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Capitulo 16 La isla de Eudamón



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El cambio no fue lento, ni gradual. Fue inmediato, un cambio contundente. En el mismo momento en que Bartolomé y Justina eran puestos en prisión, todos los chicos de la Fundación pasaban a ser tutelados de Nico y Cielo.
El festejo duró hasta bien entrada la noche. Todos se juntaron en la sala a comer, a cantar, y a bailar. Mar intentó sumar a Thiago a los festejos, pero él apenas podía moverse, estaba como arrasado por una aplanadora. Ella permaneció toda la noche junto a él.
En medio de la emoción y la alegría, Jazmín se acercó a Tacho, le sujetó la cabeza, y le dio el beso más intenso de su vida.
—Júrame que no estuviste con el cachetón —ordenó él.
—Nunca más vuelvas a desconfiar de mí, ¿estamos? —fue la respuesta de ella.
—Júramelo.
—Me lo pedís una vez más, y me perdés para siempre.
Entonces Tacho, que le creía, depuso su orgullo y la besó.
Nico registró que Rama no estaba allí y salió a buscarlo. Lo encontró a los besos con Brenda en la oscuridad del patio cubierto.
—¡Es una nena! —exclamó Nicolás mientras intentaba separarlos—. ¡Y es la hija del comisario! —agregó, y para que dejaran de besarse, encendió la luz.
Tras su intervención tan paternal, ambos sonrieron, pero Nico registró que estaban llorando. Rama le explicó que Brenda se iba de viaje a Paraguay, donde vivía su madre, ya que quería alejarse de su padre. Entonces Nico comprendió que aquello era una despedida, y volvió a apagar la luz, antes de dejarlos solos.
No estaban acostumbrados a una felicidad duradera, sin embargo, cada día había más y mejores noticias.
Nico llamó a un compañero de la secundaria, que era un excelente maestro, y éste comenzó a darles clases de inme diato. Lleca se quejó, puesto que ya era casi diciembre, y cuando todos estaban terminando el colegio, ellos empezaban.
—Y lo mejor de todo —dijo Cielo riéndose—. ¡Es que van a estudiar todo el verano para ponerse al día!
Monito, casi con lágrimas de emoción, ayudaba a los changarines del supermercado a descargar en la cocina los pedidos que hacían cada semana. Los chicos veían alimentos que ni sabían que existían. La alimentación había cambiado, el clima había cambiado; ahora había música, había ricos olores, había siempre alguien riéndose, alguien jugando. Lleca jugaba al fútbol en la sala, mientras los chicos intentaban ensayar para la grabación de su demo. Alelí y Luz se llevaban mejor, aunque siempre peleaban por sus muñecas. Luz nunca quería prestar a Alitas.
El día en que Nico y Malvina tuvieron que ir a firmar el acta de divorcio, él le dijo, a pedido de Thiago, que podía quedarse a vivir en la mansión, y ella sonrió con tristeza.
—Ya le expliqué a Thiago que prefiero irme.
—Estás embarazada, y no tenes un peso.
—Me las voy a arreglar —dijo ella, dolida, pero digna, y sacó un sobre—. Éste es el resultado del ADN.
Él la miró y se le hizo un nudo en el estómago. Aunque no había nada que lo uniera a esa mujer, tenía un deseo profundo de que ese hijo fuera suyo.
—Yo siento que es tuyo —dijo ella con la voz estrangulada—. Lo siento, y tengo la esperanza de que este hijo nos haga muy felices a los dos. Ya que va a tener una madre como yo, se merece un padre como vos.
—¿No lo abriste?
—No. Y te juro que no lo truche, ni nada raro... Así como me lo dieron en la clínica, lo traje.
Había una destino que se estaba poniendo en juego en la acción de abrir ese sobre. Si el resultado era negativo, ya nada lo uniría a Malvina, y ella seguiría su vida con el hijo de un hombre siniestro. Si el resultado era positivo, Malvina sería parte de su vida para siempre, y él tendría su primer hijo biológico.
El resultado fue positivo. Y Nico sintió que lo era en todo sentido. Al ver a Malvina llorando de emoción sin atreverse a abrazarlo, él sintió que ya la había perdonado.
Al regresar a la Fundación, buscó a Cielo para compartir la noticia con ella. Sabía que para Cielo que él fuera a tener un hijo con Malvina no sería un inconveniente. Pero tuvo que posponer la noticia, porque la encontró en un momento muy especial.
Antes de ser llevada detenida, Justina le había hecho una última confesión a Cielo: entre las tumbas del pequeño cementerio que había en el jardín, estaba enterrada Alba, su madre.
Nico observó con un amor infinito y una enorme compasión cómo Cielo y Luz dejaban unas flores sobre la tumba de Alba. Nico se acercó a ellas y las abrazó. Cielo lloraba en silencio. Era un río, un río que liberaba, y Nico notó, por primera vez desde que había conocido a Cielo, que esa vez no llovía, sino que las pocas nubes que había en el cielo se corrieron, y el cálido sol del atardecer tiñó sus rostros de dorado.
Thiago le prometió a Julia que él hablaría con Mar. A partir de la confirmación del vínculo, Julia le había hecho la invitación de vivir con ella, pero Mar se había negado; por un lado, porque no quería dejar a sus amigos ahora que por fin podían comenzar sus nuevas vidas, y por el otro, porque sabía que Tefi la odiaba.
—No pareces feliz, Mar... Toda tu vida te preguntaste por tu mamá, creías que te había abandonado, y ahora que la encontraste...
—Me encanta Julia. No me podía haber tocada una mejor mamá, pero…
—Pero Mar... Ni siquiera hablas con ella, pasa tiempo con ella, anda a comer, a charlar... quédate a dormir en su casa.
—¿Para que ese fideo me mire con odio?
—Tefi se va a tener que hacer a la idea, Mar... No te pier das a tu mamá, la necesitas, y mucho.
Rosarito, que ya se llevaba a las mil maravillas con Bauer, que la hacía reír con sus piropos, y el juez Re, acudieron una mañana con dos hermosos regalos: los nuevos DNI de Luz y Cielo, en los que se veían las fotos de sus rostros sonrientes y se leía «Ángeles Inchausti» y «Luz Inchausti». El juez Re permitió a Cielo conservar el viejo DNI, el de Cielo Mágico. Luego el juez Re les hizo firmar un acta a Nico y a Cielo, y ambos fueron a la habitación de los chicos a despertar a Monito con una noticia que él esperaba.
A partir de que les habían concedido la tutela, Nico y Cielo empezaron a rastrear a las familias de los chicos con los datos que tenían. El único que no estaba interesado en eso era Monito, decía que él no tenía familia, pero ellos advertían un enojo raro en él. Nico comprendió el motivo una tarde en que estaban jugando los dos con Cristóbal. Jugaban a que Nico era el guardián de una pirámide y ellos, exploradores que querían entrar a saquear sus tesoros. Pero de pronto, Monito había empezado a agredir a Cristóbal, algo rarísimo, ya que Monito era el único que jamás se había peleado con nadie. Cuando Cristóbal se quejó con su padre, Monito se había mofado de él, y repetía la palabra «papá, papá», «necesitas que tu papá te defienda». Media hora después, Monito había pedido disculpas, ya que no estaba en su naturaleza el enojo ni la agresión; sin embargo, seguía mal.
Cuando Nico se lo propuso a Cielo, ella no lo dudó. Entendía que Monito lo que deseaba era ser hijo de ellos, de hecho, así se sentía. Entonces aquella mañana lo despertaron con algo mucho mejor que un desayuno. Le anunciaron que habían iniciado los tramites de adopción, que apenas ellos se casaran, cosa que ocurriría en breve, él pasaría a ser Mateo Bauer, hijo de ambos. Monito, aún con lagañas en los ojos, apoyó su cara entre los hombros de ambos y les dijo: —Gracias, panchos.
Mar estaba muy dormida una mañana, cuando apareció Thiago, la levantó con sábanas y todo, y la llevó hasta la sala. Ahí se encontró con los rostros desencajados de alegría y emoción de Rama, Tacho y Jazmín. Con ellos estaban Nico y Cielo, que parecían dos nenes con juguete nuevo. Y más atrás, estaba Chango, agrandado. Estaban todos alrededor de un estéreo, en el que se escuchaba Voy por más. Mar tardó unos segundos en comprenderlo: el demo que habían grabado, y que Chango había prometido llevar a radios y disqueras, estaba sonando en una FM, no en cualquiera, en la mejor.
—¿Y? ¿Qué les dije? —dijo Chango, orgulloso de sí mismo.
De pronto Nico lo abrazó, y comenzó, verborrágico, a decirle que debería cuidar a sus chicos, que estaban comenzando algo nuevo, que habían sido chicos explotados, que no iba a permitir que les sacara ni cincuenta centavos de derechos de autor, que cuando salieran de gira, él y Cielo iban a ir con ellos, y que supiera y que recordara que esos chicos no estaban solos.
—¡Mi amor! —exclamó Cielo—. Con decir gracias, alcanza.
—Gracias, Chango —dijo entonces Nico y lo volvió a abrazar, emocionado.
—¡Hay que contarles a todos! —propuso Nico.
Luego fue hasta la puerta de entrada, para ir a avisarle a los chiquitos que estaban jugando con Cristóbal en el loft. Pero al abrir la puerta, todos se quedaron pasmados. Allí, vestida íntegramente de blanco y con su largo cabello suelto, estaba Justina Medarda García, sonriente.
—Ustedes se preguntarán quién sssoy, verdad... —dijo Justina con una sonrisa de santa, y pronunciando exageradamente las eses—. Soy Felicitas García, prima hermana de Justina, ¿ella se encuentra?
La que primero reaccionó, cual leona, fue Cielo; de un salto la sujetó del cuello y la tiró contra un sillón.
—¡Llamen a la policía ya! —pidió a gritos.
—Bonita, sssoltame, que me vas a machucar... —dijo la mujer asustada, pero sin perder la sonrisa.
—¿Se piensa que somos tan tontos? Sabemos que es usted, urraca, por más que se vista de blanco ahora...
¿Quién? —preguntó la supuesta Justina.
—No tenes cara Justina —le dijo Nico—. Vas a volver a la cárcel de la que te escapaste.
—Pero no, mi ssssanto, le digo que soy Felicccitasss García, prima de Jussstina. Perdón, ¿usted dijo que mi prima está en la cárcel?
—Si usted es la prima, yo soy la mujer barbuda —dijo Cielo—. Rápido, que no se escape, traigan sogas, o algo para atarla.
Y así fue: minutos después estaba atada, y con sus ojos aterrados, aunque no había perdido la sonrisa.
—Pero, che, qué loquitos que son... —decía Felicitas, que era la antítesis de Justina, o más bien, Justina era el negativo de su prima Felicitas.
—Cielo... el documento dice Felicitas García —advirtió Jazmín, que estaba revisando sus cosas.
—Estas lacras son capaces de cualquier cosa... ¿Llamó a la policía, Indi?
—Dice el juez Re que Justina está detenida.
Todos se miraron asombrados, y miraron a Felicitas, que les sonrió y enseguida meneó con preocupación su cabeza.
—Pobre Justinita... ¿Se extravió del camino?
—¿Cómo lo hizo? —seguía Cielo—. ¿Coimeó a la policía? ¿Bartolomé también escapó?
—Le juro por las mariposssasss de la primavera que soy Felicitas... —y se detuvo—. ¿El bueno de don Bartolomé también preso, dijo?
En ese momento entró Luz, y se aterró al verla.
—¿Qué haces vos acá? Vos tenes que estar presa, por mala, que haces acá, mamá? —dijo Luz, que nunca había dejado de llamar mamá a Justina.
Felicitas se quedó absorta.
—¿Una hija? ¿Vos sos hija de Justinita? ¡Nunca me habló de una hija! Qué alegría conocerte, solcccito, sos más hermosssa que un amanecer campesssstre.
—¡Déjese de actuar! —gritó Cielo.
Pero en ese mismo momento Tacho extendió el teléfono, que acaba de sonar.
—Es Justina, desde el penal... Pidió hablar con Luz.
Todos se quedaron atónitos.
—Ponelo en altavoz —dijo Nico.
—¿Es mi prima? Déjenme hablar con ella, si extravió el camino, yo la puedo ayudar a enderezarse.
—Usted se calla... —le dijo Cielo, pero ya deponiendo un poco el enojo.
Tacho accionó el altavoz. Y se oyó la voz de Justina.
—Chiquita, ¿estás ahí?
Todos se miraron. Aquella era, indudablemente, la voz de Justina.
—Chiquita, yo sé que no me querés hablar... Nada más quería decirte que te quiero mucho, y que ojalá algún día me perdones todo lo que te hice. ¿Chiquita?
Pero Luz, como todos, permaneció en silencio. La que habló fue Felicitas, que aún seguía atada,
—Ay, Tini, Tinitisss, ¿qué hiciste?
—¡Qué haces ahí, santurrrrrona! —se exasperó Justina.
—Te vine a visitar, y me enteré que estás en prisión por algunas trapissssondas que te mandasssste...
—¡Aléjate de ahí, santurrrrona!
Nico cortó la comunicación, y todos miraron absortos ¡i Felicitas.
—Entonces... usted no es, o sea... usted es... ¿la prima —dijo Nico confundido.
—Claro, Felicitasss Garccía, para sservirle. Y estoy pass ssmada passssmada, ¿mi prima, una delincuente?
Cuando la desataron y le pidieron disculpas, Felicitas contó que toda la vida les pasó lo mismo: eran primas, pero parecían gemelas.
—Bueno, Tini siempre fue un poquito más osssscura que yo. Todavía no caigo en lo que me dicen...
Felicitas les contó que ella había pasado los últimos diez años misionando en África, y que de regreso a la ciudad, estaba intentando retomar sus vínculos.
—Tal vez para esto tuve el impulssso de volver... tal vez ahora tenga que misionar con mi prima.
Felicitas comenzó a visitarlos cada día, y aunque un poco los irritaba con sus «eses» exageradas, sus palabras empalagosas y su permanente optimismo, se fue ganando el corazón de todos. Tal vez, Felicitas, la contracara de Justina, había llegado como una confirmación de que las cosas allí habían cambiado radicalmente.
Mar y Thiago estaban intentando sofrenar a Rama, que tenía tanta emoción que no podía contarles con claridad la noticia.
—Hay que conseguir ya el vestuario. Y además el sonido, porque lo pone el lugar, pero nosotros creo que tendríamos que llevar nuestro propio sonido, porque nunca se sabe, y nosotros tenemos que sonar bien.
—Rama... ¿de qué hablas? ¡No te entendemos nada!
—¡Hablo de que el Chango nos consiguió un show! La FM, la que pasa nuestro demo, ¡nos quiere tener en el show de fin de año!
—¿Cómo tenernos? —preguntó Mar.
—Sí, que cantemos, TeenAngels en vivo, ¡frente a miles de espectadores! El Chango dice que nuestro demo está matando... Lo único malo es que el show es el mismo día que el casamiento de Nico y Cielo, pero bueno... ¿dónde está Tacho? ¡Se tiene que aprender las coreografías ya!
Y se fue corriendo, hablando solo, sin poder contener su excitación. Mar y Thiago se miraron, aún no se animaban a creer lo que les había contado Rama. En ese momento llegó Julia, y aunque intentó minimizar su preocupación, era muy evidente.
—¿Estefanía vino para acá? —preguntó.
—No —dijeron a coro Mar y Thiago.
—Si la ven...
—¿Pasó algo, Julia? —preguntó Mar.
Julia la miró, aún le seguía doliendo que Mar se negara a decirle mamá, pero lo pasó por alto, y les confesó.
—Anoche no volvió a dormir a casa, no atiende el teléfono, no sé dónde está... No fue a la casa de ninguna amiga
por favor, si pueden ayudarme a buscarla, se los agrade» > ría... Estoy desesperada.
Mar y Thiago le prometieron buscarla. Mar se ofrecí» • acompañar a Julia, que lo agradeció. Thiago llamó a Nací y él no tenía idea de dónde estaba Tefi. Después empezó a li. mar a cada compañero del colegio, pero de pronto, entre llamada y llamada, sonó su celular. Era Tefi. Lloraba, y con l voz entrecortada por la angustia, le pidió que la fuera a vn
—¿Dónde estás, Tefi?
—Estoy en un hotel. Por favor, no digas nada. Vení, ii necesito.
Él, como le prometió, no dijo nada, y fue al hotel que li había indicado Tefi. Ella lo hizo pasar, tenía los ojos rojos il< llorar.
—¿Qué hiciste, Tefi?
—Me fui de mi casa... no aguanto más, Thiago, no doy más.
Él se sentó junto a ella, nunca la había visto llorar de esi manera.
—Por lo menos llama a tu mamá, está desesperada.
—¡Mentira, no está desesperada! Está todo el día hablando de Mar, pensando en Mar, comprando cosas para Mar... ¡Yo no le importo ni un poco!
—Sabes que no es así, Tefi...
—¿Por qué me pasa esto, Thiago? ¿Por qué nadie me prefiere a mí? Vos la elegiste a ella... Mi mamá la eligió a ella...
—Tefi, estás diciendo pavadas... A ver, primero y principal... vos y yo... Era cualquier cosa, Tefi, y lo sabes. ¿Me vas a decir que vos alguna vez estuviste enamorada de mí?
—Podría haberme enamorado...
—No, sabes que no... Nos conocemos desde los cuatro años, siempre fuimos amigos, no teníamos nada que ver. Vos te encaprichaste conmigo, como antes te habías encaprichado con Ito, y con Zeta...
—Yo sabía... —estalló ella en más llanto, como siguiendo con el tema, aunque hablaba de otra cosa.    
—¿Qué sabías?
—Que Mar podía ser hija de mi mamá, lo sabía hacía mucho tiempo, y no dije nada, me callé. Soy horrible, soy una basura... Tenía pánico de que pasara lo que pasó... Que la prefiriera a ella, que es su hija biológica, y yo...
—Tefi, sabes que tu mamá te adora, y que esto no va a cambiar nada...
—Todo cambia. Todo cambió, y para siempre.
Golpearon la puerta. Ella se sobresaltó.
—¿Vos pediste comida? —preguntó Thiago.
Ella negó, mientras él fue a abrir la puerta. Ahí estaba Mar. Thiago se quedó duro. Tefi también.
—Mar... yo estoy acá, porque...
—No tenes que explicarme nada. Vine a hablar con ella —dijo Mar, sin celos, por primera vez en lo que iba de la relación.
—¿Vos le dijiste que estaba acá? —le preguntó Tefi a Thiago con odio.
—No, fue Nacho —aclaró Mar—. Ya deberías saber que si querés guardar un secreto, no se lo deberías contar a Nacho.
—A mí no me lo dijo... —dijo Thiago azorado.
—Vos no sabes sacarle un secreto a alguien —le dijo Mar, y le sonrió—. ¿Nos dejas solas?
Tefi quiso retener a Thiago, pero él dejó solas a las hermanas. Tefi ntentó irse, y Mar la sentó a la fuerza. Se miraron unos instantes. Mar sabía que Tefi la odiaba, y a ella Tefi no le caía nada bien. Sin embargo veía en su cara que estaba sufriendo, y no era justo que nadie sufriera. Mar creía que le debía ese intento a su madre.
—No vine acá por vos, vine por Julia —comenzó Mar—. Ella te adora, te ama, y está desesperada buscándote. No le podes hacer esto.
—Claro, pobre tu mamita, ¿no?
—No vine a discutir. Nada más te quería decir que te entiendo. Entiendo que te saltó la térmica, que vos estabas muy bien con tu papá y tu mamá, y de pronto te aparece una
hermana, que encima no soportas. Entiendo que hayas ocultado lo que sabías, entiendo que me odies, entiendo todo. ¿Y sabes por qué te entiendo? Porque vos sos adoptada.
—¿Y? —dijo Tefí, ya beligerante.
—Y que eso significa que a vos también te abandonaron. Y aunque después fuiste criada con mucho amor, yo sé que ése es un dolor que no se va nunca, que siempre está. A lo mejor vos y yo tenemos algo más en común que una mamá.
Cuando Julia las vio aparecer a ambas en su casa, intentó disimular su emoción y manejarse con naturalidad; sabía que sus dos hijas, por motivos diferentes, detestaban las demostraciones demasiado emocionales.
—¿Qué quieren comer? —preguntó ella radiante. Era la primera vez que Mar había aceptado comer en su casa.
—No sé... que elija Tefi. —dijo Mar.
Tefi la miró con bronca y replicó.
—No, que elija la blacky, que es la nueva integrante de la familia.
—¡Estefanía no le digas así a tu hermana!
—¡Ella nunca va a ser mi hermana! —gritó Tefi, mientras se encerraba en su cuarto de un portazo. Julia negó con la cabeza, y la siguió hasta el cuarto, donde la reprendió por ser tan malcriada.
Mar observó que su madre había sacado de la heladera milanesas y papas, seguramente para cocinar su comida preferida: milanesas con puré. Tomó su celular, aquel que le había regalado Thiago, y le mandó un mensaje de texto: «Gracias a vos, encontré a mi mamá». Y él le respondió: «Gracias a vos, perdí a mi papá».
Y mientras aún se oían los chillidos de Tefi desde el cuarto, Mar sonrió. Ahora tenía una madre. Y una hermana. Cuando Carla le comunicó a Marcos su decisión de renunciar a la patria potestad de Cristóbal para restituírselo a Nico, éste se enfureció de una manera que hizo sospechar a Carla de que Marcos había perdido por completo la razón.
—¡De ninguna manera vas a hacer eso!
—Marcos... ¿hasta cuándo vas a seguir con esto? Cristóbal ni te habla... Si de verdad querés acercarte a él como padre, deberías empezar por dejarlo estar con Nico.
—No voy a discutir esto.
—No lo voy a discutir yo —se impuso Carla—. Intenté todo con Cristóbal... Intenté darle un hogar, hasta me mudé frente a la casa de Nico para que estuviera cerca. Cristóbal vive mirando por la ventana hacia la mansión. Él quiere estar con Nico. Puede llegar a querernos, pero quiere vivir con él, no con nosotros.
—Vos hacelo y yo te destruyo.
Pero la amenaza de Marcos no acobardó a Carla esta vez. Sentía que ya le había arruinado demasiado la vida a Cristóbal como para seguir haciéndolo. Y cualquier cosa que pudiera hacer Marcos en contra de ella no haría su vida más miserable de lo que ya era.
Cuando Cristóbal regresó al loft luego del último día de clases, se encontró con que su madre estaba terminando de embalar sus cosas. Había dos enormes cajas y un bolso.
—¿A dónde nos mudamos? —preguntó Cristóbal temiendo un nuevo alejamiento.
—Yo me vuelvo a mi casa, y vos volvés a la casa de tu papá.
Carla esperaba un salto de alegría y, en verdad, vio cónm a su hijo se le dibujó una sonrisa, pero de inmediato su acercó, y le tomó la mano.
—¿Y vos, mamá?
—Y yo... voy a estar siempre cerca de vos, mi amor. Peí o cometí un error muy grande, muy grande, y espero que nir puedas perdonar algún día. Nunca te tendría que haber sepa rado de Nico.
—Y sí, estuviste mal, mamá.
—¿Pero estoy a tiempo de reparar el error, no?
—¿Lo sabe mi papá?
—¿Se lo decimos juntos?
Nico estaba viviendo días muy especiales, y estaba extremadamente sensible. De tener un hijo, de pronto había pasado a tener dos, Monito y Cristóbal, y uno en camino. Además tenía cinco más bajo su tutela. Los chicos se sentían felices, y empezaban a cumplir su sueño con la banda, y Berta y Mogli habían prometido venir a la ciudad para su casamiento con Cielo, que sería en una semana.
Cuando Carla le informó que había hablado con el juez a cargo de la apelación que Nico estaba llevando adelante, para decirle que se retractaba, y que le devolvía la patria potestad sobre Cristóbal, Nico la abrazo y lloró, sin decirle una sola palabra, durante muchos minutos. Finalmente Carla le tomó la cara, también llorando, y le dijo:
—Cometí tantos errores en mi vida, Nicolás... El más grande fue todo lo que hice con Cristóbal. Pero mi otro gran error fue haberte perdido a vos. Sos la persona más increíble que conozco, con ese corazón enorme. Sos un hombre, Nico, con todas las letras. Gracias por haber cuidado como cuidaste a Cristóbal. Perdóname por todo lo que te hice sufrir. Te juro que si supiera cómo hacer para reparar tanto daño, lo haría...
—Ya empezaste, Carla.
—Pero no es suficiente... ¿Cómo reparo tanto dolor hacia vos, hacia Cristóbal?
—Siguiendo por este camino... Seguramente te lleve toda la vida, pero hay algo seguro... Esta historia nos cambió a todos, y a vos también... Aquella Carla no existe más.
Cuando Carla se marchaba del loft, de regreso a su casa, la alcanzó Cristóbal corriendo, y le dio un beso.
—Te quiero mucho, mamá —le dijo, y Carla, por fin, creyó entender qué era la felicidad.
Nico les suplicó a los chicos que desistieran de hacerlo una despedida de soltero, sólo quería un poco de tranquilidad, una noche de amor y paz. Les pidió que consideraran como válida la que le habían hecho cuando se casó con Mal vina.
Los chicos lo aceptaron, sobre todo porque estaban abocados a los preparativos para el show. Aquella noche harían un ensayo con público en el bar TeenAngels. Nico y Cielo encargaron a Felicitas, que ya era parte de la Fundación, que cuidara a los más chiquitos y se encerraron en el altillo.
Nico había dispuesto todo para tener aquella noche que tanto deseaba y tanto se merecían. Ambos recordaron aquel primer beso que se dieron volando y todo lo que tuvieron que sufrir para volver a estar otra vez juntos, y en el aire.
—Pero todo eso pasó. Y acá estamos, don Indi.
—Te amo, mi amor.
Y tal como había acordado con los chicos, en ese momento empezaron a cantar una canción que Nico le había escrito a Cielo.
Dos ojos se van, se van de viaje... No tienen conciencia de lo que vendrá.
Nico no podía dejar de mirar los ojos claros y enormes de Cielo, que lo miraba como desde otro lugar, como desde el cielo. Frente al altillo, en el bar, entre las mesas, los cinco chicos cantaban bajo una luna enorme y dorada.
No saben de amor, ni de libertad... No tuvieron tiempo y el tiempo se va.
Cada lágrima había valido la pena. Cada noche de tristeza, cada fría mañana de desolación. Allí estaban, mirándose, amándose, y yéndose de viaje, juntos.
No te digo adiós, acompáñame... No perdemos nada con sólo probar.
Por delante tenían sólo futuro, un futuro feliz, que se habían ganado a fuerza de tesón, de nunca dejar de soñar en todo aquello que querían para sí.
Luego una canción nos escribirá. Yo te doy muy sueños, aprende a soñar...
Nadie lo vio, pero mientras los chicos cantaban, un sutil halo luminoso empezó a envolverlos. Lo mismo ocurrió con Nico y Cielo, aunque tampoco lo notaron.
Vayamos lejos, mi amor, lejos de acá... Mis ojos pueden llevarnos hacia otra realidad.
Y de pronto, en el centro del mecanismo del reloj, surgió un pequeño punto luminoso que comenzó a expandirse, como si en el corazón del reloj se estuviera abriendo un hueco, un hueco de luz. Nico y Cielo quedaron conmovidos ante esa visión. Estaban habituados a las cosas raras, y ésa no los asustó. Muy por el contrario, les dio mucha paz y la sensación de que habían llegado a algún lugar.
Que sea un mundo mejor...
Y la verdad no sea triste...
Te juro que existe, existe ese lugar.
Si alguien podía explicar lo que allí había ocurrido, ése era Jásper. Nico propuso ir a consultarlo luego de consumado lo que se habían propuesto esa noche, pero Cielo le
dijo que tendri podía esperar.
tendrían tiempo para todo. En cambio, la intriga no iperar. M
—Los estaba esperando —dijo Jásper, al abrirles la puerta de su casucha.
—Bueno, esta vez va a hablar, Jásper —dijo Nico—. Largue, desde el principio.
—El principio de esto es el principio de los tiempos, Bauer. Sería demasiado extenso el relato, ¿no cree? Les voy a contar lo que sé, desde donde necesitan saber.
Jásper entonces les relató una historia asombrosa. Contó cómo el abuelo de Cielo, don Inchausti, y su abuela, Amalia, se habían amado, por primera vez, cincuenta y cinco años antes, en el mismo lugar que ellos.
—¿Nos estuvo espiando? —dijo Cielo, espantada.
—No me hizo falta espiarlos para saberlo. Lo supe cuando vi lo que ocurrió con el reloj.
—¿Qué ocurrió?
—Prefiero seguir con el relato.
Jásper les contó, cómo aquella vez, como ahora, don Inchausti había visto lo mismo que ellos vieron esa noche. Pero cuando Inchausti había intentado acercarse a esa energía, ésta se había extinguido. Aquel suceso sobrenatural había obsesionado al abuelo de Cielo, que pasó muchos años de su vida dedicado a investigar qué había sido ese extraño fenómeno, dejando de lado su trabajo, su familia, todo.
Como ya había advertido otras vibraciones y sucesos extraños, instaló todas las cámaras de seguridad que había en la casa. Ésa era la función de la habitación secreta que había descubierto Bartolomé. Era una sala de monitoreo, para registrar la actividad de la mansión, que parecía tener vida propia.
Hasta que una noche se le presentaron tres personas vestidas con una capa negra y capucha. Jásper les mostró las imágenes que habían quedado registradas. Estos hombres se habían presentado como los «curadores», y le explicaron
que ese misterio que tanto lo obsesionaba tenía que ver con el mito de Eudamón. Inchausti lo sospechaba, en sus investigaciones había accedido a esa historia.
—¿Qué es Eudamón? —había preguntado Inchausti.
—Ésa es la pregunta correcta —contestó un curador.
Pero cuando se disponían a explicarle, uno de los hombres estiró una mano hacia la cámara que registraba la situación, y la grabación se cortó.
—Lo que hablaron esa noche quedó entre ellos cuatro —continuó Jásper—. Pero años más tarde, un tiempo después de la desaparición de don Inchausti, él se me presentó. Y además de encargarme que custodiara sus secretos, me confió otro.
Don Inchausti le había revelado que ese reloj que había en el altillo, en realidad, era un portal y que él, don Inchausti, era la llave que podía abrirlo. Y me anunció que llegaría el día en que vendría a la casa una nueva llave.
—Y esa llave, sin dudas, es usted, señorita.
-¿Yo?
—Y el caballero es su guardián. El guardián de la llave de Eudamón.
—¿Pero qué es ese portal? —preguntó Nico—. ¿Un portal a dónde?
—Doctor Bauer... me extraña. Usted ya sabe hacia qué lugar conduce esta bonita llave.
—Usted me está diciendo... —dijo Nico en shock—. ¿Usted me está diciendo lo que me está diciendo?
—Sí, doctor Bauer. Todo el tiempo que pasó en esta casa estuvo frente al portal hacia Eudamón. Y junto a él, dormía plácidamente su llave.
Nico y Cielo se miraron impactados.
—¿No es maravilloso? —concluyó Jásper—. Parece todo calculado, ¿no? —y se echó a reír, satisfecho, y aliviado de haber cumplido su misión. Bartolomé y Justina estaban en un calabozo, en celdas contiguas, esperando el traslado hacia el penal, que sería al día siguiente. Bartolomé había caído en un mutismo absoluto desde que lo habían encerrado. En cambio, Justina estaba más verborrágica que nunca.
Había elaborado una teoría que tenía mucho sentido para ella. Sostenía que nada de lo ocurrido había sido casual, que todo había sido una obra maestra del verdadero enemigo que los había derrotado: el destino. Entendía ahora cómo todas las piezas de ese rompecabezas habían encajado para llevar de regreso a Cielo y su hermana a la mansión y hundirlos a ellos en el fango.
Encontraba que nada de casual tenía la manera en que había llegado cada uno de los chicos a la Fundación. Recordaba que, cuando trajeron a Rama y a Alelí, en realidad habían ido a buscar a otros chicos, que luego fueron adoptados de improviso y, cuando salían refunfuñando, se habían topado con el pequeño Rama y la pequeñísima Alelí, que pedían limosna en la calle.
—¡Eso no fue casual, era el destino, mi señor!
Barto le suplicaba que se callara; se le partía la cabeza, pero Tina no podía detenerse. Recordaba cómo había llegado Tacho, por una confusión de apellidos. Era otro el Morales que ellos fueron a buscar al reformatorio, el encargado se equivocó y les entregó a Tacho. Y con Tacho llegó Lleca, escondido en el baúl del auto. Y cómo había llegado Marianella-
a ese mismo año. Cuando fueron a buscar a una interna del Escorial, al salir había entrado Rama, con el que se había armado una gran trifulca porque Alelí estaba en celda de castigo a pan y agua. Durante la pelea cayeron unos papeles.          
—Y ahí usted vio el documento del instituto de menores de su amigo, que le debía favores. Y dijo que así iba a ser más fácil y que además los chicos del Escorial venían con piojos.
—¡Y es verdad! —dijo Bartolomé agotado.
—¿No lo ve, señor? Ese cambio de planes, a último momento... ¡fue el destino! ¿Y cómo llegó la gitana?
Justina le recordó que Bartolomé se la había ganado a Joselo en una partida de póquer, cuando había intentado hacer trampa y el gitano lo había descubierto. Había tenido que jugar sin hacer trampas, y así y todo ganó.
—Ya estaba escrito, era un gran plan.
—Déjate de decir sandeces, mamerta...
—Véalo, por Dios, ¡fue el destino! ¿Y cómo llegó Bauer? La bólida fue a estudiar diseño de indumentaria y terminó metida en arqueología, ¿por qué?
—Por bólida.
—No, fue el destino. Y la misma Cielo, ¿cómo llegó? Por los chicos que fueron a robar al circo. ¿Y por qué fueron ahí? Porque se había caído otro chanchullo, y a usted le cayó, literalmente, un volante del circo ése en las manos.
—Un lanzallamas me dio el volante.
—¡No! El lanzallamas estaba promocionando el circo y tiró los volantes al aire, a usted le cayó en las manos, y cuando lo vio, se le ocurrió mandar a los chicos a robar ahí... ¿Y qué trajeron? ¡Una heredera de regalo! Es maravilloso y terrible cómo el destino se tejió para terminar así... Estaba escrito, señor.
En ese momento un oficial hizo pasar a Thiago. Bartolomé se incorporó, pero vio que su hijo ni lo miraba. Thiago entró con un celular en la mano, había podido permiso de visita y le había llevado el celular para que Justina pudiera hablar con Luz.
Tina se emocionó hasta las lágrimas cuando su hija la llamó para despedirla, ya que sabía que sería trasladada. Volver a oír que Luz le decía mamá le quebró el corazón.
—Pórtate bien, mamá... No vuelvas a hacer maldades —le suplicó Luz.   
Justina era una llorona de pueblo, según sus propios dichos, y se deshizo en agradecimientos hacia Thiago, que permaneció muy poco tiempo, tras la provocación de Bartolomé.
—Qué suerte que tenes, Tini, tu hija te llama, y eso que no es de tu sangre.
—Supe que te trasladan mañana —le dijo Thiago como si no lo hubiera escuchado—. Es la última vez que nos vamos a ver. ¿Hay algo que me quieras decir?
—Nada, che —dijo Bartolomé mirándolo de arriba abajo.
—Yo sí —dijo Thiago, recordando las palabras de Mar, que le había aconsejado decirle todo y no guardarse nada—. Te amo. Y te odio. Me dan ganas de abrazarte y de escupirte. Me duele mucho verte en este lugar, y me da mucha felicidad que finalmente pagues. Ahora que estás acá, voy a tratar de seguir con mi vida.
—La vida que te di yo —dijo Bartolomé con sus ojos inyectados en lágrimas.
—La vida que casi me arruinas vos —le dijo Thiago, y comenzó a alejarse.
—Espera. Si ésta va a ser la última vez que nos vemos, yo también voy a decirte algo.
Thiago lo miró, en algún lugar de su corazón esperaba oír un perdón en boca de su padre.
—A la sangre no se renuncia —dijo en cambio Bartolomé—. Sos un Bedoya Agüero. Todo lo que odias en mí también lo tenes vos.
Thiago negó con su cabeza, intentando mantenerse fuerte; su padre había metido el dedo en la que, sabía, era su llaga.
—Espera nomás date tiempo. Van a pasar lo años, un día te vas a mirar, y te vas a dar cuenta de que te convertiste exactamente en lo que soy yo. Y cuando te des cuenta, vas a decir «Tatita tenía tanta razón, cómo me equivoqué».
—Gracias —respondió Thiago.
—¿Gracias por qué, che?
—Por seguir mostrándome la basura que sos. Así es más fácil matar la última gota de amor por vos que me quedaba, Tina, conmovida, intentó pasar su mano para acariciar a Bartolomé, que tras la partida de Thiago intentaba evitar llorar, sin lograrlo. Bartolomé esquivó la caricia, y se acercó a un carcelero que los vigilaba más allá.
—Oro... —dijo Bartolomé—. Hablemos del traslado de mañana.
Justina dio un respingo. Algo tramaba su señor, que no se resignaba a aceptar su destino.
El día de la boda amaneció con un sol radiante, festivo. Todo el mundo madrugó, y todos estaban a las corridas, ocupados de sus propios preparativos.
Felicitas y las chiquitas ayudaban a Cielo a terminar el vestido, y a elegir un peinado. Monito y Lleca asistían a Nico. Malvina insistía con que quería ayudar, entonces Nico le pidió que fuera a buscar a Cristóbal, que se había quedado a dormir la noche anterior en la casa de su madre.
Mientras tanto, en las habitaciones de los chicos había un emotivo nerviosismo. Mar, Thiago, Rama, Tacho y Jazmín, los cinco TeenAngels, estaban preparándose para el que sería su primer gran show. La emoción no era solamente por dimensionar a dónde habían llegado, más bien era por entender desde dónde habían partido.
Nico fue a darle un beso a Cielo, y a despedirse, pues recién la volvería a ver en la iglesia. Aquella tarde le habló de las decisiones, de cómo cada elección que habían hecho los había conducido a ese lugar. Nico se preguntaba qué hubiera pasado si hubieran tomado otras decisiones. Si él, por ejemplo, la hubiera alcanzado el día que la conoció y creyó que era una ladrona, y ella, en lugar de haberse escondido en el jardín, hubiera terminado en un calabozo.
—¿Me hubieras metido presa? —dijo ella sonriendo, ya lo tuteaba.
—Claro que no, porque en realidad aquel día yo te dejé escapar. Ésa fue mi decisión, y con cada decisión que tomamos todo cambió. Eso es lo bueno de las decisiones, Cielo, cambian todo.
En ese mismo momento, mientras se probaban vestuarios para el show, los cinco chicos se miraban al espejo, pensando en sus propias decisiones. En sus elecciones. En el camino recorrido, y en la suerte que todos tenían de haberse encontrado.
—Ésta es Mar... la fratacha incendiaria del reformatorio —dijo Mar, mirándose al espejo, abrazada a Jazmín.
—Ésta es Jazmín, la gitanita rebelde de Joselo —dijo ella, emocionada.
Tacho y Rama no necesitaban palabras. Ambos habían crecido juntos, en ese infierno. Tenían muy claro de dónde venían.
—Yo elegí bien —se dijo a sí mismo Thiago mirándose al espejo.
Los cinco se reunieron en el patio cubierto, estaban todos ya cambiados para el show. Se miraron, en parte tentados, en parte emocionados. Y como no sabían qué decir, juntaron sus manos e improvisaron un saludo que sería su sello, para siempre.
—¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco! —gritaron, agitando sus manos unidas. Serían cinco, por siempre, ellos cinco.
Antes de partir hacia el predio donde darían su recital, fueron a despedirse de Cielo. La encontraron en plenos preparativos para la boda. Lamentaron mucho no poder ir, y Mar casi amaga a suspender el show. Pero Cielo les dijo que no podían perderse eso por lo que habían luchado tanto. Ellos irían a su show, ella a su casamiento, y luego se reunirían en la fiesta, para festejar todos juntos.
No era cualquier momento ése, estaban todos a punto de cumplir su sueño. Pero los chicos tenían una deuda de gratitud eterna con Cielo. Ella había sido quien los había rescatado del horror, ella los había salvado, y los había impulsado a cantar, a bailar, y a pelear por sus sueños. Ella era ese ángel que les había cambiado la vida.
Cielo, en cambio, creía que ellos eran sus angelitos; ellos le habían devuelto su vida y su identidad. Se despidieron con un abrazo interminable, y los cinco se fueron del altillo, caminando hacia atrás, sin dejar de mirarla, con lágrimas en los ojos, mientras ella los despedía con un suave movimiento de su mano.
Los cinco bajaron las escaleras y se toparon con Nico, que ya estaba vestido con el traje para la boda. Felicitas corría buscando el lustrador de zapatos. Las chicas elogiaron la pinta del novio, y él cuestionó lo cortas que eran esas minifaldas que usarían.
—Ustedes no se dan una idea de lo que los quiero —dijo Nico, y los cinco lo rodearon en un abrazo grupal.
Nico continuó dando instrucciones y recomendaciones, básicamente que cuidaran a las chicas, y que recordaran que, aunque parecían mujeres, ¡eran unas nenas!
Malvina llegó tarde a la casa de Carla porque olvidó el nombre de la calle donde ella vivía, se equivocó de presidente y terminó en cualquier dirección. Al llegar finalmente a destino, se topó con una situación imprevista. Furioso por la decisión de Carla de restituir a Cristóbal a Nicolás, al borde de la locura, Marcos había ido a la casa de Carla, y amenazándola con un arma, se llevó a Cristóbal a la fuerza. A Carla la dejó atada en su propia casa, y sacó a Cristóbal, que se retorcía dándole patadas y gritando. Eso fue lo que vio Malvina al llegar, y se paralizó. Cuando Marcos la vio, mientras él estaba a punto de subir a Cristóbal a un auto, ayudado por un matón que lo asistía, la apuntó con un arma y la obligó a subir al auto con ellos.
Justina y Bartolomé fueron conducidos a un camión blindado en el que serían trasladados. Ella seguía hablándole de la potencia del destino como fuerza sobrenatural, y le proponía tomarse ese largo encierro que afrontarían como una especie de retiro espiritual para reflexionar. Cuando vio que el carcelero Oro, el mismo con el que Bartolomé había estado cuchicheando, le dejó un trapo con algo envuelto bajo el asiento de Bartolomé, Justina entendió que éste, tenía planes para ese día.
Nico salió de la mansión con su elegante frac blanco, acompañado por Monito y Lleca, ambos de traje blanco también. Allí se encontraron con Berta, que acababa de llegar en un taxi, directo del aeropuerto.
—Vení cuando quieras, Berta, vos, en... —le dijo Nico con ironía.
—Encima que me cruzo el mundo para venir a tu segundo casamiento en el año, ¿ni me saludas?
—Me caso, ma, te hago suegra de nuevo.
—¡Taxi, al aeropuerto! ¿En eso me vas a llevar a la iglesia? —se horrorizó Berta al ver un enorme descapotable blanco.
Nico sonrió y la abrazó.
—Subí, mamá —le dijo.
—¿Y Cristóbal?
—Lo lleva Malvina directamente a la iglesia.
—Jamás voy a entender a estas parejas modernas.
Todos se subieron al descapotable, y el chofer arrancó. Nico le extendió un CD y le pidió que lo pusiera. Iba parado en el descapotable, con sus manos abiertas, gritando de felicidad, cuando empezó a sonar su canción preferida, de Fito Páez, Al lado del camino.
Cielo estaba lista, era una novia divina, angelical. Tenía un vestido blanco, sin mangas y sin escote, con volados, a la altura de la rodilla. Un tocado muy sencillo con flores blancas y unas botas blancas, muy altas. Felicitas, Alelí y Luz la escoltaban, felices, admirándola, mientras iban hacia el auto antiguo, decorado con jazmines, que la conduciría a la iglesia. Pero de pronto Cielo se detuvo, había olvidado su pulserita, aquella que tenía desde los diez años. Ella no se casaría sin su pulsera. Las chiquitas entonces fueron al altillo a buscarla.
En su delirio demencial, Marcos Ibarlucía había decidido sacar del país a su hijo. Estaban en un aeródromo, donde los esperaba la avioneta que había contratado. Malvina estaba desesperada, su embarazo de cuatro meses empezaba a notarse, pero él no tenía compasión ni por ella, ni por Cristóbal. No tenía tiempo para deshacerse de ella, la llevaría también y, una vez fuera del país, se ocuparía. Amenazándolos, gritando, enajenado, los obligó a subir a la avioneta, que ya estaba acelerando sus motores. Cristóbal y Malvina no dejaban de forcejear, desesperados, llorando, mientras la avioneta comenzó a carretear.
Nacho y Tefi no habían podido negarse cuando Thiago los invitó al concierto. Allí estaban, viendo cómo el predio se llenaba de gente, y cómo muchos tenían carteles de TeenAngeles. No podían entender cómo los otros habían logrado eso, ni podían entender cómo ellos, finalmente, tenían envidia de los huerfanitos.
Cuando el camión blindado que los trasladaba se detuvo, Justina comprendió que su amor, su señor, estaba irremediablemente perdido. No sabía cómo había logrado coimear al carcelero, pero éste abrió la puerta trasera del camión, y le quitó las esposas a Bartolomé. Él tomó el trapo que le habían dejado debajo del asiento, y ella vio que era un arma. Seguía esposada, pero le suplicó que no hiciera lo que pensaba hacer. Bartolomé la miró, y le dijo que él no tenía la posibilidad de detenerse, debía matarla. Debía acabar con Cielo.
Mar, Rama, Thiago, Tacho y Jazmín estaban en los camarines del lugar donde harían su show. Escuchaban los gritos del público. El Chango les decía que estaba repleto y les aseguraba que ellos brillarían. Los cinco apenas hablaban;
nerviosos, se peinaban y se volvían a peinar, mirándose al espejo, tratando de reconocerse, tratando de convencerse de que eran ellos los que estaban allí, a punto de subir al escenario.
Bartolomé corría y corría, no era ni la sombra del hombre que había sido. Era simplemente un asesino que sólo pensaba en completar su tarea, en acabar lo que había comenzado diez años antes.
Nico había llegado a la iglesia. Allí había algunos invitados, y por supuesto, infaltable, Rosarito Guevara de Dios. Nico miró el reloj, y mientras se preguntaba por qué no había llegado Malvina con Cristóbal, la avioneta en la que Marcos los estaba secuestrando ya había despegado.          
La pulserita de Cielo no aparecía por ningún lado, entonces ella misma decidió ir a buscarla. Felicitas la acompañó, pero recordándole que por una pulserita de nada llegaría tarde a su boda. Cielo insistió que sin su pulserita no se casaría. Felicitas, por las dudas, salió al jardín, no fuera a ser cosa que la cabecita de novia de Cielitisss se la hubiera dejado ahí cuando estuvieron jugando con los chicos.
Lo que vio era lo más horroroso que había visto en su vida. Tendido en el parque, muerto, con un tiro en el pecho, estaba Jásper, el jardinero. Aún conmocionada, volvió a entrar en la casa, pero no sabía bien qué debía hacer, cuando de pronto se topó con el que, sin dudas, era el asesino.
Bartolomé la llevó a la sala, donde ya tenía atadas a Luz y a Alelí. La ató junto a ellas, y luego, serenamente, fue subiendo uno a uno los escalones que cada día de los últimos veinte años de su vida había pisado. Aquella era su casa, y siempre lo sería.
Cielo estaba en el altillo, realmente muy intrigada por la desaparición de su pulsera, no concebía casarse sin ella.
—¿Buscas esto, Sky? —oyó de pronto, y giró.
Ahí estaba Bartolomé, su rostro desfigurado por el odio, y con un revólver en la mano.
Nico se impacientaba cada vez más. Había llamado a Malvina, y su celular daba apagado. Había llamado a Carla, y no atendía. Tenía una sensación horrible, y necesitaba tener a su hijo ya, ahí, con él. Sólo para distraerlo, Berta le dijo que por qué mejor no usaba el tiempo en terminar de prepararse.
—Estoy listo, Berta —dijo él, mirando el reloj.
De pronto sonó el teléfono, y él atendió creyendo que era Malvina, que por alguna bolidez se había retrasado.
—Malvina, ¿dónde estás?
—Habla Justina —dijo ella, desagarrada.
—¿Qué querés, basura? —le respondió él, sumamente alerta. Algo no estaba bien.
—Don Bartolomé... va a matar a Cielo. La va a matar...
Nico entró en shock y dejó caer el celular. Todos lo observaban. Él miró a su madre, y de pronto reaccionó.
—¡Llama a la policía! Bartolomé se escapó, va a matar a Cielo, ¡llama a la policía! —y salió corriendo, desesperado.
Los Teenangels explotaban en el escenario. Apenas salieron con el primer tema, el público los amó. Todo el mundo gritaba como si ellos fueran una banda famosa. ¿Sería que Chango tenía razón, y que era verdad que su tema estaba explotando en la radio? Casi sin ser conscientes de lo que vivían, los cinco dejaron el alma y el corazón en ese escenario.
Llegó un momento muy especial. Cantarían una canción por primera vez, una canción que Cielo había escrito para ellos. Sabían que en ese momento Nico y Cielo estarían casándose, y los cinco les dedicaron a ambos su nueva tema. Pensando en el propio camino recorrido, Rama cantó la primera estrofa.
Un camino sin final
que te lleva a la verdad,
tiene mil ñores
y piedras que cruzar,
algún día ese lugar
sé que tu alma encontrará,
y el secreto al fin sabrás,
y es amar.      
—Se te acabó la magia, Cielo Mágico —dijo Bartolomé, apuntando con el revólver a Cielo.
—No lo haga, hombre. Sálvese del infierno —suplicó ella.
—Mi infierno sos vos —dijo él, con todo el odio que se podía tener.
El abismo cruzarás
por un puente de cristal,
y los ángeles sus alas te darán.
Y por fín comprenderás
cómo es la libertad,
cuando el universo puedas alcanzar.
Nico corría, sin aliento, por una avenida repleta de autos. Debía salvarla, debía protegerla. Sin dejar de correr, se quitó el saco y lo arrojó. Sólo faltaban dos cuadras.
¡Para mirar... estoy listo!
¡Para soñar... estoy listo!
¡Para sentir... estoy listo!
Y para amar...
Los cinco cantaban tomados de la mano. Detrás de ellos, en las pantallas gigantes, se podían ver, claramente, las lágrimas en sus ojos.
Estoy listo para ir,
hay que aprender a compartir
los sueños que hay en ti.
Estoy listo junto a ti,
todos vamos a llegar
y juntos caminar.
Ya estamos todos aquí.
Nico abrió la puerta de la mansión de una patada, y se topó con Felicitas, que estaba terminando de desatarse, para ayudar a las chiquitas. Presa de una crisis de nervios, le gritó que Bartolomé estaba en el altillo, con Cielo, y armado. Sin aliento, y desesperado, Nico subió las escaleras en pocas zancadas. Corrió por los pasillos encerados, resbalando, desesperando, muriendo.
Y al llegar al altillo, vio a Bartolomé que apuntaba a Cielo. No alcanzó a gritar que no lo hiciera, que ya Bartolomé había apuntado el arma hacia él, y sin dudarlo disparó.
Si confías en tu ilusión,
te regalo el corazón,
sólo hay que poner el alma
y la pasión...
Y ahora que ya estas acá
juntos vamos a lograr
que los sueños
se hagan pronto realidad.
Cielo lloraba, desolada, sobre el cuerpo de Nico, herido de bala por debajo del hombro. Nico estaba en el piso, a punto de perder el conocimiento, luchando, intentando resistir. Él era su guardián, él debía protegerla. Cielo veía cómo ese hombre, otra vez ese hombre, le había arrebatado la felicidad. Lo miró con lástima, con profunda compasión. Y él no soportó esa mirada.
—Bartolomé, no lo hagas... —alcanzó a decir Nico y se sintió desfallecer.
—Vine a terminar lo que empecé hace diez años. Sorry, che, pero te voy a dejar viudo...
Cielo se tiró encima de Bartolomé, intentó arrebatarle el arma, pero él fue más rápido y la apuntó. Ella se detuvo, estaba de espaldas al reloj.
—Lo siento mucho, pero nunca debiste haber aparecido en esta casa, ni Tina debió haber rescatado a Luz —dijo Bartolomé aturdido por el odio y el llanto.
Bartolomé no registró que los engranajes del reloj habían comenzado a girar cada vez con mayor velocidad, y una suave luminosidad blanca surgió de su interior.
—Eligieron mal, forzaron el destino. Y a mí no me quedó otra que ser... esto que soy —concluyó Bartolomé.
Y disparó. Nico, desfalleciente, observó perplejo cómo un brillante escudo translúcido rodeó a Cielo y la bala se detuvo a pocos centímetros de su pecho, y cayó. Bartolomé no tuvo tiempo de reaccionar, porque de inmediato, del interior del reloj, surgió un rayo plateado, como un relámpago, que impactó directamente en su frente y lo derribó, dejándolo inconsciente, con sus ojos abiertos.
Nico no terminaba de entender lo que había ocurrido, pero algo más asombroso aún había comenzado.
Para mirar... ¡estoy listo!
Para soñar... ¡estoy listo!
Para sentir... ¡estoy listo!
y para amar...
La suave luminosidad blanca que había nacido en el interior del mecanismo del reloj era cada segundo más intensa, y los engranajes giraban y giraban, descontrolados. Cielo estaba paralizada, pegada al reloj. Miles de haces de luz blanca, como hilitos, empezaron a surgir del interior del reloj y fueron envolviendo a Cielo, mientras el altillo y toda la casa vibraba. Nico intentó incorporarse, para alcanzar a Cielo y separarla del reloj, que parecía a punto de explotar. Pero de pronto, dos enormes alas translúcidas, como de cristal, se desplegaron en la espalda de Cielo. Con su vestido blanco y esas alas enormes parecía, inequívocamente, un ángel. Las alas se cerraron, cubriendo a Cielo, como protegiéndola, y de pronto todo su cuerpo comenzó a convertirse en luz. Nico, desfalleciendo, estiró su mano y gritó con desesperación, al ver que el cuerpo de Cielo, convertido en luz blanca, era absorbido por el reloj.
Estoy listo para ir...
Hay que aprender a compartir
los sueños que hay en ti.
Estoy listo junto a ti,
todos vamos a llegar
y juntos caminar.
Ya estamos todos aquí.
Todo se detuvo. La luz desapareció. Los engranajes del reloj dejaron de girar y la vibración cesó. Y Cielo ya no estaba allí. Llorando de tristeza y de emoción, Nico comprendió lo que había ocurrido. Cuando Bartolomé intentó matarla, el portal se había abierto y se había llevado a Cielo. Cielo Mágico, Ángeles Inchausti, su amor, se había ido.
Estoy listo para ir...
Hay que aprender a compartir
los sueños que hay en ti.
Estoy listo junto a ti,
todos vamos a llegar
y juntos caminar.
Ya estamos todos aquí.
Mientras Malvina y Cristóbal temblaban asustados, volando a cuatro mil metros de altura, secuestrados por Marcos, los TeenAngels, con sus manos en alto, triunfaban en su primera gran presentación en vivo, sin saber que Nico, en ese momento, lloraba sin consuelo la pérdida de Cielo, que ya seguramente estaba en Eudamón.
El portal, escondido en el reloj, estaba en el altillo de la mansión desde hacía muchos, muchos años. Más precisamente, desde 1854, cuando un extraño hombrecito vestido de blanco insistió ante el doctor Inchausti, dueño de la mansión, para que fuera colocado a la hora señalada. Ese mismo hombrecito era el que ahora estaba ansioso, esperando su nueva misión, su nuevo desafío. Aguardando a la nueva elegida, con quien continuaría ese ciclo sin fín.
Cielo aún vestía su blanco traje de novia, en un lugar que parecía ser el altillo. No alcanzaba a comprender todavía lo que había ocurrido, y mientras observaba a su alrededor e intentaba esbozar alguna idea, al girar descubrió el rostro feliz y esperanzado del hombrecito de blanco, que le extendió sus brazos, dando saltitos de alegría.
—¡Bienvenida! —dijo alegre, victorioso.
—¿Y usted quién es? —preguntó Cielo, al simpático, elegante, inteligente, agraciado, brillante, único y carismático hombrecito vestido de blanco, que llevaba muchos relojes colgados sobre el chaleco.
—Yo soy... me llamo... Bruno Bedoya Agüero. Pero tal vez ese apellido todavía te traiga malos recuerdos. Mejor decime Tic Tac...
Y claro, por si no lo han notado, ese simpático, elegante, inteligente, agraciado, brillante, único y carismático hombrecito vestido de blanco, con relojes colgados sobre el chaleco, soy yo, quien ha estado escribiendo esta historia, porque como también un día logré atravesar el portal, el lugar donde el tiempo se detiene y el pasado, el presente y el futuro se entrecruzan en un mismo punto, les aseguro que he visto en silencio todo lo que he narrado, y mucho más. Pero como ya soy más Tic Tac que Bruno y mi oficio es la relojería, la aguja de este reloj aquí se detiene, porque esta historia, por ahora, llegó al fínal.

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