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Capitulo 34 Steve


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Él quería sorprenderla. Ése había sido su plan, de cualquier manera. Interpretaría un concierto en Albany; su próxima presentación estaba programada en Richmond dos días después.
Normalmente él nunca iba a casa mientras estaba de tour; era más fácil mantener una especie de ritmo mientras viajaba de ciudad en ciudad. Pero porque él tenía un poco de tiempo extra y no había visto a su familia en dos semanas, tomó un tren y llegó a la ciudad mientras la multitud en la hora del almuerzo salía de las torres de oficinas en busca de algo para comer.
Fue pura coincidencia haberla visto. Incluso ahora, las posibilidades parecían tan remotas que parecían imposibles. Ésta era una ciudad de millones de personas y él estaba cerca de la estación Penn, y estaba pasando cerca de un restaurante que estaba casi lleno.
Su primer pensamiento, cuando la vio, fue que la mujer lucía exactamente como su esposa. Ella estaba sentada en una pequeña mesa arrimada a la pared, y enfrente de un hombre de cabello grisáceo que parecía ser unos pocos años mayor que ella. Estaba vestida con una falda negra y una blusa de seda roja y pasaba su dedo por el borde de su copa de vino. Él capturó todo eso y echó un segundo vistazo rápido. En realidad era Kim, y ella estaba comiendo con un hombre que él nunca antes había visto. A través de la ventana, la vio mientras reía, y con un hundimiento de seguridad, él sabía que había visto esa risa antes. La recordaba de años atrás, cuando las cosas estaban mejor entre ellos. Cuando ella se levantó de la mesa, él miró mientras el hombre se quedaba y colocaba su mano en la parte angosta de su espalda. El toque del hombre era suave, casi familiar, como si lo hubiese hecho cientos de veces antes. A ella probablemente le gustaba el modo en que él la tocaba, pensó Steve mientras observaba cómo el extraño besaba a su esposa en los labios.
No estaba seguro de qué hacer, pero haciendo memoria, él no podía recordar sentir mucho de nada. Sabía que las cosas habían estado distantes entre ellos, sabía que  
habían estado discutiendo demasiado, y supuso que la mayoría de los hombres habrían entrado al restaurante y confrontado a ambos. Tal vez incluso armar una escena. Pero él no era como la mayoría de los hombres. Así que cambió a su otra mano el pequeño bolso que armó la noche anterior, dio la vuelta y se dirigió a la estación Penn.

Tomó un tren dos horas después y llegó a Richmond al atardecer. Como siempre tomó el teléfono para llamar a su esposa, y ella contestó al segundo tono. Podía escuchar la televisión en el fondo cuando ella dijo hola.
— ¿Por fin lo hiciste, huh? — Ella preguntó —. Me estaba preguntando cuándo llamarías.
Mientras él se sentaba en la cama, se imaginó la mano del extraño en su espalda.
— Acabo de llegar — Dijo él.
— ¿Está pasando algo emocionante?
Él estaba en un hotel económico, y el edredón se estaba deshilachando en los bordes. Había un aire acondicionado bajo la ventana, que hacía que las cortinas se movieran. Podía ver el polvo juntándose sobre el televisor.
— No — dijo él —, nada emocionante.
En el cuarto de hospital, recordó esas imágenes con una claridad que lo sorprendió. Supuso que fue porque Kim llegaría pronto, junto con Ronnie y Jonah. Ronnie lo había llamado para decirle que no iba a volver a Nueva York. Él supo que esto no iba a ser fácil. Recordaba la figura de su padre reducido y demacrado acercándose al final, y no quería que su hija lo viera en ese estado. Pero ella estaba decidida, y él supo que no sería capaz de hacerla cambiar de parecer. Pero esto le asustaba.
Todo sobre esto le asustaba.
Él había estado rezando regularmente el último par de semanas. O, al menos, así es como el Pastor Harris lo había descrito. No juntaba sus manos o hacía reverencia con su cabeza; él no pedía ser curado. Lo que sí hacía, era compartir con Dios las preocupaciones que tenía por sus hijos.  
Supuso que no era tan diferente a la mayoría de los padres en su preocupación por ellos. Son aún jóvenes, ambos tienen una larga vida por delante, y él se preguntaba, que sería de ellos. Nada de fantasía: le preguntaría a Dios si creía que ellos serían felices, continuarían viviendo en Nueva York, o si ellos se casarían y tendrían hijos. Lo básico, nada más, pero fue entonces, en ese momento, que finalmente entendió a lo que el Pastor Harris se refería cuando le dijo que él caminaba y hablaba con Dios.
A diferencia del Pastor Harris, sin embargo, él ya había escuchado las respuestas en su corazón o experimentado la presencia de Dios en su vida, y supo que no tenía mucho tiempo.
Miró al reloj. El avión de Kim se iría en menos de tres horas. Ella se iría directa del hospital al aeropuerto con Jonah sentado a su lado, y el darse cuenta era aterrador. En un poco más, él sostendría a su hijo por última vez; hoy, él diría adiós.

Jonah estaba llorando tan pronto como entró en la habitación, corriendo directo a la cama. Steve solo tuvo el tiempo suficiente de abrir los brazos antes de que Jonah cayera en ellos. Sus hombros como de pajarito tiritaban, y Steve sintió su propio corazón rompiéndose. Se concentró en cómo se sentía tener a su hijo, tratando de memorizar la sensación. Steve amaba a sus hijos más que a su propia vida, pero más que eso, él sabía que Jonah lo necesitaba, y una vez más, él estaba golpeado al darse cuenta que había fallado como padre.
Jonah continuó llorando inconsolable, Steve lo mantuvo cerca, queriendo nunca dejarlo ir. Ronnie y Kim se mantuvieron en la entrada, manteniendo la distancia.
— Ellas están tratando de mandarme a casa, papi — Gimió Jonah —. Les dije que yo podía quedarme contigo, pero ellas no me están escuchando. Seré bueno, papi. Lo prometo, seré bueno. Iré a la cama cuando tú me digas que lo haga y limpiaré mi habitación y no comeré galletas cuando se supone que no debo. Diles que me puedo quedar. Prometo ser bueno.
— Sé que serás bueno — Murmuró Steve —. Tú siempre has sido bueno.
— ¡Entonces díselo, papá! ¡Diles que quieres que me quede! ¡Por favor! ¡Solo díselo!
— Yo quiero que te quedes — Dijo él, sufriendo por su hijo —. Quiero eso más que nada, pero tu madre también te necesita. Ella te extraña.  
Si Jonah sostenía cualquier esperanza ésta se desmoronó ahí, y él comenzó a llorar nuevamente.
— ¡Pero, yo nunca voy a volver a verte… y no es justo! ¡Simplemente no es justo!
Steve trató de hablar por medio de su apretada garganta.
— Hey… — Dijo él —. Quiero que me escuches, ¿de acuerdo? ¿Podrías hacer eso por mí? — Jonah se forzó a levantar la mirada. Aunque trató de no hacerlo, Steve sabía que él estaba comenzando a estrangularse con sus palabras. Tomó todo lo que tenía para no romperse a llorar enfrente de su hijo —. Quiero que sepas que eres el mejor hijo que un padre podría desear tener. Siempre he estado orgulloso de ti, y sé que crecerás y harás cosas maravillosas. Te quiero tanto.
— Yo también te quiero, papi. Y te voy a extrañar tanto.
Por la esquina de su ojo, Steve pudo ver a Ronnie y a Kim con lágrimas corriendo por sus rostros.
— Yo también voy a extrañarte. Pero siempre estaré contigo, ¿de acuerdo? Lo prometo. ¿Recuerdas la vidriera que hicimos juntos? — Jonah asintió, su pequeña mandíbula tiritando —. Yo la llamo Dios de la luz porque me recuerda al cielo. Cada vez que la luz brille a través de la vidriera que construimos o de cualquier otra vidriera, tú sabrás que estoy justo ahí contigo, ¿entendido? Ése voy a ser yo. Seré la luz en la vidriera.
Jonah asintió ni siquiera molestándose en secar las lágrimas de su rostro. Steve continuó sosteniendo a su hijo, deseando con todo su corazón que pudiese hacer las cosas mejor.  

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