Telefe y Xat

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Xat

Capitulo 12 Nace TeenAngels


Lee el capitulo 12 del libro "La isla de Eudamón" clikando a Leer Mas


Nico regresó perturbado a la mansión. Marcos Ibarlucía había estado todo ese tiempo bajo su casa, persiguiéndolo, acosándolo. Ahora quería sacarle a su hijo, y no sólo eso, sino que afirmaba ser su medio hermano. Era todo demasiado retorcido y misterioso. La única que podía corroborar Si noticia era Berta, pero como siempre tenía su celular aparado...
Entrando en la mansión, se cruzó con Thiago, que salía llevaba un pequeño bolso y tenía la mirada perdida. Nico apenas se detuvo a saludarlo, concentrado en sus problemas.
Thiago caminó hasta el garaje y se subió al auto de su :adre. Depositó el bolso en el que había escondido las dos : jtellas de vodka. Una, sin tapa, se había volcado, pero no le aportó Encendió el auto, y lo sacó del garaje.
Comenzó a vagar sin rumbo, bebiendo y pensando. Las : alabras de su padre volvían a su cabeza una y otra vez... «Sos r. Bedoya Agüero». Esta afirmación le generaba repulsión. Pensaba en lo que había visto, en lo que había escuchado. En i o lo que había observado sin comprender realmente de qué
5r trataba, tantas veces. Ahora entendía por qué su padre lo zinía mandado a Londres, ahora le encontraba sentido a tanta jiiistencia para que no se acercara a los chicos. i De pronto su cuerpo se afloja, su mente vuela y se puefUa de imágenes. Se ve a sí mismo en el jardín de su casa, as el día de su cumpleaños, cumple seis años, y le regalan _.a bicicleta con rueditas. Él pide que se las saquen, y su : i iré lo hace. Pedalea hasta lograr el equilibrio, y le grita a _ padre que lo mira desde más allá: «Mira, sin rueditas, pa, rz rueditas». Su padre sonríe pero, de repente, el cuello y í brazos de su padre empiezan a hincharse, se inflan, hasta romper la camisa que lleva puesta; el rostro de su padr empieza a poner verde, le crece el pelo, y unos dientes ~.izgos como colmillos. Su padre acaba de convertirse er. r . Increíble Hulk, y empieza a perseguirlo, le quiere hacer aiz Thiago intenta huir en su bicicleta, pedalea y pedalea pir escapar, pero su padre ya es un monstruo verde que ce rrmuy rápido; lo alcanza, lo levanta en el aire y lo arroja. Y . cuerpo pequeño se estrella contra una pared.
Cuando el estruendo del choque lo despertó, de inmrdiato logró comprender que había estado dormido. Todo se volvió negro, negro. Entreabrió un poce . ojos y pudo ver humo, vidrios rotos, sus manos ensangrentadas. Alguien lo sacudió, gritándole. Sintió cómo lo cari ban y lo sacaban del auto. Sentía un líquido caliente enrostro y no podía abrir los ojos. Oyó una sirena, la voz de hombre que hablaba a los gritos con una mujer. Un pinchar: en el brazo, y luego otro. Empezó a sentir frío, volvían i moverlo, sentía que corrían, que gritaban. Alguien le abr. j un ojo, vio todo borroso, y una luz muy potente lo cegó. I luego silencio. Oscuridad.
Alguien le pedía que no se fuera. ¿Que no se fuera ¿ dónde? Oyó un grito, y una voz, esa voz que lo emocionaba hasta las lágrimas. Hizo un gran esfuerzo y logró entreabnr apenas los ojos. Había varias personas a su alrededor, ves tidas de blanco y con manchas de sangre. Detrás de ellas pudo ver a Mar, que lloraba. Lloraba como nunca la habíJ visto llorar. Detrás de Mar apareció su padre, tenía una expresión de espanto. También lloraba. Vio cómo su padre I abrazó a Mar, mientras alguien cerraba la puerta, dejándel los afuera. Alguien se le acercó con dos objetos en la mana y los apoyó sobre su pecho.
Ahora está en Londres, es de noche, y la bruma de Londres se empieza a volver más y más espesa. Él sabe que a pocos metros, escondido en la bruma, hay un monstruo, un monstruo que lo persigue.
—¡Mi Thiaguito, mi Thiaguito no! —escuchó la voz quebrada de su padre.
Intentó abrir los ojos, pero no pudo. El llanto y las frases seguían ahí cerca, sin interrumpirse.
—Sé que soy un padre horrible, pero le pasa algo a mi Thiaguito y me muero. Yo no sé querer... no sé querer... Te juro por Tatita. ¿Sabes rezar? Reza por mí.
Un murmullo, palabras sibilantes. Y más oscuridad. Sólo sombras. ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Una hora? ¿Un día? ¿Un mes? Intentó abrir los ojos, pudo hacerlo apenas. Más allá estaba su padre junto a Justina, que sostenía un rosario en su mano.
—Esto ocurrió por mi culpa...
—Usted no tiene la culpa de nada...
—Se me estroló el purrete, Tini... Yo le di las llaves del auto.
—¿Usted está loco? ¿Se le empastó la bujía? —oyó.
Era Mar, ahí estaba Mar. Hizo el intento de abrir aún más los ojos para verla, pero no podía, y tampoco podía moverse.
—Más respeto, roñosa —gritó entre susurros Justina.
—Estaba tomado, Tini, ahogando penas por el padre que tiene.
Y lo vio llorar. Otra vez. Le dolían los ojos y la cabeza. «¿Estoy acá? ¿Estoy soñando?», se preguntó. Y luego le llegó muy cerca un olor. El olor de Cielo. Quiso hablar, pero sólo articuló un quejido.
—Tranquilo, mi amor, tranquilo —oyó que Cielo le decía.
Abrió los ojos, apenas, un milímetro. Pudo ver la mirada serena de Cielo; junto a ella estaba Nico, pálido, y entre ambos, Mar, con los ojos achinados. Los tres tenían un barbijo que les cubría la nariz y la boca.
—Yo lo vi salir y no me di cuenta... ¡Cómo puede ser que no haya registrado que estaba mal! —se lamentaba Nico.
—No pueden estar acá —se oyó a Justina por detrás.
—Déjalos, Tina, mi hijo los necesita.
Cielo le hizo una caricia en la frente, Nico le apretó fuerte una mano. Ahora que Nico lo sostenía, sintió que se podía abandonar al sueño, tranquilo.
«Mamá está en casa, pero no llego a verla. Está siempre de espaldas, la llamo y no me escucha. Quiero ir hacia ella pero siempre se aleja, no me escucha, no se da cuenta de que estoy acá. Quiero ponerle un espejo para que me vea. Lo rompo, mi papá dice que son dieciséis años de mala suerte.»
—No me aflojes, Thiago. Por favor. ¿Me escuchará? —dijo Mar junto a él, muy cerca, siempre cerca.
—Seguro que sí, mi amor —se escuchó la voz de Cielo— Hablale.
—Ya no sé qué decirle.
—Decile que lo esperas.
—Pero el doctor dijo...
—No me importa lo que dijo, Mar. Hay que creer en los milagros.
«Milagros. ¿Cómo era esa canción que había escrito Cielo para ellos? La habían ensayado en el salón de baile. Empezaba con la palabra milagros. ¿Cómo era?»
Los milagros ocurren cada día Si tenemos la fuerza de soñarlos
—Thiago, ¿me escuchas? —susurraba Mar.
No te rindas, estoy con vos.
—Te tenes que despertar, mi amor...
No te duermas, estoy con vos...
—Por favor, no me podes dejar...
No te escondas, estoy con vos...
—Thiago, mi amor... volvé.
No te pierdas, me pierdo yo...
—Los milagros existen —dijo Cielo—. Para empezar, Barto está rezando, ése es uno.
Oyó una risa, la risa de Mar. Quiso ver su cara, esa sonrisa. Intentar abrir los ojos lo dejaba exhausto, pero se esforzó. Le llevó mucho tiempo abrirlos. ¿Cuánto?
Allí no estaba Mar, ni Cielo. Estaba Jásper. «¿Qué hace Jásper acá?», se preguntó. El jardinero lo miró, con cariño, con compasión.
—Niño Thiago... —dijo, y luego se volteó hacia atrás—. Véalo, don Inchausti.
Un hombre alto y corpulento, y rodeado de un brillo azulado, apareció junto a Jásper, tenía una sonrisa que le dio mucha paz. Tras ellos, entró Bartolomé.
—Jásper, ¿qué hace acá?
—Quería ver al niño Thiago.
—Venga, hombre, no puede estar ahí...
Bartolomé sacó a Jásper, sin ver a la persona que lo acompañaba. El hombre, de unos setenta años, se acercó y extendió una mano hacia Thiago, y la puso junto a su cara. Entró Cielo y se quedó paralizada. Ella sí lo veía, estaba junto a él.
—Usted... —dijo Cielo.
Thiago, con un gran esfuerzo por mantener un ojo abierto, vio cómo el hombre levantó sus dos manos y las apoyó sobre su pecho. Luego se apartó y le sonrió a Cielo, y le señaló una pulsera que ella tenía, y le dijo con una voz muy serena y suave.
—Nunca dejes de buscar.
Mientras el hombre se retiraba, entraron muchos mediros, pero ninguno pareció verlo. Y de pronto Thiago sintió como si una mano gigante lo levantara de un pozo muy profundo y oscuro y lo sacara a la superficie. Pudo abrir bien grandes sus ojos. Había despertado, y entre la cantidad de médicos que lo atendían, pudo ver el llanto emocionado de Mar, el de Cielo, y también el de su padre.
El hecho de ver a su hijo al borde de la muerte había provocado un cambio, sutil, en Bartolomé. Todos notaban algo raro: una semana después del accidente, cuando le diere el alta a Thiago, había permitido que Marianella fuera a la canica para acompañarlo en el traslado hasta la casa. Cuanc llegaron, no hizo ningún comentario sobre el hecho de amella estuviera encima de su hijo, mimándolo, casi abrazándolo; ni les hizo comentario ni gesto alguno cuando Tacho. Jazmín, Rama y todos los chiquitos acudieron a recibirlo afectuosamente.
Cuando le anunció que lo acompañaría a su cuarto para hacer reposo, Thiago le dijo que prefería instalarse en el cuarto con los chicos, arguyendo que sería más práctico estar en la planta baja, pero en realidad no quería volver a su mundo, ahora se sentía uno más de sus amigos. Todos se sorprendieron con la reacción de Bartolomé.
—No se hable más. ¿Querés estar con los chicos? Vas a. cuarto de los chicos, mejor, así estás más acompañado. ¿Lo llevan? —les preguntó con amabilidad.
Todos acompañaron a Thiago hasta el cuarto de los varones. Bartolomé ayudó a Cielo a recostarlo, y luego reunió a todos en el patio cubierto, les agradeció por su apoyo, y les rogó que lo cuidaran.
—Thiaguito está fuera de peligro, pero estuvo grave. Les pido de corazón que me lo cuiden. Aunque es mi hijo y ustedes no me quieren mucho, casi nada, últimamente... trátenmelo bien.
—A pesar de que sea su hijo, don Barto, él es él —respondió Mar.
—Lo que ella quiere decir... —intentó suavizar Rama.
—Entendí, Ramita. Y tiene razón.
En ese momento apareció Justina e informó que el cuarto de Thiago estaba listo, pero se quedó demudada cuando Bartolomé le dijo:
—Thiaguito se queda acá, en el cuarto de los chicos. Quiere estar con los purretes, que lo van a cuidar...
Tina intentó protestar, pero Barto le hizo una seña para que se callara.
—Vamos, Tini, vamos a traer las cosas de Thiaguito para acá.
Y se la llevó. Justina y todos los chicos estaban pasmados por ese raro cambio de actitud de Bartolomé.
—¿Y a éste qué le pasa? —dijo Tacho.
—Tal vez el milagro sea doble, chicos, y con lo que pasó se le haya calentado un poco el corazón.
—Yo no creo en milagros, Cielo —dijo Mar, escéptica.
—Miren chicos, no me pregunten por qué, pero les digo que no estamos solos. Tenemos angelitos que nos cuidan.
—Avisale a los angelitos que hace años que nos explotan, Cielo —dijo Rama.
—Yo prefiero confiar —concluyó Cielo.
Cielo estaba bebiendo un vaso de agua en la cocina, tratando de encontrar una salida al laberinto en el que estaban, cuando se le acercó Nico. Ella se estremeció al verlo, desde que se había casado con Malvina lo había visto poco. Ambos se miraron con profundo amor y se pusieron al día. Él le contó su gran dolor por el juicio que le estaban haciendo y que pronto comenzarían las audiencias; ella le aseguró que iba a estar ahí, con él, y él lo agradeció.
También le contó cómo le había dicho toda la verdad a Cristóbal, cómo éste estaba conociéndose con su madre, y que el dueño del local bajo el loft había resultado ser Marcos Ibarlucía, que ahora decía ser su medio hermano. Ella recordó que, además de eso, ese hombre había sido el amante de Malvina.
—¿Todo eso pasó en este tiempo?
—Todo eso —afirmó Nico, omitiendo hablar de su yiclí de casado, que no era demasiado colorida.
—¿Y vos?
Ella le contó que estaba avanzando con los chicos en jl formación de la banda, que estaba escribiendo canciones nu vas. Que su tratamiento para la amnesia avanzaba sin pns pero sin pausa. Y omitió hablarle de la horrorosa verdad qus había descubierto, tanto lo que se refería a los chicos coir: que Malvina y Bartolomé habían sido los autores del secuestro de Cristóbal. Y aunque no habló sobre esos dos hechos cr la tenían muy abstraída, sin embargo él algo notó en su ca
—Cielo... ¿está pasando algo?
—Y sí, don Indi, casi perdemos a Thiaguito...
—No hablo de eso... siento que no estás bien...
—Será el tratamiento que estoy haciendo... Estoy rern • viendo cosas, a lo mejor será eso... —desvió el tema para r tentarse y contarle toda la verdad.
—¿Tuviste algún avance? —se interesó Nico.
—No mucho —dijo Cielo—. Aunque pasó algo raro.
-¿Qué?
Cielo le contó que el día en que Thiago se había salva c de milagro, ella vio entrar en la habitación a un hombre ce unos setenta años, del que se desprendía algo así como ur brillito.
—¿Un brillito? —preguntó Nico extrañado.
—Sí, un brillito, como si fuera un ángel. Y espere, porque todavía no le conté lo raro.
Le contó cómo ese hombre se había acercado a Thiag le había apoyado sus manos en el pecho, y segundos des- I pues Thiago había empezado a reaccionar. Luego ese hoi bre le había dicho a ella, señalándole su pulsera, «nuiii dejes de buscar». Nico miró la pulsera de Cielo y recordó cuando el símbolo del dije lo había ayudado a interpretar el mapa.
Lo más raro, para Cielo, era que nadie más que ella parecía haber percibido la presencia de ese hombre, puesto que los médicos pasaban junto a él sin registrarlo. Cuando vio que Thiago estaba bien, salió de la habitación y descubrió al final del pasillo al misterioso hombre, que giraba en el recodo, y lo siguió, pero al llegar al final del pasillo, el hombre había desaparecido. Lo buscó por todos lados, pero no lo encontró. Luego vio acercarse a Jásper. Ella le preguntó si había visto al «don» ese que había pasado caminando, a lo que el jardinero le respondió:
—¿El don de la vista dice usted?
—¡No! El hombre ese... Nadie lo vio, pero yo sí... —dijo entrecortadamente, y de pronto reparó en lo que le había dicho Jásper—. ¿Cómo dijo? ¿Qué me quiere decir con lo del «don de la vista»?
—Que su conciencia está despertando, jovencita... Por fin empezó a ver... No cierre los ojos.
No logró que Jásper le dijera nada más. Nico recordó cuando el misterioso jardinero le había contado que Inchausti había estado en Eudamón.
—Bueno, ahora viene lo raro, Indi.
—Ah, ¿todavía no me contaste lo raro?
—No, hay dos cosas raras más. La primera... esa noche, después de ver a ese hombre, soñé con él. Soñé que yo estaba en un pasillo de acá de la mansión, pero era chiquita. Soñé que mi mamá estaba teniendo un bebé.
—¿Recordaste a tu mamá?
—No, no la veía, pero sabía que estaba al lado. Y de repente apareció el mismo hombre, con el mismo brillito, y me regaló mi pulserita. Cuando los viejis me encontraron, yo ya tenía esta pulsera, ¿entiende, Indi? En el sueño el hombre me llamaba «Ángeles».
Nico se quedó estupefacto, pensó que, además de Cielo, otro nombre perfecto para ella sería Ángeles.
—¿Le contaste a tu médico ese sueño? —preguntó él. —Sí, el doc dice que tal vez sea un recuerdo más que un sueño. ¿Será ése mi verdadero nombre, Indi?
—No lo sé... pero si el médico dijo que tal vez es un recuerdo..
—Pero eso no es todo, Indi. Hay algo más... muy raro.
-¿Qué?
—Esto —dijo Cielo, sacando una foto antigua en la quise veía al hombre misterioso—. Éste es el hombre que vi 7 con el que soñé. ¿Y sabe quién es? Don Inchausti, el que fue dueño de esta mansión. Y lo más raro es que murió ha.- muchos años.
—Eso sí que es raro —concluyó Nico.
—Pero eso no es todo, Indi. Hay algo más... muy raro.
-¿Qué?
—Esto —dijo Cielo, sacando una foto antigua en la qi se veía al hombre misterioso—. Éste es el hombre que vi;. con el que soñé. ¿Y sabe quién es? Don Inchausti, el que fue dueño de esta mansión. Y lo más raro es que murió hace muchos años.
—Eso sí que es raro —concluyó Nico.
—¡Llegó la hora de la curación! —anunció Mar, entrando en el cuarto de los varones.
Thiago estaba acostado, aún convaleciente, y tenía a su lado una caja llena de fotos. Sostenía una en una mano, y varias más, rotas, a un costado.
—Me encanta la hora de la curación —declaró sonriente Thiago.
Ella vio la foto que él sostenía en la mano estaba junto a Bartolomé, en un campo. Thiago rompió la foto en dos partes, y puso la mitad que contenía a Barto junto a un montoncito de fotos rotas; en todas se veía a su padre. Mar no tardó en comprender que lo estaba eliminando de todas las imágenes.
—Ahora yo también soy huérfano, Mar... como todos ustedes.
Ella comenzó a quitarle una venda de una mano y a limpiarla con desinfectante. Él seguía hablando, como indiferente al dolor físico.
—No tengo papá... Mamá nunca tuve.
—Thiago... ¿te puedo hacer un pregunta?
—Claro.
—Lo que te pasó con el auto... —y buscó las palabras, pero no encontró una manera más delicada de preguntarlo—. ¿Fue un accidente?
—Estaba sacado... y había tomado mucho. Pero si me estás preguntando si me quise matar, no, no quise. Me quedé dormido. Tal vez, inconscientemente sí, pero yo no quería eso. Es verdad que hubo un momento, cuando me di cuenta de que había chocado... que no me importó. Si en ese momento me moría, no me importaba...
Ella empezó a lagrimear, mientras le curaba la ma Thiago le habló del profundo dolor del que aún no se recuperaba peraba, después de saber que su padre era ese monstri Lo perturbaba muchísimo todo aquello de lo que se hal enterado, y más lo que suponía que ellos aún le ocultaba
—A lo mejor tu papá pueda cambiar... Desde que tuvi’ el accidente, está distinto.
—Un tipo que explota a un nene de seis años, ¿te pare que puede cambiar?
Y miró el bolso con su ropa, y se sintió peor.
—Esa ropa, toda ropa de marca, cara... ¡Me la comp con plata que les obligó a robar! Este reloj... ¿Cuántas hor tuvieron que pasar ustedes en ese taller, trabajando, pa que él me regalara este reloj? Me da asco llevar su sangre su apellido.
—Llevarás su sangre, pero no sos él.
Tras un impulso Thiago le sujetó una mano y la miró c( desesperación, y la acarició como si fuera una cosita ch quita y frágil.
—¿Qué te hizo a vos, Mar? Aquella vez que me dejaste. Seguro que te amenazó, ¿no? ¿Con qué te amenazó?
—Con nada, déjame que te hago la curación... —intenl evadirlo.
—Por favor, Mar, necesito saberlo.
Ella lo miró. Sentía que no debía cargarlo con más irm genes horribles, temía que lo llevaran otra vez a la locun aunque tal vez debía llegar al fondo, de una vez por toda; y enfrentar toda la verdad.
—Esa vez... me hizo cavar mi propia tumba...
Thiago permaneció muchos minutos abrazado a ella, pidiéndole perdón. Lloró muchos días, y sus heridas sana ron antes que su alma. Sin embargo, ya había comenzadi su curación.
Mientras Nacho fingía pintar el cuadro en el que jamás había estampado una pincelada, observaba a Jazmín y se preguntaba cuál sería el golpe de gracia necesario para, finalmente, poder conquistarla.
Lo suyo era una obsesión, lo sabía, pero no le importaba. Jazmín era la mujer más hermosa que había visto en su vida, era imposible que siendo una huerfanita pobre y desvalida no cayera rendida a sus pies. Pero ahí estaba, tirada sobre una chaise longue, yendo a posar dos veces por semana para él, a cambio de una buena paga.
No respondía a una sola de sus insinuaciones ni a sus propuestas directas. Y lo más humillante había sido aquel lía de lluvia, en que ella estaba posando para él... Nacho había desconectado la luz, fingiendo que era un corte general. Había encendido todas las velas aromáticas que había comprado en Nueva York, le había puesto una mantita para el frío, y cuando pensó que la tenía cocinada y quiso besarla, ella le había cortado el rostro vergonzosamente.
Las tenía muy caladas a las histéricas, las conocía de memoria, y sabía que hasta la más histérica tenía su precio. Pero Jazmín, si bien no dejaba de coquetear con él, era muy firme a la hora de negarse. Y el problema era Tacho.
Había tenido que soportar verde de furia todos los relatos ella le hacía sobre él. El amor que sentía por Tacho, cuánto lacia reír Tacho, lo bien que lo pasaba con Tacho, cuán. amentaba estar distanciada de Tacho.
Nacho estaba dispuesto a demostrarle a Jazmín que entre íl y Tacho había mucho más que una letra de diferencia. Concluyó, entonces, que debería hacerle notar la gran distancia que los separaba.
Una tarde fue a visitar a Thiago, que seguía convaleciente y en cama, en la habitación de los varones. Su amigo estaba raro y no hablaba mucho, pero a Nacho no le importaba sólo estaba esperando, en realidad, ver a Tacho. Cuando le divisó en el patio cubierto, comenzó a hablarle a Thiago de Jazmín.
—No te quise contar nada, pero me estoy comiendo s Jazmín.
Thiago se sorprendió mucho, y Tacho, apretando sus puños, se acercó para escuchar. Nacho contó, con gran luje de detalles inventados, cómo eran aquellas tardes en que ella iba a posar, desnuda. Describió cómo prácticamente se le había regalado una tarde de lluvia, y cómo, a pesar de ya haber terminado el cuadro, ella seguía yendo a pedirle más y más.
Nacho era consciente de que Thiago sabía que él era muy mentiroso y fabulador, y que su amigo no le estaba creyendo ni un diez por ciento de su relato, pero su objetivo no era convencer a Thiago de su mentira, sino enfurecer a Tache para que ocurriera lo que ocurrió a continuación.
Nacho se despidió de Thiago y salió al patio cubierto donde fingió sorpresa al ver a Tacho, que ya lo miraba indignado. Le sonrió con pedantería y eligió las palabras precisas para provocarlo:
—Ah, encima de grasa y villero sos chusma... ¿Te gusta escuchar atrás de las puertas? Bueno, man, jodete si no te gustó lo que escuchaste... Al final, Jazmín tenía razón sobre vos, sos bastante idiota.
Tal como lo había previsto, Tacho, vehemente, se le tire encima y le asestó una trompada. Rápidamente acudieron Rama y Mar, y Thiago se asomó desde su cuarto. Todos gritaron e intentaron separarlos. Desde su habitación Jazmín vio cómo Tacho, desbocado, intentaba pegarle con dureza.
—Tacho, ¿qué haces? ¡No seas pendejo, por favor! —le gritó.
Tacho se contuvo, la miró con desprecio y le dijo:
—Vos sos de terror —y se alejó.
Una tarde fue a visitar a Thiago, que seguía convaleciente y en cama, en la habitación de los varones. Su amigo estaba raro y no hablaba mucho, pero a Nacho no le importaba sólo estaba esperando, en realidad, ver a Tacho. Cuando lo divisó en el patio cubierto, comenzó a hablarle a Thiago de Jazmín.
—No te quise contar nada, pero me estoy comiendo a Jazmín.
Thiago se sorprendió mucho, y Tacho, apretando sus puños, se acercó para escuchar. Nacho contó, con gran lujede detalles inventados, cómo eran aquellas tardes en que ella iba a posar, desnuda. Describió cómo prácticamente ~ le había regalado una tarde de lluvia, y cómo, a pesar de ;. haber terminado el cuadro, ella seguía yendo a pedirle más y más.
Nacho era consciente de que Thiago sabía que él era muy mentiroso y fabulador, y que su amigo no le estaba creyend: ni un diez por ciento de su relato, pero su objetivo no en. convencer a Thiago de su mentira, sino enfurecer a Tache para que ocurriera lo que ocurrió a continuación.
Nacho se despidió de Thiago y salió al patio cubierto donde fingió sorpresa al ver a Tacho, que ya lo miraba indignado. Le sonrió con pedantería y eligió las palabras precisas para provocarlo:
—Ah, encima de grasa y villero sos chusma... ¿Te gusta escuchar atrás de las puertas? Bueno, man, jodete si no gustó lo que escuchaste... Al final, Jazmín tenía razón sobre vos, sos bastante idiota.
Tal como lo había previsto, Tacho, vehemente, se le ti: encima y le asestó una trompada. Rápidamente acudiere. Rama y Mar, y Thiago se asomó desde su cuarto. Todos gritaron e intentaron separarlos. Desde su habitación Jazmin vio cómo Tacho, desbocado, intentaba pegarle con dureza
—Tacho, ¿qué haces? ¡No seas pendejo, por favor! —. gritó.
Tacho se contuvo, la miró con desprecio y le dijo
—Vos sos de terror —y se alejó.
Unas horas más tarde el chofer del juez Pérez Alzamendi se quedó absorto ante el pedido del hijo de su patrón.
—Pero, Nachito, ¿te volviste loco?
—Pégame, te dije, man, y déjame marcas...
—Pero tu padre me mata si...
—Fájame, te digo, si no te querés quedar sin trabajo... Me hago pegar por otro y le digo a papá que fuiste vos. ¡Pégame, carajo!
Cuando le avisaron a Jazmín que Nacho estaba en cama por una golpiza, ella no dudó de que había sido Tacho. Se fue volando a la casa de Nacho, donde lo encontró lleno de hematomas y la boca lastimada. El padre estaba furioso y quería aplicar todo el peso de la ley sobre ese salvaje. Sólo porque Nacho, muy desvalido, le rogó y le suplicó, el juez Pérez Alzamendi no hizo nada, salvo hablar con Bedoya para jue se ocupara de aleccionar a ese mocoso.
No sólo Jazmín estaba convencida de la violencia de Tacho, a quien ya lo había visto una vez pegarle a Nacho en su propia casa; Mar, Thiago y Rama lo habían tenido que separar en el patio cubierto, y aunque no lo juzgaban, ninguno le creyó cuando Tacho gritaba indignado que él ni siquiera lo había tocado.
Justina no daba crédito al cambio de su señor. Según su criterio, el accidente del niño Thiago lo había ablandado hasta la estupidez. Se había amigado con la bólida, perdonándole la renuncia a la herencia y la ayudaba a hacer bricolaje para su nueva casa, a la que se mudarían en breve aunque intentaba convencerla de que se quedara allí, con el peligro que significaba tener a Bauer viviendo bajo el mismc techo.
El mismísimo juez Adolfito Pérez Alzamendi le había pedido que ajusticiara por mano propia a Tacho, y Bartolomé había rehusado hacerlo, argumentando que quién no se había ido a las manos por una purreta alguna vez.
Había permitido que Thiago se instalara con los mocosos, y lo dejaba ensayar con esa bendita banda sin chistar. Marianella se mimoseaba con el niño Thiago delante de su5 narices, y Bartolomé como si nada. Incluso parecía haberse olvidado de que la camuca arribista sabía toda la verdad.;. la trataba con amabilidad y respeto.
—¡Espabílese, hombre! ¡Sea usted mismo!
—¿Qué me diste? —dijo él escupiendo el té que le había servido Justina.
—Té de rrruda macho, a ver si se le despierta el indi: salvaje otra vez. Mi señorrr, está hecho un panfilo, ¡nos var a enterrrar vivos si sigue así!
Pero su amo no reaccionaba, e incluso se hacía preguntas sobre el bien y el mal, ¡un revirado!
Lo único bueno de ese cambio de Bartolomé era que se había interesado en conocer a Lucecita, y hasta había insistido para ir a cenar una noche al sótano, fingiendo ser e. juez que Luz creía que era. Tina fue feliz por un moment:
Justina no daba crédito al cambio de su señor. Según í criterio, el accidente del niño Thiago lo había ablanda;: hasta la estupidez. Se había amigado con la bólida, pera:- nándole la renuncia a la herencia y la ayudaba a hacer bricolaje para su nueva casa, a la que se mudarían en breve aunque intentaba convencerla de que se quedara allí, con e peligro que significaba tener a Bauer viviendo bajo el mismc techo.
El mismísimo juez Adolfito Pérez Alzamendi le habís pedido que ajusticiara por mano propia a Tacho, y Barto lomé había rehusado hacerlo, argumentando que quién n: se había ido a las manos por una purreta alguna vez.
Había permitido que Thiago se instalara con los mocosos, y lo dejaba ensayar con esa bendita banda sin chistar Marianella se mimoseaba con el niño Thiago delante de sus narices, y Bartolomé como si nada. Incluso parecía haberse olvidado de que la camuca arribista sabía toda la verdad, y la trataba con amabilidad y respeto.
—¡Espabílese, hombre! ¡Sea usted mismo!
—¿Qué me diste? —dijo él escupiendo el té que le había servido Justina.
—Té de rrruda macho, a ver si se le despierta el indio salvaje otra vez. Mi señorrr, está hecho un panfilo, ¡nos van a enterrrar vivos si sigue así!
Pero su amo no reaccionaba, e incluso se hacía preguntas sobre el bien y el mal, ¡un revirado!
Lo único bueno de ese cambio de Bartolomé era que se había interesado en conocer a Lucecita, y hasta había insistido para ir a cenar una noche al sótano, fingiendo ser el juez que Luz creía que era. Tina fue feliz por un momento con aquella imagen familiar de los tres, cenando en ese sótano absurdo, decorado como si fuera un escenario de cine, en medio de un galpón oscuro.
Había algo que preocupaba mucho a Justina. Hacía ya un tiempo que Luz estaba rebelde y cuestionaba la veracidad de la guerra. No sabía por qué se le había puesto en la cabeza que la guerra era una mentira, y comprendió que la rebeldía venía en serio un día que la encontró a punto de salir al jardín por la puerta trampa del cementerio.
Justina acudió a Bartolomé y le hizo entender la gravedad del asunto:
—Lucecita quiere salir al mundo, y aunque la encierro con llave, no sé cuánto tiempo más podré retenerla ahí abajo, si le perdió el miedo a la guerra. Y salir del sótano significaría el fin para ambos, señorr.
—Habrá que reavivarle el miedo a la guerra, entonces — propuso él, y se quedó pensativo—. ¿Crees en el infierno, Justin? Porque si hay uno... ya tenemos reservada una suite ahí vos y yo...
—¡Déjese de escorrrcharr con la culpa de una vez!
A Bartolomé se le ocurrió una idea, que era tan disparatada como poco probable; sin embargo, lo intentaron. Para calmar el afán de Luz de salir del sótano, le prometieron un día de picnic. Bartolomé habló con un militar amigo, que le permitió ir al campo de entrenamiento militar un par de horas.
Extremando los cuidados, sacaron a Luz del sótano por primera vez en su vida. Tenía los ojos vendados, le dijeron que era para darle tiempo a acostumbrarse a la luz natural. Con sigilo la subieron a un auto y la llevaron hasta el campo de entrenamiento, siempre con los ojos vendados. Una vez allí se internaron en el campo, y montaron el absurdo picnic.
Le sacaron las vendas, y Luz abrió lentamente los ojos, con dificultad y algo de dolor. Cuando la vista se le fue acosmmbrando a la claridad, miró con fascinación el color de las nubes aunque era un día nublado, ver el Sol que se insinuaba le provocó lágrimas de felicidad. A lo lejos se oían los estruendos de las bombas y balas de fogueo de los militares que hacían su entrenamiento. Luz se convenció, finalmente de la veracidad de la guerra.
Luego de unos treinta minutos de picnic, volvieron a vendarle los ojos y la subieron nuevamente al auto. Pero c regreso a la mansión, Luz no resistió la tentación de ver una vez más el cielo. Se bajó apenitas la venda, y miró a través de la ventanilla. Vio plazas, vio gente andando en bicicleta vio semáforos, vio malabaristas, vio cines, vio niños comiendo helados. Vio un mundo que no vivía en guerra.
A partir de esa breve pero significativa experiencia historia que le contaba Lleca en sus charlas, a través de i rejilla o durante sus encuentros, comenzó a ser más verc mil para ella que la historia de Justina. Sin terminar de acertar que su madre podría ser una mentirosa, aceptó la ir .- tación de Lleca de ver la realidad más allá del sótano.
Un día de sol salió, por fin, de su mano, sin vendas íi mentiras, a la luz del día. Él fue hasta el sótano a buscar La puerta estaba trabada desde afuera, y él la destrabó L tomó de la mano y la condujo hacia la escalera que dafc i la puerta trampa, entre las lápidas. Él salió primero p asegurarse de que el camino estuviera despejado.
—Dale, ya podes salir —le aseguró.
Luz comenzó a subir lentamente los escalones y se curr los ojos cuando la luz del sol la cegó. Esperó a acostumbrar a la claridad, y terminó de ascender. Era una imagen cafl espectral la de ella emergiendo entre las lápidas, come jt difunto que volvía a la vida, como una resurrección.
Él la tomó de la mano y la llevó corriendo hasta el p i ton de salida, y desde allí, al mundo.
Esa noche Bartolomé estaba dándose un baño de inmer1 sión con unas sales con aroma a vainilla que le había r. lado la bólida en un gesto que le pareció súper sweety, cz do de golpe irrumpió Justina, con el rostro desencajado
—¡What the hell! —gritó él, cubriéndose sus partes cn una esponja de ducha.
—¡Mi chiquita desapareció! —gritó ella, al borde de la crisis nerviosa.
Bartolomé pareció reaccionar de golpe de su bondad transitoria, se puso una bata, y bajaron corriendo al escritorio, desde donde empezaron a llamar a todos los contactos. A Luisito Blanco, al comisario Azúcar, a Albertito Paulaso. Movilizaron todos los recursos, mientras Justina lloraba sin parar. De pronto sonó el teléfono, y ella atendió, presurosa.
—Fundación Bedoya Agüero...
Y se puso más blanca de lo que era. Tras una seguidilla de «sí, sí, sí», cortó y miró a Bartolomé.
—Mi chiquita está en el loft de enfrente, con Cielo y el doctor Bauer.
—¿Dónde está? La quiero ver... —suplicó Justina 1 rando, cuando Nico y Cielo se encerraron a hablar con e y Bartolomé en el escritorio.
—Está en el loft con los chicos. Está bien y no te quie ver —le dijo Nicolás.
—Ahora empiece a hablar... Explique qué es esa atro dad de tener a esa chica encerrada en un sótano —dijo Cié con demasiada angustia y furia.
Cuando creía que había visto todo en esa casa, aparecía una nueva monstruosidad.
Unas horas antes, cuando Lleca sacó a Luz del sotar la llevó a recorrer el barrio para demostrarle que allí r había guerra. Luz, con mucha aprehensión, miró a la gent íos autos, el césped de la plaza. Y se largó a llorar desconsoladamente. Lleca no supo qué hacer y le propuso regrsar al sótano, pero ella no quería volver con su madre, qu le había mentido toda la vida. Entonces Lleca la llevó al único lugar que creyó seguro, el loft de Nico, donde ahora vivía el amigo copado de Cielo.
Como Alex era amnésico, le creyó cuando Lleca le dij? que conocía a ambos.
—Fíjate en tus papelitos, boncha, soy Lleca, soy tu rr gomia —le pidió, mientras le señalaba un papel donde leía «Lleca, amigo de Cielo, habla al vesre».
Alex los hizo pasar, y como tenía que ir a la clínica, 1 dejó quedarse allí. Cuando Luz se tranquilizó, Lleca llamó . Cielo, a quien le contó apenas llegó de dónde provenía niña. Y Cielo, por supuesto, convocó a Nico.
Ambos, consternados, habían escuchado la historia de Luz. Cielo se maldijo por no haber tomado en serio a Lleca aquella vez, cuando le dijo que hablaba con alguien a través de una rejilla. Además ahora entendía que no había sido un sueño, sino que realmente había visto a esa nena en aquel sótano. Cielo no pudo evitar llorar y maldecirse por haber sido, también en eso, tan ciega.
Lo aberrante era que esa chica decía ser hija de Tina, y haber vivido toda su vida en un sótano, creyendo las historias de guerra que Justina le contaba. Nico y Cielo estaban muy impactados, esa historia iba más allá de lo imaginable, era algo indecible, fuera de lo humano.
Llamaron a Rama y le pidieron que concurriera al loft para cuidar a Luz. Al enterarse de todo, Rama quedó tan conmovido como ellos.
Nico y Cielo cruzaron a la mansión y se encerraron para hablar con Tina. Ella lloraba sin parar, pero junto a Bartolomé habían tenido tiempo para inventar una explicación.
—Esa chica, Lucecita... no es mi hija —comenzó a fabular Justina.
Nico y Cielo se miraron, cada vez lo horrible se volvía más horrible.
—¿Cómo que no es tu hija? ¿La robaste?
—¡No! —exclamó ella, golpeando la mesa con un puño—. ¡La salvé!
—Yo me enteré hace poco... —dijo Bartolomé, siempre salvando su pellejo—. Un horror la historia, pero escúchenla...
Tina entonces contó su patraña. Les dijo que unos años atrás, cuando estaban tramitando algunos traslados de menores a la Fundación, una asistente social le había ofrecido comprar un bebé. Ella se había horrorizado ante semejante cosa, pero le siguió la corriente para llegar al fondo de esa cuestión. Esta asistente social, en realidad, era parte de una organización de traficantes de bebés. Justina descubrió que tenían a esta beba robada, cuyos padres habían matado los mismos traficantes de bebés. Justina dijo haber visto la posibilidad de sustraerles a la beba, y lo hizo sin dudar. Como no sabía qué
hacer con ella para protegerla, la escondió en el sótano. Le asistente social había sospechado de ella y la había amenazado; si descubría que ella les había sacado a la beba, matarían a ambas. Fue por eso que la mantuvo oculta, asegur: para resguardarla de esos traficantes mañosos.
La historia tenía muchas grietas, y a Nico y a Cielo n: les cerró del todo. Pero Justina explicó cada duda.
—¿Por qué no la llevó a la policía, o a un juez? j
—Porque esos mañosos manejan todo, tienen jueces J policías comprados.
—Como buenas porquerías, ¿no? —dijo Cielo mirando í ambos con intención.
—¿Y por qué esa historia de la guerra? —preguntó NicJ aún muy impresionado por todo. I de alguna manera la tenía que retener ahí... Cuandiil empezó a querer salir, le tuve que inventar algo... Fue único que se me ocurrió.
—¿Y por qué tanto tiempo, Justina? —preguntó Nico * agregó despavorido—: ¡Tiene diez años!
—Cada tanto esos mañosos pasaban por acá, me hacia:. saber que me vigilaban, que me tenían marcada... Me a. mucho miedo sacarla del sótano. Pero el lugar es un lugar hermoso... no es horrible.
Cuando bajaron al sótano y vieron el lugar, Nico y Ciel: acordaron que, en efecto, no era tan tétrico como prometió Pudieron observar el mundo cálido y de ensueño que le habíí armado a esa pobre niña. Sin embargo, no dejaba de ser una cárcel siniestra.
—Esto se terminó —dijo Nico, mirando a Bartolomé— Esa nena no vuelve a este lugar... ¿De acuerdo, Bartolomé’
—Por supuesto que no. Digo, por supuesto que sí, que noJ vuelve digo. *
—Y hay que ponerle un ejército de psicólogos —dije Cielo—. Y empezar a buscar a su familia.
—Los padres murieron —comunicó Tina, tensa.
—Tendrá abuelos, tíos, algún hermano, o hermana... —conjeturó Cielo, y Justina y Bartolomé sintieron un escalofrío.
hacer con ella para protegerla, la escondió en el sótano. L¿ asistente social había sospechado de ella y la había amenazado; si descubría que ella les había sacado a la beba, maznan a ambas. Fue por eso que la mantuvo oculta, asegur: para resguardarla de esos traficantes mañosos.
La historia tenía muchas grietas, y a Nico y a Cielo les cerró del todo. Pero Justina explicó cada duda.
—¿Por qué no la llevó a la policía, o a un juez?
—Porque esos mañosos manejan todo, tienen jueces policías comprados.
—Como buenas porquerías, ¿no? —dijo Cielo mirandc i ambos con intención.
—¿Y por qué esa historia de la guerra? —preguntó NieM aún muy impresionado por todo.
—De alguna manera la tenía que retener ahí... Cuanc: empezó a querer salir, le tuve que inventar algo... Fue ’. único que se me ocurrió.
—¿Y por qué tanto tiempo, Justina? —preguntó Nico. ; agregó despavorido—: ¡Tiene diez años!
—Cada tanto esos mañosos pasaban por acá, me hacía saber que me vigilaban, que me tenían marcada... Me di mucho miedo sacarla del sótano. Pero el lugar es un lugar hermoso... no es horrible.
Cuando bajaron al sótano y vieron el lugar, Nico y Ciel: acordaron que, en efecto, no era tan tétrico como prometía Pudieron observar el mundo cálido y de ensueño que le había armado a esa pobre niña. Sin embargo, no dejaba de ser una cárcel siniestra.
—Esto se terminó —dijo Nico, mirando a Bartolomé—. Esa nena no vuelve a este lugar... ¿De acuerdo, Bartolomé’
—Por supuesto que no. Digo, por supuesto que sí, que no vuelve digo.
—Y hay que ponerle un ejército de psicólogos —dijo Cielo—. Y empezar a buscar a su familia.
—Los padres murieron —comunicó Tina, tensa.
—Tendrá abuelos, tíos, algún hermano, o hermana... —conjeturó Cielo, y Justina y Bartolomé sintieron un escalofrío.
Cielo no pudo acompañar a Nico durante todo el proceso judicial como le había prometido, porque se dedicó de lleno a la pequeña Luz. La niña finalmente aceptó ir a la mansión, pero se negó a ver y hablar con Justina.
Al principio, Cielo consideró que, habiendo estado sola toda su vida, sería conveniente un proceso de adaptación, por lo que decidió instalarla en un cuarto sola. Luego, si ella lo deseaba, la mudaría con las chicas, para estar acompañada.
Justina estaba hecha un mar de lágrimas, vagaba por la casa sollozando, y casi no hablaba, no lo hacía como pidiendo perdón. Lejos había quedado la carcelera prepotente y cruel. A Bartolomé se lo veía muy preocupado por la conexión que advertía entre Cielo y su hermana, y se preguntaba cuánto podría tardar la mucama en atar cabos. Pero las cosas habían ido demasiado lejos como para tomar medidas extremas en ese momento. Además, con Bauer viviendo en la casa, no era conveniente remover el avispero.
Luz había caído en una depresión severa. Adaptarse a su nueva vida en esa casa hermosa, donde vivían otros chicos, donde había música y juegos y comidas en familia era un recoriatorio permanente de la mentira en la que había crecido.
Aunque se negaba a hablar con Justina, aceptó, a pedido ie Cielo, escucharla. Entre lágrimas y sollozos, Justina le nabía contado la historia de los traficantes de bebés, y le haoía explicado que había hecho todo eso con el fin de salvarla. Aunque la historia era una falacia, tenía algunos puntos de verdad. Luz sólo la escuchó y no dijo nada. A pesar de que una parte suya aún creía en su madre, seguía sin poder comprender el porqué de tantos años de engaño.
Cielo, por su parte, tenía innumerables motivos para s pechar de la veracidad de esa historia.
—¿Qué pensás de lo que dijo Tina? —le había preg tado Nicolás.
—No sé qué pensar... —dijo ella, conteniéndose para uu contarle sus verdaderos motivos para no dar ningún créditti a sus dichos.
Bartolomé los puso en contacto con un comisario, L’ Blanco, quien les confirmó la existencia de esa supue banda de traficantes; y esa revalidación oficial dio un pe más de credibilidad a los dichos de Justina. Sin embar para ambos nada justificaba la atrocidad de haber teñid una nena encerrada durante diez años en un sótano. A Cielo le partía el corazón saber que llevaría esa marca de por vida.
Se esforzaba por darle toda la alegría y felicidad q podía, cada día, sin embargo notaba que la alegría angustiaba más a Luz, quien se había ido volviendo algo agresh Era reacia a compartir, se negaba a jugar con los chiquit salvo con Lleca, y se resistía a prestar sus juguetes. A pes de todos los esfuerzos que había hecho Alelí por acercara Luz la ignoraba por completo. «Compartir es algo que r. existe en el mundo de alguien que se crió solo», pensó Cié!
La llegada de Luz cambió la mirada de todos los chic de la Fundación. Paradójicamente, comparando sus hisi rías con la de ella, se sintieron algo privilegiados; pero a vez todos comenzaron a ver a Bartolomé y a Justina con m aprehensión que antes: si habían podido hacer algo así, i qué no serían capaces con ellos?
Cuando conoció a Luz, Thiago llegó al límite del odio v la repulsión hacia su padre y Justina. Apenas les hablaba,;. le costaba horrores seguir fingiendo que confiaba en ellos, pero aceptaba el pedido de Cielo, ya que entendía que era mejor dejar que Bartolomé no se sintiera amenazado. Pero Thiago decidió que era momento de comenzar a revertir las cosas, y para ello se le ocurrió una idea.
—¿Un bar? —preguntaron al unísono Mar, Tacho, Jazmín y Rama cuando Thiago se los propuso.
Cielo, por su parte, tenía innumerables motivos para sospechar de la veracidad de esa historia.
—¿Qué pensás de lo que dijo Tina? —le había pregun-j tado Nicolás. j
—No sé qué pensar... —dijo ella, conteniéndose para no contarle sus verdaderos motivos para no dar ningún crédito! a sus dichos.
Bartolomé los puso en contacto con un comisario, Lu Blanco, quien les confirmó la existencia de esa supuesta banda de traficantes; y esa revalidación oficial dio un poc: más de credibilidad a los dichos de Justina. Sin embarg para ambos nada justificaba la atrocidad de haber teñid una nena encerrada durante diez años en un sótano. A Cu le partía el corazón saber que llevaría esa marca de por vid
Se esforzaba por darle toda la alegría y felicidad c podía, cada día, sin embargo notaba que la alegría angustiaba más a Luz, quien se había ido volviendo algo agresn Era reacia a compartir, se negaba a jugar con los chiquit salvo con Lleca, y se resistía a prestar sus juguetes. A pes de todos los esfuerzos que había hecho Alelí por acercars Luz la ignoraba por completo. «Compartir es algo que n existe en el mundo de alguien que se crió solo», pensó Cielo.
La llegada de Luz cambió la mirada de todos los chicos de la Fundación. Paradójicamente, comparando sus historias con la de ella, se sintieron algo privilegiados; pero a la vez todos comenzaron a ver a Bartolomé y a Justina con más aprehensión que antes: si habían podido hacer algo así, ¿de qué no serían capaces con ellos?
Cuando conoció a Luz, Thiago llegó al límite del odio y la repulsión hacia su padre y Justina. Apenas les hablaba, y le costaba horrores seguir fingiendo que confiaba en ellos, pero aceptaba el pedido de Cielo, ya que entendía que era mejor dejar que Bartolomé no se sintiera amenazado. Pero Thiago decidió que era momento de comenzar a revertir las cosas, y para ello se le ocurrió una idea.
—¿Un bar? —preguntaron al unísono Mar, Tacho, Jazmín y Rama cuando Thiago se los propuso.
—Sí, acá enfrente... El local de antigüedades del falso James Jones se cerró. Yo ya averigüé y se puede habilitar como bar. Si Nico nos sale como garante, lo podemos alquilar y ponemos un bar, y lo atendemos nosotros mismos. Estando al lado del colegio, se va a llenar de chicos.
—Tu viejo nunca nos va a permitir eso —dijo Tacho.
—De mi viejo me ocupo yo... Además, si le damos una parte de la recaudación, no creo que le moleste. Sería algo nuestro, chicos. Para empezar a tener nuestro dinero... Yo no quiero un peso más de mi papá. Y ustedes también lo necesitan para empezar a alejarse de toda esta bosta. Podemos hacer shows en vivo... ¿Qué les parece?
No le costó mucho convencerlos, ni convencer a Cielo, que los apoyó ciento por ciento. Ni a Nico, que gustoso les salió de garantía para alquilar el local. Lo único que necesitaban eran recursos para abrirlo.
—Nacho va a hacer una fiesta en el club house de su country... —dijo Jazmín, lo que ocasionó un muy evidente malestar en Tacho. Él seguía enojado y alejado de ella por ese tema. —Le podemos decir que nos contrate.
—Nachito es muy amarrete —aseguró Thiago.
—Conmigo no —dijo Jazmín, y Tacho se retiró de la reunión.
Confiando plenamente en su efecto sobre Nacho, Jazmín ofreció su banda para la fiesta. Y Nacho, que no reparaba en gastos para seducirla, aceptó tanto a la banda como el precio; sólo le pidió que vigilara a sus amigos para que no se robasen nada en la fiesta.
Cielo los ayudó con los ensayos y el vestuario, pero esa vez prefirió no actuar con los chicos. No quería alejarse de la casa ni dejar a los chiquitos solos con Bartolomé, ni a Luz a merced de Justina.
Cuando los cinco llegaron al club house para hacer el show, sintieron sobre ellos la mirada de todos los invitados, adivinaron de inmediato que sería un público muy difícil.
Mar vio cómo Tefi la señalaba sin disimulo y se reía con s amigas. Pero los chicos tenían un sueño, estaban allí pa juntar el dinero para abrir su bar, un bar que los indepe dizaría para siempre. Los sueños dan la fuerza para soportar cualquier mal trago.
Tefi no cesaba de mirar a Mar con odio y criticarla.
—¿Por qué la odias tanto? —le preguntó Nacho—. Ok, blacky, es grasa, y se quedó con Thiago... pero a vos te pa algo más con ella, ¿o no?
—No me molestes, Nacho —dijo ella odiosa, y sumamer. incómoda, alejándose de él.
Promediando la fiesta, Nacho tomó el micrófono para presentarlos. Se deshizo en halagos para Jazmín, casi como si fuera una artista solista, y los demás, su coro. En medio de la presentación, tapó el micrófono y los miró.
—¿Cómo se llama la banda?
Los chicos se miraron. Jamás habían pensado en eso.
—Bueno... la otra vez actuamos como «Cielo y sus Angelitos» —dijo Rama.
—Pero Cielo no está acá... —dijo Nacho—. ¿Los presen como «Los Angelitos»? —preguntó casi con asco.
Los chicos se miraron, no les gustaba para nada ese nombre, pero la gente se impacientaba. Entonces Nacho resolvió.
—No, es re grasa. Por lo menos que sea un nombre en inglés —dijo sin admitir discusión, volvió al micrófono, y anunció, grandilocuente—: ¡Con ustedes... TeenAngels!
Los chicos comenzaron a cantar. Thiago se preguntó si no sería una provocación cantar, justamente allí la canción que Cielo había instado a escribir a Mar, Jaz, Tacho y Rama un día en que estaban furiosos con Thiago y sus amigos chetos. «Saqúense la bronca, escriban todo lo que sienten en una canción», les había dicho Cielo. Y ellos escribieron Nenes bien.
Nenes bien, que van portando apellido...
Y a la calle no los dejan ni asomar.
Que no saben que lo simple y divertido...
Es vivir como uno quiere y nada más.
Los cinco crecían sobre el escenario, ante la mirada atónita de los nenes bien invitados a la fiesta. Cuando empezaron a ver que algunos tímidamente movían sus pies al ritmo de la canción, una energía arrolladura descontroló sus cuerpos.
De uniforme van formados al colegio...
Combinados con el auto de papá.
Ya la tarde el inglés es el recreo...
Porque mami en el gimnasio siempre está.
Rama se sentía una estrella de la canción avanzaba entre las chicas, todas rubias, todas bronceadas, que lo miraban atraídas. Thiago omitía mirar al equipo de rugby del colegio, del que él era parte, imaginando las cargadas en el próximo entrenamiento. Tacho no podía contener su bronca al ver a Jazmín dedicándole sus estrofas a Nacho, pero sintió una gran satisfacción al ver la bronca de ella cuando las nenas bien de la fiesta comenzaron a gritarle a él «caño». Mar se sentía alta y esbelta, nacida en un escenario.
Veni a bailar y sacate la careta.
Yo estoy acá, y te quiero acompañar.
Venía soñar, que la vida nos espera...
Vos sabes que podrás ser feliz, de verdad...
Nene, ¿que esperas?
No tardes más...
Con excepción de Tefi, todos los nenes bien bailaron y vivaron a la banda, a la que, precipitadamente había bautizado Nacho. Aquella noche, nació TeenAngels.

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