cómo Carla avanzaba trémula hacia Cristóbal. Cuando estaba a pocos metros, él levantó la cara y la vio. Nico nunca había visto una expresión semejante en su rostro, una mezcla de todas las emociones encontradas que estaba sintiendo.
Ellos no oyeron lo que se dijeron. Vieron cómo Cristóbal le comentaba algo; ella, parada a dos metros de él, asintió con la cabeza. Y entonces vieron cómo el pequeño bajó de la hamaca, dio unos pasos y se abrazó, con fuerza, a la cintura de su madre.
—Los grandes tenemos la costumbre de olvidarnos de lo importante, pero los niños no, ellos no olvidan —le había dicho el misterioso hombre que estaba ayudando a Carla con su enfermedad.
Ella tenía esas palabras incrustadas en su mente, sabía que lo que le había hecho a su hijo sería una marca para toda la vida. No se sentía ni siquiera con derecho a pedir perdón. Sin embargo, el que inició la conversación fue Cristóbal. Con una voz muy suave y clara, le preguntó:
—¿De verdad sos mi mamá?
Ella, incapaz de emitir sonido, asintió con la cabeza.
—¿Y de verdad no estabas enferma en África? —quiso corroborar.
—Es verdad... nunca estuve en África.
Una expresión nueva de dolor y pánico se dibujó en el rostro de Cristóbal.
—¿Y por qué te fuiste? —preguntó con el inequívoco tono del absurdo.
Pero Carla no tuvo tiempo ni de balbucear, porque Nico que no pudo contenerse, ya se había acercado.
—Tranquilo, hijo, vamos de a poco con las preguntas, sí Todo lo que quieras saber nosotros te lo vamos a... —Pero de pronto Cristóbal se soltó de la mano que le sostenía Carla, y se fue corriendo.
Nico lo buscó en el loft y no estaba. Sólo se le ocurrió un ugar donde podría haberse refugiado. Y así fue. Lo enconró en el altillo, sentado en la cama de Cielo. Nico se acercó, con sutileza, y se sentó junto a él.
—¿Buscabas a Cielo?
Cristóbal apenas asintió, con la mirada perdida.
—Si vos no querés, no hablamos... pero me gustaría —le dijo Nico y lo miró en silencio, rogando encontrar la mejor forma de acercarse a su hijo—. ¿Por qué te fuiste as. papú?
—No sé —dijo Cristóbal, confuso, triste.
—¿Te pusiste triste?
Cristóbal asintió con su cabeza. De a poco, Nico se fue aproximando cada vez más a él, y suavemente estiró su mano para acariciarle el pelo.
—Te entiendo perfectamente, hijo. Te pido perdón, c jamás quise lastimarte.
—Pa... —dijo mirándolo tras mucho tiempo de no hacerlo. y de no llamarlo así—. ¿Mi mamá se fue por mi culpa?
—Escúchame una cosa... —respondió Nico, sujetándolo con firmeza—. Nunca pienses eso... de ninguna manera fue así, ¿está claro?
—¿Y entonces por qué se fue?
—La gente... a veces hace cosas que... no tienen explicación. Pero esa pregunta... se la podes hacer a ella... Está abajo, si vos querés...
—Me parece que hoy no, pa... —dijo Cristóbal fingiendo naturalidad, como si estuviera diciendo que no tenía ganas de comer pastas ese día.
—¿Hoy no? Okay... cuando vos quieras.
—No, mejor hoy no. Tengo mucho sueño... quiero dormir ahora.
—Claro, hijo, como digas... Dormí tranquilo.
Lo alzó, y lo recostó sobre sí. Cristóbal se abrazó a su padre, cerró los ojos e intentó dormirse mientras Nico lo mecía suavemente.
Una hora más tarde, Cielo se sorprendió mucho al verlos a ambos, dormidos, recostados sobre su cama. La imagen la enterneció y quiso eternizarla. Sigilosa, buscó su cámara de fotos instantáneas, viejita pero bien cuidada. Ensayó el mejor ángulo, y les sacó una foto. El flash despertó a Nico, que sonrió al verla.
—Cielo... perdona que te invadimos el cuarto —susurró él.
—Perdone, usted, que lo desperté... —dijo ella en voz muy baja—. Pero estaban tan lindos que les quise sacar una foto...
Ella ventiló la foto para apurar el revelado, y los miró.
—Le dije que lo iba a perdonar, ¿vio?
—No sé si me perdonó —dijo en voz muy baja Nico—. Pero está muy triste... Hoy conoció a su mamá.
—¿Sí? ¿Y qué pasó?
—De todo le pasó... La vio, lloró, la abrazó, la odió, todo junto, Cielo... Explotó... y lo primero que hizo fue venir a buscarte... Sos muy importante para él.
—Y él para mí... —afirmó ella, acariciando a Cristóbal mientras dormía.
—¿Por qué no te encontré antes? —se lamentó Nico.
—¿Quiere dejarlo durmiendo acá? —se apresuró en cambiar de tema ella.
—¿No te molesta?
—Para nada.
Él le agradeció, se apartó con sigilo de Cristóbal y ella se recostó junto a él, haciéndole un mimo suave. Antes de salir Nico les tomó una foto con la cámara de Cielo.
—Son tan lindos los dos... —murmuró.
Cuando Cristóbal se despertó, Cielo estaba escribiendo la letra de una canción. Él la vio y se puso contento. Luego descubrió, junto a ella, las dos fotos reveladas; en una Cristóbal dormía con su papá y en la otra, junto a ella. Esas imágenes le hicieron olvidar por un rato la angustia por su madre. Ella lo vio despierto y sonrió.
—¿Tenes hambre? ¿Querés que te haga la merienda?
Por supuesto, él aceptó feliz.
Dos días después Nico se estaba probando el traje que usaría al día siguiente, en la ceremonia del civil. Sintió que alguien lo tironeaba, y era Cristóbal.
—Pa... ¿me perdonas que no te hablé en varios días?
—Por supuesto que te perdono... —dijo Nico alzándolo—. Vos me tenes que perdonar a mí, por haberte mentido.
—Yo ya te perdoné, pa... ahora sí quiero hablar con mi mamá.
Entonces Nicolás la llamó, y ella acudió lo más rápi que pudo al loft. Cristóbal la esperaba sentado, y tratan de domar un mechón de pelo rebelde. Nico la hizo pasar luego miró a Cristóbal.
—Bueno... acá llegó. Si vos querés, me voy...
—No, quédate —le respondió Cristóbal.
Se produjo un silencio incómodo. Carla no sabía si darle un beso o no, pero de pronto Cristóbal se puso de pie y le acercó un álbum de fotos.
—¿Y esto? —preguntó ella sorprendida.
—Como vos no me conociste desde que nací... se me ocurrió hacerte un álbum, así me podes conocer mejor... ¿Lo querés mirar?
—Sí, por supuesto —dijo ella.
Y comenzó a pasar las páginas. Nico se tomó la boca esfuerza, no quería que su hijo lo viera llorar. Por su pai Carla no pudo evitarlo mientras veía todo lo que se hal perdido. Cristóbal bebé; Cristóbal con un único diente, en banadera; haciendo caca en una pélela; tomando una man dera en brazos de Nico; riendo a carcajadas ante Mogli, c le hacía caras. Cristóbal, Nico y Mogli en Indonesia, en Jakarta, en las pirámides de Egipto, en Hong Kong. Durmiendo en una carpa, dormido sobre el pecho de Nico, Cristóbal con cara de fastidio junto a un muñeco mal hecho de Barnie. Mogli intentando peinar a Cristóbal, Nico intentando peinar a Cristóbal, Cristóbal despeinado en su primer día de clases. Riendo con su abuela Berta; sobre los hombros de Nico en un zoológico, dándole de comer a una jirafa o intentando abrir una jaula de loros. Cristóbal sonriendo, junto a todos los chicos de la Fundación. Y por último, dormido junto a Nico, y dormido junto a una mujer rubia y hermosa.
Carla levantó sus ojos, bañados en lágrimas, y lo miró, incapaz de pronunciar sonido.
—¿Por qué te fuiste? —preguntó Cristóbal con tacto, como si él debiera ser cuidadoso con ella.
—Yo... —comenzó a hablar Carla, como extraviada—. Era... muy joven... Y vos eras tan hermoso y tan... chiquito... Yo sentí que... cuando te vi, sentí que no te iba a poder cuidar. No me sentí capaz... de ser tu mamá. Sentía que no te iba a poder cuidar bien...
-¿Por?
—No sé...
—¿Y por qué no viniste antes, cuando yo ya no era tan chiquito?
—Después... hice muchas macanas... —confesó con pudor y se acercó a él, llorando—. Ojalá algún día me puedas perdonar...
Cristóbal se acercó y la tomó de una mano. Era el único que no lloraba en la habitación.
—Yo te voy a perdonar algún día, pero vos no te vayas más.
Cielo sentía que iba a explotar. Estaba guardando dos secretos tan grandes que no le cabían en el alma.
Desde que los chicos le habían revelado la verdad tenían alguien que los acompañaba en su dolor, que no era poco, pero era insuficiente, pues la amenaza de Bartolomé pesaba tanto sobre ella como sobre los chicos. Ella le aseguró a Rama que no haría nada hasta no tener pruebas.
—Cielo, por favor... un paso en falso y a mí me manda al Escorial y con Alelí hace lo que quiere.
—No te preocupes, Rama, confia en mí. Yo le voy a encontrar la vuelta a este lío.
El otro secreto que no podía revelar era la infidelidad de Malvina, quien se casaría ese mismo día con Nicolás. Cielo comprobó que Malvina no se había sincerado con él cuando ella fue a recordarle que sería su testigo del civil.
—Yo no voy a ser testigo de semejante mentira —dijo Cielo—. Y si usted no habla, voy a hablar yo.
Malvina, por toda respuesta, sacó su teléfono.
—Barti... —dijo al teléfono—. Sky me amenaza con contarle mi aventurita con Jay Jay a Nicky... —y aguardó, asintiendo—. Ahá... ahá... ahá... Great, le digo —y cortó. Luego la miró con una gran sonrisa. —Dice Barti que en boca cerrada no entran monjas... y que te acuerdes de que Ayelencita va a sufrir mucho si la separan del hermano.
Cielo la miró con odio, no sólo usaba a Alelí para amenazarla, sino que ni siquiera sabía su nombre. Con repulsión soportó estoica el desparpajo de los hermanos Bedoya Agüero. Por los chicos, y sólo por los chicos resistió al asco que le producía todo aquello.
Casi nadie estaba feliz con ese casamiento. No lo estaba
Berta, la mamá de Nico, que había llegado esa mañana a la :iudad. Berta odiaba que le dijeran abuela, y mucho más que le dijeran suegra. Sin embargo, Malvina no dejó de llamarla de esa manera. A Berta le bastó verla para comprender el error de su hijo.
—¿Con esto te vas a casar, Bauer? —dijo sin siquiera pre[ cuparse por bajar la voz delante de Malvina.
—Berta... ahora es mucho más que tarde para decirme ada —concluyó Nicolás, por lo bajo.
Cristóbal le había tomado cariño a Malvina desde que lo scató del secuestro, sin embargo, a partir de la aparición
- su madre, abrigaba una secreta esperanza: que sus padres lvieran a enamorarse. Y si eso no era posible, Cristóbal _bía, aunque le daba pena Malvina, que su padre quería ucho más a Cielo que a su futura esposa. Intentó mostrarse . ntento, pero contento no es feliz. I A Thiago le gustaba ver feliz a su tía, era consciente de ilusión que ella tenía con ese casamiento, aunque sabía r Mar que el gran amor de Nico era Cielo. Tacho, Rama, Jazmín y Mar odiaron haber sido invitas, era obvio que Malvina quiso tenerlos allí para hacer mero ya que no tenía amigos, pero ninguno quería ver la ra de dolor de Cielo.
Ella, finalmente, había evitado tener que ser testigo. Fue co el que disuadió a Malvina; le parecía un desatino su ea, y Cielo lo agradeció. Pero Malvina se encargó de que elo estuviera presente, como mucama, atendiendo a los vitados, y con el uniforme azul marino que hacía juego con vajilla.
Los más chiquitos tenían un inexplicable dolor. Veían en nico y en Cielo una suerte de padres sustitutos, figuras amorosas y protectoras. Fantaseaban con verlos casados, conser todos una gran familia.
—Pajaritos de colores —le dijo Lleca a Alelí cuando ella confesó que soñaba con eso.
Lleca, casi enojado con Nico por ese paso, se escabulló en cuanto pudo de la sala, él no iba a presenciar eso.
Estaba todo listo para comenzar. Cielo se sintió casi asqueada cuando vio llegar a James Jones, el dueño del anticuario y amante de Malvina. No podía entender el descaro de ésta al invitarlo, sin embargo había sido idea de Bartolomé, una especie de canje por los objetos decorativos que les había prestado para la boda.
Finalmente llegó la jueza que los casaría, pero Berta, que había ido a cambiarse al hotel, aún no había llegado. No era algo extraño, ya que Berta llegaba siempre tarde a todos lados, cuando acaso llegaba. La jueza dijo que no podía esperar, y Malvina aseguró que le mostrarían el video a su suegra si no llegaba a tiempo.
La jueza comenzó con la ceremonia, durante la cual Nico casi no despegó sus ojos de Cielo. Ella lo miraba dolida, no sólo por el hecho de que su gran amor, finalmente, se estaba casando, sino porque lo hacía engañado. Cuando la jueza formuló la pregunta tantas veces escuchada en tantas películas y telenovelas —«Si alguien se opone a esta unión, hable ahora o calle para siempre»—, Cielo descubrió la sonrisa de Malvina y a James Jones, que sostenía una copa de champagne, y pensó que sería un buen momento para decir...
—¡No se pueden casar! —y lo dijo sin tener la intención de hacerlo.
Todos voltearon a observar a Cielo. Mar y Jazmín se miraron con una tibia sonrisa, no podían creer que ella de verdad se hubiera atrevido. Bartolomé, que tenía un frac negro que hacia juego con el vestido de Justina, la miró con ojos de fuego. A Malvina le empezó a titilar el ojo derecho, como le pasaba cada vez que se ponía nerviosa. Y Nico miró a Cielo con expectación, una parte suya rogaba que Cielo tuviera la valentía que él no había tenido.
—¿Qué pasa, Sky? —preguntó Bartolomé, acercándose a Alelí, que estaba unos metros más allá.
Cielo permaneció muda.
Lleca, casi enojado con Nico por ese paso, se escabulló en cuanto pudo de la sala, él no iba a presenciar eso.
Estaba todo listo para comenzar. Cielo se sintió casi asqueada cuando vio llegar a James Jones, el dueño del anticuario y amante de Malvina. No podía entender el descaro de ésta al invitarlo, sin embargo había sido idea de Bartolomé, una especie de canje por los objetos decorativos que les había prestado para la boda.
Finalmente llegó la jueza que los casaría, pero Berta, que había ido a cambiarse al hotel, aún no había llegado. No era algo extraño, ya que Berta llegaba siempre tarde a todos lados, cuando acaso llegaba. La jueza dijo que no podía esperar, y Malvina aseguró que le mostrarían el video a su suegra si no llegaba a tiempo.
La jueza comenzó con la ceremonia, durante la cual Nico casi no despegó sus ojos de Cielo. Ella lo miraba dolida, no sólo por el hecho de que su gran amor, finalmente, se estaba casando, sino porque lo hacía engañado. Cuando la jueza formuló la pregunta tantas veces escuchada en tantas películas y telenovelas —«Si alguien se opone a esta unión, hable ahora o calle para siempre»—, Cielo descubrió la sonrisa de Malvina y a James Jones, que sostenía una copa de champagne, y pensó que sería un buen momento para decir...
—¡No se pueden casar! —y lo dijo sin tener la intención de hacerlo.
Todos voltearon a observar a Cielo. Mar y Jazmín se miraron con una tibia sonrisa, no podían creer que ella de verdad se hubiera atrevido. Bartolomé, que tenía un frac negro que hacia juego con el vestido de Justina, la miró con ojos de fuego. A Malvina le empezó a titilar el ojo derecho, como le pasaba cada vez que se ponía nerviosa. Y Nico miró a Cielo con expectación, una parte suya rogaba que Cielo tuviera la valentía que él no había tenido.
—¿Qué pasa, Sky? —preguntó Bartolomé, acercándose a Alelí, que estaba unos metros más allá.
Cielo permaneció muda.
—¿Qué pasa, Cielo? —insistió Meo—. ¿Por qué decís que no nos podemos casar?
Ella miró a Malvina, miró a James Jones y, finalmente, miró a Bartolomé, quien sutilmente pasaba un dedo por el cuello de Alelí, como un recordatorio de la amenaza.
—Digo... que no se pueden casar si falta su madre... Me parece una falta de respeto.
—Berta es así... —dijo Nico, algo pinchado.
—¡Todo aclarado! —exclamó Malvina—. ¿Seguimos entonces?
Cielo intentó irse... No quería escuchar y mucho menos sentir. Su cuerpo quedó allí físicamente, apoyado sobre sus pies en ese piso de mármol frío. Pero sus pensamientos estaban puestos en un futuro feliz, en la esperanza de que algún día todo pudiera ser mejor. Pensaba en una felicidad a colores, mientras oía, como a lo lejos, las palabras de la jueza, y la voz de Nico y de Malvina diciendo «sí, acepto».
Cuando Cielo volaba, cuando se iba de viaje con sus ojos, no era una simple evasión; sino que se me trasladaba hacia ese lugar donde sus sueños eran custodiados. No lo sabía, pero a su alrededor había centinelas invisibles, testigos de su destino.
Un testigo es mucho más que alguien que está presente, que ve y oye. Es alguien que da fe, que corrobora un relato. Para un testigo, subjetividad y objetividad son la misma cosa.
Aunque Cielo lo ignorara, había otros espectadores de lo que allí se estaba viviendo. Estaban rodeados, protegidos, custodiados por testigos silenciosos. Testigos que, por sobre todas las cosas, daban fe y sostenían la esperanza.

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