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Capitulo 13 Padres e hijos





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—En el juicio de paternidad de Marcos Andrés Ibarlucía y Carla Ingrid Kosovsky contra Nicolás Andrés Bauer, este juzgado da por iniciada la sesión.
Las audiencias comenzaron. El abogado de Nico era optimista, aunque no tenían muchos elementos para serlo. Nico confiaba en que prevalecería el sentido común. Aunque Cielo no podía estar allí con él, lo llamaba permanentemente y le hacía saber que lo acompañaba.
Nico estaba sentado junto a su abogado y amigo, Marcelo Loyza. Detrás de él, como protegiéndole las espaldas, estaban Malvina y Berta, su madre, que había viajado especialmente a la ciudad para apoyarlo. A su derecha, Carla estaba sentada junto a Marcos Ibarlucía y la abogada de ambos.
Marcos fue el primero en declarar.
—Señor Ibarlucía... —preguntó su propia abogada—. Qué relación tiene con la señora Carla Kosovsky?
—Fuimos pareja casi dos años.
—¿Sabía usted que ella fue pareja de Nicolás Bauer?
—Lo supe. Ellos fueron pareja luego de que ella y yo terminamos.
—¿Y no volvió a verla desde entonces?
—Volví a verla recientemente, cuando vino a decirme que el hijo que había tenido con Bauer era, en realidad, hijo mío.
Nico respiró hondo para serenarse. ¿Cómo se le decía a una ueza que eso era mentira? Que ese hombre había abandonado a Carla cuando supo que estaba embarazada y que jamás quiso conocer a su hijo. ¿Cómo se demostraba eso sin pruebas?
—Fue un golpe muy duro —continuó Marcos con afectación—. Saber que otro hombre había criado a mi hijo como si fuera propio, que me había perdido para siempre su infancia, sus primeros pasos... fue muy duro.
—¿Qué pretende ahora?
—Recuperar lo que me robaron. Soy el hijo no reconocido de Andrés Bauer. Nicolás Bauer siempre me odió y Uegc hasta a robarme a mi hijo. Eso quiero, justicia.
Berta estiró su mano hasta tocar el hombro de su hijo sabía, conociéndolo, que estaría a punto de estallar. Pan ella también era un dolor grande que un hombre, aunqfuera una lacra, hubiera crecido sin ser reconocido por padre, su difunto esposo. Estaba convencida de que su mardo nunca se había enterado de aquello, pero las pruebas cADN confirmaban que Marcos era hijo de Bauer.
Cuando fue el turno del abogado defensor, Loyza le preguntó a Marcos si era cierto que, tras abandonar a Bauer Carla había vuelto con él, y Marcos lo negó, mintiendo E abogado insistió, ya que eso probaría que sería muy extrañ que Carla no le hubiera contado entonces que el hijo era suyo, pero Ibarlucía persistió en mentir.
—¡Mentira! —dijo Nico no pudiendo evitar elevar la voz y Berta volvió a apretarle el hombro.
Carla, por su parte, también abonó a la mentira, per.. Nico veía que lo hacía como a pesar suyo; sin dudas Ibarlu cía la amenazaba con algo. Ella negó haberle contado antes que Cristóbal era su hijo; y ante la pregunta de por qué ella había abandonado al niño, relato lo que previamente había ensayado con su abogada.
—Luego de la separación con Marcos, entré en una crsis depresiva, que se agravó cuando supe que estaba embarazada. Ahí volví con Nicolás, él fue encantador conmigo me contuvo muchísimo. Pero la depresión se agravó cuand nació Cristóbal. Tuve una depresión posparto diagnosticada y corroborada por el perito psiquiatra. Fue bajo esa depresión que abandoné a mi hijo.
—¿Y cuando comprendió el error, intentó volver a verlo —preguntó su abogada.
—Miles de veces, pero Nicolás estaba muy enojado nunca me lo permitió.
La sangre hervía en las venas de Nico, no podía contenerse sin estallar ante tanta mentira y descaro. Quería gritar que no había existido tal depresión, que había sido toda su vida una mujer perversa, que lo abandonó a él y a su hijo para irse atrás de otro hombre. La jueza lo hacía callar cada vez que él se descargaba comentándole en voz alta sus pensamientos a su madre.
Cuando llegó su turno de hablar, Nico hizo un gran esfuerzo por contener su verborragia y su necesidad de gritar la verdad.
—Cuando Carla se fue, la busqué desesperadamente, la llamé miles de veces, todos los días; le supliqué que volviera a ver a su hijo, pero ella jamás me atendió. Estaba viajando por el mundo con Ibarlucía. Yo a él no lo conocía y ni sabía que era mi medio hermano. Me acabo de enterar.
La abogada de Marcos y Carla comenzó una batería de preguntas tendientes a provocarlo y desestabüizarlo.
—¿Se considera un buen padre?
—Sí.
—¿Y cree que mentir es algo bueno?
—Depende.
—¿Sí o no?
—No.
—¿Es de buen padre mentirle a un hijo?
—No —respondió Nico sabiendo hacia dónde apuntaba.
—Sin embargo, usted le mintió toda la vida a su hijo, diciéndole que era el padre biológico y que la madre estaba enferma en África.
—Eso lo hice porque...
—¿Le mintió o no le mintió?
—Sí. Le mentí —tuvo que admitir.
—Adjunto una copia de una carta que escribió el señor Bauer, haciéndose pasar por la madre del niño, supuestamente enferma en África.
—Fue un error... —se defendió Nico—. Preferí eso a decirle que su madre lo había abandonado.
—No más preguntas.
—Pero yo sí tengo más respuestas.
—Bauer... —le advirtió la jueza. J
—Admito que me equivoqué, pero lo hice por amor. Am que estas dos personas no conocen. Ellos, que ahora haca un juicio, y dicen ser padre y madre, jamás van a poder sea tir ni un gramo del amor que yo siento por mi hijo. PorqJ es mí hijo, aunque no tenga mi sangre. La unión que tenJ mos Cristóbal y yo es más fuerte que cualquier ADN. Por esi le pido, le suplico, que no le arruinen la vida a Cristóbal. Yi lamento mucho, Marcos, que no hayas podido crecer con 3 papá —dijo mirando a Marcos—. Por favor, no le haga ii mismo a Cristóbal, él no se lo merece. —Suficiente, Bauer.
Los días corrían y las audiencias no marchaban bien más fuerte que tenían contra Marcos era su condición de tra ficante de reliquias arqueológicas y las múltiples identides con las que se manejaba, pero no pudieron probar eso. De todas maneras, el abogado de Nico seguía ma teniéndose optimista. Primaba en todos la idea de que jueza, siendo mujer, atendería al sentido común. Pero el tenían testimonios, y los otros, pruebas. Berta estaba c vencida de que cuando llegara el día de dar su testimo: sería decisivo.
—Lo primero que quiero resaltar, son los valores c tiene Bauer —así llamaba Berta a su hijo—. Desde la cunt mi marido le enseñó...
—Señora, limítese a responder las preguntas —le india jueza con fastidio ante la familiar tendencia a irrespe el proceso.
—Si no me deja, no puedo responder. Cuando Bauer tuvo que hacer cargo de Cristóbal por el abandono de Car ¿qué hizo? Se puso los pantalones, como haría cualquier Bauer. Mi hijo tiene valor, honor, orgullo, es el fiel reflejo de mi marido.
—Señora...
—¡Ningún Bauer abandonaría a una criatura! —continua
—Bauer... —le advirtió la jueza. 1
—Admito que me equivoqué, pero lo hice por amor. Al que estas dos personas no conocen. Ellos, que ahora nao un juicio, y dicen ser padre y madre, jamás van a poder sen-1 tir ni un gramo del amor que yo siento por mi hijo. Porq es mi hijo, aunque no tenga mi sangre. La unión que tei mos Cristóbal y yo es más fuerte que cualquier ADN. Por t le pido, le suplico, que no le arruinen la vida a Cristóbal lamento mucho, Marcos, que no hayas podido crecer con u papá —dijo mirando a Marcos—. Por favor, no le hagas ki mismo a Cristóbal, él no se lo merece. J
—Suficiente, Bauer.
Los días corrían y las audiencias no marchaban bien más fuerte que tenían contra Marcos era su condición de t: ficante de reliquias arqueológicas y las múltiples identic des con las que se manejaba, pero no pudieron probar na de eso. De todas maneras, el abogado de Nico seguía manteniéndose optimista. Primaba en todos la idea de que la jueza, siendo mujer, atendería al sentido común. Pero ellos tenían testimonios, y los otros, pruebas. Berta estaba convencida de que cuando llegara el día de dar su testimonio sería decisivo.
—Lo primero que quiero resaltar, son los valores q tiene Bauer —así llamaba Berta a su hijo—. Desde la cuna... mi marido le enseñó...
—Señora, limítese a responder las preguntas —le indicó la jueza con fastidio ante la familiar tendencia a irrespetar el proceso.
—Si no me deja, no puedo responder. Cuando Bauer se tuvo que hacer cargo de Cristóbal por el abandono de Carla ¿qué hizo? Se puso los pantalones, como haría cualquier Bauer. Mi hijo tiene valor, honor, orgullo, es el fiel reflejo de mi marido.
—Señora...
—¡Ningún Bauer abandonaría a una criatura! —continuó con vehemencia, y agregó mirando a Marcos—: Y mi marido nunca supo que eras su hijo, si no te hubiera reconocido, porque los Bauer tenemos corazón, sabemos lo que es amar. En cambio ustedes, con ese resentimiento, este par de hijos de Prunia son una montaña de bosta fosilizada, un cargamento de guano mal digerido...
—¡Retírenla! —ordenó la jueza.
Berta no estuvo de acuerdo con el abogado, que argumentaba que su testimonio había jugado en contra. Aún mantenían el optimismo, sobre todo Malvina, que ya había decidido que, cuando llegara la hora de votar, ella votaría a favor de Nicky.
Pero el optimismo chocó con una tristísima noticia. La jueza había llamado a Loyza para hacerle una propuesta. Le había aclarado que no dudaba del amor de Nico ni de sus buenas intenciones, sin embargo las pruebas y errores cometidos por éste eran concluyentes. Por lo tanto, y casi como un acto de piedad para con él, para evitar una derrota total, la jueza les propuso llegar a un arreglo: conceder a los padres biológicos la patria potestad del menor, y reservarse para sí un régimen de visitas.
—¿Qué quiere decir «régimen de visitas»?
—Te permitirían verlo dos veces al mes.
Al día siguiente, Nico recibió la visita de Carla. Ella estaba enterada de la propuesta de la jueza y suponía, conociendo a Nicolás, que no la aceptaría.
—Por favor, Nicolás, acéptala. Si sigue el juicio, lo vas a perder, y Marcos no te va a dejar verlo. Él te odia, a vos, a toda tu familia, y va a ir hasta las últimas consecuencias.
—¿Vos me estás pidiendo que yo acepte ver a mi hijo dos días al mes?
—Yo puedo lograr que sea una vez por semana...
—¿Vos me vas a autorizar a mi cuándo ver a mi hijo? — estalló Nicolás—. Y si acepto... ¿dónde va a vivir? ¿En lo de Ibarlucía o en tu casa? ¿Se lo van a dividir en pedazos? ¡No!
Voy a hacer lo que tenga que hacer. Nadie me va a separar de Cristóbal.
—Pero, Nicolás, no estás pensando... Vas a perder.
—No, tenes razón. No estoy pensando. ¿Y sabes por qué? Porque no se puede pensar en que te separen de tu hijo cuando sos padre. Porque ustedes, que hacen un juicio de paternidad, no tienen idea de lo que es ser padre. Si supieras lo que es ser madre, jamás podrías firmar un acuerdo para ver a tu hijo dos veces por mes. Así que no voy a firmar, no voy a arreglar, y voy a llegar hasta el final del juicio, porque eso es lo que hacemos los padres. No voy a abandonar a mi hijo, porque quiero estar siempre, siempre con él, eso es la paternidad.
Voy a hacer lo que tenga que hacer. Nadie me va a separar de Cristóbal.
—Pero, Nicolás, no estás pensando... Vas a perder.
—No, tenes razón. No estoy pensando. ¿Y sabes por qué? Porque no se puede pensar en que te separen de tu hijc cuando sos padre. Porque ustedes, que hacen un juicio de paternidad, no tienen idea de lo que es ser padre. Si supieras lo que es ser madre, jamás podrías firmar un acuerdo para ver a tu hijo dos veces por mes. Así que no voy a firmar, no voy a arreglar, y voy a llegar hasta el final del juicio, porque eso es lo que hacemos los padres. No voy a abandonar a mi hijo, porque quiero estar siempre, siempre con él, eso es la paternidad.
El local bajo el loft tenía cada día más cara de bar. Habían pintado las paredes con aerógrafo, en azul y blanco, simulando nubes. Sobre la puerta colgaron un cartel de neón que rezaba «Bar TeenAngels». Les había gustado tanto el nombre que lo habían adoptado para la banda y también para el bar.
Mar era la encargada de los aspectos técnicos. Fiscalizaba o realizaba ella misma las tareas de electricidad, plomería, albañilería y pintura. Jazmín y Lleca eran los encargados de arreglar con los proveedores; Lleca, por su experiencia en la negociación y ella, para rogar descuentos con su carita angelical y seductora. Tacho se encargaba de la logística y de todo lo que requiriera de fuerza, y Rama se ocupaba de la decoración y musicalización. Thiago, con sus contactos en el colegio contiguo, se encargaba de las relaciones públicas.
Cielo y Nico, en los pocos momentos libres que tenían, se dedicaban de lleno a ayudarlos. Cielo les donó su sueldo, que seguía pagando Nico, y sus ahorros. Nico también contribuyó con dinero, y hacían todo lo que podían por los chicos. Además, ambos sabían que era una manera de pasar más tiempo juntos.
Las relaciones entre Tacho y Jazmín no habían mejorado sino que, muy por el contrario, habían empeorado al punto de no hablarse. Tacho le había creído a Jazmín cuando le contó que los dichos de Nacho eran falsos, pero ella seguía sin creerle que él no lo había golpeado.
—Y si lo golpeé, ¿qué? ¿Te importa a vos ese cheto sucio? —la desafió él.
—No quiero estar con un tipo violento...
—¡Yo no soy violento! Soy calentón, pero jamás lo toqué.
Pero a vos te conviene pensar eso porque en realidad queras enganchar a ese cachetón y sus millones, ¿no?
A partir de esa frase, ella dejó de hablarle. Él estaba tan obsesionado con la posibilidad de que Jazmín accediera a las pretensiones de Nacho que estaba casi provocando que eso ocurriera.
Brenda y Rama se habían distanciado Luego de que Rama había descubierto que su padre estaba arreglado con Bartolomé, él decidió hablarlo con ella. Sabía, por haberlo visto en Thiago, que recibir ese tipo de noticia sobre un padre era algo muy difícil. Y ella no lo tomó bien. Sin embargo, cuando ella le manifestó que necesitaba alejarse un poco, le dijo que los motivos nada tenían que ver con su padre, sino que notaba que él estaba enamorado de Marianella. Rama lo negó, pero ella estaba convencida y no le creyó.
—Y además... se nota que ella también —le dijo refiriéndose a lo que Marianella sentía por él.
Esta afirmación de Brenda había reavivado las ilusiones nunca extintas de Rama. Mar seguía con Thiago, y más allá de algunas demostraciones de celos, Rama no creía que estuviera enamorada de él, pero quería creerlo, de modo que rápidamente volvió a sufrir por ese amor no correspondido. Aún le faltaba tiempo para vislumbrar que ése sería un patrón que repetiría, una y otra vez.
Mar, por su parte, estaba descubriendo su propio patrón de relación. Habiendo superado la instancia del amor clandestino y la imposibilidad, ahora que Bartolomé ni se atrevía a impedirlo, Marianella había empezado a ver fantasmas por todos lados. Como si ella no pudiera creer que podía tener una relación feliz, estaba todo el tiempo esperando el drama que la despertara de ese hermoso sueño, convencida de que en cualquier momento darían las doce y su vestido de princesa se convertiría en harapos. Por eso vivía alerta a cualquier señal de peligro; se volvió desconfiada y paranoica, pues temía que Thiago la engañara o la dejara por otra. Él no le daba ningún motivo para que reaccionara así, sin embargo ella no podía confiar del todo en su conducta.
Pero a vos te conviene pensar eso porque en realidad queras enganchar a ese cachetón y sus millones, ¿no?
A partir de esa frase, ella dejó de hablarle. Él estaba tan obsesionado con la posibilidad de que Jazmín accediera a las pretensiones de Nacho que estaba casi provocando que eso ocurriera.
Brenda y Rama se habían distanciado. Luego de que Rama había descubierto que su padre estaba arreglado con Bartolomé, él decidió hablarlo con ella. Sabía, por haberlo visto en Thiago, que recibir ese tipo de noticia sobre un padre era algo muy difícil. Y ella no lo tomó bien. Sin embargo cuando ella le manifestó que necesitaba alejarse un poco, le dijo que los motivos nada tenían que ver con su padre, sino que notaba que él estaba enamorado de Marianella. Rama lo negó, pero ella estaba convencida y no le creyó.
—Y además... se nota que ella también —le dijo refiriéndose a lo que Marianella sentía por él.
Esta afirmación de Brenda había reavivado las ilusiones nunca extintas de Rama. Mar seguía con Thiago, y más allá de algunas demostraciones de celos, Rama no creía que estuviera enamorada de él, pero quería creerlo, de modo que rápidamente volvió a sufrir por ese amor no correspondido. Aún le faltaba tiempo para vislumbrar que ése sería un patrón que repetiría, una y otra vez.
Mar, por su parte, estaba descubriendo su propio patrón de relación. Habiendo superado la instancia del amor clandestino y la imposibilidad, ahora que Bartolomé ni se atrevía a impedirlo, Marianella había empezado a ver fantasmas por todos lados. Como si ella no pudiera creer que podía tener una relación feliz, estaba todo el tiempo esperando el drama que la despertara de ese hermoso sueño, convencida de que en cualquier momento darían las doce y su vestido de princesa se convertiría en harapos. Por eso vivía alerta a cualquier señal de peligro; se volvió desconfiada y paranoica, pues temía que Thiago la engañara o la dejara por otra. Él no le daba ningún motivo para que reaccionara así, sin embargo ella no podía confiar del todo en su conducta.
Pero las dificultades amorosas no impedían que funcionaran a la perfección como grupo. Todo lo vivido los había unido de una manera especial; para ellos, la amistad que tenían era más importante que cualquier otra cosa.
Cielo estaba feliz por ellos y disfrutaba de esa especie de remanso. Con Justina debilitada por lo de Luz, y Bartolomé debilitado por el accidente de Thiago, habían cesado la explotación y los maltratos. Aunque Cielo tenía en claro que sólo se trataba de una tregua. Bartolomé seguía sin cobrar su herencia y suponía que, cuando necesitara dinero, volverían a la carga.
Por ese motivo decidió anticiparse. Sabía que la solución era la justicia, sólo necesitaba conseguir un juez honesto. Con la excusa de hacerle una consulta por el tema de Luz, Cielo le pidió a Nico que, por medio de su abogado, le recomendara un juez. Y el abogado les recomendó al juez de menores más probo y honesto que conocía, el doctor Arteche.
El tape que Cielo le había entregado al comisario Azúcar, y que luego éste le dio a Bartolomé, por supuesto, no era la única copia. Cielo y los chicos no habían sido tan estúpidos como para quedarse sin esa prueba. Sólo hacia falta tener una nueva ocasión de presentarla. Ella lo consultó con los cinco amigos, y todos estuvieron de acuerdo y quisieron acompañarla.
—Ustedes dediqúense al bar, a la música y a ser felices. Yo me ocupo de esto —les dijo muy segura.
Partió con sus pruebas a ver al juez Arteche, que era un hombre muy mayor y había visto de todo en su juzgado. Se indignó con las pruebas y relatos de Cielo. Además ella le habló sobre la existencia de Luz y la dudosa historia de Justina. El juez prometió iniciar sus investigaciones y le aseguró que sería muy discreto, ya que eso era vital para mantener la seguridad de los menores. Como primera medida, enviaría a un asistente social del juzgado para efectuar un r elevamiento.
Al salir, Cielo cruzó la calle y se acercó al juzgado donde se estaba desarrollando otra jornada de audiencia en el juicio a Nicolás.
—De pronto... —le dijo Nico en un receso—. Pasamos de ser un arqueólogo y una acróbata a vivir en juzgados.
—¿Qué no haríamos por los chicos, no?
Y se miraron con un amor profundo, un amor que ya no soportaba distancias. Malvina también veía ese amor, y por eso decidió dejarlos solos, luego de darles el café que había ido a buscar para ellos.
Al salir, Cielo cruzó la calle y se acercó al juzgado donde se estaba desarrollando otra jornada de audiencia en el juicio a Nicolás.
—De pronto... —le dijo Nico en un receso—. Pasamos de ser un arqueólogo y una acróbata a vivir en juzgados.
—¿Qué no haríamos por los chicos, no?
Y se miraron con un amor profundo, un amor que ya nc soportaba distancias. Malvina también veía ese amor, y por eso decidió dejarlos solos, luego de darles el café que había ido a buscar para ellos.
El día en que declinó la oferta de un arreglo Nico adivinó por la cara de decepción de la jueza que la sentencia no sería favorable.
A lo largo del juicio, la abogada querellante había logrado demostrar muchos hechos que lo perjudicaban: que no tenía un trabajo estable y que su situación financiera, tras meses de no trabajar debido precisamente al juicio, no era muy holgada. Se demostró que, por la actividad de Nico, Cristóbal había pasado la mayor parte de su vida viajando, sin establecerse en un lugar, y que por eso su educación formal sufría constantes interrupciones; en tan solo tres ciclos escolares había estudiado en cinco colegios. El hecho de que Cristóbal fuera una especie de genio y, además, muy instruido no fue tomado en cuenta.
También se hizo constar que, profesionalmente, su vida estaba dedicada a la búsqueda de la isla de Eudamón. La abogada había presentado dos informes de dos respetadísimos arqueólogos que habían calificado la creencia en la mítica isla de Eudamón como un «delirio» y como una «fantástica ingenuidad». Se demostró también que la endeble situación financiera de Nico se debía a la gran cantidad de dinero gastado en la «ingenua y delirante» búsqueda de Eudamón; empresa a la que, por supuesto, acarreó a Cristóbal. Se dejó constancia de que en esos viajes el menor había estado en zonas de emergencia sanitaria, con el riesgo que eso significaba, sobre todo para un niño asmático.
Se adjuntaron, asimismo, tres pericias psicológicas que planteaban los posibles daños ocasionados al menor con las mentiras sobre su identidad y, según la abogada querellante, se tuvo en cuenta la experiencia traumática de haber sido víctima de un secuestro, hecho que, como mínimo, dejaba en evidencia las serias deficiencias de Bauer para garant zar la seguridad del menor. Malvina tuvo que retirarse al to lette cuando mencionaron este último punto.
Luego de los alegatos finales, la jueza anunció que al di siguiente se haría la lectura de la sentencia. Nicolás pidi< por medio de su abogado, hacerlo un día después. Tan1 Marcos como Carla se negaron; él porque solamente quen fastidiarlo, y Carla, porque deseaba terminar de inmediat con ese juicio. Sin embargo, Nico insistió. Cuando la juez le preguntó al abogado de Nicolás por qué la insistencia co posponerlo un día, fue Nico el que respondió:
—Porque mañana es el cumpleaños de Cristóbal, y quier estar con él.
Se produjo un silencio generalizado en la sala, tras i cual Nico miró a la jueza y le dijo:
—Mire a los padres que reclaman a mi hijo... Una madr que ni siquiera recuerda el día que lo tuvo.
Pero como la querella no estuvo de acuerdo en pospone la lectura de la sentencia, el pedido no le fue concedido.
Al día siguiente, todos se reunieron en la mansión a feste jarle el cumpleaños a Cristóbal pero, aunque se esforzaron, fu muy difícil arrancarle una sonrisa. Cristóbal sabía que ese di se conocería la sentencia, y por el excesivo optimismo de si padre, intuía que las cosas no iban bien. Nico había decididi no presentarse a la lectura, en la que estaría representado pa su abogado. Él no se perdería el cumpleaños de su hijo.
Cristóbal abrió cada regalo intentando mostrarse feliz Nico le regaló un triceratops a control remoto, y a pedido de propio Cristóbal, contrató un mago. Le llamó mucho la aten ción que su hijo quisiera esto, ya que no le gustaban los magos más bien lo aburrían porque les descubría todos los trucos
Su abuela Berta, o la madre de su padre, como preferís ella ser llamada, le regaló una momia que hablaba. Malvinj le obsequió un juego didáctico para niños de seis meses dos años. Cielo le regaló su vieja cámara fotográfica.
Los TeenAngels le regalaron un flamante demo que habían grabado, además de un interesantísimo juego de estrategia. Monito, Alelí y Lleca le dieron una enciclopedia arqueológica, claramente, elegida por Nico. Todos se sorprendieron cuando Luz, que casi no hablaba con nadie, se acercó y le regaló un par nuevo de walkie-talkies, idea propuesta por Cielo. Hasta Justina le entregó un presente, una alcancía con forma de ataúd. Bartolomé le dio el tironcito de orejas y le regaló un par de medias.
Antes de que comenzara el show del mago, Cristóbal se acercó a Rama y le dijo que necesitaba pedirle un favor.
—Lo que quieras, enano —dijo Rama.
—Es un favor grosso, Rama. Y no se puede enterar mi papá.
Rama arqueó las cejas cuando Cristóbal le dijo lo que necesitaba, pero accedió.
El show del mago fue muy divertido, y grandes y chicos se asombraron con trucos realmente sorprendentes. Cuando el mago hizo el clásico truco de la desaparición del baúl, invitó al homenajeado a participar como partenaire. Nicolás supuso que Cristóbal se rehusaría, pues no era muy afecto a la exposición pública, sin embargo su hijo accedió de buena gana.
El mago lo ayudó a meterse dentro del baúl, lo cerró, hizo pasar a Alelí para que dijera las palabras mágicas, y luego abrieron el baúl. Como era de esperarse, Cristóbal no estaba allí. Todos aplaudieron, y el mago volvió a cerrar el baúl. Quiso hacer pasar a Luz para que dijera las palabras mágicas de la reaparición, pero ella no quiso. Fue Monito el encargado. Todos bromearon diciendo que Monito había dicho mal las palabras mágicas cuando, al abrir el baúl, Cristóbal no estaba allí. Pero Nico se preocupó al ver la cara de desconcierto del mago.
—¿Qué pasa, flaco? —preguntó Nico ya alarmado, mientras el mago miraba por detrás del baúl mágico.
—Hay un error... debería estar acá —dijo el mago con preocupación.
Y Nico comprendió lo que estaba ocurriendo.
En ese momento, Cristóbal se encontraba frente a la mansión con Rama, que ya lo esperaba en un taxi, para acompañarlo al juzgado. Nico salió de la mansión, seguido por todos los demás, y lo vieron partir.
—Va al juzgado —afirmó Nico—. Va a hablar con la jueza
La jueza estaba por proceder a la lectura del veredict: cuando se abrió la puerta de la sala de audiencias y entr ron Rama y Cristóbal, agitados. Carla se estremeció al ver y Marcos no pudo sostenerle la mirada.
—Yo quiero hablar —dijo Cristóbal mirando a la juez”
—Primero respira, enano —le aconsejó Rama, vien que se estaba agitando más de la cuenta.
Al pasar junto a su madre, ella le sonrió.
—Feliz cumpleaños, Cristóbal.
—Por ahora no tengo un feliz cumpleaños, mamá.
En ese momento se volvió a abrir la puerta, y entrar en tropel Nico, Malvina, Berta, Cielo, y todos los chicos.
—No tenes escrúpulos, Bauer —le dijo Ibarlucía—. Mádar al chico para intentar dar vuelta el juicio.
La abogada querellante objetó la intención de Cristóbf’ pero él insistió.
—Por favor, jueza, déjeme hablar. Yo le quiero decir que siento.
—¿Cuántos años cumplís, Cristóbal? —le preguntó ella.
—Ocho.
—Bueno, yo creo que con ocho años, este hombrecito puede hablarnos de lo que siente —concluyó.
Muy diligente, Cristóbal subió al estrado, acomodó micrófono a su altura, carraspeó y miró a todos. Sus ojos t encontraron con los ojos conmovidos de su padre.
—Yo siempre tuve a mi papá... —comenzó—. Y me faltaba una mamá. Ahora tengo a mi mamá, pero me sobra un papá —dijo y miró a Marcos—. A lo mejor, algún día te empiezo a conocer y te llego a querer, pero todavía no. Y menos si haces sufrir así a mi papá —aseguró y miró a la jueza—. Porque, señora... Nicolás Bauer es mi papá.
Y se quedó callado. Le sudaban las manos, y le estaba costando respirar. La jueza pidió que le sirvieran agua.
—¿Puedo leer? Estoy nervioso...
—Por supuesto —dijo la jueza, que apenas podía contener su propia compasión por ese niño.
Cristóbal desplegó un papel bastante ajado, claramente no lo había escrito la noche anterior, sino hacía muchos días.
—Una vez estuve enojado con mi papá —comenzó a leer—. Porque me mintió con lo de mi mamá. También me dijo que era mi papá de sangre, y no era... Pero yo lo perdoné, porque cuando uno quiere mucho a alguien, perdona, ¿no? A lo mejor algún día llegue a querer mucho a Marcos, y lo perdone. A lo mejor algún día también perdone a mi mamá. Pero ahora, al que quiero es a Bauer, mi papá. Él me enseñó todo lo que sé, mi papá sabe cómo hacerme pasar el asma cuando me agarra, mi papá sabe lo que me gusta y lo que no me gusta. Mi papá es un grosso, es el mejor arqueólogo, y me lleva con él a todos lados, y me enseñó a respetar la historia. Yo soy el único hijo de mi papá, y él es mi único papá. Yo le pregunto, señora jueza, ¿un nene siempre tiene que estar con los papas de sangre? Mi papá del corazón es Nicolás Bauer. Y yo quiero estar con él, porque yo... soy Cristóbal Bauer. Y él es mi papá.
En ese momento, Berta se dio cuenta de que Nico le estaba apretando las manos con tanta fuerza que las tenía moradas. Ambos se miraron con orgullo: el apellido Bauer se enalteció esa tarde en aquel juzgado.
Cristóbal dobló el papel y lo guardó en su bolsillo. Luego miró a la jueza, que estaba evidentemente conmovida, y bajó del estrado. Se acercó hasta su padre, que lo alzó y le dijo al borde del llanto:
—Ahora sí quiero volver a mi cumpleaños, pa.
Entonces esta vez fue la jueza la que solicitó aplazar la lectura del veredicto. La abogada de Marcos se preocupó, y el abogado de Nico se esperanzó. Y Cristóbal, junto a toda su familia y amigos, volvió a su fiesta de cumpleaños, en la que estuvo sin despegarse un solo instante de su papá.
—Tranquilo, Bauer—le dijo Berta aquella noche, rai do había acabado el festejo, y tomaban un té en la cocán La justicia es ciega, no estúpida.
—Estoy preocupado, Berta.
—Ok, Bauer —dijo su madre—. Llegó la hora de 1 en serio.
—No quiero pensar en lo que va a pasar mañana
—¡Así piensan los cobardes! Los valientes asumen lidad y piensan. Y la realidad, hijo querido, es que maí te pueden sacar a Cristóbal.
—¿Vos qué crees? ¿Papá sabía que tenía otro hijo
—No lo sé, y nunca lo vamos a saber. Quiero creí conocía a tu padre, y que él no hubiera hecho una co
—Los valientes tampoco lloran, ¿no? —dijo él seca las lágrimas.
—Sí, lloran, lloran mucho, pero siguen adelante. Vé no es el que no tiene miedo, sino el que tiene miedo, p enfrenta. Entonces, seamos valientes y enfrentemos 1 chos, Bauer. Si mañana te sacan a Cristóbal, si nos lo sa ¿qué vas a hacer?
—Me muero.
—¿Y después?
—No sé, mamá.
—Bauer...
—¿Pelear?
—Toda la vida. Es como... como Eudamón. Vos nu viste, no hay una sola prueba concreta de que exista tu padre la buscó, ahora la estás buscando vos, y tu Cristóbal, la va a seguir buscando si vos no la encontrá; que seguir, Bauer, siempre... porque la isla de la feliz esa pequeña isla en la que cada uno de nosotros puede ser feliz, en algún momento, se encuentra. Vos vas a encontrar u Eudamón, mi amor. Con Cristóbal, con Cielo...
—Mamá, estoy casado con Malvina.
—Por eso... ya va a llegar todo lo que deseas. Vas a tener Eudamón con todos los que amas.
—Con vos también.
—Siempre.
Al otro día Nico acompañó a Cristóbal al colegio, y dos intentaron seguir con naturalidad la rutina diaria despidieron hasta el mediodía, y Nicolás fue al juzgad: escuchar el veredicto. Al llegar se encontró con que allí es han todos los chicos de la Fundación, junto con Cielo. No dijeron nada, pero todos eran una masa compacta. Malv:: y Berta se sentaron junto a él para escuchar el veredicto
—Antes de leer la sentencia... —comenzó la jueza—, q siera decir unas palabras. Los jueces, cuando fallamos, ter mos el temor de fallar, en el sentido de equivoca nos. La ley no es sólo letra escrita, contempla matices, sor todo cuando hay un menor involucrado. Que nadie ter dudas, el menor es mi prioridad. La paternidad biológica Marcos Ibarlucía y de Carla Kosovsky es un hecho demc trado, y tienen el derecho de reclamar la patria potesta También fue demostrado que Nicolás Bauer ejerció con padre adoptivo del menor y que establecieron un exceler vínculo. Pero el doctor Bauer cometió un error, que para ley es un delito: anotar a Cristóbal con su apellido, sabien que no era su hijo biológico. Eso no es una adopción, si: una apropiación. Mi obligación, ante la complejidad del cas es ceñirme a la ley —expuso, y comenzó a leer la sentencia—: Por eso, con las facultades que me confiere la le resuelvo: concederle la patria potestad del menor a Marc Ibarlucía y Carla Kosovsky. Ellos detentarán la tenenci reservándose plenos derechos sobre su educación y crianza mientras que el padre adoptivo podrá...
Pero Nico ya no escuchaba, se había empequeñecido en su silla. La jueza comprendió que Nico no la estaba escuchando, e hizo callar a los chicos, que habían empezado gritar, indignados con semejante injusticia. La jueza miró a Nico ocultando su propio desgarro.
—Doctor Bauer ¿comprende lo que le digo?
—No.
—Opino que sería perjudicial para el menor que perdiera contacto con usted, y por eso dispongo un régimen de visitas. El menor cohabitará con su madre, en tanto que el señor Ibarlucía lo anotará con su propio apellido. A partir de este acto, el menor pasa a llamarse Cristóbal Ibarlucía.
Cada palabra era un nuevo golpe para Nico, que se volvía más y más pequeño en su asiento. Los gritos de indignación de los chicos eran incontenibles. Cielo intentaba sofrenarlos, pero antes debía dominar su propia furia. Berta miraba fijamente una estatua de la justicia con ganas de destrozarla. Malvina empezaba a darse cuenta de cuánto quería a Cristóbal. Carla no podía levantar la mirada del piso, y Marcos comenzaba a sentir que ni esa venganza acallaba su rencor; aunque le había sacado a su medio hermano lo que más amaba, aún se sentía un bastardo desplazado.
Cristóbal jugaba con un jeep en miniatura en el jardín de la mansión, deslizándolo sobre unas tablas de madera que había dispuesto como puente. Nicolás se asomó al jardín y lo contempló durante varios minutos, hasta que Cristóbal lo descubrió. Entonces Nico corrió, se tiró sobre él y lo hizo rodar, haciéndole cosquillas y despeinándolo.
—Bauer —dijo el niño—. No te hagas el gil, me haces cosquillas para no hablar del juicio. Dale... qué dijo la jueza... la verdad.
—Obvio que te voy a decir la verdad.
—Dale. No soy un nene, no des vueltas.
Nicolás comenzó a hablar, sin encontrar aún las palabras para decírselo. Le dijo que la jueza había opinado que, como Carla y Marcos eran sus papas biológicos, sería bueno que legalmente fuera su hijo.
—O sea, algo formal, como dijo mamá.
—Sí, sí, algo formal. Bueno... en realidad, a la jueza ’ pareció bien que como vos viviste todos estos años conmi ahora vivas un poco con tu mamá. También le dio perrr a Marcos para visitarte cada tanto... y bueno, obvio que también te voy a visitar, eso ¡ni-se-dis-cu-te!
Nico vio cómo su hijo comenzaba a llorar, y le resu intolerable, pero se impuso ser fuerte. Ése era un mome para que Cristóbal llorara y él lo contuviera.
—Campeón... ¡no es nada grave! Te lo juro... nos vamo a ver las veces que quieras, podemos hablar por teléfom todo el día si querés, o por chat... ¿Te gusta el chat?
—Yo quiero vivir con vos —dijo Cristóbal en medio de llanto desgarrado.
—¡Y yo también! Pero ya vivimos ocho años juntos, c ¡necesito independizarme un poco! No llores, mi amor llores por favor...
—No me quiero ir. ¡Hace algo, papá, no los dejes!
Cristóbal lloró, sin consuelo, mientras su padre lo abr zaba y le repetía, casi como un mantra, aquella frase que padre le había dicho tantas veces.
—Más allá de las nubes, el cielo es siempre azul.
Aunque resultara paradójico, a pesar de que habí pasado sólo horas de la sentencia, el día amaneció radiar/ iluminado por la luz del sol de octubre. Dentro de la m sión todos intentaron quitarle dramatismo a una situacic que estaba inundada de desdicha. Nicolás les pidió a tod los chicos que despidieran a Cristóbal como se despide alguien que verán al día siguiente, pues ésa era la sensacic: que quería darle a su hijo. Ese día era triste, pero habría un mañana, y mañana todos volverían a verse.
Los chicos cumplieron con el pedido de Nico y lo saludaron con gran naturalidad, diciéndole que lo matarían í no venía a la inauguración del bar. Cristóbal no hablaba.
A la hora convenida, llegó Carla a buscarlo. Cielo lo despidió en la sala, prometiéndole que no pararía hasta encon-
dijo ella
-dijo, y se
trar walkie-talkies de gran alcance con los que podría hablar con ella desde su nueva casa.
Nico, junto a Berta y Malvina, acompañaron a Cristóbal hasta el portón de la mansión, donde lo esperaba Carla. Nicolás sostenía la valija en una mano, y la mano de Cristóbal en la otra. Intentaba mantenerse entero. Cuando Cristóbal vio a su madre, que lo esperaba junto a una oficial de justicia, se aferró a su padre y la miró.
—No quiero esto mamá —se atrevió a decir.
—Vas a ver a tu papá cuando quieras, Cris... —dijo ella con enorme culpa.
—Yo lo quiero ver siempre, no me quiero ir —dijo, y se abrazó a la pierna de su padre.
Nico se agachó y le tomó la cara.
—Campeón... toda tu vida estuviste esperando a tu mamá... Ella también te necesita. Aprovéchala... y en unas horas ya nos estamos viendo de vuelta. Ni te vas a enterar...
—Bauer, escucha a tu padre —intervino Berta—. A veces no es tan pantufla y sabe lo que dice. Él tiene razón, el tiempo vuela.
Luego se alejó de Cristóbal y se acercó a Carla, y por lo bajo le dijo:
—Cuida al hijo de mi hijo, o te clavo una pirámide entre las cejas.
Malvina se acuclilló junto a Cristóbal, y conmovida como jamás había estado en su vida, lo acarició.
—Nos vemos enseguida, Cris, ¿sabes?
Nico le acomodó la ropa, y le colocó una mochila en la espalda.
—¿Listo? Acordate de lavarte los dientes, por arriba, por abajo, por adelante, y por atrás, y la lengua también. Lleva siempre encima el broncodilatador. Y báñate lo más seguido que puedas, ¿ok?
Cristóbal asintió; intentaba no llorar, pero las lágrimas se le escapaban solas.
—Vamos, no pucheree... Eso no es de Bauer.
Cristóbal asintió, apechugando la situación como se suponía debía hacer un Bauer. Carla se acercó y le tendió la mane y él la tomó. Avanzaron unos pasos hacia el auto de Carla pero cuando ella le abrió la puerta para dejarlo subir, Cristóbal se soltó de su mano, y corrió hacia su padre, pegó ur salto y se abrazó a él. Entonces todos empezaron a llorar hasta la oficial de justicia que los observaba. Cristóbal sr negaba a irse, se aferró a su padre y no lo podían despegar Nadie se atrevía a tirar de él, pero a cada palabra, se aferraba con más fuerza al cuello de Nico.
Nico entonces lo dejó llorar, le dio el tiempo para estar listo. Le juró que seguirían unidos de por vida, que sólo sena un mal trago, que ya iba a pasar, que siempre serían padrr e hijo.
Finalmente Cristóbal, vencido, se dejó conducir. Nicolás siguió con la mirada el auto que se llevaba a su hijo, hasta verlo desaparecer. Además de un desgarro y un dolor que no había sentido jamás en su vida, tenía la irremediable certeza de que le había fallado.
Cuando Malvina le dio la gran noticia, Nico recordó las palabras que le había dicho Mogli antes de partir, y se sorprendió, una vez más, de la sabiduría de su amigo.
—¿Embarazada? ¿Pero estás segura?
—Sí, Nicky... bastante segura. Estoy embarazada. Me hice tres test de embarazo. No te lo quise decir antes porque estabas con el tema del juicio... pero ahora, que perdiste a Cristóbal...
—No lo perdí.
—Sí, perdón, perdón... Digo, ahora que él ya no está acá, pensé que a lo mejor esta noticia te alegraba un poco. Vamos a tener un hijo, mi amor.
Nico la abrazó. Por supuesto que lo alegraba, la idea de tener otro hijo era algo que le daba mucha felicidad, y no se consideró en condiciones de plantearse que tal vez su matrimonio era un error.
Pero hizo un gran esfuerzo por conectarse con esa noticia, le pidió disculpas por no ser efusivo, por no ponerse a saltar de alegría como lo hubiera hecho en otras circunstancias, pero la separación con Cristóbal lo tenía devastado.
—Aferrate a mi panza —le dijo ella—. Esto es una señal, una esperanza, un poco de felicidad en medio de tanto dolor, ¿no?
Acordaron no comentarlo aún, ya que todavía no llegaba al tercer mes de embarazo. Sin embargo Malvina no tardó ni diez minutos en incumplir el acuerdo. Y a la primera persona que se lo contó, luego de Nico, fue a Cielo.
—Ami, querida, ¡vas a ser tía!
—Ni ami, ni querida, ni tía...
—Me muero muerta, por favor, cuánto resentimiento...
—¿Es de Indi ese hijo? ¿0 es de la otra lacra que le acaba de sacar a Cristóbal?
Malvina hizo una serie de sonidos indignados y se alejó pero pegó la vuelta.
—No le digas a Nicky que te conté, is our secret, ¿sí?
Y se fue. Lo cierto era que por más indignación que le produjera la pregunta de Cielo, Malvina se estaba torturando por la misma duda. Por los tiempos, cabía la posibilidad de que ese hijo fuera de Ibarlucía. Ella rogó desesperadamente que no fuera así. No se podía estar arrepentida de tantas cosas, y no soportaría una vida entera de remordimiento por tener un hijo de otro hombre que no fuera su marido.
Bartolomé no le fue de ninguna ayuda, ya que para él, a partir de la renuncia a la herencia, el matrimonio de Malvina y Nicolás le importaba tanto como los derechos de los pescadores en Tailandia.
Malvina, a partir de ese día, intentó sepultar en lo más profundo de su memoria esa duda que la perseguía. Y todas las noches rezaba, pidiéndole a Dios que por favor ese hijo fuera de Meo, como si se pudiera cambiar lo ya hecho.
Aunque existía la posibilidad de que no fuera de Nico, la noticia del embarazo había devastado a Cielo. Sentía que ese sueño que alguna vez había tenido estaba cada vez más lejos
—¿Y qué pasa con Alex, Cielo? —le preguntó Mar al verla tan triste.
—¿Qué pasa con Alex? —repreguntó Cielo.
—No, digo... Es un lindo tipo, la térmica le hace fals contacto, pero no deja de ser simpático... Los dos tienen ei común que les patina el eje, no sé...
—¿Vos me estás diciendo que yo me tengo que agarrar a Alex de premio consuelo?
—Nada más te estoy diciendo que no te podes quedar toda la vida llorando por Nico.
Mar tenía razón en varias cosas: en que no podía seguir llorando, en que Alex era un lindo tipo, y en que ambos podrían ser una pareja muy desopilante, al menos; una que olvidara rápidamente los rencores.
Pero como si fuera una ironía de la vida, un texto subrayado con resaltador que le decía «la felicidad no es para vos», cuando fue a ver a Alex para invitarlo a tomar algo, lo encontró muy conmovido con una mujer embarazada.
—Encontré a mi familia, Cielo... Ella es mi mujer, me está buscando hace meses... ¡Voy a tener un hijo! —le contó muy emocionado.
—Alex... qué alegría —dijo sinceramente Cielo.
La mujer de Alex tenía una panza a punto de explotar, y no podía parar de llorar mientras le contaba su desesperación de todos aquellos meses. Cielo, y también Alex, se enteraron de que él vivía en un pueblo sobre la cordillera en el sur, que él había venido a la Capital a buscar trabajo cuando ella había quedado embarazada, y que nunca más supo de él. Alex le contó lo que suponía que le había ocurrido lo habían asaltado y golpeado, y eso le provocó una lesión y su amnesia.
Al día siguiente, cuando Cielo los despidió y los vio partir, a ambos, pensó que la vida podía dar palos en la cabeza pero también daba reencuentros.
Carla había intentado construir un lugar cálido para C tóbal. Había redecorado una habitación, le había compre cosas que suponía le gustarían y además había hecho traen gran parte de sus juguetes y libros. Sin embargo Cristóbal la ignoraba casi por completo. Habiéndola añorado cuando la creía lejos, mantenía una fría distancia ahora que su madre estaba cerca. Volvió a embalar la mayoría de sus pertenencias, y le dijo que prefería tener esas cosas1 en su casa para cuando fuera a visitar a Bauer.
Thiago, Tacho y Rama estaban muy apenados al ver a Nico, que era apenas una sombra del que había sido. Vivía apagado, translúcido, como si perteneciera a otro luga: Intentaron sumarlo a los preparativos para la inauguracicn del bar, para distraerlo. Y si bien Nico aceptó, ya que nunc negaba una mano al que se lo pedía, estuvo con ellos s.” estar.
El teléfono de Nico sonaba cada veinte minutos, y él se iluminaba cada vez que veía que era Cristóbal quien lo llamaba, volviéndose a apagar cuando cortaba. «Papá, te esü mandando una caja con mis cosas para que guardes allá «Papá, ¿no que se demostró que el triceratops existió?» «Papá, ¿cuánto tiempo hay que cocinar la hamburguesa para que quede cocida como me gusta a mí?» «Papa, ¿qué hacías?» «Papá, ¿podemos cambiar el día de visitas para hoy?» «Papá, ¿estás cerca de la casa de mi mamá?» «Papá, ¿podemos juntar todos los días de visita ahora hasta que hagas la apelación?» «Papá, vino Marcos y me trajo un documento que decía Cristóbal Ibarlucía y yo lo rompí... ¿hice mal?»
A diferencia de Cristóbal, Luz persistía en su mutismo. Cielo intentaba hacerla hablar, largar todo ese dolor y enojo que atesoraba, pero la nena seguía pensativa. Y se ponía peor cuando Justina la rondaba. Con el único que hablaba era con Lleca, que pasaba muchas tardes con ella. La historia de Luz había hecho revivir en él su propio deseo de encontrar su identidad.
Finalmente llegó la noche de la inauguración del bar TeenAngels. Los chicos estaban felices, la convocatoria había sido excelente. Los cinco propietarios del lugar dieron la bienvenida a todos, y estrenaron una canción que se llamaba Che, bombón.
Nico estaba rodeado y apuntalado por todos sus afectos, mirando a los chicos cantar, cuando vio aparecer a Cristóbal corriendo hacia él. Nico lo abrazó, y su hijo le dijo que su madre le había dado permiso para venir a la inauguración, cosa que Nico por supuesto no creyó, pero le permitió quedarse un rato, saludar a todos y disfrutar unos minutos del show, y luego lo llevó a la casa de Carla.
Ella quedó absorta cuando abrió la puerta y vio a Nico cargando a Cristóbal, ni se había dado cuenta mientras dormía de la huida de su hijo.
—Vas a tener que estar más atenta, Carla. Cristóbal es un chico muy especial, nos da tres vueltas a todos.
A pesar de que Carla estuvo más atenta, Cristóbal se las arreglaba casi todas las noches para escaparse e ir a la casa de su padre. Nico lo reprendía, ya que era peligroso que caminara solo y de noche las quince cuadras que separaban la casa de Carla de la mansión; sin embargo, secretamente, lo esperaba, y su alma volvía a iluminarse cada vez que lo veía.
El bar se convirtió en una sensación. Durante el día era el lugar de reunión de todos los alumnos del Rockland. Se acercaba el verano, y decenas de chicos pasaban sus tardes en las mesitas sobre la vereda, tomando sol, estudiando, flirteando, enamorándose y desenamorándose. Por las noches, tres veces por semana, hacían shows, en general cantaban los TeenAngels, algunas veces con Cielo como invitada. Una noche a la semana hacían karaoke, que se convirtió en un suceso.
Pero lo mejor y más estimulante fue que una noche cuando terminaron de actuar, se les acercó un hombre unos treinta años, muy simpático, que les entregó su tarjeta y se presentó como «el Chango».
—Soy representante artístico. Si tienen ganas de ir en serio con esto, llámenme. Esta banda puede ser un fuego
Bartolomé no estaba para nada entusiasmado con la idea lentamente, y azuzado por Justina, estaba despertando d letargo bondadoso. Que los chicos estuvieran felices con el barsucho y dándole dele que te dale al bailecito con la band y todo eso con Thiaguito, ya lo estaba inquietando. Si embargo, los chicos le daban una parte de la recaudado para tenerlo tranquilo. Él la aceptaba, pero manifestando s desacuerdo.
Cielo no cejaba en su determinación de revertir por con pleto la situación de explotación. Quería traer profesore para los chicos; aunque ya estaba terminando el año lectivo quería ponerlos al día para que al año siguiente pudieras comenzar el colegio como el resto de los alumnos. Estah resuelta a resolver el enigma de la identidad de Luz, y ade más había comenzado a hablar con los chicos sobre sus res pectivos pasados, para tratar de reconstruir sus vidas.
Había hablado con Rama, quien le refirió su historia. El algún lugar de su corazón, tenía la esperanza de volver a va a su madre, de la que sabían que había viajado a Miami. L4 interesaba encontrarla no tanto por él, sino por Alelí, qui seguía preguntando por ella. Cielo tomó nota de su caso, dá nombre de la amiga de su madre en cuya casa habían vivido y prometió intentar averiguar algo.
El caso de Jazmín era diferente; ella sabía que sus dos padres estaban muertos, y no tenía hermanos, ni abuelos Recordaba sí que tenía un tío, pero no sabía nada sobre él sólo cómo se llamaba. Cielo también apuntó su nombre pan intentar localizarlo.
Fue Thiago el que refirió a Cielo el nombre de Sandra Rinaldi, ya que Mar se negó a hablar de eso. Ella no tenía ninguna intención de buscar a la mujer que la había abandonado. Tacho, en cambio, sabía dónde estaban sus padres y su familia, pero tampoco tenía ganas de volver a verlos. Ellos lo habían entregado a cambio de un televisor, no le provocaba ningún deseo saber de ellos.
Monito contó que sus dos padres habían muerto, y él se había criado con su abuelo, que también había fallecido. Podría haber sido colocado en una lista de adopción si Bartolomé no se lo hubiera apropiado.
El caso de Lleca era más complejo; lo único que sabía era que había sido robado a sus padres, y él estaba seguro de que ellos lo estarían buscando, pero tenían pocos datos para comenzar la búsqueda. Contó que una vez había recurrido a Bartolomé para que lo ayudara, y él dijo que lo haría, sin embargo no había hecho nada.
Cielo tomó nota de cada caso y se propuso, con tiempo, ir rearmando la historia familiar de cada uno de ellos. Pero inesperadamente apareció una pieza fundamental de uno de estos rompecabezas.
Una tarde de octubre había poca gente en el bar. Nacho estaba allí, esperando a que Jazmín terminara su horario para invitarla a ir a andar en moto. Había obligado a Tefi a permanecer con él ya que no quería esperar solo. Tefi estaba molesta y de un pésimo humor hacía ya mucho tiempo. Nacho lo había notado pero, en general, no se interesaba mucho por los problemas ajenos, sin embargo aquel día, sólo para que ella accediera a quedarse con él, intentó hacerla hablar.
—No me pasa nada, Nacho —contestó ella, con sus ojos ensombrecidos.
—Man, te conozco desde antes que empezaras a gatear, sé que te pasa algo. ¿Es por Thiago?
—¿Que tiene que ver Thiago?
—No, que a vos te gustaba y ahora está con la Blacky. ¿Es por eso?
—No me hables de esa parda.
—La odias, ¿no? —se rio Nacho, pero notó que ella se ensombrecía más aún—. ¿Qué pasa, Tef? Algo te pasa...
Y ella de pronto se largó a llorar. Él no sabía muy bien cómo manejarse ante la angustia ajena. Torpe, la palmeó la animó a hablar.
—Descubrí algo horrible, Nacho...
—¿Qué?
Entonces Tefi puso en palabras por primera vez lo qi la estaba atormentando desde aquel día en que había vis* en el buscador, en la laptop de Thiago, el nombre de Sandi Rinaldi. Ese nombre no le era ajeno.
Tefi supo desde siempre que era adoptada. Sus padrele dijeron la verdad apenas estuvo preparada para saberL Cuando tenía trece años, Tefi le había preguntado a su madre por qué la había adoptado, si era porque no podía tener hijos. Julia le dijo que no, que sí podía, que de hecho había tenido uno. Le contó que, cuando era muy joven, se había enamorado perdidamente de un hombre que su padre, el abuelo de Tefi, desaprobaba. Él había sido un hombre mm severo y estricto, y cuando supo que estaba embarazada, la separó del novio, la llevó al campo familiar, donde ella dio a luz a su hijo, al que ni siquiera pudo ver. Su padre le dijo que había sido un varón y que había nacido muerto. Ella nunca le creyó a su padre esa historia, y se había enfrentado a él. Harta, al fin, del sometimiento a ese padre déspota y cruel, huyó de su casa. Nunca más pudo encontrar al hombre que había sido su gran amor. Poco tiempo después, había conocido al padre de Tefi, quien la protegió y amó tiernamente. Y al poco tiempo de estar juntos, tuvieron la oportunidad de adoptar a Tefi, que ya era una beba de un año cuando llegó a sus vidas. Pero la revelación que le había hecho su madre y que la tenía tan inquieta era que para no ser localizada por su padre, del que había huido, había cambiado su nombre por Julia, cuando su verdadero nombre era Sandra Rinaldi.
Nacho quedó absorto por el relato, sin embargo no entendía qué era lo que angustiaba tanto a Tefi.
—Que esa blacky parda puede ser mi hermana, ¿no lo entendés?
—¿Pero no decís que tu mamá tuvo un varón y que murió?
—Eso es lo que le dijo mi abuelo, y mi mamá nunca le creyó. A lo mejor no tuvo un varón, sino una nena. Y a lo mejor no murió.
—Sería muy raro, Tefi. ¿Lo hablaste con tu mamá?
—¡Ni loca!
—Te estás haciendo una película, Tefi...
—¿No entendés que esa negra es hija de Sandra Rinaldi, y que mi mamá se llama Sandra Rinaldi? —estalló Tefi, y en ese momento se escuchó un estruendo de vidrios rotos.
Tefi giró, detrás de ambos estaba Mar. La bandeja que traía se le había caído, y todas las botellas y vasos se habían roto. Mar lo había escuchado claramente: la madre de Tefi se llamaba Sandra Rinaldi. Dentro del absurdo de lo que había escuchado y la confusión, una idea estremeció a Mar. Tal vez su madre, tan inaccesible para ella, estaba cerca.
Por supuesto Tefi negó todo, pero Mar estaba muy consternada al haber oído ese nombre.
—¿Por qué dijiste que tu mamá se llama Sandra Rinal l ’
—Escuchaste cualquier cosa... pobrecita. La blacky es tan desesperada que quiere encontrar una mamá a tocí costa. Mi mamá me adoptó porque no podía tener hijos arque imposible que sea tu mamá.
—Pero vos dijiste Sandra Rinaldi...
Tefi se fue sin decir palabra. Mar pensó en Julia, la ma arde Tefi. Era imposible, claramente imposible. Sin embarr esa mujer le generaba algo especial. Aquel día, cuandc vieron por primera vez a través de la vidriera del negc: de ropa, antes de que ella robara el vestido, esa mirada ha; sido especial. Cuando descubrieron que ella lo había robac Mar vio dolor en la mirada de Julia. Cada vez que venía a k casa, siempre la saludaba con mucha simpatía y se ponía a charlar con ella. Todo eso se debía que Julia era una mujer muy simpática y agradable, lo opuesto a lo que era la irritante Tefi, pero eso no quería decir que fuera su madre. Además lo que había dicho Tefi era cierto: si Julia había adopj tado a Tefi, era porque no podía tener hijos. ’
Lo comentó con Jazmín y con Thiago. Ambos la animaron a hablar con Julia; si había una mínima posibilidad n: debía descartarla. Pero Mar se negó, no quería llenarse iz cabeza de pajaritos de colores. Pero fue Thiago, quien ignorando el pedido de Mar, habló con Julia. Vio cómo el rostro de ella se desfiguró cuando él nombró a Sandra Rinaldi.
—¿Por qué decís ese nombre?
Thiago le explicó que Mar había oído a Tefi decir que s verdadero nombre era Sandra Rinaldi.
—¿Y qué pasa con Sandra Rinaldi? —preguntó alarmada Julia.
—La mamá de Mar se llama así... y como ella escuchó que Tefi decía...
Pero Julia se puso de pie y se fue, y de puro nerviosa derribó la silla del bar en la que había estado sentada. Thiago se quedó perplejo por su reacción.
Julia estaba conmocionada. De la manera más insólita su pasado había vuelto a ser presente. Ella había tenido una íntima convicción toda su vida: su deplorable padre le había mentido con su hijo. Luego de quince años de no verlo, corrió hasta el colegio del cual él era director.
Pedro Rinaldi palideció al verla. Por un segundo pensó que su hija lo había perdonado, pero ella, sin saludarlo, le preguntó:
—¿No murió, no? Mi hijo no murió en el parto. Y no era un varón, ¿era una nena?
—¿Qué decís?
—¡Contéstame! ¿Era un varón?
Su padre lo negó con vehemencia, pero Julia adivinó por el temblor de sus labios que mentía; una vez más, persistía y sostenía su terrible mentira.
Julia ahora entendía la inexplicable ternura que Marianella le producía. Ese hijo, que ella añoró durante toda su vida, tal vez estaba vivo. Tal vez estaba cerca. Tal vez era Marianella.
Regresó a la Fundación para hablar con Thiago y con Cielo, y les explicó las razones de su reacción. Ellos quedaron demudados cuando les contó su historia, las dudas sobre aquel bebé, y su cambio de identidad. Las coincidencias eran demasiadas como para no ilusionarse. Había una posibilidad concreta de que Mar fuera aquel bebé que le habían arrancado.
Thiago opinó que debían ser cuidadosos con Mar. El tema del abandono de su madre era lo que la había marcado de por vida y la había vuelto desconfiada y reacia. La posibilidad de encontrar a su madre era algo que podría desestabilizarla.
Una horas más tarde empezaba a atardecer, y Mar estaba con Rama, hablando con el Chango, el representante qu quería representar a la banda. A criterio de Mar, Rama entusiasmaba con demasiada facilidad y se llenaba la cabe con pajaritos de colores. Según Rama, Mar era demasia pesimista y no le vendría mal soñar un poco. Chango no qi ría presionarlos, simplemente los impulsaba a grabar l demo, para ver si él lograba algo moviéndolo en algunas disqueras. Rama se fue con Chango a hablar con el resto de lec chicos, y Mar se quedó farfullando sola, filosofando sob los enormes tortazos que se pegaría Rama si seguía sien tan soñador.
Cuando giró para salir con una bandeja con la vaji1 sucia, ahí estaba Julia, que la miraba con una sonrisa en cionada. Mar pensó, sin saber por qué, que no deberían g: bar ese demo, no deberían soñar con imposibles.
Julia le rogó que se sentara unos minutos con ella mientras el sol se escondía detrás de la mansión, le ha; de aquella insólita y maravillosa casualidad. De aquel be que a ella, Sandra Rinaldi, le habían arrebatado, y de e mamá que Mar estaba buscando.

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