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Capitulo 2 Dos compromisos


Lee el capitulo 2 del libro "La isla de Eudamón"clikando a Leer Mas


En lo primero que pensó Marianella apenas intuyó cómo sería su destino en ese  lugar fue escaparé. al llegar  a la Fundación BB, Marianella miró sorprendida la casa en la que viviría. El imponente portón de hierro labrado se abrió para darles paso, y ahí mismo Justina comunicó la primera regla. El portón se cierra a las seis de la tarde, y nadie salir  ni entrar después de esa hora. 

Bartolomé la miró con severidad, ya que esos modos sólo generaban aprehensión en los niños. En cambio él los trataba  con una edulcorada ternura. Sabía que había un tiempo, rocoso, para ganarse la confianza de los purretes y así poder. iniciarlos en la inefable tarea para la que eran reclutados pero Marianella desconfiaba más de la sonrisa temblorosa de Bartolomé que de los ojos de lechuza de Justina. Mientras recorrían la galería que conducía a la puerta principal la diminuta rebelde observaba la clásica construcción del  edificio. Y creyó ver que una horrible cabeza de bicho —una de las gárgolas que ornamentaban el frente de la mansión. 
— giraba a su paso. Ese lugar le daba miedo, tenía algo siniestro como un susurro de peligro. Por pura intuición se  aferró a la pequeña bolsa sucia y raída que traía entre sus brazos la pesada puerta de madera se abrió, y Marianella sino una súbita caricia de la calefacción, algo difícil de apreciar si no se ha padecido realmente el frío. Tener frío en invierno es algo que conocemos todos, pero vivir a toda hora con frio algo muy distinto. Un frío que cala los huesos, que se siente como un dolor crónico, que no  se calma con nada. Así eran los inviernos de Marianella y de todos los chicos que vivían en el orfanato. Por eso, Cuando dio un paso dentro de la sala calefaccionada, la invadió una repentina emoción, y por un momento llegó a confiar en que su suerte de verdad había cambiado. Pero pronto se anotició de la segunda regla: —Este sector está prohibido para ustedes. Nadie puede entrar en la sala sin autorización. Y bajo ningún punto de vista se puede subir a la planta alta. ¿De acuerdo? —siguió advirtiendo Justina, remarcando mucho las erres. Y de inmediato la condujo al sector-donde viviría. Una pequeña puerta frente a la escalera conducía a la fundación propiamente dicha. Apenas la atravesó, notó el cambio. Ya no había allí paredes revestidas en madera pintada de color azul oscuro, ni pisos de mármol azul y blanco, ni hogar a leña, ni olor a lavanda, ni enormes cuadros de personas viejas, ni objetos dorados, ni estatuas desnudas. Detrás de la puerta, había paredes blanqueadas a la cal, pisos de madera resquebrajada y olor a humedad. Y frío. El mismo frío de siempre. Que la pequeña ingresara por la puerta principal, para luego negarle ese privilegio y conducirla al lugar gélido y horrible en el que viviría, no era simplemente un juego cruel y perverso. No. Era una estudiada manera de mostrarle todo lo que no tenía ni tendría jamás. Era una forma de someterla, de forzarla a aceptar su destino. Después de recorrer el estrecho pasillo que comunicaba la sala principal con el sector de los menores, llegaron hasta una especie de patio interno, techado. El frío bajaba desde la chapa del techo como una nevada invisible. En el patio había algunos pupitres, pero ningún libro. Y sobre  una pared, un pizarrón, sin rastros de tiza. Era evidente que esa especie de aula escolar no era usada con esos fines. Detrás de los bancos había dos puertas de madera con varias capas de pintura saltada. Se podía advertir que las puertas habían sido pintadas primero de verde, luego de rojo, después de blanco y por último de verde otra vez; pero habían mezclado pintura sintética con látex, y no habían rasqueteado bien la madera. Eso era algo evidente para Marianella, que conocia mucho de oficios tales como pintura, albañilería, electricidad y plomería. Justina, que llevaba sus manos recogidas a la altura del pecho, separando apenas una mano para señalar lo que iba mostrando, le indicó una pequeña puerta al fondo. —Ése es el baño. Se bañan cada dos días, cinco minutos mida más, si no se acaba el agua caliente —dijo amenazandolo y la miró como advertida de un peligro—. ¿SOS de resfriarte seguido vos? —Marianella negó con la cabeza, en silencio. —Más te vale... acá —expresó acentuando en exceso la última «a» y señalando el piso—, acá nadie se enferma. Acá no queremos llantos ni niñitas. Acá no queremos quejas, ¿está claro? Marianella ni siquiera asintió, sólo la miró con profundo desprecio. Justina sonrió con sorna, la mocosa era rebelde y osaba desafiarla con la mirada. Se le acercó, intimidante. —Acá no sobreviven los rebeldes, ¿sabes? —remarcó mientras miraba con curiosidad la bolsa sucia y raída que la joven sostenía entre sus manos—. ¿Qué tenés ahí? La pregunta, casi una acusación, sobresaltó a Mar. —Cosas mías —contestó en guardia. Justina abrió grandes sus grandes ojos, y su pelo pareció erizarse. —Acá no hay nada tuyo. Acá todo es de todos. Acá todo se comparte. ¿Está claro? —y sin esperar respuesta, señaló una de las puertas—: Cuarto de los varones. Prohibido para las mujeres. —Abrió la otra puerta, y le indicó que pasara con un gesto. Marianella entró en la habitación. —Y éste es el cuarto de las mujeres. Acá vas a dormir vos. Esa cama está libre. En el placad tenés sábanas; hacete la cama, cambiate de ropa y andá para la cocina. —Giró con precisión sobre su eje y se dispuso a salir. Antes de cruzar la puerta, agregó: —En el placad hay ropa de una chica que ya no está entre nosotros. Algo te tiene que ir —fue lo último que dijo antes de salir. Marianella observó, aún aturdida, la habitación. Se parecía bastante a la mayoría de las habitaciones comunes de los orfanatos, pero en ésta había menos camas. Y, debía reconocerlo, los cubrecamas eran más lindos. Se sintió aliviada: por fin estaba sola. Se sentó en el colchón inferior de una cama marinera, abrió la bolsa que traía consigo y sacó un par de guantes de box. Los olió, le encantaba el olor a cuero, y se colocó uno. En ese momento, de la parte superior de la cama marinera, apareció el torso de un adolescente rubio. Estaba colgado como un murciélago, sonrió, casi teatral, y le preguntó: --¿Sos la nueva? Marianella respondió con un uppercut preciso y potente en el medio de la cara. El rubio gritó y cayó, estrepitoso. Marianella seguía en guardia cuando él dijo dolorido, tomándose la nariz: —El gusto es mío. Yo soy Tacho.

Aunque era muy esquiva y nada complaciente, después de un rato Marianella se disculpó con Tacho, que quedó muy sorprendido por la potencia de la trompada de la pequeña boxeadora. Él se ocupó de darle una segunda bienvenida al lugar, la llevó a la cocina y le contó algunos detalles que Justina había omitido. La cocina estaba repleta de canapés y bocaditos para la fiesta de compromiso que habría ese día. Mar estaba famélica, no comía desde la noche anterior, pero Tacho le recomendó no tocar la comida, sería peor el castigo que el hambre. Mar prefería los castigos al harnpre y, además, quería dejar bien en claro, de arranque, que era una rebelde. A Tacho le hizo mucha gracia verla comer desaforadamente, y más gracia le hizo ver entrar a Malvina, que la descubrió en plena acción. Como espectador se dispuso a mirar la escena. A pocas horas de comprometerse, Malvina estaba histérica. Nada era como ella lo había previsto: las flores no eran tantas como esperaba, ni el servicio tan top, ni los disfraces tan divinos, ni la música tan divertida. Entonces lo único que se le ocurrió fue compartir su nerviosismo con su prometido y llamarlo insistentemente por teléfono, haciendo una catarsis tras otra. Por su parte, Nicolás había dado el sí, pero era un consentimiento lleno de dudas, alimentadas, además, por In Israstencia de su hijo al posible casamiento, y por Mogli, el salvaje  amigo de Nicolás, que desaprobaba a la futura esposa. Los dos, que estaban desbordados, habían dado inicio a un círculo vicioso, que sólo llegaría a su fin con la interit so tajante de Bartolomé, el único que podía poner en nja n su hermana. ¡Calmate un poco, pedazo de bólida! ¿Querés que te deje antes de casarse? entendeme, Barti... ¡Estoy híper súper nervous! No me digas, che! —respondió con ironía Bartolomé    ¿Cuál es el problema?, a ver... ¡Todo es el problema! ¡Hay tal crisis! —llorisqueó Malvina Empezando por el vestido! Tenía que ser marfil claro, y este no es  marfil claro, ¡es marfil clarito! ¡Pero bólida, es hermoso el vestido! Y yo lo veo más marfil claro que clarito. -¿Sí? ¡Pero claro que es claro! —aseguró y la miró con ternura-

 -. Se nos casa la bolidita, che. -Todavía no. cuándo, che? —aprovechó para indagar Bartolomé. lo único  que deseaba era que ese casamiento destrabara la herencia.—¿Hablaron de fechas ya? No. Eso depende de Nicky. -eso depende, como siempre, de las mujeres, belida, ¡no lo olvides! esa responsabilidad puso aún más nerviosa a Malvina, y solo  por ocuparse de algo fue a la cocina a controlar el catering, y al ver a Marianella devorándolo todo con sus sucias manos, estalló. Le venía bien el incidente para descargar toda su tensión: empujó con violencia a Mar y empezó a dar ¡gritos. -¡Sacá tus sucias manos del catering, mocoso! -Soy mujer, yo —contestó Marianella, ya airada. -¡Mocoso roñoso, ¿no te enseriaron a respetar a los seson es a vos?! Marianella no tenía nada, salvo dignidad. Y cuando se hablaba de respeto, ella sabía una sola cosa: a ella se la respetaba. Entonces observó que sobre la mesada de la cocina había una huevera repleta de huevos blancos. Tomó uno y con violencia contenida, repitió: —¡Soy mujer! —y explotó con fuerza el huevo contra el pecho de Malvina. Una ira roja y sorprendida invadió de tal modo a Malvina que su mano tomó impulso y una fuerte cachetada terminó estallando contra la mejilla de Marianella. Y la respuesta que recibió también fue automática, irracional: un gancho limpio y contundente cruzó la mandíbula de Malvina, que cayó desmayada en el acto. Por un instante se sintió orgullosa del gancho que le había asestado, pero por la cara de Tacho comprendió que estaba en serios problemas. Marianella decidió que no se quedaría allí para enterarse de cuál sería su castigo, y mientras Tacho trataba de hacer reaccionar a Malvina, tomó su bolsa sucia y raída, y huyó. Cruzó a toda velocidad la sala desierta, y salió de la mansión. Como había anticipado Justina, el portón ya estaba cerrado. Entonces, sin perder un segundo, lo trepó con agilidad. Siempre mirando hacia atrás en su hulda, no vio la fuente de cemento que estaba junto al portón, ti-opezó y cayó de bruces en el agua. Y de pronto una mano la ayudó a salir. Era un chico de su edad, tal vez un ario más grande, de cabello algo largo, lacio y castaño, con una sonrisa perfecta y dos lunares en su mejilla. Era Thiago, recién llegado del aeropuerto, que con aires de caballero le preguntó, mientras ella, empapada, tiritaba: —¿Y vos quién sos? Marianella no podía  pensar ni en su nombre. Sólo en esa extraña sensación que tenía en su panza, una especie de revoltijo mezclado con calor. Y un olor que le quedaría impregnado para siempre: el agua de la fuente estaba repleta de flores de jazmín. Así funciona muchas veces la providencia: escapando del destino, no hacemos más que correr hacia él. la magia duró apenas unos instantes, pero para Mar y thiago el tiempo se volvió espeso y los segundos se estiaron hasta el infinito. Hasta que dos gritos despertaron ambos  del trance. Era Justina quien, al ver a Marianella fuera (le la Fundación y empapada, comprendió que estaba humido. Ése fue un grito indignado. El otro, más agudo y pro’birlo de la sorpresa, lo dio al reconocer al hijo de Bartolomé. Justina tenía una tierna devoción  por el niño Thiago,como ella lo llamaba; lo había criado de pequeño, sobre todo  desde  que Ornella lo había abandonado. Thiago tenía hacia ella sentimientos encontrados. Por un lado, la particular ternura, de Justina fue lo más parecido que tuvo al cariño maternal tras el abandono de su madre. Pero por el otro, ella era la mano derecha de su padre, a quien secundaba en cada desicion –¡Niño Thiago! ¡Qué alegría! ¿Tu padre sabe que venías? preguntó como si desconociera que el joven no era bien-

-No —respondió él con una sonrisa, y agregó con ironia-
 Quise darle una sorpresa. ¡Y se va a sorrrprender tanto! —exclamó Justina, disimulando la tensión. Era evidente que no sería una sorpresa feliz para barto. Entre otros motivos, porque la causa principal del alejamiento de Thiago era que no conviviera con los chicos  Fundación. Estando cerca, Thiago podría percatarse do las actividades que allí se llevaban a cabo. Por esa misma razon  Justina tomó por los hombros a Marianella y la trató I una forzada dulzura. ----¿Y vos qué hacés, Marita, acá afuera? —Justina tenía esa antipática manía de deformar los nombres de las personas que no le caían bien. —Es tarde ya, ¡es peligroso quo estén en la calle! ¿Además mojada? —Sí, tropezó y se cayó en la fuente —explicó Thiago—, ¿Vivís acá? —le preguntó directamente a Marianella. Pero Justina interrumpió de inmediato ese diálogo, era gravísimo que Thiago intimara con ellos. —Sí, claro, Marianella es nueva en la Fundación. Pero andá, Thiaguito, andá a ver tu padre. Está muy excitado con el compromiso de tu tía Malvina. —¿Malvina se compromete? ¿Hoy? Me encanta cómo mo participan de todo en esta familia —dijo otra vez irónico. Y volvió a mirar a Marianella, que no le sacaba los ojos do encima. —¿Vos te estabas escapando? ¿Pasó algo? Ella amagó a contestar, pero Justina la tomó por los hombros apretándola aún más, y falsificó una sonrisa. — ¡Pero no! ¡Qué se va a estar escapando, si está rrregia acá! La mandé a buscar a Jásper, y la muy torrrpe trepó el porrrtón en lugar de abrirlo! Andá, Thiaguito, ¡anda! — ¿Dónde está? —cambió de tema Thiago. —¿Y dónde va a estar? Seguro que en el jardín trasero. — Lo voy a saludar —dijo al pasar y miró a Marianella de una manera que aceleró aún más el corazón de la joven—. Nos vemos, entonces. Ella no contestó. Lo vio rodear la mansión hacia el jardín trasero, mientras Justina sostenía su sonrisa tensa y la sujetaba por los hombros. Apenas Thiago desapareció tras la casa, el ama de llaves arremetió bestial contra la pequeña. —¿Así que escapándote, rrrata ingrata? —Marianella atinó a decir algo, pero Justina la zamarreó de un brazo. —¡Silencio entierrrro, mocosa! —gritó, atronadora—. Intenta escaparte una vez más y vas a ver dónde terminás. La tomó del brazo con violencia y la condujo otra vez hacia el interior de la mansión, y con un gesto que no pretendió disimular el tono de amenaza, agregó: — Y ni se te ocurra volver a acercarte al niño Thiago, ¿está claro? ¡Olvidate de él! marianella la miró sin contestarle nada. Y por lo que expresaban  sus ojos, Justina comprendió que ya era tarde: inposible que Marianella se olvidara de él.              Lleca, Rama y Alelí llegaron al circo y se colaron con facilidad por la parte trasera. En el frente, debajo del gran cartel que rezaba «Circo Mágico», había otro más pequeño que anunciaba: «Con la participación especial de La Bailarina del Aire». Cuando salían a robar juntos, Rama trataba de evitar que Alelí participara. Él hacía doble trabajo, por él y por ella. Además sabía que a su adorada hermanita le encantaban los circos. Por eso Rama gastó esa tarde algunas monedas que había podido esconder de los ojos de lechuza de Justina y le compró un gran algodón de azúcar. Le buscó una silla vacía y la sentó ahí para que disfrutara del espectáculo mientras él y Lleca hacían el trabajo. Los tres intentaban llevar con normalidad la vida que tenían, hacía ya cinco arios, en la Fundación BB. Ya eran expertos en la materia. Jamás llamaban robar a lo que hacían, sino «trabajar». Alelí se sintió agradecida cuando Rail                ma le dijo que ella no trabajara, que él lo haría i) o r ella. Y con una gran sonrisa de felicidad aplaudió a los  artistas circenses que se sucedían. La que más le gustó fue la bailarina del aire, una acróbata rubia, hermosa, con unos enormes ojos celestes. Alelí observaba fascinada cómo la muchacha parecía volar colgada de una tela, con unas enormes alas blancas en su espalda. Pero en ese momento un hombre muy gordo se paró unos pocos centímetros delante de ella y vio que del bolsillo trasero sobresalía una billetera bastante gorda, como las que le encantaban a Justina. Vio que el bueno de Rama estaba trabajando y sintió que debía ayudarlo. La billetera estaba a la vista y gracias a eso, casi sin dejare comer de el algodón de azúcar, se la quitó a su dueño, que ni se dio  cuenta. Alelí vio que el hombre miraba la hora en el pequeño reloj dorado —a Justina le encantaban los relojes dorados— y luego lo guardó en el bolsillo delantero del chaleco. También le pareció que era un trabajo fácil. Y con la misma tranquilidad de antes se lo sustrajo. Pero no advirtio que frente a ellos había una mujer que la estaba observando  Resultó ser la esposa del hombre gordo. Y ambos resultaron ser los nuevos dueños del Circo Mágico. ¡Ladrona! ¡Te está robando! —gritó la mujer a su marido-
el hombre reaccionó rápido y miró con descreimiento lo pequeña. —¡Sí, ella, la morochita te robó el reloj! —preciso la mujer. eI hombre no alcanzó a corroborarlo, que Alelí ya se Indita echado a correr. La mujer intentó atraparla y Alelí tuvo que subir a la pista del circo para eludirla. Cielo,la bailarina  del aire, vio desde lo alto la situación, y  comprendió de Inmediato lo que ocurría: los desagradables nuevos dueñoscirco  perseguían a una nena a la que acusaban de ladrona Y ella huía atravesando la pista. Sin dudarlo, Cielo decidio ayudarla y con un gesto  a su asistente le indicó que la bajara. Cielo descendió  como un ángel sobre la pista y se interpuso ante el hombre. Él intentó esquivarla, pero ella se le impidió. En ese momento había varios artistas en el esce nal ie. entre ellos el lanzallamas, que claramente detestaba al Huevo empresario. Y respondiendo a un guiño que le hizo tele, empezó a dirigir sus llamaradas hacia el hombre que Nomina en la pista. Lo mismo hicieron los payasos en sus Monoviclos, los malabaristas y los enanos. Todos empezaron u rodearlo, acorralándolo. Se armó un gran revuelo, idas, y caídas. Todo parecía parte del espectáculo. Cielo vio con sastifacción que la niña había podido escapar por la parte trasera del escenario. rama y Lleca habían visto toda la situación, y al observar  que escapaba, salieron de la carpa, la buscaron infrctuosamente  entre los carromatos, y dedujeron que Alelí había
corrido directamente hacia la Fundación. Rama le pidió a Lleca que regresara por la plaza. Él lo haría recorriendo el mismo camino que habían hecho  para llegar hasta el circo. Se dividieron y Rama comenzó a buscar a su hermana con                      mucha angustia. A pocas cuadras de allí, Rama empezó a oír música. Y la música era una pasión para él, cualquier tipo de música lo atraía como un imán. Se acercó al lugar desde donde provenía y vio a una chica de unos quince años, ataviada con tules y faldas muy largas de color verde, que bailaba apasionada, taconeando y moviendo sus manos como si fueran alas. Junto a ella había un pequeño estéreo en el que sonaba un tema flamenco. Apenas la vio, la reconoció. Era Jazmín   Romero, una chica que había estado viviendo en la Fundación hacía algunos arios. Jazmín era gitana, Bartolomé nunca les explicó por qué ella debió irse de la Fundación. Se detuvo unos instantes a observarla. Ella terminó de bailar e intentó detener a algunos transeúntes para leerles las líneas de la mano, pero nadie aceptó. En ese momento llegó un hombre muy ofuscado, hablaba a  los gritos y movía sus manos enormes, gesticulando. Jazmín lo llamaba Joselo,    y le suplicaba que entendiera que hacía todo lo posible. Rama comprendió enseguida la situación: así como ellos tenían un  Bartolomé que los explotaba, Jazmín tenía un Joselo. Pero Joselo era mucho más violento que bartolomé, y estaba furioso porque la gitanita no había conseguido nada de dinero.  Entonces la tomó fuerte de las muñecas y la sacudió. Jazmín no era una chica dócil, y le clavó fuerte un taco en el  pie, a lo cual Joselo respondió con una fuerte bofetada. Ése fue el límite para Rama, que saltó a defenderla. Se interpuso entre el hombre y la hermosa joven, que aún no lo había reconocido. Joselo creyó que ese adolescente de baja estatura era el noviecito de Jazmín y el causante de su baja productividad.    Esa conclusión lo llevó a querer demostrarle a la joven quién mandaba. Sacó su navaja, pero Ramiro reaccionó rápido: le pegó una fuerte patada en la entrepierna y una trompada que le hizo perder el equilibrio, Joselo no tuvo tiempo de entender lo que había ocurrido, cuando Rama tomó de la mano a Jazmín y le dijo: — ¡Corré! Ella corrió instintiva, mirando a Ramiro y en ese momento lo reconoció. —¿Vos sos Rama, el de la Fundación BB, no? — ¡Sí, soy yo! —gritó él mientras corrían de la mano. — ¿Y a dónde estamos yendo? — ¡A la Fundación! —contestó Ramiro. — ¡No! —dijo ella y se frenó—. ¡Ahí no vuelvo! Pero Joselo estaba tras ellos, y ella se vio obligada a seguir corriendo. Rama tomó un atajo y se escabulleron.
Justina condujo de vuelta a Marianella a su habitación, Imprecándole todo tipo de amenazas, veladas y directas, en vaso de que volviera a intentar escapar; pero quedó muda al ver  en la habitación y ver allí a Rama, que le estaba alcalizando un vaso de agua a Jazmín. --Jazmín Romero! —dijo Justina en un tono que se parecia a la alegría del reencuentro, pero más bien era satisfaccion  volver a tener allí a una mocosa con la que tenía asuntos pendientes. Varios años antes, Jazmín había llegado a la Fundación ’,siendo una  niña pequeña, devastada por la tragedia, pero orgullo intacto. Desde el día en que llegó hasta el día en que se fue, Jazmín había sido una gitana rebelde y batalladora. Si Justina gritaba, ella gritaba más fuerte. Si Justina pegaba, ella pegaba más fuerte, o más tarde, pero en algun momento se la devolvía. Justina todavía tenía la marcade  la aguja de tejer que Jazmín le había clavado en la pierna tul Ilia que  Justina le había pegado una bofetada. „qué hace Jazmín Romero acá?
la pregunta estaba dirigida a Rama, pero él ni se percato, ,observando impactado a Marianella, que se había asomad detrás de Justina. Justina insistió, y Rama reaccionó.
la encontré en la calle. Estaba con el gitano ese que se la llevó de acá. Le estaba pegando. La ayudé a escapar y la traje. —Ramiro, andá con Lleca, Alelí y Tacho, tienen que ocuparse de eso. —¿Alelí volvió? —preguntó Rama. — ¿Cómo si volvió? ¿No estaba con vos? —Sí, pero hubo un problema en el circo y pensé que había venido para acá. —¡Andá ya mismo a buscar a tu hermana! —se preocupó Justina. Por un momento, Marianella pensó que su preocupación era genuina, pero lo único que alarmaba a Justina era que la pequeña hubiera sido atrapada por algún policía de una seccional no amiga de la casa, y que algo de los asuntos que allí se desarrollaban pudiera filtrarse. —Sí, ahí voy —dijo Ramiro. —¡Vos, conmigo, ahora! —ordenó Justina a Jazmín, que miró a Rama suplicando ayuda. Rama le tomó la mano y le dijo, tranquilizador. —Andá, va a estar todo bien. Jazmín salió con Justina. Al pasar junto a Marianella le sonrió, pero la otra sólo la miró, sin responderle la sonrisa. —Vos sos la nueva, ¿no? Yo soy Ramiro, me dicen Rama. — Soy Marianella. Y éste es el cuarto de las chicas, no podés estar acá —contestó ella, parca. — Es verdad —dijo él—. Voy a buscar a mi hermanita.  Pero la buscó en vano, ya que Alelí no estaba en la Fundación, sino que aún seguía escondida en un carromato del circo, del que no había podido salir, ya que a pocos metros estaba el hombre al que le había robado. Desde ahí veía cómo el odioso empresario discutía e insultaba a  la bailarina por haber ayudado a escapar a una ladrona y, además, por haberle producido excoriaciones. Y para colmo el hombre tenía parte del peluquín quemado por el lanzallamas. Le exigía una explicación. —¿La historia larga o la historia corta? —preguntó Cielo. —¡La corta! —gritó el empresario, que ya conocía esa odiosa, pregunta que ella hacía cada vez que no quería contestar algo. —La corta es que me voy, renuncio. -¡Vos no renunciás, yo te echo! ¿Me escuchaste? ¡Te echo! —Como prefiera —respondió Cielo, y se encaminó hacia ou carromato. Pero el empresario no estaba dispuesto a dejarla ir así nomás, y le informó que tanto ese carromato como todo lo que había en el circo le pertenecía. —Este carromato era de mis viejis y es lo único que me ’ligaron. ¡Es mío! — Nada es tuyo. Ni siquiera tu ropa. ¡Ese carromato se queda acá! Sacá tus trapos sucios de ahí, y te vas. Dejó que un par de matones que trabajaban para él la vigilaran y volvió al  interior del circo. Cielo no estaba dispuesta a entregar  su  carromato y subió decidida a llevárselo ft la fuerza, pero se detuvo en seco al encontrarse con la poqueria ladrona que, escondida, le suplicaba con un dedito bubre su boca que no la delatara. —Por favor, ¡no digas nada! Ayudame a escapar... —le N tiplicó. — ¡Agarrate, porque las dos nos escapamos! —dijo Cielo, poniéndose el cinturón de seguridad—. ¿Cómo te llamás? -le preguntó mientras encendía el carromato. — Alelí Ordóñez, ¿y vos? —Cielo Mágico. ¡Un gusto! Le dio la mano y apretó el acelerador. Los matones que la vigilaban apenas atinaron a correrse de su camino, y Cielo huyó del circo en su viejo carromato, que iba ganando velocidad. Carancho, el carromato de Cielo, era más que un vehículo; era un amigo, y como buen amigo era fiel. No le iba a Fallar en esa huida, aunque estaba bastante viejito y cachuzo. Sin embargo, sus fuerzas alcanzaron apenas hasta que estuvieron a salvo de los matones; entonces Carancho corcoveó, l’izo una explosión, echó mucho humo y se detuvo. Cielo entendió que debía darle un poco de tiempo, y algo de agua también. — Hasta acá llegamos, hermosa. Te llevaría a tu casa, pero Carancho no da más. —No hace falta, vivo cerca —dijo Alelí—. ¡Muchas gracias, Cielo! — De nada, hermosa —contestó Cielo con una sonrisa y una ternura única—. Pero ¿por qué robás? —preguntó, intentando que su pregunta no sonara a reproche, sino más bien a contención. Alelí se encogió de hombros y bajó la cabeza avergonzada, y se marchó. Cielo observó cómo se iba. En ese momento estaba convencida de que no podría hacer nada más por aquella nena. cuando Bartolomé entró en la cocina, Tacho y Lleca acbaban esconder a Malvina, desmayada, en la pequeña a. detrás del hogar a leña en desuso que reinaba con señorio en  la habitación. Ellos, acostumbrados a disimular irosencia, respondieron con naturalidad a cada una ireguntas. Bartolomé, que se mostraba muy estresado en sus manos una percha con un delicado vespoca, de seda color marfil. vieron a Justina? —les preguntó.
-fue la respuesta unánime. ¿Vieron a Malvina? Para nada. ¿Vieron a la modista? ¡Le tiene que hacer una tablita al y vestido de la bólida! Creo que en el jardín estaban los que organizan la fiesta —respondió Tacho para sacarse de encima a Barto-
 que se encaminó apurado hacia la puerta trasera que comunicaba con el jardín pero, instintivo, se detuvo y los es,

¿Pasa algo?ellos negaron con estudiada naturalidad. Bartolomé miró a uno y a otro, y finalmente a los bocaditos que estaban sobre la gran mesa de madera de la cocina. —¿Robaron comida, no es cierto? —ellos negaron, y Bardome sonrió—. ¡Hoy estamos de fiesta, purretes! ¡Agarren losforito cada uno, che! Y después vayan rápido a la plau la, hoy está hermoso para hacer «los rumanos» —dijo sin dar lugar a ningún comentario, y salió al jardín. [leca no dejó pasar la autorización para comer un foshirito, que al final fueron dos. Tacho regresó preocupado a la despensa, donde habían escondido a Malvina. Abrió la puerta, y allí estaba la futura prometida, desmayada entre jamones y latas de conservas, con una creciente hinchazón rojiza en la mandíbula. —¿Está viva? —preguntó Lleca mientras deglutía el segundo fosforito. —Sí —respondió Tacho—. Pero cuando se despierte nos van a castigar a todos. Lleca asintió, eso era un hecho. Lo mejor que podían hacer era desentenderse, y demorar lo máximo posible el castigo. Sin mucho debate, decidieron cerrar con llave la despensa, mientras rogaban que se les ocurriera alguna buena coartada para eludir la obligada sanción. En el jardín habían instalado una motorhome donde se cambiarían los invitados de la fiesta que no llegaran vistiendo sus disfraces. Bartolomé dejó el vestido de Malvina para que le hicieran los retoques necesarios y se encaminó hacia la casa para afeitarse y ducharse. Acelerado como estaba, no divisó a su hijo que, a unos pocos metros, hablaba animadamente con Jásper, el viejo jardinero de la casa, quien mudó de expresión apenas lo vio. Thiago se dio cuenta de que algo pasaba, desvió su vista y advirtió la presencia de su padre. Pero no lo detuvo, y Bartolomé entró en la casa sin registrarlo. —¿Su padre no lo esperaba, verdad, joven? —preguntó Jásper mientras no dejaba de observarlo. —No, pero va a estar feliz de verme, ¿no? —contestó Thiago con ironía. El viejo Jásper asintió, sonriendo apenas. Era una especie de abuelo para él, conocía bien la conflictiva relación que tenían padre e hijo, y era el único que apoyaba su secreta afición por la música.

Tacho, Lleca y Rama se encontraron en el portón trasero de la mansión. Los tres observaban el movimiento previo a la fiesta de compromiso. Ya estaban acostumbrados a la ostentación y lujos en los que vivían los Bedoya Agüero, sustentados  en gran medida por los trabajos que cada día estallan obligados a hacer los chicos. Uno de ellos consistía en hacerse pasar por niños rumanos, tocar el acordeón y la panilereta, mientras simulando el acento rumano, pedían limosna. Rama seguía preocupado por Alelí, que aún no había regresado, pero el show de los rumanos tenía una hora precisa: la salida del colegio que estaba frente a la mansión. Los tres terminaron de ponerse el vestuario especial para la actuación, unos conjuntos raídos de color gris, de verano, calculadamente diseñados para conmover los días de baja imperatura. Se dirigieron hacia la plazoleta que estaba frente al colegio, y comenzaron la actuación: Rama tocaba el acordeón, Lleca la pandereta, mientras Tacho pasaba una gorra y, como era el actor de la Fundación, fingía el acento ¡imano cuando pedía limosna. —Ayuda a niños huérrrfano, por fapor. Padrrre muerrrrlo, madrrrre sin trrrabajo, serrr muchos hijos, uno bebé, ¡ayuda porrr faporrr! —rogaba en tono monocorde y lastimoso.

A pocos metros de allí se detuvo un taxi, del que bajaron Nicolás, Mogli y Cristóbal. Padre e hijo vestían de traje veneveneciano blano, y Mogli lo más parecido a ropa de fiesta que tenía. Mientras Nicolás pagaba al taxista, mantenía una disisien con su amigo y su hijo, quienes no estaban de acuerdo ron el compromiso que estaba por protagonizar. —Micola non estar sicuro —afirmó Mogli, con aires de sabiduría tribal. — Estoy seguro, y no digas esas cosas delante de Crisluna!. — Tiene razón. No estás seguro. ¿Por qué mejor no volvemos a Indonesia antes que estar  acá, haciendo esta pavailii? —contestó Cristóbal, que tenía siete añoso hablaba Hito si hubiera cumplido veintisiete. — ¡Por favor, te lo pido! —se anticipó Nicolás. Sabía, que el descontento de su hijo no iba a quedar simplemente allí: No quiero problemas. Vas a conocer a Malvina, la vas a          neta r, y vamos a formar una familia. ¿Está claro? — Micola ser macho rudo —ironizó Mogli. —En la vida hay que ser un hombre de palabra —so tenció Nicolás ante su hijo. — ¡Padre deberer enseñar con ejemplu, non con palabril —reprochaba Mogli. — Por eso le estoy dando un gran ejemplo a mi hijo, Mogli Di mi palabra de que me comprometería hoy con Malvina, y acá estamos. Atinó a marchar hacia la mansión, pero Cristóbal estaba mucho más interesado en el show que los chicos estaban desarrollando más allá. Estaba siempre rodeado de adultos, y si bien le gustaba y se sentía un adulto también, cada vez que veía chicos se fascinaba como ante un objeto arqueológico. Nicolás lo sabía, por eso lo alentó a acercarse a observar el show. Sintió una gran felicidad cuando Cristóbal le pidió dinero para darles,  amaba ver la solidaridad en su hijo. Sin embargo, le explicó: — Cristóbal, hijo... Me encantaría ayudar a esos chicos, pero los ayudamos más si no les damos limosna. —¿Por qué? —preguntó extrañado Cristóbal. — Porque seguramente detrás de estos chicos, hay un adulto que los manda a pedir, cuando ellos deberían estar en el colegio en-este momento. Si les damos limosna, ese adulto los va a seguir explotando. —Pero son pobres, papá. ¿Mirá si no tienen para comer? Nicolás asintió. Era un dilema importante el que planteaba su hijo. Por detrás de ellos, pasó Alelí, que regresaba a la mansión y vio a los chicos haciendo los rumanos, y más lejos a Justina, que mientras regaba las flores del cantero, regenteaba la operación. Al descubrir a Alelí, con un simple movimiento de ojos le indicó que se sumara a la actividad. Los rumanos no sólo consistía en pedir limosna, sino que los más pequeños —Lleca y Alelí— aprovechaban el amontonamiento de gente para robar billeteras. Y a eso se abocó la niña. Mientras tocaba el acordeón, Rama la vio llegar y sonrió aliviado. Alelí empezó a observar a las mujeres y hombres que habian  ido a buscar a sus hijos a la salida del colegio. El espectaculo de los rumanos los retenía un poco en el lugar. muy cerca de ahy  divisó a un hombre agachado, que le hablaba a un nene  rubio, de pelo revuelto. La billetera asomaba de su trasero.  Fue un trabajo fácil y limpio. iledo en ese momento, Cielo se acercaba con un bidón de buscar agua para su carromato, cuando la sorprendio robando otra vez. Se lamentó de la pobre niña que, con extrema cautela, se alejó del lugar con el botín bien escondido entonces decidió intervenir. ante la insistencia de Cristóbal, Nicolás decidió darle dinero para los chicos, pero se aseguró de reiterarle que darlen limosna no era la solución. No es limosna, Bauer —replicó Cristóbal—. Ellos son artistas, es pagarles por su trabajo. Nicolás consideró que era una buena respuesta, después de todo siempre le enseriaba a su hijo que la única manera digna de ganar dinero era a través del trabajo. Decidió dejar para otro  momento la charla sobre el trabajo infantil. Cuando fue a buscar su billetera para sacar el dinero, se dio cuenta de que no la tenía y, como no era desconfiado, al principio no pensó que le habían robado. Mientras tanto, Cielo había llegado hasta Alelí, a quien sobresaltó su presencia. —¿Otra vez robando, hermosa? Alelí negó y, para rebatirla, Cielo le sacó la billetera que escondia en su espalda. Ese gesto, aislado, fue lo que vio Nicolás: Cielo con su billetera en la mano. En realidad, primero vio a Cielo, a secas, y quedó deslumbrado por su belleza pero, dos segundos después, descubrió lo que tenía en sus manos. Más allá de su belleza angelical, era una ladrona. Y grito: —Chorra! Esos gritos provocaron un lindo revuelo. Justina se alarmó, y con un gesto previamente ensayado, ordenó la retirada. Rama, Lleca, Tacho y Alelí rápidamerite escabulleron del lugar. Toda la gente observaba hacia el lugar que Nicolás señalaba a los gritos. Cielo no tuvo tiempo de reaccionar, vio que todas las miradas se dirigían a ella, y luego vio la billetera que sostenía en su mano. Como sabía que no tenía claridad ni facilidad de palabras, intuyó que tenía una única salida: huir. Entonces dejó caer la billetera y salió corriendo, rodeando la mansión. Y por supuesto Nicolás la siguió. Cielo corrió, desesperada, hacia la parte trasera de la casa. La seguía Nicolás, gritándole, y detrás de él venían Cristóbal y Mogli. Cielo estaba acorralada, la única chance que tenía era entrar en la mansión por el jardín trasero, y eso fue lo que hizo. En el jardín había mucho movimiento por la fiesta. Allí mismo divisó una motorhome de la que bajó una mujer, corrió hacia allí y se escondió. Nicolás llegó al portón trasero y miró para todos lados. Era inútil: la había perdido. Ella lo observaba desde el interior del vehículo, maldiciendo su suerte. El hombre más hermoso que había visto en su vida creía que era una ladrona. Habia llegado la hora de la fiesta, y Malvina seguia sin aparecer. Bartolomé, que estaba entrando en una crisis nerviosa, divisó a Justina, quien aún se recuperaba del episodio de los rumanos y enviaba a los chicos a sushabitaciones para cambiarse para la fiesta. Bartolomé se acercó a ella mientras los chicos se iban. -¿Dónde está la bólida? No lo sé, señor. Pero tengo dos noticias para darle. Ahora no. es que lo tiene que saber ahora. -¿Qué?
-La primera es que volvió Jazmín Romero. La trajo rama.
-mira vos. Después la veo...
-La segunda...
-No tengo tiempo, Justina, después hablamos.
-es que...
-ocupate de los purretes, Tini! ¡Tienen que dar ganas de llorar con sólo verlos! Y se alejó, sin dejar que Justina lo advirtiera sobre el regreso de Thiago. Sería un problema para otro momento, penso). Y se marchó a preparar a los chicos para la fiesta, que además del compromiso sería una ocasión más para festejar. Asistiría mucha gente de  la alta sociedad que se conmueve fácil ante la indigencia y tranquiliza su conciencia social con un cheque. Con ese fin, los niños e presentaron ante los invitados con sus caritas tristes y sus ropas raidas. justina llegó al patio cubierto, donde esperaban todos, incluso Jazmín, y les explicó las reglas, sobre todo a la nueva, Marianella: entrarían y saldrían cuando se les indicara, y
sonreirían con caritas tristes.
Cielo esperaba que Nicolás se alejara del jardín para escapar, pero eso no sucedió, ya que él nunca se fue de allí; muy por el contrario, se instaló con el niño y ese hombre extraño y despeinado. Cielo estaba en serios problemas, pero como siempre encontraba la solución, en ese caso recurrió a un hermoso vestido y una máscara que vio dentro de la motorhome. Tal vez disfrazada podría huir. No se detenía mucho a pensar, tenía un impulso y lo s-eguía. Se desvistió y se puso el vestido. Y luego la máscara. Se miró en un espejo: el vestido era un sueño. Si alguna vez
hubiera leído Cenicienta, se le habría ocurrido alguna analogía. Miró cuidadosamente hacia fuera: un hombre de traje beige y rulos se acercó al rubio y a sus acompañantes, saludó a todos con mucha alegría —demasiada para Cielo—, y los condujo hacia el interior de la mansión. Entonces pensó que era el momento de huir y, sigilosa, bajó de la motor homedispuesta a irse. Pero de pronto alguien que apareció de la nada la tomó de un brazo.
— ¡Por fin, bólida! ¿Dónde te habías metido? —preguntó apurado el hombre de rulos y traje beige. Ella se quedó muda, entendía que él la confundía con alguien pero no podía aclarar la confusión, ya que a pocos metros estaría seguramente el rubio que la creía ladrona.Concluyó, con sensatez, que lo mejor era no hablar.
— ¿Qué te pasa que no hablás, tarúpida? ¡Dale, vamos, que Nicolás ya entró en la sala y te espera!
Y la llevó al interior de la casa. Cielo no pensó en ese momento cómo escaparía de la situación, acababa de enterarse del nombre del rubio: Nicolás. Antes de conocerlo, Nicolás le hubiera parecido un nombre común, pero en ese momento le pareció un nombre único, divino, y perfecto para él.
Bartolomé llevó a Cielo hacia el interior de la mansión. Entraron por la cocina, y desde allí la condujo por una escalera hacia la planta alta. Caminaron por un pasillo cuya oscuridad y olor a madera añeja y a lustramuebles le provocó presión en el pecho. Cielo no lo recordaba, pero en ese
pasillo fue donde recibió la noticia de la muerte de su madre el dia  aquel en que olvidó todo. Estaba aturdida, sentía esa extraña sensación en su pecho. Y para colmo tenía que soportar a ese desconocido que no paraba de decir cosas bartolomé le dio mil recomendaciones que Cielo no entendía, hasta que escuchó unas fanfarrias algo pretenciosas reaccionó y le dijo:
---¡Tenemos que entrar! Éste es tu momento, bólida. ¡No litigas bolideces! llevó su antebrazo ofreciéndoselo a Cielo quien, aturdida lo tomó con su mano. La opción de soltarse y salir ni tiendo era tentadora, pero esa casa era un laberinto y ¡mina no poder escapar. Y, además, había algo que la atraía sin poder resistirse: abajo la esperaba «Nicky». Y Bartolomé caminó con Cielo tomada de su brazo hasta el rellano de la escalera. Ahí las fanfarrias cesaron, y él, ceremonioso, anunció:
—Con ustedes... ¡Malvina Bedoya Agüero! Ios invitados aplaudieron, y mientras descendían los escalones, Cielo vio cómo en el centro del salón estaba Nico km, con ese hermoso traje veneciano y un delicado antifaz ¡logro, que la miraba casi con devoción. «¿Cómo pude dudar de comprometerme con esta belleza?», pensó Nicolás mientras la veía bajar. La imagen le evocó a las estatuas de las vestales romanas que había encondido recientemente en una excavación. Bartolomé condujo a la que creía su hermana hasta el centro del salón, donde la entregó a su prometido. Nicolás estaba arrobado por el halo de belleza que desprendía su
prometida. «Esta noche hay algo diferente en ella», se dijo aturdido. Y no se equivocaba.
La tomó de las manos, más suaves que nunca, y mirándola a los ojos celestes que se adivinaban detrás de la más cara veneciana, le dijo, utilizando palabras que jamás pensó
pronunciar en ese momento:
—Hasta hoy no sabía que te amaba tanto —le susurró, y
se dispuso a besarla.
En los escasos dos segundos que tardó Nicolás en acercar sus labios a los de Cielo, ella especuló algunas cosas.
Pensó en no desaprovechar esa oportunidad que le daba la vida: un beso del hombre más churro que había conocido, era algo que no se volvería a repetir. Por  otro lado, comprendió que, al besarla, el hombre se daría cuenta de inmediato de la farsa y la desenmascararía. Y por último comprendió que, al ser descubierta, debería responder ante dos delitos: robo de billetera y usurpación de identidad. Ante semejante panorama, Cielo hizo lo que sabía hacer a la perfección: escapar con elegancia por la cuerda floja. Eludió el beso con un suave giro, y montándose a la música que sonaba, empezó a bailar. La reacción sorprendió a Nicolás, que embelesado se dejó llevar por ella, y se enredaron en un baile lento y sensual. Por fin, en un giro que Nicolás le hizo dar, ella se soltó delicadamente de sus manos, y huyó por la primera puerta que vio. Tanto Nicolás como Bartolomé se sorprendieron de esta reacción, y Nicolás salió tras ella. Bartolomé entonces ganó el centro de la sala:
—¡Ah, los jóvenes enamorados...! ¡Son unos locos lindos!
—dijo recuperando la atención. Y aprovechó la ocasión para sus segundas intenciones. Sacó un pañuelo y se secó lágrimas inexistentes. —Disculparán ustedes mi emoción, pero mi hermanita es mi debilidad. Y  aprovecho ahora su fugaz ausencia para presentarles a mi otra debilidad: mis purretes, mis chiquitos... ¡Los niños de la Fundación BB!
Y con un gesto indicó a Justina que los hiciera entrar. Tacho, Rama, Jazmín, Lleca, Mar y Alelí entraron en fila, con sus sonrisas tristes. Ante esta imagen, los invitados se conmovieron, o por lo menos fingieron estarlo. Y empujados por las palabras y golpes bajos de Bartolomé, en pocos minutos todos estaban abriendo sus chequeras. Bartolomé no lo sabía, pero en ese momento, desde el o de la escalera, su hijo Thiago observaba su accionar. Lidad, no era la escena lo que miraba, sino a una de protagonistas: la pequeña fugitiva que no sonreía. Bartolome se secó las lágrimas que ahora sí inundaban los ojos con una emoción genuina: los cheques recaudados superaban ampliamente sus expectativas. Despachó a los chicos,  ya era hora de dormir, y en ese lugar respetaban algo sagrado los horarios y necesidades de los pimpollos. Justina los condujo hacia sus habitaciones, y Bartolome arengó para animar la fiesta, sin dejar de pregundónde estarían la bólida de su hermana y su prometido.
hiniesta a la primera pregunta llegó enseguida: desde illo que comunicaba la sala con la cocina, irrumpió ua, con sus pelos enmarañados, su mandíbula hinchada lin gran moretón.
¡Barti, hay tal crisis! —gritó furiosa.
¡What the hell! —sólo atinó a decir sorprendido BarI tlidio tiempo le llevó a Malvina poder explicarse, y lo al tanto de lo acontecido. La nueva, la morochita, te pegó un cross de derecha y
unayó... ¿Eso me querés decir? ¡Eso te digo, bólido! Por favor, ¡matala! —suplicó. Pero no puede ser... ¿Entonces quién era la que tenía III vostido y tu máscara y bailó con Nicky? ¡¿What?! ¿Alguien se puso mi vestido, mi máscara, y luido con mi Nicky? ¡Es lo que te acabo de decir, bólida!
¿Y dónde está Nicky ahora? esa es una buena pregunta.
Tal como Cielo sospechaba, la mansión era una laberinto, pero pudo sortearlo, y logró salir otra vez al jardín trasero. Corrió directamente a la motorhome y se escondió allí. Miró hacia fuera y vio que el rubio no la había seguido. «Lo perdí», se dijo con alivio, y a la vez con cierta tristeza. El relloj había dado las doce para esa Cenicienta, y debía despojarse del
vestido y la carroza.  Esa noche había un compromiso pero no era el suyo, aunque por unos minutos había jugado a que sí. Se desvistió y volvió a ponerse su ropa. Miró hacia fuera, no vio a nadie, además de algunos mozos que salían con botellas vacías y volvían a entrar con botellas llenas. Era una noche fresca y había una gran luna coronando la inmensidad del jardín. Cielo descendió del vehículo para marcharse, pero otra vez fue sorprendida por una mano que sujetó sil brazo. Pensó que debería agudizar su mirada cuando de huir se trataba. Esta vez no era el hombre de rulos quien la retuvo, sino el rubio, el churro, el galanazo que olía tan bien.
Ella lo miró con miedo y fascinación. Él, sólo con enojo:
—¡Así que robando otra vez, chorra!
Nicolás estaba ofuscado, demasiado, pensó el mismo, por un simple robo. Lo que en realidad lo enojaba era lo que esa la mujer le producía. Se sentía tan atraído como furioso. Ella atinó a explicar, a justificarse, a aclarar los hechos, pero como él no cesaba de gritarle y acusarla de ladrona, Cielo, que tenía un concepto muy férreo del respeto y la dignidad,
replicó airada. Y empezaron a discutir a los gritos y, pot
supuesto, sin escucharse.
Pero Nicolás tenía una idea precisa sobre la delincuencia: no veía a un delincuente como tal, sino más bien como a una  victima. No a todos los delincuentes, por supuesto. habia  algunos que no tenían nada de víctimas, pero pensó que una chica humilde y hermosa, que no tendría más de años, seguramente estaba pasando por una gran necerdtlad  para tener que robar billeteras. Entonces depuso su actitud e intentó dialogar.
-¿Por qué robás? —preguntó.
Y Cielo reparó en que esa misma pregunta le había hecho a la pequeña Alelí unas horas antes. Y así como detrás de esa pregunta habría posiblemente una historia larga y dificil de explicar, tampoco ella podría sintetizar lo ocurrido través una respuesta sincera y breve. Entonces decidió mentir, para sacarse de encima el problema.
-Porque estoy sin trabajo y no tengo para comer. Esto compadeció a Nicolás, que era muy emocional, y casi empezó a lagrimear. Le dijo que el trabajo es dignidad, que siempre se puede salir adelante, y una seguidilla de hechas y lugares comunes. En realidad, apenas era consciente de lo que decía, subyugado como estaba por su belleza. Y Cielo apenas escuchaba, rendida ante su voz. baroIomé salió a buscar a Nicolás, que no había regresado a la fiesta. Y se extrañó mucho al encontrarlo en elInt din, hablando con una muchacha joven y bella. Eso significaba posible peligro de suspensión de boda y, en conionmencia, segura pérdida de parte de la herencia, por lonal intervino.
—¿Pasa algo, Bauer? —preguntó Bartolomé escudriñando a Cielo.
—No, no —respondió Nicolás separándose un poco de ella y tratando de fingir naturalidad.
-¿Quién es esta chica?
—Es una amiga —repuso rápido el doctor Bauer—. Una liusuuu amiga que me estaba contando un gran problema que nene.
-Pucha, che... Así que un problema... Me imagino que un problemón, ¿no? Digo, para que te hayas ido de tu nona de compromiso. Las palabras «fiesta de compromiso» le estrujaron corazón a Cielo.
—Sí, tenés razón, ya estaba volviendo —se disculpó Nicolás—. Es que mi amiga está sin trabajo y sin dinero, y ésta en una situación delicada.
— Pero, che, ¡qué picardía! —se compadeció con falsedad Bartolomé—. Pero no hay mal que dure cien años, mañana a primera hora tu amiga revisa los clasificados y consigue trabajo en un santiamén. Seguro que el doctor Bailen con sus contactos, algo te consigue —le dijo a la joven.
— ¿Quién es el doctor Bauer? —preguntó Cielo.
— Yo soy el doctor Bauer —dijo Nicolás mirándola a lo ojos, con intención—. Mi amiga es muy chistosa —se justificó ante Barto.
—¿Así que es médico? —repuso Cielo, embelesada con Nicolás, olvidando que le acababan de decir a Bartolomé quo eran amigos.
—No, arqueólogo —contestó Nicolás abriendo grandes sus ojos, y agregó mirando festivo a Bartolomé—: No para de hacer chistes mi amiga. Bartolomé estaba un poco nervioso ante la forma en quo se hablaban Nicolás y su dudosa amiga, y quiso apurarlo Ipara volver a la fiesta, pero de pronto Nicolás tuvo una idea que, aunque no tenía ninguna sensatez, le pareció brillante. Ante sí mismo pensó que era un gran gesto de su parte ayudar a esa pobre chica, pero omitió aceptar que lo que iba a hacer lo haría por un inconfesable deseo de mantenerla cerca.
— Pensaba, y le comentaba a ella... —dijo Nicolás—.
Bueno, que tal vez vos necesites a alguien que te ayude en esta fundación maravillosa que tenés. Tanto Cielo como Bartolomé se sorprendieron mucho.
Cielo no esperaba semejante idea, y Bartolomé jamás la aceptaría: ningún extraño podría inmiscuirse en sus actividades.
—Me encantaría tanto ayudar a tu amiga... —dijo con
extrema falsedad y lo miró dándole pie para que le dijera su
nombre. ha , sí... Mi amiga... —repuso Nicolás mirando a Cielo, cuyo nombre desconocía, esperando que ella reaccionara.
cielo —dijo ella rápidamente.
cielo —repitió casi al unísono Nicolás, pensando que no habia nombre más perfecto para ella que ése. mi querida Cielo, me encantaría poder ayudarte... y no cuánto necesitamos este tipo de ayuda en la Funl’oro no tenemos dinero, apenas si nos alcanza para nara los pobres purretes. eso no es problema —dijo Nicolás, que acababa de tener segunda idea insensata—. La verdad, Bartolomé, yo tenía muchas ganas de ayudarte con tu fundación, sabia  cómo. Vos contratas a Cielo y yo le pago el sueldo. ayudo a los dos. nico y Bartolomé volvieron a sorprenderse al unísono.
con una secreta alegría por la posibilidad de mantecerca de ese rubio tan hermoso. Y Bartolomé, acorralado , no sabía cómo haría para eludir ese problema. pero , Nicky... —intentó disuadirlo Bartolomé—. ¿A vos te parece? Cargarte con ese compromiso... no hablemos más. Yo le pago a Cielo para que tra
a Fundación. ¡Es un compromiso! Dos horas más tarde, la fiesta había terminado. Nicolás
subió a la planta alta para despedirse de Malvina, quien inventó una súbita gripe como excusa para no abrir la puerta para despedirlo; en realidad, no quería que viera su mandíbula hinchada. Él aprovechó la situación para volver rapido
a la cocina, donde lo esperaban Cielo y Bartolomé. Cielo estaba recordando la secuencia de hechos disparatados que habían ocurrido ese día. Pensó que ésa era la ocasión para, finalmente, huir de allí. Pero algo la retenía, ella lo sabía y no  lo negaba: el rubio churro.
Más allá, susurrando, Bartolomé ponía en autos a Justina de la situación.
— ¿Pero se volvió loco, señor? ¿Cómo vamos a dejar entrar a una desconocida en la Fundación?
— ¡Por supuesto que no, chitrula! ¡Pero no me puedo negar ante mi cuñado! Me está pidiendo un favor, él mismo va a pagar el sueldo, ¿con qué excusa le digo que no?
—¡Diga que no sin ninguna excusa!
—No puedo, no puedo, me tengo que ganar la confianza de Bauer. Le vamos a decir que sí, y le vamos a agradecer con lágrimas en los ojos su generosidad. Vamos a embolsar el dinero y nos vamos a deshacer de la desgraciada.
—Pero... ¿De qué va a trabajar?
—No sé, che, será la mucama. Pero vos te vas a encargar de que no dure ni dos horas en esta casa, ¿me explico?
—¡Por supuesto que se explica, señorrrr! —replicó Justina, con una sonrisa cómplice. Ella le haría la vida imposible a la intrusa para que renunciase antes de que cantara el gallo. Nicolás volvió a la cocina y, como lo habían planeado, bartolome se deshizo en agradecimientos emocionados por su gonarosidad y aceptó a Cielo como mucama y cocinera para los purretes. Nicolás entonces miró a Cielo, que espeRho
 a unos pasos de ellos. bartolomé aceptó. ¿Vos aceptás, Cielo? —la invitó a expresar su voluntad.
ella hubiera dicho que sí sólo para poder estar cerca de pero se obligó a salir de- inmediato del encantamiento. hace rato que habían dado las doce, y ella seguía siendo la cenicienta, y ese príncipe era para otra princesa: la señorita de la casa. Ella no se quedaría allí para ver cómo eran felices para siempre y comían las perdices que ella misma ocinaria. Entonces atinó a rehusar la propuesta, pero Nicolan se anticipó y le dijo con especial intención:
-Yo sé que estás para más, pero te va a hacer muy bien trabajar, y ganarte dignamente la vida, y además, vas a poder ayudar a chicos, que tienen muchas necesidades.
Cielo no había pensado en eso. Nicolás ya había comentado que en ese lugar funcionaba una fundación de chicos huerarfanos y ella había adivinado que allí vivía la pequeña Aludí. Pensar en esa nena y en otros chicos que estaban ahh iendo tocó el costado más sensible de Cielo. Ya no era molo la fantasía del príncipe la que la retenía allí, sino algo tod como un instinto, una llamada profunda que le decía que ilabía quedarse. Después de todo, había huido del circo dispuesta a dejarse llevar hacia donde la vida dispusiera. Y la vida la había traído hacia allí, eso era un hecho.
—¡Me encantaría quedarme! —dijo finalmente Cielo con
Ilusión. le sonrió. Se sentía satisfecho con lo que había logrado, aunque si lo hubiera pensado mejor, debería haber considerado que estaba metiendo a una supuesta ladrona en la casa de su prometida. La realidad era que estaba obnubilado por esa belleza celestial.

Desde lo alto de la escalera, Thiago había visto a Marianella junto al resto de los chicos cuando Justina los condujo hacia sus habitaciones. Corrió hacia el fondo del pasillo de la planta alta donde estaba la escalera de servicio, bajó por ésta y atravesó la cocina; recorrió el pasillo que comunicaba directamente con el ala de servicio, sin tener que pasar por la sala, y avanzó hacia el patio cubierto. Desde allí se asomó por la ventana interna hacia el cuarto de las chicas, y vio cómo Marianella se empezaba a desvestir, mientras una nena pequeña hablaba con otra chica, de la misma edad y rubia, que ya estaba acostada.

Thiago sentía que no debía seguir mirando a la fugitiva que se desvestía sin saber que estaba siendo observada, pero una puerta corrediza que comunicaba ambas habitaciones se abrió, y entraron Rama, Tacho y Lleca, que habían logrado robar unas cuantas delicias de la fiesta y venían a compartirlas con las chicas. Rápidamente armaron un picnic en el piso de la habitación, y repartieron con equidad el botín Thiago pensó en que seguramente era idea de Justina que los chicos no pudieran comer con el resto de los invitados

No sabía muy bien para qué había bajado, sólo tuvo el impulso de hablar con ella. Pero ahora estaba rodeada del resto de los chicos, y él no quería presentarse ante ellos; lo incomodaba ser el niño rico de la casa. Y se alejó. Si se hubiera quedado, hubiera oído muchas revelaciones impensadas en la conversación que tuvo lugar en la habitación.

A instancias de Justina, que se lo había encargado a Tacho, los chicos pusieron al tanto a Marianella de las actividades que allí realizaban. Intentaban hablar de ello con naturaliad pero la angustia sobrevolaba sus rostros. No podian  expresarlo con palabras, aunque todos sabían que eran víctimas sometidas, sin muchas chances de rebelarse. I e contaron a Marianella que allí tenían casa y comida asegurada. A cambio, sólo tenían que hacer algunos ttrabajos. para Bartolomé. Los más fáciles eran fabricar muñecas antiguas y pedir limosna. El más difícil, robar. Pero no todo era malo, le contaron que de cada botín que conseguían, Bartolomé separaba una pequeña parte para ellos y lo depositaba
 en la cuenta bancaria de cada uno. Cuando fueran mayores de edad, tendrían una buena cantidad de dinero en el banco como para realizar algún emprendimiento. Lleca dijo que él pondría un quiosco con ese dinero. Tacho se iría llii viaje, lejos. Y Rama confesó, no sin pudor, que él estudiaría en la Universidad. También le informaron que no timían permitido ir a la escuela, pero Rama era el único que Kii las ingeniaba para estudiar. Y ofreció enseñarle a Marianella, si ella así lo deseaba, pero ella rechazó la propuesta,
no porque no quisiera, sino porque la avergonzaba confesar ijiic con catorce años, aún no sabía leer ni escribir.

esa noche Cielo durmió en su carromato, esperando anulosa que se hicieran las nueve de la mañana, horario en el que debería presentarse para comenzar a trabajar. No podía (lujar de pensar en Nicolás, y se durmió deseando soñar con no principito atolondrado y conversador.

Lo mismo le pasaba a Nicolás mientras en su hotel le leía un cuento a Cristóbal; abstraído en sus recuerdos y fantam.is, no reparó sino varios minutos después en que su hijo \ a se había dormido. Sólo pensaba en esos ojos de un celeste imposible.

Malvina se aplicaba hielo en la mandíbula mientras pensaba infructuosamente en ese misterio que nunca terminada do explicarse: ¿quién había usado su vestido, su máslina, y había bailado con su Nicky?

Pero para Bartolomé no fue una noche reposada. Si bien tenía unos cuantos cheques, la fiesta había sido prácticamente un fracaso. La bólida estaba golpeada y perdida, no había podido oficializar el compromiso, con los riesgos que eso conllevaba. Y, para coronar, el metiche de su cuñado le había encajado a la fuerza una camuca arribista.

«No se preocupe por esa rrrata blonda, señor. Mañana mismo va a salir corrrriendo cuando la agarrre yo. Pero ahora, mi señorr, hay algo que debe saber», le había dicho Justina, cuando intentaba informarle que el niño Thiago estaba de regreso. Pero Bartolomé no la oyó, estaba furioso y necesitaba descargar su ira. Qué mejor que mortificar un rato a los purretes para sacarse esa mufa.

Y se dirigió al sector de los chicos, decidido a darle un buen merecido a esa mocosa que le había pegado a su hermana. Marianella se había levantado para ir al baño; como siempre, el frío le daba ganas de hacer pis. Salió descalza al patio, y apenas dio un paso hacia el baño, vio venir a Bartolomé, y enseguida comprendió lo que se avecinaba.

Bartolomé pensó y degustó las palabras con las que la torturaría, pero sólo alcanzó a decir...

—¿Así que te gusta el box, che?

Iba a continuar con su perorata cuando se quedó de una pieza: en el fondo del patio cubierto estaba su hijo, Thiago, que lo observaba, y con una sonrisa le dijo.


—Hola, papá.

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