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Capitulo 14 La gran revelacion



Lee el capitulo 14 del libro "La isla de Eudamón" clikando a Leer Mas



La costumbre de Cristóbal de escaparse de su casa para ir a ver a Nico no había variado para nada. Carla ya estaba harta, pues estaba convencida de que Nico no hacía nada para que Cristóbal lo obedeciera. De donde no podía escaparse, los días en que debía ir a visitarlo, era de la casa de Marcos. Desde que llegaba hasta que se iba permanecía leyendo, sin dirigirle la palabra.
Una tarde, cuando Nico salía con Malvina rumbo a la clínica para hacerse unos estudios por el embarazo, se sorprendió mucho al ver un camión de mudanza estacionado frente al loft. En realidad, no fue el camión lo que lo sorprendió, sino quienes bajaron de allí.
—Cristóbal me contó que el inquilino que estuvo viviendo hasta hace poco dejó el loft... y aunque le faltaría una habitación, me pareció una buena idea mudarnos acá —dijo Carla—. Así, bueno... pueden estar más cerca.
Nico miró a Cristóbal, que le hizo un guiño con picardía, y luego miró a Carla. Esa actitud era una muestra cabal de que la esperanza era algo a sostener. Esa mujer que había estado extraviada durante tantos años comenzaba a cambiar. Él la abrazó, y le agradeció con el corazón lo que había hecho para mantenerlo cerca de su hijo.
Nico estaba radiante, había vuelto a sonreír y a tener esperanza. Y mientras Cristóbal llenaba un recipiente con agua en la cocina de la mansión, Nico había comenzado a explicarle que tendría un hermanito. Buscó las palabras, intentó ser delicado, ya que aquel año el niño había tenido demasiadas revelaciones y noticias. Sin embargo, Cristóbal, ocupado en su accionar, lo miró y con simpleza le dijo:
—Sí, ya sabía, pa...
—¿Cómo que sabías?
—Lo dijo Mogli: «cuida a tu hermanito»... Era obvio que Malvina estaba embarazada. Te felicito pa y te juro que no me da celos. Ahora escúchame, mira lo que descubrí... —y sacó el cubo de cristal.
—¿Qué haces con eso vos? —se alarmó Nico al verlo en su poder.
—Es que con tantas mudanzas, pa, y vos que sos tan desordenado, pensé que mejor me lo quedaba yo. Ahora mira esto...
Y con cuidado metió el cubo de cristal en el recipiente con agua. Nico se maravilló cuando vio que al contacto con el agua el cubo comenzaba a girar.
—¡Genio! ¿Cómo descubriste eso?
—El palacio de los tres reyes... ¿Te acordás de que eso decía en prunio? Bueno, el palacio de los tres reyes estaba rodeado por agua... Entonces se me ocurrió...
—Sos un genio. Ahora, esto... ¿para qué sirve?
No terminó de decirlo que sintieron otra vez la vibración y un fuerte ruido en la planta alta de la mansión. Nico sacó el cubo de inmediato del agua, y se miró con su hijo.
—¡Vino de arriba!
Ambos corrieron por las escaleras hacia la parte superior, intentando detectar de dónde provenía el ruido. Por descarte, llegaron al altillo.
—¿Se enojará Cielo sin entramos?
—No creo, hijo.
En la habitación de Cielo sumergieron nuevamente el cubo en el agua, y corroboraron que el ruido provenía de allí. El mecanismo del reloj había empezado a crujir, decenas de objetos metálicos comenzaron a vibrar y a acercarse lentamente hacia el reloj. La vibración crecía y crecía, hasta que de pronto se abrió la puerta e ingresó Jásper, quien los miró con severidad. El jardinero de la mansión Inchausti se acercó al reloj, metió la mano dentro del mecanismo, e hizo algo que ellos no vieron, pero que logró que todo se detuviera.
—Hay cosas con las que no se juega —los reprendió con severidad.
Nico y Cristóbal asintieron, eran dos niños regañados.
Nico ya había percibido que Jásper sabía mucho más de lo que decía. Después de sopesar si correspondía hablarle o no, fue a increparlo al cuartucho donde vivía.
—¿Qué pasó hace un rato con el reloj?
—¿Y usted qué cree que pasó?
—¡No empiece con las preguntitas misteriosas! —se impacientó Nico—. Usted sabe cosas, ¡hable!
—Usted también sabe cosas... —dijo Jásper.
—¿Qué tienen que ver las pistas con esta casa?
—Bien, ¿ve que sabe cosas? Ya dedujo que por algo toda su búsqueda de Eudamón lo conduce a esta casa.
—¡Le estoy preguntando por qué! ¿Qué tiene que ver esta casa con una isla perdida en el medio de algún océano?
—Ah... ¿Usted todavía cree que es una isla de verdad? ¿Usted piensa que existe un sitio geográfico aún no descubierto?
—¿No es una isla? ¿Es una metáfora? Si lo sabe, dígalo... ¿Qué es Eudamón?
—¡Ésa! ¡Ésa es la pregunta correcta! —se entusiasmó Jásper—. No «¿dónde queda Eudamón?», sino «¿qué es?»
—¿Y usted lo sabe? —dijo Nico registrando que le sudaban las manos.
—Mire... Don Inchausti era un inventor y un fabricante de juguetes... Esta casa misma es un experimento, llena de pasadizos, puertas trampas, túneles, algunos que conoce, otros que no... Hay secretos, sorpresas, como en todo juego...
Y abrió una puerta dentro de su casucha, dejando al descubierto el tablero con monitores, botoneras y ecualizadores muy antiguos.
—¿Y esto? —preguntó Nico.
—Una especie de centro de operaciones de Inchausti. Desde acá controlaba todos los secretos que tiene la mansión. La cuestión es que, jugando con la casa, descubrió cosas extrañas... descubrió que la casa tenía vida. Esta mansión fue construida en el año 1854. ¿Le dice algo ese año?
—¡Fue el año del éxodo prunio! —dijo Nico con fascinación—. Se supone que ese año dejaron las tierras done vivían y emigraron, y luego desaparecieron.
—Desaparecer no necesariamente quiere decir extinguirse, ¿verdad? —señaló Jásper.
—Jásper... ¿usted me va a decir algo?
—Le estoy diciendo. Como ya le dije que Inchausti Ueg a Eudamón y regresó siendo otro.
—¿Usted sabe cómo llegar?
—No, porque según Inchausti Eudamón no es un lugar al que se llega. Cuando esté preparado, usted no llegará a Eudamón, sino que Eudamón llegará a usted. Lo bueno. Bauer, es que Eudamón está cerca.
Justina y Bartolomé estaban débiles pero no vencidos, y aunque últimamente era Cielo quien parecía marcar el ritmo en la Fundación, ellos preparaban en secreto su regreso al poder para retomar el timón del barco.
En varias ocasiones, Nico los había descubierto discutiendo con Cielo, con vehemencia, y quiso saber qué ocurría, pero Cielo callaba, pues aunque avanzaba sobre los otros, Bartolomé le había dejado muy en claro el poder que aún tenían.
Una tarde Cielo los estaba increpando porque los chicos hacía meses que no tenían una revisación médica, y tampoco habían contratado un servicio de emergencias.
—¡Si acá llega a haber un accidente o cualquier urgencia, no podemos llamar ni a la ambulancia! —se exaltó Cielo.
Bartolomé la dejó envalentonarse, hasta que le pidió que llevara un papel a Justina. Cielo lo miró y se quedó dura.
—¿Qué es esto?
—Eso... es el inicio de los trámites de adopción de Alelita. No puedo sostener más esta fundación, che... Voy a tener que empezar a repartir a los mocosos.
—Usted no va a separar a Alelí de su hermano, pedazo de retorcido.
—Hago lo que puedo, Cielín. ¿Sabías que Tachito tiene una causa por robo con arma blanca? Lo vengo salvando hace años del Escorial, y eso me ha costado dinero que no tengo. Lo voy a tener que dejar ir nomás, se lo van a comer crudo en el Escorial, pobre Tachito...
Cielo se la aguantaba, porque tenía la esperanza de que el divino del juez Arteche pondría fin a tantas injusticias. Pero entonces ocurrió algo que le dejó bien en claro que Bartolomé no estaba ni acabado, ni vencido, ni tan debilitado.
Durante una reunión de Cielo con el juez Arteche, mientras conversaban, él le aportó una curiosísima información
—Don Juez, no se aguanta mucho tiempo más esto... Ha. que hacer algo ya.
—Paciencia, señorita —le dijo el juez—. Con el material que ya tenemos y las investigaciones que estamos haciendo pronto vamos a disponer de suficientes pruebas para encerrar a esos explotadores. Pero ahora te cité por otro tema Vos me hablaste de esa nena, Luz, la supuesta hija de Justina García.
—¿Averiguó algo? ¿Es verdad lo que ellos dicen de 1= banda de secuestradores?
—No, eso aún no lo sé. Lo que si averigüé es que hace j varios años que la justicia busca a los herederos de la fortuna Inchausti. Una mujer y su hija desaparecidas.
—Sí, algo sabía... pero Luz no puede ser, porque supuesta heredera tenía unos diez años cuando desapar ció, ¿o no?
—Eso es correcto. La madre, Alba... —Cielo sintió ur puntada en el pecho al oír ese nombre— y su hija, Ángeles Inchausti...
—¿Cómo dijo? —se sobresaltó Cielo.
—La heredera se llamaba Ángeles Inchausti.
Cielo estaba conmocionada. Así la había llamado en 5 sueño el misterioso señor que había resultado ser don inchausti: Ángeles. ¿Cómo era posible que ella hubiera soñado justamente con ese nombre?
—Lo que averiguamos, Cielo, por los registros médicos. —continuó el juez— es que Alba, antes de desaparecer, estaba embarazada. Y si ese hijo nació, ahora tendría unos diez años, casualmente la edad de esta chiquita Luz.
—¿Usted dice que Luz es una de las herederas? —dijo Cielo conmovida.
—No lo puedo afirmar, pero tampoco lo descartaría.
Cielo se fue del juzgado con más dudas que certezas Había algo turbio en la historia de las herederas, y todo el cuento de la banda de traficantes cada vez cerraba menos
Durante una reunión de Cielo con el juez Arteche, mier tras conversaban, él le aportó una curiosísima informado
—Don Juez, no se aguanta mucho tiempo más esto... H, que hacer algo ya.
—Paciencia, señorita —le dijo el juez—. Con el mater: que ya tenemos y las investigaciones que estamos haciend. pronto vamos a disponer de suficientes pruebas para ene rrar a esos explotadores. Pero ahora te cité por otro tem Vos me hablaste de esa nena, Luz, la supuesta hija de Justina García.
—¿Averiguó algo? ¿Es verdad lo que ellos dicen de la banda de secuestradores?
—No, eso aún no lo sé. Lo que si averigüé es que hace varios años que la justicia busca a los herederos de la fortuna Inchausti. Una mujer y su hija desaparecidas.
—Sí, algo sabía... pero Luz no puede ser, porque la supuesta heredera tenía unos diez años cuando desapareció, ¿o no?
—Eso es correcto. La madre, Alba... —Cielo sintió una puntada en el pecho al oír ese nombre— y su hija, Ángeles Inchausti...
—¿Cómo dijo? —se sobresaltó Cielo.
—La heredera se llamaba Ángeles Inchausti.
Cielo estaba conmocionada. Así la había llamado en su sueño el misterioso señor que había resultado ser don Inchausti: Ángeles. ¿Cómo era posible que ella hubiera soñado justamente con ese nombre?
—Lo que averiguamos, Cielo, por los registros médicos... —continuó el juez— es que Alba, antes de desaparecer, estaba embarazada. Y si ese hijo nació, ahora tendría unos diez años, casualmente la edad de esta chiquita Luz.
—¿Usted dice que Luz es una de las herederas? —dijo Cielo conmovida.
—No lo puedo afirmar, pero tampoco lo descartaría.
Cielo se fue del juzgado con más dudas que certezas. Había algo turbio en la historia de las herederas, y todo el cuento de la banda de traficantes cada vez cerraba menos.
Sería perfectamente posible, pensó, que Bartolomé y Justina hubieran mantenido oculta a Luz por ser una heredera, para así poder quedarse ellos con su fortuna. ¿Y Ángeles? La otra beneficiaría ... ¿Qué había sido de esa chica? ¿Y por qué ella había soñado que don Inchausti la llamaba con ese mismo nombre?
A Cielo se le ocurrió que había una persona que le podría aclarar un poco sus dudas.
—¿Me buscaba, señorita? —le dijo Jásper, acercándose a Cielo, que estaba en su carromato, en el jardín de la mansión.
—Sí, Jásper... Como usted está acá desde toda la vida, le quería preguntar algo sobre las herederas Inchausti
—Eran dos nenas, hijas del señor Carlos María, único hijo de la señora Amalia, y de Alba, la cocinera.
Cielo volvió a sentir la misma puntada en el pecho al oír el nombre de Alba y de su esposo.
—Por qué dice dos, si era una sola... Ángeles, ¿no?
—Alba estaba embarazada cuando desapareció —afirmó Jásper.
Entonces el jardinero le contó toda la historia. Cómo la vieja Amalia había echado de la casa a su hijo cuando éste su unió a la cocinera. Cómo diez años después, tras la muerte de su hijo, mandó a buscar a su nuera y a su nieta, pero nunca las encontró.
—¿Y usted cómo sabe que después estaba embarazada?
—Lo supe.
—¿Nunca aparecieron?
—Hasta ahora —dijo Jásper, con intención—. Y de no aparecer, don Bartolomé sería el único heredero.
—Con él de por medio, huele a chanchullo... —dijo Cielo :asi para sí.
—Si eso le parece a usted... —acotó Jásper en tono misterioso—. Yo confío en que algún día aparecerán las herederas... Creo verlas todos los días... —dijo nuevamente con doble sentido.
El juez Arteche volvió a comunicarse con Cielo al ct día y le pidió que tuvieran un encuentro urgente. Ella se ? prendió ante semejante apuro.
—¿Descubrió algo? —quiso saber.
—Algo muy importante. Se trata de las herederas. P tiene que ser personalmente.
Cielo caminaba hacia el bar donde la había citado el ji pero, al aproximarse, divisó una ambulancia, patruller mucha gente reunida alrededor, y una cerca policial. Ex: nada, observó lo que ocurría, y de pronto un escalofríe estremeció. Era el juez Arteche a quien estaban subiende i una camilla.
—¿Qué pasó? —le preguntó a una persona que esta curioseando.
—Lo atropello un auto, que huyó.
—Pero... está...
—Sí, está muerto —le dijo el hombre, y ella se desr.. roñó mientras veía cómo subían el cuerpo sin vida del juez 1 a la ambulancia.
Cielo quedó sin aliento, completamente abatida. El un: juez en el que confiaba, y que había descubierto algo impe tante, estaba muerto. Horas después de ese trágico sucei inesperado por completo, se sintió más desamparada q. nunca, y decidió que ya era momento de hablar con In: ella no podía seguir sola con su lucha. Y justo cuando esta; a punto de ir a verlo, la llamó Bartolomé a su escritorio.
Apenas entró, él cerró la puerta. El lugar estaba m: oscuro que de costumbre, era parte de la puesta en escer intimidante que había preparado Barto.
—Me enteré de lo que le pasó al juez Arteche... —disparó él, y ella se quedó petrificada—. Que horror, che... Arteche era uno de los pocos, sino el único juez honesto que quedaba en la city, che...
El juez Arteche volvió a comunicarse con Cielo al otro día y le pidió que tuvieran un encuentro urgente. Ella se sorprendió ante semejante apuro.
—¿Descubrió algo? —quiso saber.
—Algo muy importante. Se trata de las herederas. Pero tiene que ser personalmente.
Cielo caminaba hacia el bar donde la había citado el juez pero, al aproximarse, divisó una ambulancia, patrulleros mucha gente reunida alrededor, y una cerca policial. Extrañada, observó lo que ocurría, y de pronto un escalofrío k estremeció. Era el juez Arteche a quien estaban subiendo una camilla.
—¿Qué pasó? —le preguntó a una persona que estar ¿ curioseando.
—Lo atropello un auto, que huyó.
—Pero... está...
—Sí, está muerto —le dijo el hombre, y ella se desm:- ronó mientras veía cómo subían el cuerpo sin vida del jue a la ambulancia.
Cielo quedó sin aliento, completamente abatida. El un:: juez en el que confiaba, y que había descubierto algo impc :- tante, estaba muerto. Horas después de ese trágico suces: inesperado por completo, se sintió más desamparada qr nunca, y decidió que ya era momento de hablar con Ini. ella no podía seguir sola con su lucha. Y justo cuando estaba i a punto de ir a verlo, la llamó Bartolomé a su escritorio.
Apenas entró, él cerró la puerta. El lugar estaba más oscuro que de costumbre, era parte de la puesta en escens intimidante que había preparado Barto.
—Me enteré de lo que le pasó al juez Arteche... —disparó él, y ella se quedó petrificada—. Que horror, che... Arteche era uno de los pocos, sino el único juez honesto que quedaba en la city, che...
Cielo comprendió todo, y lo miró con odio y temor.
—Tengo entendido que vos lo conocías, ¿no? —le dijo Barto con una sonrisa perversa.
—¿Cómo puede dormir a la noche?
—Plácidamente duermo, gracias por preguntar —respondió irónico y adoptó su rostro más siniestro—. En cambio vos no vas a poder dormir tranquila, porque este juez murió por tu culpa, por irle con cuentitos. Y si estás pensando en ir ver a su secretario, no te gastes, fue él quien nos contó tus reunioncitas con Arteche.
—Usted está muy enfermo. Se cree fuerte porque nos da azotes, pero es muy débil.
—Te juro que tu ingenuidad me conmueve.
—Usted no se puede conmover, si está más seco que lengua de loro. Es un horror, disfruta cometiendo crímenes...
—Crímenes perfectos... son los míos. Volví al ruedo, Sky. Que te quede bien en claro quién tiene el timón de este barco. Vos seguí molestando y sos la próxima víctima de mis crímenes perfectos.
Una vez más, Cielo volvió a sufrir el desamparo. Su última esperanza se había ido con el juez Arteche en aquella ambulancia. Y cuando creía que ya había vivido y escuchado lo más terrible, Bartolomé le puso el moño a la escena. Ella no esperaba lo que él agregó.
—Ah, y si querés mandarle algo a Tacho, avísame. Ya está en el Escorial.
Cielo corrió a confirmar la noticia, y no necesitó preguntar nada; por la cara de todos los chicos se dio cuenta de que Bartolomé no le había mentido. Tacho estaba en el Escorial.
—Bartolomé lo había salvado de una causa... y ahora la reflotó. Mandó a Tacho al Escorial... —confirmó Rama.
—¡Nunca lo tendríamos que haber enfrentado! —se lamentó Mar.
—¿Pero qué es ese lugar?
—Es el lugar más jodido al que te pueden mandar —gráfico Lleca—. Es como una cárcel para pibes.
—¿Pero así nomás lo puede mandar?
—Vino de la nada, y se lo llevó, sólo para mostrarnos que sigue teniendo el poder —se lamentó Rama, desgarrado por la partida de su amigo.
—De la nada, no —retrucó Mar—. Nos dijo que el padre de Nacho lo quería ver adentro por haberle pegado a su hijo.
—Ya me cansé —dijo Thiago—. Lo voy a enfrentar yo. voy a denunciar a mi viejo a la policía.
—No —dijo Cielo tratando de mantener la calma, y preguntó algo que la preocupaba—: ¿Dónde está Jazmín?
Todos se miraron, nadie lo sabía.
Apenas Jazmín se enteró de lo que habían hecho con Tacho, se sintió muy culpable y desesperada. Tacho estaba allí por su culpa. No sólo porque Bartolomé era una basura estaba ahí por haberle pegado a Nacho, y si eso también era mentira, aun así era su culpa por haber jugado con Nacho.
Ya era de noche cuando llegó al Escorial. Por fuera parecía un viejo colegio. Estaba rodeado por una tapia y custodiado por una garita de seguridad. Rodeó el edificio, se trepó a un árbol, y desde ahí saltó hasta el murallón y lo cruzó.
Comenzó a avanzar por los jardines, muy oscuros, y con mucho olor a pis de gato. Avanzó, asustada, hasta que encontró una puerta. El lugar, además de horrible, era muy oscuro y silencioso. Jamás se lo hubiera imaginado así.
No sabía muy bien qué haría, ni siquiera confiaba en que podría tener éxito. Sólo quería que Tacho supiera que ella estaba ahí, que nunca lo dejaría sólo. Quería demostrarle, y esta vez ser creíble, que lo amaba. Que él y sólo él era su amor.
Pero antes de poder hacer algo, de pronto se encendieron las luces, y dos guardias la descubrieron. De nada sirvieron sus gritos y súplicas, con excesiva violencia la arrastraron para sacarla. En ese momento, Tacho estaba en el comedor común, muy intimidado por un grupito de internos que lo miraban riéndose, seguramente tramando algún tipo de bautismo para el nuevo, cuando oyó los gritos de Jazmín. Oír su voz en ese lugar le resultó absurdo, inesperado.
El guardia que los vigilaba mientras comían le gritó cuando lo vio levantarse y salir corriendo, pero Tacho no se detuvo. Salió al pasillo, al final del cual se estaban llevando a Jazmín. Tacho sintió una emoción indescriptible, allí estaba ella, buscándolo, ayudándolo. Él corrió, intentó frenarlos, pero el custodio ya había llegado a él y lo amenazó con una cachiporra. Jazmín lloraba y le decía que lo amaba, que fuera fuerte, que lo iban a sacar de ahí. Él también le dijo que la amaba y que sería fuerte por ella, pero que por favor se fuera. Muchos internos se acercaron, y llegaron más guardias. Y de pronto, entre todos los gritos y la montonera de gente, Tacho y Jazmín vieron, con un alivio que los conmovió hasta las lágrimas, a Nico y a Cielo, muy serios.
Cielo presintió que Jazmín había ido a buscar a Tacho, y se dispuso a ir tras ella, pero Thiago volvió a insistirle con hablar con Nico; estaba convencido de que se necesitaba ui hombre adulto para ayudarlos a enfrentar a Barto. Cielc sabía que, apenas se enterara, Indi enfrentaría a Barto. j éste llevaría adelante todas sus amenazas. Sin embargo reconoció que lo necesitaban y fue a buscarlo.
Sin darle más detalles, le contó que Tacho estaba en e Escorial, y le pidió que la acompañara a rescatarlo, sin de cirle nada a Bartolomé.
—¿Por qué no? —indagó Nico.
—No me pregunte, ¿me acompaña a buscar a Tacho”1 Él por supuesto aceptó, llamó a su abogado y juntos ron al Escorial. Hicieron un gran escándalo cuando entr y vieron el trato que estaban dándoles a Jazmín y a Tacl el responsable del lugar se vio intimidado cuando el aboc de Nico detectó una irregularidad en el acta de ingres Tacho. Faltaba una orden del juez de menores. El diré del Escorial, nervioso, llamó a Bartolomé quien, enterac la situación, se apersonó en el lugar, fingiendo su indición ante Nico, y exigió que, como ya lo había señalado ar anularan el ingreso, porque faltaba la orden del juez.
El resultado fue que Tacho regresó esa misma noc la Fundación. Y Bartolomé se mostró complacido, aunqiÉ por lo bajo le aseguró a Cielo que lo que acababan de viví sólo había sido un botón de muestra.
Una hora más tarde Jazmín conducía a Tacho de la mam a su habitación. De fondo se oían las voces de los chicos. EU lo detuvo en el pasillo en penumbras y le acarició un more ton que él tenía en un pómulo.
—Lo que hiciste fue increíble, gitana —dijo Tacho, a rio complacido—. ¡Estás loca! ¿Cómo te vas a mandar as
—A vos y a mí nadie nos va a separar. Nunca.
—Ah, ¿estamos juntos nosotros?
—Siempre, aunque seas un pendejo tarado, aunque n me creas que nunca tuve nada con Nacho. Vos y yo siempí vamos a estar juntos.
Cuando Cielo le agradeció a Nico por su ayuda, él le i guntó por qué, en lugar de recurrir a Bartolomé, ha hablado con él. Ella lo miró, sopesando si no había lleg la hora de confiarle todos los secretos que guardaba, inc.. los de Malvina. Pero recordó, como bien le había dicho F tolomé, que éste aún seguía teniendo el timón del ba CO, por lo que respondió a Nico con evasivas.
—No pasa nada, olvídese —dijo ella.
Pero Nico no se olvidó; muy por el contrario, comenzt pensar en todas las veces que había visto a Cielo discutir coi Bartolomé, la tensión entre ambos cuando él aparecía Recordó también aquel episodio que le había referido Ciek cuando habían descubierto el taller de los juguetes. Pens en aquella vez en que Tacho había querido pegarle, y en t acusación de Mar, cuando lo llamó «explotador». Tambiés le había llamado la atención el distanciamiento que habí entre Thiago y su padre, y las palabras de Barto en la cK nica, cuando Thiago estuvo al borde de la muerte. «Desea brió quién era el padre y se quiso morir», había dicho entn llantos a Justina. Algo no le cerraba, algo estaba mal, y i estaba dispuesto a averiguarlo.
Tina estaba dándole otro té de ruda macho a Barto, para que terminara de espabilarse. Nico entró muy serio en sala, y sin preámbulos lo encaró.
—Tengo que hablar con vos de lo que pasó con Tacho.
Bartolomé se atragantó con el té.
—Por suerte lo tenemos en casa otra vez, ¿no? —dijo fal sámente Bartolomé.
Cuando Cielo le agradeció a Nico por su ayuda, él le pr< guntó por qué, en lugar de recurrir a Bartolomé, habí hablado con él. Ella lo miró, sopesando si no había llegad la hora de confiarle todos los secretos que guardaba, incluí los de Malvina. Pero recordó, como bien le había dicho Ba tolomé, que éste aún seguía teniendo el timón del bar co, por lo que respondió a Nico con evasivas.
—No pasa nada, olvídese —dijo ella.
Pero Nico no se olvidó; muy por el contrario, comenzó pensar en todas las veces que había visto a Cielo discutir ca Bartolomé, la tensión entre ambos cuando él aparecí) Recordó también aquel episodio que le había referido Ciel< cuando habían descubierto el taller de los juguetes. Pens en aquella vez en que Tacho había querido pegarle, y en 1 acusación de Mar, cuando lo llamó «explotador». Tambié le había llamado la atención el distanciamiento que habí entre Thiago y su padre, y las palabras de Barto en la el nica, cuando Thiago estuvo al borde de la muerte. «Descí brió quién era el padre y se quiso morir», había dicho ena llantos a Justina. Algo no le cerraba, algo estaba mal, y i estaba dispuesto a averiguarlo.
Tina estaba dándole otro té de ruda macho a Barto, pai que terminara de espabilarse. Nico entró muy serio en ] sala, y sin preámbulos lo encaró.
—Tengo que hablar con vos de lo que pasó con Tacho.
Bartolomé se atragantó con el té.
—Por suerte lo tenemos en casa otra vez, ¿no? —dijo fa sámente Bartolomé.
—Vení a tu escritorio, por favor —le respondió Nico, muy serio, y entró, esperando que él lo siguiera.
Bartolomé se miró con Justina. Lo que siempre había temido estaba ocurriendo: Bauer había comenzado a meter las narices en sus asuntos. A la debilidad que venía sufriendo, se le sumó el hecho de que otro hombre lo enfrentara. Barrióme era muy cobarde, y el modo en que su cuñado lo había encarado lo intimidó. Pero Justina intervino enseguida para estimularlo.
—Hora de volver al rrruedo, señorrr.
—No creo poder hacerlo, Justin... ya no estoy para estos rrotes.
—Vamos, trote, manipule, engañe, embarulle, decapite, haga lo que sabe hacer!
—Pero si apenas puedo caminar, Tini...
—Imagine qué será de sus rulos sedosos y sus delicadas naneras en un penal, mi señorrr.
La imagen lo escandalizó. En ese momento volvió a asonar Nico desde el escritorio, impaciente y serio.
—Te estoy esperando, Bedoya.
Esa provocación era lo que necesitaba para volver a levantarse. Alzando el mentón, lo miró.
—Bedoya Agüero —corrigió—. Y no tanto apuro, Bauer...
Y con pasos firmes y lentos entró en su despacho. Cerró a puerta y se sentó en su sillón, preparado para estar siembre unos veinte centímetros por encima de quien se sentara enfrente. Pero Nico permaneció de pie.
—Te escucho, Bauer.
—No, te escucho yo. ¿Cómo dejaste que se llevaran a Tacho a ese lugar sin una orden del juez?
—Me apretó Pérez Alzamendi, y Tacho ya tenía una causa rendiente, y...
—¡No te podes dejar apretar por nadie! Tenes que defender a tus chicos con uñas y dientes... ¿vos viste lo que es ese lugar?
—Espantoso... Si para vos fue la primera vez, para mí es cosa de todos los días... A propósito, no entiendo por qué fuiste vos sin avisarme a mí, pero en fin... Yo ya estar moviendo cielo y tierra, y de hecho llegué atrás de vos y m lo traje conmigo, ¿no?
Nico lo miró unos instantes y finalmente dijo.
—No me cierra.
—¿Qué es lo que no te cierra?
—Nada. Yo jamás hubiera permitido que se lo llevaras
—Claro, vos sos el padre perfecto, ¿no? ¿Qué hicis cuando se llevaron a tu chiquito? Nada...
—Eso fue muy distinto. Yo perdí un juicio —dijo Nico ñd minándolo con odio—. Vos lo dejaste ir porque sí, como a quisieras castigarlo por algo. 1
—¿Hago todo mal, no? —dijo Bartolomé, ya en víctiiad
—La verdad que sí, Bartolomé. Estás haciendo agua vm todos lados... Primero, es una vergüenza que ningún-: estos chicos estudie...
—Thiaguito les consiguió una beca y Rama me incendii el colegio, ¿qué querías que hiciera?
—Que los lleves a otro colegio, que les pongas profesl res... Los chicos quieren averiguar sobre sus familias y vj no haces nada... Es todo demasiado raro. I
—Me cansaste, Bauer —dijo Bartolomé poniéndose serio de golpe.
Bauer se estaba aproximando demasiado a sus secretos y decidió quemar sus naves. El pobre altruista, criticado injustamente en sus esfuerzos, era un personaje que siempre daba resultado—. Si no te cierra cómo manejo mi fundación, si tenes objeciones sobre mi desempeño... todo tuyo Te dejo las llaves de mi caja fuerte, mi escritorio... investigame, empápate de todo. Es más... te delego mi puesto de director de la Fundación por una semana...
Se puso de pie, ofreciéndole su silla, consustanciado con su papel de víctima. Nico sólo lo observaba.
—Todos cuestionan y critican... ¡Claro, es muy facil hablar desde afuera! Nadie sabe lo que es estar en mi silla ¡Ser el director de esta Fundación es una patriada! ¿Y gano? Desconfianza, desprestigio... Te dejo mi lugar. El fuiste vos sin avisarme a mí, pero en fin... Yo ya estaba moviendo cielo y tierra, y de hecho llegué atrás de vos y me lo traje conmigo, ¿no?
Nico lo miró unos instantes y finalmente dijo.
—No me cierra.
—¿Qué es lo que no te cierra?
—Nada. Yo jamás hubiera permitido que se lo llevaran
—Claro, vos sos el padre perfecto, ¿no? ¿Qué hiciste cuando se llevaron a tu chiquito? Nada...
—Eso fue muy distinto. Yo perdí un juicio —dijo Nico fulminándolo con odio—. Vos lo dejaste ir porque sí, como s quisieras castigarlo por algo.
—¿Hago todo mal, no? —dijo Bartolomé, ya en víctima.
—La verdad que sí, Bartolomé. Estás haciendo agua per todos lados... Primero, es una vergüenza que ninguno de estos chicos estudie...
—Thiaguito les consiguió una beca y Rama me incencu: el colegio, ¿qué querías que hiciera?
—Que los lleves a otro colegio, que les pongas profeseres... Los chicos quieren averiguar sobre sus familias, y vc no haces nada... Es todo demasiado raro.
—Me cansaste, Bauer—dijo Bartolomé poniéndose ser.: de golpe.
Bauer se estaba aproximando demasiado a sus secre: y decidió quemar sus naves. El pobre altruista, critica: injustamente en sus esfuerzos, era un personaje que siernpre daba resultado—. Si no te cierra cómo manejo mi Fundación, si tenes objeciones sobre mi desempeño... todo tu; Te dejo las llaves de mi caja fuerte, mi escritorio... Investígame, empápate de todo. Es más... te delego mi puesto de crector de la Fundación por una semana...
Se puso de pie, ofreciéndole su silla, consustanciado ccr su papel de víctima. Nico sólo lo observaba.
—Todos cuestionan y critican... ¡Claro, es muy faca hablar desde afuera! Nadie sabe lo que es estar en mi lugar ¡Ser el director de esta Fundación es una patriada! ¿Y cuanto gano a canvio? Desconfianza, desprestigio... Te dejo mi lugar... El timón del barco es tuyo, todo tuyo... A ver qué tan bien haces las cosas vos.
Nico hizo un gesto que Bartolomé interpretó como una retractación. Pensó que su papel de víctima había logrado su efecto; sin embargo, Nico se puso de pie y dijo lo impensado:
—Acepto.
—¿Cómo?
—Que acepto tu lugar, que tomo el timón del barco.
Bartolomé nunca en su vida se había sentido tan estólido.
Nico y Bartolomé salieron del despacho, y Malvina y Jim tina intentaron disimular en vano, alejándose de la puenB a la que habían estado pegadas. En ese momento entraba en la sala Cielo, seguida de Thiago, y desde las habitacicnJ venían Rama, Tacho, Mar y Jazmín, felices, abrazados z :rl el regreso de Tacho. Nico aprovechó la confluencia de te : ?1 para hacer el gran anuncio.
—Estuve hablando con Bartolomé, y como él realme: - , está necesitando un descanso, acordamos que yo me <~ hacer cargo de la dirección de la Fundación.
Un gran silencio se produjo en la sala. Algunos que ron boquiabiertos y otros, estupefactos.
—¿En serio, Indi? ¿Usted va a ser el director? —dijo Cimbrándose con Thiago.
—Ah, bue... Ah, bue, mire si... Ah, bue, bue, ah... —t pezó a largar una onomatopeya tras otra Justina, sin po articular palabra.
—Nicky... It’s a joke, ¿no? —comenzó Malvina—. O s deberías estar pensando en que va a haber una boca más p alimentar, ¡helio! ¿Trabajar acá? Tipo que si estás buscar trabajo por el baby, este, lo que se dice trabajo no es, eh... i
—Nunca estuvo más en lo cierrrto la bólida, con to rrrespeto —comentó Justina, fulminando a Bartolomé—. E trabajo es menos rentable que casa velatoria de pueblo. So don Bartolomé puede; él se da, se brinda, se sacrifica...
—Pero está cansado, no puede... y él mismo me ofreció ser el director de la Fundación —explicó Nico.
—Interino, ¿no, Nicky? —aclaró Bartolomé.
—El tiempo que haga falta, Barto.
—¿Ustedes me están hablando en serio? —preguntó Cielo, sin poder creerlo.
—Muy en serio, ¡y empezamos ya! Quiero hacer algunos cambios... ¿Dónde está el dinero de la Fundación?
—¿El dinero? —preguntó Barto abatatado—. Eh... hay poco, poco... yo no empezaría gastando, Bauer...
—Pero algunas inversiones hay que hacer, papá... —dijo Thiago disfrutando de la situación.
—A nosotros nos faltan muchas cosas... —aprovechó Rama.
—En el patio hay que cambiar tapones por una térmica, ni te digo la humedad que hay en las piezas... —agregó Mar.
—Ok... Barto, habilitame las cuentas, que vamos a empezar.
Y salió, seguido de todos los chicos y Cielo. Malvina y Justina giraron a mirar a Bartolomé, que estaba rojo de vergüenza.
—¿Qué hiciste, bólido?
—¿Qué hizo, mamerto? —preguntaron ambas al unísono.
—¡Me taré! —confesó Bartolomé—. Me salió el tiro por la culata... Hice la que hago siempre, el acting del ofendido, fui un poco más allá, tiré de la soga, ¡y el muy turro agarró viaje!
—Después la bólida soy yo... ¡Esto es para morirse muerta!
No fue un eufemismo cuando Nico dijo que empezarían a hacer cambios ya mismo. Lo primero que hizo fue ir al sector de los chicos y tomar nota de todas las necesidades que tenían.
«Hay que arreglar la humedad de las paredes, necesitamos fratachos.» «Hay que pulir el piso de madera, nos vivimos clavando astillas, boncha.» «Hay que comprar sábanas nuevas, chaval, éstas parecen de papel.» «Habría que comprar libros, chicos.» «El agua de la ducha sale fría.» «Hay que traer buen morfi, panchos.»
Todos tenían muchas propuestas para hacer, y Nico tomó nota de todas, dándole importancia a todas. Comenzó destinando fondos para los arreglos más importantes: la pérdida de agua y las paredes con humedad. Mandó a comprar ropa nueva, y pidió un presupuesto para pintar el pa cubierto y las habitaciones de los chicos.
Aquella noche Nico pidió comida a domicilio, y todos cenaron juntos, sentados en el piso del patio cubierto. L chicos estaban felices, y Cielo aún creía estar soñando. Mié tras comían y charlaban todos a la vez, ella los miraba. 0 i servó a Mar, que no dejaba de mimarse con Thiago. A Tac y a Jazmín, que se miraban más enamorados que nunca. \ a Rama, que escuchaba atentamente todo lo que le contaba Alelí. Vio cómo Luz escuchaba fascinada lo que contaba Lleca. Vio cómo Monito comió hasta llenarse, y por primera vez desde que lo había conocido no se quedó con ganas de repetir. Y miraba a Nico, a su don Indi, a aquel ángel que había logrado ese milagro.
Cuando Rama observó al gran grupo y comentó «es* mos todos juntos», Cielo advirtió que Nico se ensombrec i
—Cristóbal también está acá, Indi. Él está —le susurró acercándose a él.
Nico asintió, conmovido, y tomó la palabra. Se disculpiB con todos, sentía que podría haber estado más cerca de elloafl pero todo el tema de Cristóbal y el juicio, cuya sentencia estaba en vías de apelar, lo había tenido absorbido. Prome tió reparar ese error y ayudarlos en todo lo que pudiera I
—Yo les prometo a todos que les vamos a dar una victtfl mejor, y también quiero que sepan que Cielo y yo vamos ffl hacer todo lo posible para que encuentren a sus familias —kfl aseguró Nico.
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—Chicos... —comenzó Nico—. Sé que tienen la necesi: de saber quiénes son. Ahora... también hay que pensar que pregunta, ¿quién soy?, no tiene una única respuesta. Cada i de ustedes tiene su historia, distinta, dura, injusta... Perc tener padres, o haber sido abandonados, no nos puede det No puede ser que vos, Tacho, por lo que te pasó, creas que \ _ lo que vale un televisor blanco y negro. Ni puede ser que N porque haya sido abandonada, deba ser siempre «la aban nada». Eso puede cambiar... porque chicos, ¿qué es un pac de ropa nueva, y pidió un presupuesto para pintar el patio cubierto y las habitaciones de los chicos.
Aquella noche Nico pidió comida a domicilio, y todos cenaron juntos, sentados en el piso del patio cubierto. Los chicos estaban felices, y Cielo aún creía estar soñando. Mientras comían y charlaban todos a la vez, ella los miraba. Observó a Mar, que no dejaba de mimarse con Thiago. A Tacho y a Jazmín, que se miraban más enamorados que nunca. Vk a Rama, que escuchaba atentamente todo lo que le contaba Alelí. Vio cómo Luz escuchaba fascinada lo que contaba Lleca. Vio cómo Monito comió hasta llenarse, y por primera vez desde que lo había conocido no se quedó con ganas di repetir. Y miraba a Nico, a su don Indi, a aquel ángel qu había logrado ese milagro.
Cuando Rama observó al gran grupo y comentó «estamos todos juntos», Cielo advirtió que Nico se ensombreció
—Cristóbal también está acá, Indi. Él está —le susurró, acercándose a él.
Nico asintió, conmovido, y tomó la palabra. Se disculpó con todos, sentía que podría haber estado más cerca de ellos, pero todo el tema de Cristóbal y el juicio, cuya sentenciai estaba en vías de apelar, lo había tenido absorbido. Prometió reparar ese error y ayudarlos en todo lo que pudiera.
—Yo les prometo a todos que les vamos a dar una vida mejor, y también quiero que sepan que Cielo y yo vamos a hacer todo lo posible para que encuentren a sus familias —les aseguró Nico.
Pero vio que todos tenían una expresión de escepticismo.
—Chicos... —comenzó Nico—. Sé que tienen la necesidad de saber quiénes son. Ahora... también hay que pensar que esa pregunta, ¿quién soy?, no tiene una única respuesta. Cada uní de ustedes tiene su historia, distinta, dura, injusta... Pero nc tener padres, o haber sido abandonados, no nos puede definir No puede ser que vos, Tacho, por lo que te pasó, creas que vales lo que vale un televisor blanco y negro. Ni puede ser que Mai porque haya sido abandonada, deba ser siempre «la abando nada». Eso puede cambiar... porque chicos, ¿qué es un padre?
Todos lo escuchaban atentamente, jamás nadie les había hablado así. No era sólo por lo amoroso de sus palabras, era alguien que los había escuchado.
—¿Llevar la sangre de un padre nos convierte en sus hijos?
—No —respondió Thiago, categórico.
—Claro que no... —continuó Nico—. Yo hace años que perdí a mi viejo, sin embargo está acá —dijo tocándose el corazón—, siempre conmigo, siempre será mi viejo. Está en mí. Cielo ni recuerda a sus padres, pero sus viejis... ¿no valen como padres? ¿Qué es un padre, chicos? ¿Marcos Ibarlucía es el padre de Cristóbal? Un padre es esa persona que nos ama más que a sí mismo. Todo se trata del amor. Y ustedes pueden tener o no tener padres, que pueden ser buenos o malos... pero lo que seguro tienen es amor. Tienen hermanos, ¿o no se sienten todos hermanos ustedes? Y no tendrán padres, pero nos tienen a Cielo y a mí.
Después de la comida, cuando algunos se fueron a dormir, Mar y Thiago fueron a la cocina, en busca de un poco de intimidad. Ella notó que él se había quedado muy tocado por las palabras de Nico. Le confesó que cuando veía el amor que Nico tenía por su hijo le daba mucha envidia y dolor. Hubiera dado cualquier cosa por tener un padre y una madre, en lugar de esos desastres que había tenido. Observando a Nico, comprendía el horror de padre que le había tocado. Cada día que pasaba lo que sabía de su padre cobraba más peso.
Hasta ese momento, ella había pensado que no había dolor más grande que no tener padres, pero viendo el dolor de su novio, entendió que, a veces, tener un padre siniestro podía ser mucho peor que no tenerlo.
—Hay que frenar a mi papá, Mar. Hay que terminar con él.
—¿Qué querés decir con «terminar con él»? —se asustó ella.
—Pararlo.
—¿Pero cómo?
Mientras ambos intentaban encontrar una salida, Bartolomé, que estaba agazapado tras la puerta, confirmó al escucharlos que su hijo sabía perfectamente quién era él.
—Quiero sangre, Justin. Quiero que rueden cabezas. La mucamita y los mocosos le contaron a Thiaguito sobre mis actividades, él sabe todo. Eso se paga con la vida. La quiero muerta. Serví licor, Justin, hoy vamos a trabajar largo y tendido.
—¡Ése es mi señorrrr! —dijo Justina abriendo la botella.
En ese momento entró Malvina, estaba desconsolada, además de algo descompuesta por las náuseas. Nicolás no sólo la ignoraba, sino que ahora estaba en el altillo, con Cielo, trabajando para la Fundación.
—Lo estoy perdiendo, Barti... Me va a dejar por Cielo.
—Hace café, bólida, y súmate a la reunión. Todos vamos a recuperar el terreno perdido.
En las penumbras del despacho, junto a varias tazas de café y copitas de Hesperidina, urdieron un plan.
—Tomen nota. Primero hay que reparar mi error de cálculo con Bauer, hay que sacarlo de acá y retomar el poder.
—Y bueno, usted sabe que ser director es una gran responsabilidad... Mucho mocoso dando vueltas, alguno podría desgraciarse, tener un accidente...
—Eso, Tina. Vamos a lo segundo... Mi hijo. Hay que revertir lo que cree de mí, hay que convencerlo de que esa manga de delincuentes juveniles miente.
—La traición mata. Y el pobre Thiaguito es sensible...
—Vamos por ahí. Tercero, el superobjetivo: Cielo. Todos los temas llevan a ella. En el tema de la herencia, sobra Cielo.
—En el tema de Lucecita... sobra Cielo —agregó Justina.
—En el tema de Nick, sobra Cielo —aportó Malvina.
—Cielo sobra, sería la conclusión —dijo Bartolomé—. Por lo tanto, al cielo mandaremos a Ángeles Inchausti.
Estaba decidido. Para terminar con todos sus problemas, Ángeles Inchausti, alias Cielo Mágico, debía morirse muerta.
Como habían hecho veinte años antes, entre gallos y inedia noche, Justina y Bartolomé se deslizaron sigilosos en el altillo donde dormía Cielo, y con un trapo embebido en éter se aseguraron de que siguiera dormida unas cuantas horas más.
La bajaron sigilosamente entre ambos, y la llevaron hasta el jardín, donde Malvina los esperaba en el carromato. Sin hacer ruido y con un gran esfuerzo, empujaron el vehículo hasta sacarlo a la calle. Una vez allí, le dieron arranque, y tras varios intentos lograron ponerlo en marcha. Bartolomé se subió al volante, pero Malvina lo detuvo.
—¡Hay tal crisis! ¿Estamos seguros de lo que vamos a hacer? Me muero muerta, los bebés sienten todo desde la panza, ¿qué estará pensando el mío?
—¿No entendés que tenemos que sacarnos de encima este lastre?
—Sí, Barti, pero matar... Vos no escuches... —le dijo a su panza.
—Déjemela a mí, señorrrr... ¡Usted arranque!
Bartolomé puso primera y arrancó, llevando a Cielo desmayada. Ellas lo siguieron en el auto, mientras Justina se ocupaba de acallar los escrúpulos de Malvina.
Aún era noche muy cerrada cuando llegaron hasta un barranco, en un páramo despoblado, cerca de la estancia de los Inchausti. Detuvieron el carromato a varios metros del barranco, donde comenzaba la pendiente. Colocaron a Cielo, aún dormida, al volante; quitaron el cambio del vehículo, y entre los tres, con gran esfuerzo, le dieron un empujón, hasta que el vehículo ganó velocidad descendiendo por la pendiente. Los tres permanecieron de pie, observando
cómo el carromato avanzaba hacia el barranco, donde te minaría cayendo a un lago, en el que, al fin, la mucamita ahogaría.
Pero los tres quedaron absortos cuando el vehículo ¡ detuvo en seco, en nleng pendiente Maldiciendo voivierc a empujarlo, hasta que volvió a ganar velocidad; pero ui vez más se detuvo antes de llegar al barranco.
—¡Será de Dios, che! ¡Tanto nos puede costar matar esta chiruza! —se quejó Bartolomé.
Y volvieron los tres a empujarlo. Justina notó que Ciel estaba despertando, y volvió a aplicarle una dosis de nai cótico.
—¡Apuremos señorrr, se nos viene el día!
Volvieron a empujar, pero ahora parecía pesar diez vece más. Se esforzaron hasta el agotamiento y sin embargo n< pudieron moverlo. Empezaron a desesperarse, pronto ama necería.
—Vamos mi señorrr, a la cuenta de tres... Uno, dos...
—Buenas... ¿necesitan ayuda? —se escuchó.
Los tres giraron sobresaltados. Allí había un campesino, de a caballo, que les sonreía amable.
—¿Se les quedó la chata? ¿Les doy una mano para empujar?
—No hace falta, buen hombre... —respondió Barto, ya con tono campechano.
—Sí, mire, ahí viene mi compadre y su compadre — el campesino señalando a otros dos que venían—. Ei todos lo hacemos arrancar.
Tuvieron que seguirles la corriente, y se deshicieron en agradecimientos cuando los campesinos dejaron el carr: mato otra vez sobre el camino, y en marcha.
—Cómo duerme la chica... —comentó el campesino.
—¿Vio? Es de sueño pesado... —comentó Bartolomé.
Y las horas pasaron sin lograr el fin que perseguían Como ya había amanecido y sería muy peligroso hacerle la luz del día, entonces Bartolomé decidió que la llevar hasta la estancia Inchausti, y la dejarían encerrada en .
establo abandonado, para que se extinguiera allí, sólita, de hambre y soledad. Y eso hicieron.
De regreso, ya en la mansión, se encerraron en el despacho. Tina sacó un papel escrito a mano.
—Acá hay una canción escrita a mano por la arrrastrada.
—¿Podrás copiarle la letra, Justin?
—Temblorosa e infantil, una papa.
—¡Entonces escribí!
Bartolomé empezó a dictar, mientras Justina se esmeraba en copiar la letra de Cielo.
—«Mis chiquitos, mi don Indi...»
—No, ¡Mi don Indi, no! ¡No! —se quejó Malvina.
Bartolomé la fulminó con la mirada, y siguió dictando.
—«A la parapapila que los voy a extrañar, che...» —y se corrigió—. Sin el che, saca el che... «Me fui así, a las apuradas, porque encontré algo de mi pasado, y me fui a buscarlo. Les pido que no se preocupen, confíen en mí... Fui a investigar...»
«Y necesitaba hacerlo sola. Espero que no se enojen, me voy tranquila porque ahora están con don Indi, y en menos de lo que canta un gallo pego una doble mortal y vuelvo. Los quiero, los amo, no me bajen los brazos, che...»
Nico terminó de leer la carta como suspendido, y algo preocupado. No era propio de Cielo irse sin avisar.
—Bueno, técnicamente avisó —dijo Rama.
—Sí, con una carta... —seguía dudando Nico.
Pero no tuvo tiempo para preocuparse, porque llegar todos los chicos y aún no tenía el desayuno listo.
—¿Cómo anda mi director suplente? —preguntó con u: gran sonrisa Bartolomé, cuando entró en la cocina—. ¿Vos preparando el desayuno? ¿Y Cielo?
—Ella tuvo que salir...
—Ah, ok... Bueno, director y mucama, che... ¿Cómo trata el cargo?
—Bien, acá me ves, feliz... ¿Vos?
—Y... yo tranqui... Hoy en lugar de levantarme a las sie menos cuarto, dormí hasta las nueve, todo un lujo... Te ten. que confesar que me daba julepe delegar, you know. Es tarea está llena de riesgos... Me acuerdo de cuando empecé. Me dije: «no duro ni un día». Viste como es esto: un purrete se te rebana un dedo con un cuchillo y es culpa tuya.
Nico relojeó a Alelí, que estaba cortando pan.
—Un pimpollo se te electrocuta, culpa tuya.
Nico observó a Lleca, descalzo, intentando encender el estéreo.
—Un mocoso se te rompe la cadera, culpa tuya.
Nico descubrió a Monito, trepado a una silla, intentando alcanzar un frasco de galletitas.
«Y necesitaba hacerlo sola. Espero que no se enojen, me voy tranquila porque ahora están con don Indi, y en menos de lo que canta un gallo pego una doble mortal y vuelvo. Los quiero, los amo, no me bajen los brazos, che...»
Nico terminó de leer la carta como suspendido, y algo preocupado. No era propio de Cielo irse sin avisar.
—Bueno, técnicamente avisó —dijo Rama.
—Sí, con una carta... —seguía dudando Nico.
Pero no tuvo tiempo para preocuparse, porque llegaron todos los chicos y aún no tenía el desayuno listo.
—¿Cómo anda mi director suplente? —preguntó con ur gran sonrisa Bartolomé, cuando entró en la cocina—. ¿\ preparando el desayuno? ¿Y Cielo?
—Ella tuvo que salir...
—Ah, ok... Bueno, director y mucama, che... ¿Cómo te trata el cargo?
—Bien, acá me ves, feliz... ¿Vos?
—Y... yo tranqui... Hoy en lugar de levantarme a las sietfc menos cuarto, dormí hasta las nueve, todo un lujo... Te tene que confesar que me daba julepe delegar, you know. Esta tarea está llena de riesgos... Me acuerdo de cuando empecé... Me dije: «no duro ni un día». Viste como es esto un purrete se te rebana un dedo con un cuchillo y es culpa tuya.
Nico relojeó a Alelí, que estaba cortando pan.
—Un pimpollo se te electrocuta, culpa tuya.
Nico observó a Lleca, descalzo, intentando encender el estéreo.
—Un mocoso se te rompe la cadera, culpa tuya.
Nico descubrió a Monito, trepado a una silla, intentando alcanzar un frasco de galletitas.
—Y no se te vayan a lastimar tres juntos, porque te acusan de golpeador y fuiste... Cinco añitos a la sombra le dieron a un colega... —y bajó la voz—. Y ni que hablar si se te llega a embarazar una purreta.
Nico abrió los ojos muy grandes, y vio, más allá, cómo Tacho y Jazmín se besaban con intensidad.
—Pero don’t worry, Nicky... Eso le pasa a los chambones... Vos vas a estar a la híper altura de las circunstancias... Me voy a cortar un poco las puntas de los rulos, ahora que tengo tiempo, ¡aprovecho!
Y se fue, relajado. Apenas salió, Nico le sacó el cuchillo a Alelí, cortó el pan, le untó manteca, y retiró de la mesa todos los objetos cortantes; lo bajó a Monito, con el frasco de galletitas bien aferrado. Encendió el estéreo y mandó inmediatamente a Lleca a ponerse zapatillas, mientras separaba a Tacho de Jazmín.
El cambio de autoridades y el calorcito del verano que se acercaba habían relajado muoho a los chicos, que de pronto se sentían con derecho a comportarse como adolescentes de quince y dieciséis años. Mar y Thiago estaban en el patio cubierto esperando a los chicos para pintar. Nico les había comprado la pintura, y ellos se ofrecieron a hacer el trabajo. Mar rasqueteaba las paredes; Thiago se acercó por detrás, le tomó la mano en la que ella sostenía la lija, y la ayudó a hacerlo, mimoso. En ese momento entraron Tacho y Jazmín, con rodillos en las manos, pero a los tumbos, besándose. Y de la habitación salieron Rama y Brenda, cuya relación habían retomado. Los seis se miraron y se rieron.
—Está llegando el veranito y estamos todos a full ¿no? —comentó Tacho.
—¿Podríamos hacer algo los seis, no? —propuso Rama.
—Tenemos que pintar —les recordó Mar.
—¿Todos? —se fastidió Tacho.
—Hagamos una cosa... —propuso Jazmín—. Hacemos un juego por parejas... La que pierde pinta y los que ganan se toman el día libre.
—Ni a palos —dijo Mar.
—¿Qué juego? —se interesó Thiago.
—Concurso de besos —propuso Brenda, y Rama la miró sorprendido.
—¡Amm, cualquiera! —dijo Mar—. ¿Cómo sería?
—El beso más largo gana... —dijo Thiago, y la miró—. Juguemos, trompita, ganamos seguro.
Todos, menos Mar, se rieron del trompita. Pero aceptaron el desafío. A la cuenta de tres, todas las parejas empezaron a besarse, relojeándose para controlar a las otras parejas; y nadie vio a una mujer de avanzada edad, de rostro muy severo, pelo de color bordó y con peinado de peluquería, un tailleur oscuro y un gran rosario colgado al cuello. La mujer, de aspecto muy conservador, los miró escandalizada.
—Señores... ¿qué es esto?
Todos se detuvieron en su accionar, y vieron a la mujer que sacudía su cabeza, mientras buscaba algo en su cartera.
—¿Usted quién es? —preguntó Tacho.
—Soy Rosarito Guevara de Dios, asistente social del juzgado de menores.
La asistente social regresó a la sala en busca de un mayor, mientras seguía hurgando en su cartera. Todos los chicos la siguieron, intentando minimizar lo que ella había visto.
—Eh, señora Guevara...
—Señorita... Guevara de Dios... —corrigió ella.
Hasta que por fin encontró lo que buscaba: un pequeño grabadorcito de mano. Lo accionó y grabó unas palabras con el tono de un forense que hace una autopsia: «Lascivia comprobada».
Todos se miraron algo tentados, sin embargo entendían la gravedad de la situación. La asistente social había venido a hacer un informe para el juzgado justo cuando Nico era el director a cargo.
—Señorita Guevara de Dios... Yo soy el hijo de Bartolomé —dijo Thiago con toda su diplomacia.
—¿Esas conductas disipadas se las enseña su padre?
—No hacíamos nada malo, doña... —intentó relajar la situación Tacho.
—Vi con mis propios ojos cómo un puñado de menores estaban complaciéndose en refriegas non sanctas.
—Me parece que se le está yendo un poco la mano... —ya se encabritó Mar.
—Y a mí me importa muy poco lo que a usted le parece; acá, a la que le pagan para ver qué le parece es a mí. ¿Dónde está el responsable de este lugar? ¿Dónde está Bedoya Agüero.
—Salió —explicó Thiago, sin aclarar el cambio de mando.
Rosarito accionó el grabador y dijo. «Tutor ausente».
—¡Pero ahí volvió! —exclamó Thiago, señalando a Nico que entraba con Bartolomé.
—Por fin, Bedoya Agüero. Oiga, hombre, su fundación es una calamidad, los menores practican gimnasia interbucal repulsiva, ¿y usted de paseítos por la calle?
—Momento, Rosarito, querida... Ya no estoy al frente de la Fundación BB. Le delegué temporariamente el cargo a mi cuñado, el doctor Bauer.
—Encantado... —saludó Nico algo cohibido.
—¿Doctor en qué? —preguntó la mujer sin responder al saludo.
—En arqueología.
—¿Y qué sabe un arqueólogo de trabajo social?
—¿Por qué no empezamos con el pie derecho, Rosarito? —dijo Nico, comprador—. Chicos, vayan a ocuparse del bar, déjenme con Rosarito.
—¿Bar? —exclamó la asistente social.
—Ahora le explico... —dijo Nico.
Cuando Nico se encerró con Rosarito en el despacho, Bartolomé llamó a Justina.
—Es el momento ideal para sacarnos a Bauer de encima. Ya llegó Rosarito.
—Perfecto, señorrr. Procedemos con lo acordado.
Justina salió a ejecutar el plan que habían pergeñado. Fue hasta el bar, y sin que nadie la viera, se acercó al tablero eléctrico. Luego fue hasta la habitación de las chicas, y dejo una bolsita entre las cosas de Jazmín. Y por último tomó un balde, una lata de cera líquida y un trapo de pisos.
Una hora más tarde, Nico y Rosarito salían de la mansión a las risas, ella tomada del brazo de él. Nico había desplegado todo su encanto y se había metido a la severa asistente social en el bolsillo.
—Se lo digo con todo respeto, usted es idéntica, pero idéntica a Nefertiti, la reina más bella de Egipto...
—No sea zalamero, Bauer. Soy incomprable, y el informe es el informe...
—Y yo sé que una mujer, con ese rostro que dice «yo viví, yo sé lo que es la vida», comprenderá que los chicos están en ese momento del descubrir...
—Horroroso.
—Pero tan natural... Ellos son buenos chicos, y mírelos cómo están... felices...
Rosarito miró hacia el bar, donde estaban los chicos, atendiendo las mesas, divirtiéndose. Mar estaba junto a la caja eléctrica, tratando de encontrar el desperfecto por el que se había cortado una fase. Se extrañó al ver un cable suelto, el cable que había cortado Justina para sabotear la instalación.
—Están que explotan de alegría —dijo Nico, como dando pie a la tremenda explosión que se oyó, y ambos vieron a Mar salir despedida por la patada eléctrica.
Mar intentaba convencer a todos, especialmente a Rosarito, de que estaba bien, mientras la depositaban en el sofá de la sala.
—Estoy bien, me pasa todos los días, dos por tres me da una patada ese tablero... —intentó minimizar, agravando la situación.
—¡Esto es de no creer! —exclamó Rosarito.
—Y se vuelve atea si le digo que el botiquín de primeros auxilios está vacío como morrrgue de pueblo chico —metió púa Justina.
—¿Cómo vacío? —dijo Nico a Justina mirándola con intención.
—Sí, doctor Bauer continuó ella como si no se percatara de sus gestos. Y la emergencia médica venció ayer... Yo le dejé los papeles en el escritorio para que pague, pero se ve que se le pasó, ¿no? —explicó, y sin darle tiempo a replicar, gritó hacia la planta alta—: Chiquitos, está la merienda... Monito, a comer...
Y casi de inmediato apareció Monito corriendo en la planta alta, donde estaban jugando todos; famélico como siempre, corrió ante el llamado de Justina, y apenas pisó el escalón que ella había encerado copiosamente, resbaló y cayó, estruendoso, hasta el descanso de la escalera.
Entonces la intervención de Rosarito fue inmediata, y bien contundente.
—Uno se le electrocuta, otro corre y se cae, y usted no tiene ni una curita en el botiquín, ni un servicio de urgencias. Bauer, no sé cómo será con las momias, pero para esto n0 Sirve —sentenció Rosarito, mientras Nico pensaba cuánta falta le hacía Cielo en ese momento.
Nico volvió a apelar a toda su simpatía y seducción, y logró calmar un poco el gran trastorno que se había producido.
—Es propio de los chicos caerse y meter las manos en el enchufe, ¿no?
—Y es propio de los adultos tener el botiquín en condiciones. Mire, Bauer, me cae bien, y por eso voy a aplazar la entrega de mi informe, pero...
En ese momento empezaron a oírse gritos desde el sector de los chicos; y ambos vieron a aparecer a Jazmín, furiosa, y a Tacho persiguiéndola a los gritos.
—¿Con quién te acostaste? —gritó Tacho sacado.
—¡Con nadie! —se defendió Jazmín.
—¿Fue con Nacho? ¿Te acostaste con Nacho?
—Chicos, chicos... —trató de calmarlos Nico.
Pero ellos lo ignoraban, Tacho estaba furioso, incontenible. Rosarito manoteó su grabador.
—¡No me acosté con nadie, idiota! —gritó Jazmín.
—¿Y entonces para qué compraste este test de embarazo? —le preguntó Tacho, enarbolando la caja que había dejado Justina entre las pertenencias de Jazmín.
Rosarito habló con el juez. Su opinión era rotunda: había que intervenir la Fundación. Aconsejó la clausura y reubicación de los menores. Nico se desesperó. Ella estaba inflexible y no escuchaba razones. Ante el grave informe de la asistente social, el juez Re se apersonó en la Fundación, dispuesto a decretar la clausura. Entonces Bartolomé intervino. Habló con Rosarito, habló con el juez Re, y finalmente logró calmar las aguas.
Nico estaba destruido y se deshizo en disculpas. Le suplicó a Barto que reasumiera su puesto, entendía que sus intenciones habían sido buenas, pero no estaba preparado para semejante responsabilidad.
—¿Qué te dije, Tini? —le recordó Bartolomé a su ama de llaves, mientras descorchaba una botella de champagne—. «Bauer no dura ni un día.»
—Y no duró, señorrr.
—Bauer fuera y la muqui muriendo en un cuchitril de dos por dos... Recupero a Thiaguito, y la casa está en orden.
—Usted sigue siendo el rrrrey —dijo ella, mientras brindaban.
Cielo lloraba encerrada en el sótano de un establo abandonado. Pero no lloraba por el encierro o por la posibilidad de morir allí, lloraba por la revelación que había tenido la noche anterior.
Mientras Bartolomé y Justina estaban intentando empujar el carromato, ella había empezado a reaccionar, y se vio sentada frente al volante de Carancho, en medio de un bosque oscuro. Miró por el espejo retrovisor y divisó a Bartolomé y Justina. Ella no lo sabía, pero junto a ellos estaba Malvina.
Pero antes de comprender el horror que estaban por cometer los otros, tuvo una revelación, una ficha que terminó de completar el rompecabezas. Al verlos por el espejo, conspirando en la noche, un recuerdo nítido y claro asaltó su mente. Recordó aquella noche nefasta en que ellos mismos la habían abandonado en un bosque similar. Y a partir de ese recuerdo, todos los demás se desencadenaron. Ella era Ángeles, la hija de Alba y de Carlos María. Recordó aquella noche en que su madre había ido a la mansión a pedirles ayuda y que ellos la habían dejado morir; recordó claramente a su madre, su panza, el hermanito que estaba por venir...
Y en ese momento se acercó Justina, le puso algo en la nariz, y luego había despertado encerrada en ese sótano. Estaba todo muy oscuro y apenas podía ver un hendija de luz que entraba en el techo, por la puertita trampa del sótano. Había intentado alcanzarla, pero estaba muy alta.
Sentía que realmente acababa de descubrir el verdadero rostro monstruoso de Justina y Bartolomé. Todas las atrocidades que había descubierto se completaban ahora: los
explotadores también eran sus verdugos, los que habían intentado dejarla morir cuando tenía diez años, y lo mismo estaban haciendo diez años después.
Pensó en los chicos, pensó en Nico. Y pensó en Luz, y otro escalofrío recorrió su alma: existía una enorme posibilidad de que Luz fuera su hermana.
Lloró, amargamente, recordando en detalle a su madre, a su padre, aquellos días felices en una modesta y cálida casita, las tortas de limón que le cocinaba, los paseos a caballo con su padre, la cunita que preparaban para su hermanito, recordó aquella felicidad que les habían destruido.
Había perdido la noción del tiempo y se sentía muy débil por el hambre, la sed y el dolor. Mientras lloraba, oía la tormenta que se desataba afuera, y un chorrito de agua de lluvia empezó a filtrarse por la hendija de la puerta trampa. Cielo bebió un poco de la que caía, al menos no moriría de sed.
Sin dejar de llorar, se adormeció, y al despertar se sobresaltó al tener frente a sí a aquel anciano luminoso, el que había sido don Inchausti.
—¡Usted! —dijo ella azorada.
—Hola, Ángeles... —respondió él con su plácida sonrisa.
—Usted está en mi imaginación, ¿no?
—¿Vos crees? ¿No me ves, no me oís?
—Sí, pero los otros no lo ven ni lo escuchan...
—Ése es un problema de los otros —dijo Inchausti, sentándose frente a ella—. Sólo la gente muy especial puede verme.
—Entonces... —dijo Cielo admirada—. Es real... Es un hombre como todos, que come, duerme, ama, sufre...
—En otro tiempo fui así —dijo Inchausti, riendo—. Sobre todo por lo de «sufrir». Hoy soy un hombre distinto. Pero eso no es lo importante, Ángeles... —dijo remarcando el nombre—. Porque ahora sabes que sos Ángeles, ¿no?
—¿Y usted es mi abuelo? ¿Usted es el papá de mi papá, no? Entonces no está muerto... ¿o sí?
—No vine a hablar de mí, sino de vos, Ángeles.
—¿Y usted sabía que yo era Ángeles? ¿Por qué no me dijo nada?
—Digamos que... no puedo intervenir.
—Pero cuando Thiaguito casi se mata, usted intervino... ¿o no?
—A veces... puedo proteger. Para eso estoy aquí y ahora.
—¿Me va a ayudar a salir de acá? —se ilusionó ella.
—Yo creo que vos misma podes salir sola de acá... Como vos sabrás, una chica siempre tiene sus recursos, algo que siempre la saca de un apuro, ¿no?
—Yo no creo que pueda salir de ésta, don...
—¿No te bastó con todo lo que viste para creer? ¿No ves que hasta tu dolor te ayuda? Vos lloras y el cielo llora, y te regala agua para tu sed...
—Qué consuelo, ¿no? —dijo ella irónica, tomándose las rodillas y acurrucándose.
—Tenes que hacer algo para salir de acá.
—Ya hice, intenté saltar... grité como loca pidiendo ayuda, pero nadie me escucha...
—¡Ah! O sea que estás esperando que un príncipe te venga a rescatar... Eso es muy romántico, Ángeles, pero una mujer no puede esperar toda la vida... A veces las princesas tienen que luchar por sí mismas para salvarse.
—¿Y cómo? ¿Cómo carancho hago para salir de acá?
—Ya te dije, Ángeles... Una chica tiene sus recursos... Y vos... ¿no eras acróbata?
Ella lo miró sin terminar de comprender. Giró la cabeza, para observar bien el lugar, y al volver a girar, el anciano ya no estaba.
—¡No, vuelva! ¡No me deje con el rompecabezas a medio armar!
Frustrada, golpeó una pared con un puño y, al hacerlo, un listón de madera que cubría la pared se desprendió. Ella lo examinó, lo golpeó fuerte, y comprobó que era bastante resistente. Miró hacia el techo, y de pronto, como una revelación, comprendió lo que le había dicho el hombre: ella era acróbata, su habitat era el aire, ése era su recurso para escapar de allí.
En uno de los laterales había un caño amurado a la pared. En el otro, una pared de ladrillos. Tanteó los ladrillos, hasta encontrar uno flojo, y lo quitó. Calzó un extremo del listón de madera en el hueco, y el otro extremo lo calzó, con esfuerzo, sobre el caño amurado a la otra pared. Tenía una barra horizontal bastante recta. Se frotó las manos, y pegó un salto, hasta colgarse del listón. Comprobó que resistía su peso. Entonces empezó a columpiarse, hasta ganar impulso. Cuando lo consiguió, haciendo un movimiento bascular, comenzó a golpear la puerta trampa con sus pies. Golpeó una, dos, tres, cuatro veces... Y cuando estaba empezando a perder la fe, dio una quinta patada, y la puerta trampa se abrió.
Aunque don Inchausti había desaparecido mucho tiempo antes de que Ángeles naciera, había estado siempre junto a su nieta. La había visto nacer, la había visto ser abandonada en el bosque, y luego criada en el circo. Había sido testigo de su regreso a la mansión, y de todo lo que allí había ocurrido.
Bien podía reprochársele no haber hecho nada por evitarle tantos sufrimientos, pero existía una razón que explicaba su modo de proceder. Por un motivo muy especial, él no podía intervenir en el curso de las cosas. Sin embargo, había hecho por ella algo muy importante: la había ayudado a encontrar una llave con la que abriría cualquier puerta, incluso una puerta trampa.

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