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Capitulo 35 Ronnie


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Ronnie salió con su madre y Jonah para despedirse de ellos y hablar sola con su madre antes de que se marchara, le pidió que hiciera algo por ella tan pronto como regresase a Nueva York. Entonces volvió al hospital y se sentó junto a su padre, esperando hasta que él se durmió. Durante mucho tiempo permaneció en silencio, mirando por la ventana. Ella sostuvo su mano, y se sentaron juntos, sin hablar, ambos mirando las nubes lentamente a través del cristal.
Ella quería estirar sus piernas y tomar un poco de aire fresco, ya que la despedida entre su padre y Jonah la había dejado agotada y débil. No quería imaginarse a su hermano en el avión o entrando en su piso; no quería pensar en si él seguía llorando.
Una vez fuera, anduvo a lo largo de la acera en frente al hospital, con la mente en blanco. Estaba casi junto a él cuando le oyó aclararse la garganta. Él estaba sentado en un banco; a pesar del calor que había, usaba una camisa de manga larga como siempre lo hacía.
— Hola, Ronnie — dijo el Pastor Harris.
— Oh…hola.
— Tengo ganas de ir a visitar a tu padre.
— Él está durmiendo — le dijo —. Pero puedes ir hasta allí si quieres.
Golpeó su bastón, para ganar tiempo y dijo: — Siento por lo que estás pasando, Ronnie.
Ella asintió con la cabeza, con dificultades para concentrarse. Incluso esta simple conversación parecía sumamente difícil. De alguna manera, ella comprendía que él se sentía de la misma manera.  
— ¿Quieres rezar conmigo? — Dijo él con esperanza en sus ojos azules —. Me gusta rezar antes de ir a ver a tu padre. Eso… me ayuda.
Su sorpresa dio paso a una sensación de alivio. — Me encantaría — le respondió.
Desde entonces ella comenzó a rezar regularmente, y se encontró con que el Pastor Harris tenía razón. No es que ella creyera que su padre se curaría. Había hablado con el médico y había visto las radiografías.
Después de su conversación, ella dejó el hospital y se fue a la playa, allí lloró durante una hora mientras sus lágrimas eran secadas por el viento. No creía en milagros. Ella sabía que algunas personas sí, pero ella no pudo pensar que su padre iba de alguna manera a serlo. No después de lo que había visto, no después de lo que el medico le había enseñado. El cáncer, ella había aprendido, se había ramificado desde su estómago, al páncreas y los pulmones, y mantener la esperanza parecía peligroso... Ella no podía imaginarse teniendo que llegar a un acuerdo por segunda vez con lo que le estaba pasando. Era bastante difícil ya, especialmente tarde en la noche cuando la casa estaba en silencio y ella estaba sola con sus pensamientos.
En cambio, ella rezó con todas sus fuerzas para ayudar a su padre; había rezado para intentar tener una actitud positiva en su presencia, para no llorar cada vez que lo viese.
Ella sabía que necesitaba su sonrisa y a la hija en la que recientemente se había convertido.
Lo primero que hizo después de llevarlo del hospital a casa fue llevarlo a ver la vidriera. Vió cómo él lentamente se acercaba a la mesa, sus ojos estudiaban todo, pero su única expresión era incredulidad. Ella supo entonces que había habido momentos en los que él se había preguntado si viviría lo suficiente para verla acabada. Más que nada, ella quería que Jonah hubiera estado allí con ellos, y supo que su padre estaba pensando lo mismo. Había sido su proyecto, la manera en la que ellos habían pasado el verano.
Él echaba terriblemente de menos a Jonah, lo extrañaba más que a nada, y aunque se dió la vuelta para que ella no pudiera ver su cara, ella sabía perfectamente que él tenía lágrimas en su cara, como en su regreso a casa.
Él llamó a Jonah tan pronto como volvió a dentro. Desde el salón, Ronnie podía oír las garantías de que su padre se sentía mejor, y aunque Jonah probablemente malinterpretaría eso, sabia que su padre había hecho lo correcto.  
Él quería que Jonah recordara la felicidad del verano, y no pensara en lo que venía después.
Esa noche, mientras que estaba sentado en el sofá, él abrió la Biblia y comenzó a leer. Ronnie ahora entendía sus razones. Ella se sentó a su lado y le preguntó lo que había estado pensando desde que había examinado el libro ella misma.
— ¿Cuál es tu fragmento favorito? — le preguntó.
— Tengo muchos — le dijo él —. Siempre he disfrutado de los Salmos, y también aprendo mucho con las cartas de Pablo.
— Pero no destacas nada — le dijo ella. Entonces él levantó una ceja, ella se encogió de hombros —. La estuve mirando mientras tú estabas en el hospital pero no vi nada.
Él pensó su respuesta. — Si tuviera que destacar algo importante, probablemente destacaría todo. Lo he leído tantas veces y siempre aprendo algo nuevo.
Ella lo estudió cuidadosamente. — No te recuerdo leyendo la Biblia antes…
— Eso es porque tú eras pequeña. Yo guardaba la Biblia en mi cama y leía algo de una o dos veces por semana. Pregúntale a tu madre. Ella te lo dirá.
— ¿Has leído algo últimamente que quisieras compartir?
— ¿Quieres que yo lea para ti?
Ella asintió con la cabeza, a él le tomo sólo un minuto encontrar el fragmento que quería.
— Es Gálatas : — dijo, presionando la Biblia, la colocó en su regazo, y aclaró la garganta antes de empezar —. Pero cuando el Espíritu Santo controle nuestras vidas, él producirá en nosotros frutos como: amor, gozo, paz, paciencia, bondad, fidelidad, humildad y auto control.
Ella lo vió leer el versículo, recordando cómo había actuado la primera vez que había llegado y cómo había respondido a su ira. Recordó todas las veces que él se había negado a discutir con su madre, incluso cuando ella intentaba provocarlo. Veía esto como una debilidad y a menudo deseaba que su padre fuera diferente. Pero, al mismo tiempo, sabía que se había equivocado sobre todo.  
Su padre, ella lo miraba ahora, nunca había estado actuando solo. El Espíritu Santo había controlado su vida todo el tiempo.
El paquete de su madre había llegado el día siguiente, y Ronnie entonces supo que su madre había hecho lo que le había pedido. Ella trajo el sobre grande a la mesa de la cocina y lo rompió de manera recta por la parte superior, para luego arrojar el contenido sobre la mesa.
Diecinueve cartas, todas ellas enviadas por su padre, todas ellas ignoradas y sin abrir. Le dió la vuelta y vió varias direcciones que había garabateado en la parte superior: Bloomington, Tulsa, Little Rock... No podía creer lo que no las había leído. ¿Había estado ella realmente enfadada? ¿Qué significaba?
Mirando hacia atrás, ella sabía la respuesta, pero todavía no tenía sentido para ella.
Hojeando las cartas, buscó la primera que había escrito. Como la mayoría de las otras, fue impresa en tinta perfectamente negra, y el matasellos de correos se había desvanecido un poco. Más allá de la ventana de la cocina, su padre estaba de pie en la playa y, desde su regreso a la casa, al igual que el Pastor Harris, había empezado a usar camisas de manga larga a pesar del calor del verano.
Respirando profundamente, abrió la carta, y allí, bajo la luz del sol de la cocina, comenzó a leer.
Querida Ronnie,
Yo no sé ni cómo empezar una carta como ésta, aparte de decir que lo siento. Es por eso que te pedí que te reunieras conmigo en el café, y lo que quería era decirte lo de esa noche cuando me llamaste. Puedo entender por qué no has venido y por qué no coges mis llamadas. Estás enojada conmigo, estás desilusionada de mí, y en tu corazón, crees que me he escapado. En tu mente, te he abandonado a ti y he abandonado a la familia.
No puedo negar que las cosas van a ser diferentes, pero quiero que sepas que si yo estuviera en tu lugar, probablemente me sentiría de la misma forma que tú lo haces. Tienes todo el derecho a estar enfadada conmigo. Tienes todo el derecho a estar decepcionada de mí. Supongo que me he ganado el sentimiento que tienes, y no es mi intención tratar de buscar excusas o echar la culpa o tratar de convencerte de que con el tiempo entenderás.
Con toda honestidad, es posible que no lo hagas, y eso me duele más de lo que tú puedes imaginar. Tú y Jonah siempre han significado mucho para mí, y quiero que entiendas que ni tú ni Jonah tienen la culpa de nada. A veces, por razones que no siempre están claras, el  
matrimonio simplemente no funciona. Pero recuerda esto: Yo siempre te amaré, y siempre amaré a Jonah. Siempre voy a amar a tu madre, y ella siempre tendrá mi respeto. Ella me dió los dos más grandes regalos que he recibido, y ha sido una madre maravillosa. En muchos sentidos, a pesar de la tristeza que siento que tu madre y yo ya no estaremos juntos, sigo creyendo que fue una bendición haber estado casado con ella durante tanto tiempo como lo estuve.
Sé que esto no es mucho y no es capaz de hacer que tú entiendas, pero quiero que sepas que todavía creo en el don del amor. Quiero que tú creas en él, también. Tú mereces eso en tu vida, porque nada es más satisfactorio que el amor a uno mismo.
Espero que en tu corazón encuentres alguna manera de perdonarme por irme. No tiene que ser ahora, o muy pronto. Pero quiero que sepas esto: Cuando estés lista, estaré esperando con los brazos abiertos en lo que será el día más feliz de mi vida.
Te Quiere, Papá
— Siento que debería estar haciendo más por él — dijo Ronnie.
Ella estaba sentada en el porche trasero del Pastor Harris. Su padre estaba durmiendo dentro, y el Pastor Harris había venido con una cacerola de lasaña de verduras que su esposa había hecho. Era mediados de septiembre y todavía había calor durante el día, aunque en la tarde hace un par de días había aparecido el fresco del otoño. Duró una sola noche, y por la mañana el sol volvió a calentar, Ronnie se había encontrado paseando por la playa y se preguntaba si la noche anterior había sido solo una ilusión.
— Estás haciendo todo lo posible — dijo él —. Yo no sé qué más podrías hacer.
— Yo no estoy hablando de cuidar de él. En este momento, ni siquiera me necesita mucho. Todavía insiste en cocinar, y vamos a caminar a la playa juntos. Incluso voló cometas ayer. Aparte de la medicación para el dolor, que le produce mucho cansancio, está casi igual que antes de ir al hospital. Es sólo que...
El Pastor Harris tenía la mirada llena de comprensión. — Quieres hacer algo especial. Algo que signifique mucho para él.
Ella asintió, contenta de que estuviera allí. En las últimas semanas, el Pastor Harris se había convertido no sólo en su amigo, sino en la única persona con la que realmente podía hablar.  
— Tengo fe en que Dios te mostrará la respuesta. Pero hay que comprender que a veces tardas un tiempo para ser capaz de reconocer lo que Dios quiere que hagas. Así es como es a menudo. La voz de Dios por lo general no es más que un susurro, que tienes que prestar mucha atención para escucharlo. Pero otras veces, en esos raros momentos, la respuesta es obvia y suena tan fuerte como una campana de la iglesia.
Ella sonrió, pensando que se había encariñado de sus conversaciones. — Hablas como si tuvieras mucha experiencia.
— A mí también me encanta tu papá. Y, como tú, yo también quería hacer algo especial para él.
— ¿Y Dios le respondió? — Preguntó ella.
— Dios siempre responde. — Le dijo.
— ¿Era un susurro o una campana de la iglesia?
Por primera vez en mucho tiempo, vio un toque de alegría en sus ojos. — Una campana de la iglesia, por supuesto. Dios sabe que yo soy duro de oído en estos días.
— ¿Qué va a hacer?
Él se enderezó en la silla. — Voy a instalar la ventana de la iglesia — dijo —. Un benefactor se presentó fuera la última semana, y se ofreció a cubrir el resto de las reparaciones por completo, pero yo ya tenía todos los equipos de trabajo alineados. Ellos empiezan a trabajar mañana por la mañana.
Durante los próximos días, Ronnie escuchó las campanas de la iglesia, pero todo lo que oía eran gaviotas. Cuando escuchó susurros, no oyó nada en absoluto. La respuesta no había llegado como al Pastor Harris de inmediato, pero esperaba que la respuesta viniera antes de que fuera demasiado tarde.
En su lugar, simplemente continuó como antes. Ayudó a su papá cuando él necesitaba ayuda, y trató de aprovechar al máximo el tiempo restante que tenían juntos. Ese fin de semana, porque su padre se sentía más fuerte, hicieron una excursión a los jardines de Orton Plantation, cerca de Southport. No estaba muy lejos de Wilmington y Ronnie nunca había estado ahí antes, cuando se retiró a la carretera de grava que llevaba a una casa original, construida en , ella ya sabía que iba a ser un día memorable. Era el  
tipo de lugar que parecía perdido en el tiempo. Las flores ya no estaban en floración, pero mientras caminaban entre los robles gigantes con sus ramas colgando cubiertas de musgo, Ronnie pensó que nunca había estado en un lugar más bello.
Paseando bajo los árboles, su brazo enrollado a través de su padre, ellos hablaron sobre el verano. Por primera vez, Ronnie le dijo a su padre acerca de su relación con Will, ella le contó sobre la primera vez que fue a pescar y los tiempos que estuvieron cubiertos de barro, y le dijo todo sobre el fracaso en la boda. Ella no le dijo, sin embargo, lo que sucedió el día antes de irse a Vanderbilt, o las cosas que le había dicho a él. Ella no estaba preparada para eso, la herida estaba todavía al rojo vivo.
Y, como siempre, cuando hablaba, su padre escuchaba en silencio, rara vez intervino, incluso ni cuando ella se fue apagando. A ella le gustaba eso de él. Le encantaba estar alrededor de él, y se preguntó qué habría pasado si nunca hubiese llegado para ese verano.
Después se dirigieron a Southport y cenaron en uno de los pequeños restaurantes con vistas al puerto. Ella sabía que su padre estaba cansado, pero la comida era buena y compartieron un hot—Fudge Brownie al final de la comida.
Fue un buen día, un día que sabía que siempre recordaría. Pero como estaba sola en la sala después de que su papá había ido a la cama, ella se encontró, una vez más, pensando que había algo más que podía hacer por él.
La semana siguiente, la tercera semana de septiembre, ella comenzó a notar que su padre estaba empeorando. Ahora dormía hasta media mañana y tomaba otra siesta en la tarde.
A pesar de que había estado tomando siestas regularmente, la siesta comenzó a alargarse, y se fue a dormir más temprano por las noches. Mientras ella limpiaba la cocina a falta de algo mejor que hacer, se dio cuenta de que ahora estaba durmiendo más de la mitad del día.
Todo empeoró después de eso. Con cada día que pasaba, él dormía un poco más. Tampoco estaba comiendo lo suficiente. En su lugar, él movía la comida de su plato haciendo como que comía, cuando ella botó los restos a la basura, se dió cuenta de que él sólo había estado mordisqueando. Estaba perdiendo peso progresivamente ahora, y cada vez que ella parpadeaba, tenía la sensación de que su padre era cada vez más pequeño. A veces la asustaba la idea de que un día no quedaría nada de él en absoluto.  

Septiembre llegó a su fin. Por las mañanas, el olor salado del mar era mantenido en la bahía por los vientos de las montañas en la parte oriental del estado. Todavía había calor, y era temporada alta para los huracanes, pero hasta ahora la costa de Carolina del Norte se había salvado.
El día anterior, su padre había dormido durante catorce horas. Ella sabía que no podía evitarlo, que su cuerpo no le daba otra opción, pero a ella le dolía el pensar que él estaba durmiendo la mayor parte del tiempo. Cuando su padre estaba despierto, se comportaba más tranquilo ahora, satisfecho de leer la Biblia o caminar lentamente con ella en silencio.
Más a menudo de lo que esperaba, se encontró pensando en Will. Todavía llevaba la pulsera de macramé que le había dado, y mientras corría su dedo sobre su composición intrincada, se preguntaba qué clases estaba tomando, quién caminaba a su lado por los jardines mientras se movía de un edificio a otro. Le llamó la atención con quién se sentaría cuando comía en la cafetería y si alguna vez pensaba en ella cuando salía un viernes o un sábado por la noche. Tal vez, pensó en sus momentos más bajos, que ya había conocido a alguien nuevo.
— ¿Quieres hablar de ello? — Su padre le preguntó un día mientras paseaban por la playa. Ellos estaban dirigiéndose hacia la iglesia. Dado que la construcción se inició de nuevo, las cosas se movían rápido. El equipo era masivo: obreros, electricistas, hombres que se especializaban en carpintería, corte o paneles de yeso. Había al menos cuarenta camiones en el sitio de trabajo, y la gente corría dentro y fuera del edificio constantemente.
— ¿Sobre qué? — Preguntó ella con cuidado.
— Acerca de Will — dijo —. La manera en que terminó todo entre los dos.
Ella le dió una mirada evaluativa. — ¿Cómo puedes saber eso?
Se encogió de hombros. — Porque lo has mencionado sólo de pasada en las últimas semanas, y como nunca hablas con él por teléfono. No es difícil darse cuenta de que algo pasó.
— Es complicado — dijo ella a regañadientes.  
Caminaron unos pasos en silencio antes de que su padre volviera a hablar. — Si no te importa, yo pensaba que era un joven excepcional.
Ella agarró fuerte su brazo. — Sí, no importa. Yo pensé lo mismo.
Para entonces, habían llegado a la iglesia. Se podía ver en los trabajadores que llevan cargamentos de madera y latas de pintura, y como siempre sus ojos buscaron el espacio vacío debajo de la torre. La ventana no se había instalado aún, la mayor parte de la construcción tenía que ser completada primero para evitar que a las piezas de vidrio frágil le aparecieran grietas, pero a su padre todavía le gustaba visitar el lugar. Él estaba satisfecho por la nueva construcción, pero no solo por la ventana. Él hablaba constantemente de la importancia de la iglesia y del Pastor Harris y de cuánto se perdió de la predicación del pastor en el lugar que él había considerado un segundo hogar durante mucho tiempo.
El Pastor Harris estaba siempre allí, y como siempre bajaba a la playa al encuentro con ellos. Mirando a su alrededor, ella lo vió de pie en el estacionamiento de grava. Estaba hablando con alguien cuando él hizo un gesto animadamente al edificio. Incluso desde la distancia, se podía decir que estaba sonriendo. Ella estaba a punto de agitar su mano para llamar su atención cuando repentinamente reconoció al hombre con el que estaba hablando. Verlo la sorprendió. La última vez que lo había visto, ella estaba enloquecida; la última vez que habían estado juntos, él no se había molestado en decir adiós. Quizás Tom Blakelee simplemente había estado conduciendo cerca y se había detenido a hablar con el pastor sobre la reconstrucción de la iglesia. Tal vez solo estaba interesado.
Por el resto de la semana, ella buscó a Tom Blakelee cuando visitaban el sitio, pero ella nunca lo vió ahí de nuevo. Parte de ella se sentía aliviada, ella admitió que sus mundos ya no se cruzarían.
Después de su caminata a la iglesia y de la siesta del atardecer de su papá, ellos usualmente leían juntos. Ella terminó Anna Karenina, cuatro meses después de que lo empezara a leer. Ella pidió prestado de la biblioteca algo de Doctor Zhivago. Había algo sobre los escritores rusos que le atraía: la calidad épica de sus historias, tal vez: tragedia sombría y los asuntos de un amor predestinado pintado en grandes lienzos, tan lejos de su vida ordinaria.
Su papá continuó estudiando su Biblia, y a veces él leía un pasaje en voz alta cuando ella lo pedía. Algunos eran cortos y otros eran largos, pero muchos parecían  
concentrarse en el significado de la fe. Ella no estaba segura del por qué, pero a veces tenía la sensación de que el acto de leerlos en voz alta arrojaba luz sobre los matices de sus significados que se había perdido previamente.
Las cenas se estaban convirtiendo en simples asuntos. A principios de Octubre, ella empezó a hacer la mayoría de la cocina, y él aceptó este cambio tan fácilmente como había aceptado cada cambio este verano. La mayoría del tiempo él estaba sentado en la cocina y ellos conversaban mientras hervía la pasta o el arroz y se doraba pollo o filete en la sartén. Era la primera vez en años que ella cocinaba carne, y se sentía extraño presionar a su papá para que se la comiera después de poner el plato frente a él.
Él no tenía mucha hambre últimamente y las comidas eran suaves, porque cualquier tipo de especias irritaba su estómago. Pero ella sabía que él necesitaba comida. Aunque él no tenía pesa en la casa, ella podía ver cómo él perdía peso.
Una noche después de cenar, ella finalmente le dijo qué había pasado con Will. Le dijo todo: sobre el incendio y sus intentos de cubrir a Scott, sobre todo lo que había ocurrido con Marcus. Su papá escuchó atentamente mientras ella hablaba, y cuando al final él empujó a un lado su plato, ella se dió cuenta de que él no había comido más que unas cuantas mordidas.
— ¿Puedo preguntar algo?
— Por supuesto — dijo ella —. Puedes preguntarme lo que quieras.
— Cuando me dijiste que estabas enamorada de Will ¿Hablabas en serio?
Ella recordó a Megan haciéndole la misma pregunta. — Sí.
— Entonces pienso que fuiste demasiado dura con él.
— Pero él estaba cubriendo un crimen…
— Lo sé. Pero si lo piensas, tú estás en la misma posición en la que él estaba. Tú sabes la verdad, justo como él. Y no has dicho nada a nadie.
— Pero yo no lo hice…
— Y tú dijiste que él tampoco.
— ¿Qué es lo que estás tratando de decir? ¿Que debería decirle al pastor Harris?  
Él sacudió su cabeza. — No — dijo él para su sorpresa —. No pienso que tú deberías.
— ¿Por qué?
— Ronnie — dijo él gentilmente —. Debe haber más historia de la que conoce el ojo.
— Pero…
— No estoy tratando de decir que estoy en lo correcto. Soy el primero en admitir que estoy equivocado sobre un montón de cosas. Pero si todo es como tú lo describiste, entonces quiero que sepas esto: el pastor Harris no quiere saber la verdad. Porque si lo hace, él tendrá que hacer algo al respecto. Y, créeme, él nunca querría herir a Scott o a su familia, especialmente si fue un accidente. Él no es sólo un hombre generoso. Y una cosa más, y de todo lo que he dicho, ésta es la más importante.
— ¿Qué es?
— Necesitas aprender a perdonar.
Ella cruzó sus brazos. — Yo ya he perdonado a Will. Le he dejado mensajes…
Incluso antes de que terminara, su papá estaba sacudiendo su cabeza. — No estoy hablando de Will. Tú necesitas aprender a perdonarte primero.
Esa noche, al fondo de la pila de cartas que había escrito su papá, Ronnie encontró otra carta, una que ella aún no había abierto. Él debió haberla agregado a la pila recientemente, ya que no tenía estampilla ni matasellos.
Ella tampoco sabía si él quería que ella la leyera ahora o si quería que la leyera después de que él se fuera. Ella supuso que podía haberle preguntado, pero no lo hizo. La verdad es que no estaba segura de si realmente quería leerla; simplemente sostener el sobre la aterraba, porque ella sabía que era la última carta que él le escribiría.
Su enfermedad continuaba progresando. Aunque ellos siguieran sus rutinas regulares (comiendo, leyendo y caminado en la playa) su papá estaba tomando más medicina para el dolor. Había veces en que sus ojos estaban vidriosos y fuera de foco, pero ella aún pensaba que la dosis no era lo suficientemente fuerte. De vez en cuando, lo veía contraerse de dolor mientras se sentaba en el sofá a leer. Él cerraba sus ojos y se recostaba, su rostro una máscara de dolor. Cuando eso pasaba, él apretaba su mano; pero como los días avanzaban, ella notó que su agarre se volvía débil. Su fuerza se  
desvanecía, ella pensó; todo sobre, él se estaba desvaneciendo. Y pronto él se iría completamente.
Ella podría decir que el pastor Harris notaba los cambios en su papá también. Él los había estado visitando casi cada día en las semanas recientes, usualmente antes de la cena. La mayoría de las veces, él mantenía la conversación ligera; los ponía al día en cuanto a la construcción o les regalaba asombrosas historias de su pasado, trayendo una fugaz sonrisa al rostro de su padre. Pero también había veces en que ambos se quedaban sin temas de conversación. Evadiendo el elefante en la sala que estaba cobrando el impuesto a todos, y en esos momentos parecía que una neblina de tristeza se establecía en la sala.
Cuando ella sentía que ellos querían estar solos, iba al porche y se sentaba a pensar de qué podrían estar conversando. Ella podía adivinar, por supuesto: ellos hablaban de la fe o de la familia o incluso de algunos arrepentimientos que ellos tuvieran, pero sabía que ellos también rezaban juntos. Ella los escuchó una vez, cuando entró por un vaso con agua, y recordó que la oración del pastor Harris sonaba más como una súplica. Él parecía rogar por fuerza tanto como si su propia vida dependiera de ello, y mientras ella lo escuchaba, cerraba sus ojos para hundirse en una silenciosa oración.
Mediados de Octubre trajo tres días fríos fuera de la estación, suficientemente fríos como para necesitar un sweater en la mañana. Después de meses de calor implacable, ella disfrutó la frescura en el aire, pero esos tres días fueron duros para su papá. Aunque ellos aún caminaban por la playa, sus movimientos se hicieron incluso más lentos, y se detenían sólo frente a la iglesia antes de volver a casa. A la hora en que ellos alcanzaban la puerta, su papá estaba tiritando. Una vez dentro, ella lo metía en un baño tibio, esperando que esto le ayudara, sintiendo las primeras punzadas de pánico a los nuevos signos de la enfermedad que señalaban que la enfermedad estaba avanzando más rápido.
Un viernes, una semana antes de Halloween, su padre se recobró lo suficiente como para que llegaran al pequeño puerto al que Will la había llevado por primera vez. El oficial Pete les había prestado una caña de pescar extra y una caja de anzuelos. Notablemente, su papá nunca había pescado antes, así que Ronnie debía poner la carnada en el anzuelo. Los primeros dos peces que mordieron la carnada escaparon, pero finalmente fueron capaces de pescar un pequeño corvinón ocelado y ponerlo en el muelle. Era el mismo tipo de pez que había pescado junto a Will, y mientras el pez se retorcía cuando ella lo liberaba del anzuelo, inesperadamente extrañó a Will con una intensidad que se sentía como dolor físico.
Cuando regresaron a casa después de una pacífica tarde en el puerto, dos personas estaban esperándolos en el porche. No fue hasta que salió del auto que reconoció a  
Blaze y a su mamá. Blaze lucía asombrosamente diferente. Su cabello recogido en una coleta, y estaba vestida con shorts blancos y un top aguamarina de mangas largas. Ella no llevaba joyas ni maquillaje.
El ver a Blaze nuevamente, le recordaba a Ronnie algo que evitaba pensar mientras se preocupaba por su padre: que ella regresaría a la corte antes de que el mes terminara. Ella se preguntaba qué querían y por qué estaban aquí.
Se tomó su tiempo en ayudar a su papá a salir del auto, ofreciéndole su brazo para estabilizarlo.
— ¿Quiénes son? — murmuró su papá.
Ronnie le explicó, y él asintió. Mientras se acercaban, Blaze bajó del porche.
— Hola, Ronnie — dijo ella, aclarándose la garganta, ella miró levemente el sol descendiente —. Vine a hablar contigo.
Ronnie se sentó frente a Blaze en la sala de estar, mirándola mientras estudiaba el piso, sus padres se habían ido a la cocina para darles algo de privacidad.
— Siento mucho lo de tu papá — comenzó Blaze —. ¿Cómo ha estado?
— Él está bien — Ronnie vaciló —. ¿Qué hay de ti?
Blaze tocó el frente de su camiseta. — Siempre tendré cicatrices aquí — dijo ella, haciendo un gesto hacia sus brazos y estómago — y aquí. — Ella puso una sonrisa triste —. Pero tengo suerte de que aún estoy viva, realmente. — Ella se removió en su asiento antes de mirar a Ronnie a los ojos —. Quería agradecerte por llevarme al hospital.
Ronnie asintió, aún insegura de hacia dónde las llevaba la conversación. — No fue nada.
En el silencio, Blaze miró alrededor, insegura de qué decir después. Ronnie, aprendiendo de su padre, simplemente esperó.
— Debí haber venido antes, pero sé que has estado ocupada.
— Está bien — dijo Ronnie —. Me alegra saber que estás bien.  
Blaze levantó la mirada. — ¿En serio?
— Sip — dijo Ronnie. Sonrió —. Incluso si pareces un huevo de pascua.
Blaze se puso de pié. — Sip, lo sé. Loco, ¿no? Mi mamá me compró algunas ropas.
— Te quedan muy bien, supongo que ambas se están llevando mejor.
Blaze le dió una mirada triste. — Estoy intentándolo. Regresé a casa, pero es duro. Hice un montón de cosas estúpidas. A ella, a otra gente. A ti.
Ronnie se mantuvo inmóvil, su expresión neutral. — Blaze ¿Por qué estás aquí?
Blaze revolvió sus manos juntas, traicionando su agitación. — Vine a pedir disculpas. Te hice cosas terribles. Sé que no puedo remediar el estrés que te causé, pero quiero que sepas que hablé con la oficina del Fiscal esta mañana. Le dije que yo puse las cosas en tu mochila porque estaba enojada contigo y firmé una declaración jurada que decía que tú no tenías idea de qué estaba pasando. Deberías recibir tu llamada hoy o mañana, pero ella prometió que retiraría los cargos.
Las palabras salieron tan rápido, que al principio Ronnie no estaba segura de haber escuchado bien. Pero el aspecto entretenido de Blaze le dijo todo lo que necesitaba saber. Después de todos estos meses, después de todos estos incontables días y noches de preocupación, repentinamente se había acabado. Ronnie estaba en shock.
— Realmente lo siento mucho — continuó Blaze en voz baja —. Nunca debí haber puesto esas cosas en tu bolso.
Ronnie aún estaba tratando de digerir el hecho de que esta situación de pesadilla estaba llegando a su fin. Ella estudió a Blaze, quien ahora estaba recogiendo repetidamente una hilacha del dobladillo de su camiseta. — ¿Qué va a pasar contigo? ¿Van a ponerte cargos?
— No — dijo ella. Con esto ella levantó la mirada y cuadró su mandíbula —. Yo tenía algo de información que ellos querían sobre otro crimen. Un crimen más grande.
— ¿Te refieres a sobre lo que pasó en el muelle?
— No — dijo ella, y Ronnie pensó haber visto algo duro y desafiante en sus ojos —. Les dije sobre el incendio en la iglesia y el modo en que realmente empezó. — Blaze se aseguró de tener la atención de Ronnie antes de continuar —. Scott no inició el  
incendio. Su botella cohete no tuvo nada que ver con esto. Oh, este aterrizó cerca de la iglesia, pero estaba fuera.
Ronnie absorbió esta información en creciente asombro. Por un momento, ellas se miraron, la acusación palpable en el aire.
— Entonces, ¿Cómo empezó?
Blaze se inclinó hacia delante y puso sus codos en sus rodillas, sus antebrazos extendidos como en una súplica. — Nosotros estábamos en una fiesta en la playa, Marcus, Teddy, Lance y yo. Y un poco después, Scott apareció, justo playa abajo de donde nosotros estábamos. Pretendimos ignorarnos mutuamente, pero pudimos ver a Scott encendiendo sus botellas cohete. Will aún estaba abajo en la playa y Scott como que intentó apuntar uno en su dirección, pero el viento lo atrapó y voló en dirección a la iglesia. Will comenzó a enloquecer y se acercó corriendo. Pero Marcus pensó que todo el asunto era muy gracioso, y en el minuto en que el cohete cayó detrás de la iglesia, él corrió hacia el patio trasero de la iglesia. Yo no entendía lo que estaba pasando al principio, incluso después lo seguí y lo vi incendiar el pasto seco cercano a la muralla de la iglesia. La siguiente cosa que supe es que el lado del edificio estaba en llamas.
— ¿Estás diciendo que Marcus lo hizo? — Ronnie apenas podía decir las palabras.
Ella asintió. — Él prendió otros incendios también. Al menos estoy bastante segura que lo hizo, él siempre amó el fuego. Supongo que siempre supe que estaba loco, pero yo… — ella se detuvo, dándose cuenta de que ella había estado en ese camino demasiado tiempo. Ella se enderezó en su asiento —. Como sea, he accedido a testificar en su contra.
Ronnie se recostó en su silla, sintiendo que el aire la había abandonado de golpe. Ella recordó las cosa que le había dicho a Will, repentinamente dándose cuenta de que si Will hubiese hecho lo que ella había demandado, la vida de Scott hubiera sido arruinada por nada.
Ella se sintió casi enferma mientras Blaze continuó. — Realmente lamento todo esto — dijo ella —. Y, tan loco como suena, te consideré mi amiga mientras yo fui una idiota y lo arruiné. — Por primera vez, la voz de Blaze se quebró —. Pero eres una gran persona, Ronnie. Eres honesta y fuiste agradable conmigo cuando no tenías ninguna razón para serlo. — Una lágrima cayó de uno de sus ojos, y ella la secó rápidamente —. Nunca olvidaré el día en que me ofreciste quedarme contigo, incluso después de todas las cosas horribles que te hice. Me sentí… avergonzada. Y aún así agradecida, ¿Sabes? De que aún le importara a alguien.  
Blaze hizo una pausa, luchando visiblemente por recomponerse. Cuando ella se deshizo de sus lágrimas, respiró profundo y fijó a Ronnie con una mirada determinada.
— Así que, si tú necesitas cualquier cosa, y me refiero a lo que sea, déjame saberlo. Dejaré todo, ¿De acuerdo? Sé que no puedo compensar lo que te hice, pero de algún modo, siento que me salvaste. Lo que le pasó a tu pap{ es tan injusto… y yo haría lo que sea para ayudarte.
Ronnie asintió.
— Y una última cosa — agregó Blaze —. Nosotras no tenemos que ser amigas, pero si alguna vez me ves nuevamente, ¿Podrías por favor llamarme Galadriel? No aguanto el nombre Blaze.
Ronnie sonrió, — Claro, Galadriel.
Como Blaze prometió, su abogado llamó esa tarde, diciendo que los cargos por robo habían sido levantados.
Esa noche, mientras su papá dormía en su habitación. Ronnie sintonizó las noticias locales. Ella no estaba segura de que las noticias lo cubrieran, pero ahí estaba, un segmento de treinta segundos justo antes del informe del clima ‚el arresto de un nuevo sospechoso de la investigación en curso relacionada con el incendio de la iglesia local el año pasado.‛ Cuando ellos mostraron r{pidamente una ficha policial de Marcus con algunos detalles, con sus cargos previos, ella apagó el televisor. Esos fríos ojos muertos aún tenían el poder de enervarla.
Ella pensó en Will y en lo que había hecho para proteger a Scott por un crimen que no había cometido.
¿Era en verdad tan terrible, ella se preguntó, que la lealtad a su amigo había sesgado su juicio? ¿Especialmente en luz del modo en que las cosas habían cambiado? Ronnie ya no estaba segura de nada, ella había estado mal sobre tantas cosas: su papá, Blaze, su mamá, incluso Will. La vida era mucho más complicada de lo que pensó como una adolescente en Nueva York.
Ella sacudió su cabeza mientras se movía alrededor de la casa, apagando las luces una por una. Esa vida, (un desfile de fiestas y chismes escolares y disputas con su mamá) se sentía como otro mundo, una existencia que ella sólo había soñado. Hoy, sólo estaba  
ésta: su caminata por la playa con papá, el incesante sonido de las olas, el aroma del invierno acercándose.
Y el fruto del Espíritu Santo: amor, júbilo, paz, paciencia, bondad, gentileza, fidelidad y auto control.
Halloween vino y se fue, y su papá se debilitaba con cada día que pasaba.
Ellos renunciaron a sus caminatas en la playa cuando el esfuerzo se hizo muy grande, y, en las mañanas, cuando ella hacía la cama de él, ella podía ver docenas de cabellos en sus almohadas. Sabiendo que la enfermedad se estaba acelerando, movió su colchón a la habitación de él en caso de que necesitara su ayuda, y también para permanecer cerca de él tanto como pudiera.
Él estaba con las dosis más altas de medicina para el dolor que su cuerpo pudiera tolerar, pero nunca parecía suficiente. De noche, mientras ella dormía al lado de su cama, él lanzaba gritos, gemidos que casi rompían su corazón. Ella mantuvo su medicina al lado de su cama, esta era la primera cosa que tomaba cuando él despertaba. Ella se sentaría al lado de él, abrazándolo, sus extremidades tiritando, hasta que la medicina surgiera efecto.
Pero los efectos secundarios tomaban peaje también. Él estaba inestable en sus pies, y Ronnie tenía que ayudarlo donde fuera que se moviera, incluso a través del cuarto. A pesar de su pérdida de peso, cuando él se tropezaba, todo lo que ella podía hacer era evitar que se cayera. A pesar de que él nunca dió voz a su frustración, sus ojos registraban su decepción, como si de algún modo le estuviera fallando a ella.
Él ahora dormía un promedio de diecisiete horas al día, y Ronnie estaría días enteros sola en casa, leyendo y releyendo las cartas que él le había escrito a ella originalmente. Ella aún no había leído la última carta que él le había escrito, la idea aún era muy aterradora, pero a veces a ella le gustaba sostenerla entre sus dedos, tratando de convocar la fuerza para abrirla.
Ella llamaba a casa con más frecuencia, programando sus llamadas para cuando Jonah llegara a casa de la escuela o después de que terminaran de cenar. Jonah parecía calmado, y cuando él preguntaba por papá, ella a veces se sentía culpable por retener la verdad, pero ella no podía llevarlo a ese lugar, y notó que cada vez que su papá hablaba con él, él siempre hacía su mejor esfuerzo por sonar tan energético como podía. Después, él solía sentarse en la silla al lado del teléfono, pasaba por el esfuerzo,  
demasiado cansado incluso para moverse. Ella lo miraría en silencio, irritándose al saber que había algo más, si tan solo supiera lo que era.
— ¿Cuál es tu color favorito? — preguntó ella.
Ellos estaban sentados en la mesa de la cocina, y Ronnie tenía una libreta de papel abierta frente a ella.
Steve le dió una sonrisa inquisitiva. — ¿Eso es lo que querías preguntarme?
— Esta es tan solo la primera pregunta. Tengo muchas más.
Él alcanzó la lata de Ensure* que ella le había puesto al frente. Él ya no comía mucha comida sólida, y ella lo vigilaba mientras él tomaba un sorbo, sabiendo que lo estaba haciendo para complacerla, no porque tuviera hambre.
— Verde — dijo él.
Ella escribió la respuesta y leyó la siguiente pregunta. — ¿Qué edad tenías cuando besaste por primera vez a una niña?
— ¿Es en serio? — él hizo una cara.
— Por favor, papá — dijo ella —. Es importante.
Él respondió nuevamente, y ella escribió. Ellos fueron por un cuarto de las preguntas que ella había anotado, y a la semana siguiente él ya las había respondido todas. Ella anotó cuidadosamente todas las respuestas, no exactamente al pie de la letra, pero ella esperó que con el suficiente detalle para reconstruir las respuestas en el futuro. Este era un atractivo y a veces sorprendente ejercicio, para el final, ella concluyó que su papá era en la mayoría el mismo hombre que ella había conocido en el verano.
Lo que era bueno y malo, por supuesto. Bueno porque ella sospechó que lo sería, y malo porque no la acercaba a la respuesta que ella estaba buscando.
La segunda semana de noviembre trajo las primeras lluvias del otoño, pero la construcción en la iglesia continuó sin pausa. En todo caso, la paz aumentó. Su papá ya no la acompañaba; aún así, Ronnie bajaba por la playa hacia la iglesia todos los días para ver cómo las cosas iban progresando. Se había convertido en parte de la rutina  
durante las tranquilas horas mientras su papá tomaba la siesta. A pesar de que el pastor Harris siempre registraba su llegada con un hola, él ya no la acompañaba en la playa para conversar.
En una semana, el vitral estaría instalado, y el pastor Harris sabía que haría algo por su papá que nadie más podía hacer, algo que ella sabía que significaría el mundo para él. Ella estaba feliz por él, incluso mientras rezaba para ser guiada.
Un día gris de noviembre, su papá insistió en que salieran a pasear al muelle. Ronnie estaba preocupada sobre el frío y la distancia, pero él era demandante. Él quería ver el océano desde el muelle, dijo él.
Una última vez, eran las palabras que él no tenía que decir.
Ellos se pusieron sus abrigos, y Ronnie incluso enrolló una bufanda de lana en el cuello de su padre. El viento llevaba en él el filoso sabor del invierno, haciéndolo sentir más frío de lo que el termómetro sugería. Ella insistió en ir al muelle manejando y dejar el auto del pastor Harris en el desierto estacionamiento del paseo marítimo.
Tomó un largo tiempo alcanzar el final del muelle. Ellos estaban solos bajo un cielo nublado, las olas grisáceas visibles entre los tablones de concreto. Mientras ellos arrastraban los pies para avanzar, su padre mantuvo su brazo asegurado al de ella, aferrándose a ella mientras el viento empujaba sus abrigos.
Cuando ellos finalmente lo hicieron, su papá alcanzó la barandilla y casi perdió su balance. En la luz plateada, los planos de sus hundidas mejillas se destacaron con un filoso relieve y sus ojos lucían un poco vidriosos, pero ella podía decir que él estaba satisfecho.
El acompasado movimiento de las olas estirándose frente a él al horizonte parecía traerle el sentimiento de serenidad. No había nada que ver, no botes, no marsopas, no surfistas, pero su expresión parecía pacífica y libre de dolor por primera vez en semanas. Cerca de la línea de agua, las nubes parecían tener vida, turbulentas y cambiantes mientras el sol de invierno luchaba por perforar sus densas masas. Ella se encontró mirando el juego de nubes con la misma maravilla que su padre lo hacía, preguntándose dónde estaban los pensamientos de él.
El viento estaba aumentando, y ella lo vió temblar. Ella podía decir que él se quería quedar, su mirada atrapada en el horizonte. Ella tiró suavemente de su brazo, pero él solamente reforzó su agarre en la barandilla.  
Entonces ella cedió, parándose a su lado hasta que el tiritara de frío, finalmente listo para irse. Él soltó la barandilla y la dejó voltearlo, iniciando su lenta marcha de vuelta hacia el auto. Por la esquina de su ojo, ella se dió cuenta de que él estaba sonriendo.
— Era hermoso, ¿No es cierto? — ella comentó.
Su papá tomó unos pocos pasos antes de responder.
— Sí — dijo él —. Pero disfruté más compartir ese momento contigo.
Dos días más tarde, decidió leer la última carta. Prefería hacerlo antes de que él ya no estuviera a su lado. No pensaba leerla aquella noche, pero se prometió a sí misma que lo haría pronto. Ya era muy tarde, y aquel día con su padre había sido el más duro de todos. Los medicamentos no parecían ayudarlo en absoluto. Las lágrimas inundaban sus ojos vidriosos mientras los atroces espasmos de dolor atormentaban su cuerpo. Ronnie le pidió que dejara que lo llevara al hospital, pero él se negó.
— No — jadeó —. Todavía no.
— ¿Cuándo? — preguntó ella desesperadamente, a punto de sucumbir a las lágrimas.
Steve no contestó, sólo contuvo la respiración, esperando a que pasara el dolor. Cuando finalmente éste cesó, su aspecto pareció súbitamente mucho más debilitado, como si el esfuerzo hubiera barrido un poco más de la escasa vida que le quedaba.
— Quiero que hagas una cosa por mí — le pidió él. Su voz era un susurro rasgado.
Ronnie le besó la mano. — Lo que quieras
— Cuando me enteré del diagnóstico por primera vez, firmé una declaración de voluntad, una orden de no reanimar. ¿Sabes que es? — Escrutó la cara de su hija —. Significa que no quiero que me apliquen ninguna medida extraordinaria que pueda mantenerme con vida. Si voy al hospital, quiero decir.
Ronnie notó que se le encogía el estómago del miedo.
— ¿Qué me intentas decir?
— Cuando llegue el momento, tendrás que permitir que me vaya.
— No — dijo ella, empezando a sacudir la cabeza —. No hables así.  
La mirada de Steve era cariñosa pero insistente.
— Por favor — susurró — Es lo que quiero. Cuando vaya al hospital, lleva esa declaración. Está en el cajón superior del escritorio, en un sobre grande de color marrón claro.
— No… por favor, pap{ — sollozó ella —. No me obligues a eso. No puedo hacerlo.
Él le sostuvo la mirada. — ¿Ni siquiera por mí?
Aquella noche, sus gemidos fueron interrumpidos por una respiración rápida y fatigosa que la aterró. A pesar de que había prometido que haría lo que él le pidiera, no estaba segura de poder hacerlo.
¿Cómo iba a decirles a los médicos que no hicieran nada? ¿Cómo iba a dejarlo morir?
El lunes, el pastor Harris los recogió y los llevó hasta la iglesia para que fueran testigos de cómo instalaban el vitral. Como Steve estaba demasiado débil para permanecer de pie, trajeron una silla de jardín con ellos. El pastor Harris la ayudó a sostener a su padre mientras lentamente le desplazaban por la playa. Una multitud se había congregado allí; durante las siguientes horas, presenciaron cómo los trabajadores colocaban cuidadosamente el vitral en su sitio. Fue tan espectacular como Ronnie había imaginado que sería, y cuando clavaron la última grapa en su sitio, la gente estalló en vítores de alegría. Ronnie se giró para ver la reacción de su padre y vió que se había quedado dormido, arropado entre las gruesas mantas con las que ella lo había abrigado.
Con la ayuda del pastor Harris, lo llevó de vuelta a casa y lo metió en la cama. Cuando se marchaba, el pastor se giró hacia ella.
— Se le veía feliz — dijo, tanto para convencerse a sí mismo como para convencerla a ella.
— Sí, sé que lo estaba — le aseguró Ronnie, al tiempo que le apretaba cariñosamente el brazo —. Es justo lo que necesitaba.
Su padre se pasó el resto del día durmiendo. Mientras el mundo se quedaba a oscuras al otro lado de la ventana, Ronnie supo que había llegado el momento de leer la carta. Si no lo hacía ahora, quizá nunca hallaría el coraje suficiente.  
La luz en la cocina era mortecina. Tras rasgar el sobre, desdobló la hoja despacio. La letra era diferente de la de las cartas previas; ya no quedaba ningún vestigio del estilo elegante y nítido de antaño. En su lugar había algo parecido a unos garabatos. No quería ni imaginar el sobreesfuerzo que le habría llevado a su padre escribir aquellas palabras, o cuánto tiempo le habría ocupado conseguirlo. Aspiró hondo y empezó a leer.
Hola, cielo:
Me siento muy orgulloso de ti.
Sé que ya no te lo digo tan a menudo como solía. Y te lo digo ahora no porque hayas elegido quedarte conmigo en estos momentos tan duros y delicados, sino porque quiero que sepas que eres la persona tan especial que siempre soñé que serías.
Gracias por quedarte. Sé que resulta duro para ti, seguramente mucho más duro de lo que habías imaginado, y siento mucho las horas que inevitablemente pasarás sola. Pero especialmente lo siento porque no siempre he sido el padre que necesitabas que fuera. Sé que he cometido errores ¡Me gustaría tanto poder cambiar tantas cosas en mi vida! Supongo que eso es normal, teniendo en cuenta mi estado, pero hay algo más que quiero que sepas.
A pesar de lo dura que sea la existencia y a pesar de todos mis pesares, ha habido momentos en mi vida en los que me he sentido realmente afortunado. Me sentí así el día en que naciste, y cuando te llevé al zoo de pequeña y vi tu cara de estupor mientras mirabas las jirafas. Normalmente, esos momentos no suelen durar mucho; vienen y se van como la brisa del océano. Pero a veces, se quedan impresos en la mente para siempre.
Eso es lo que este verano ha sido para mi, y no sólo porque tú me hayas perdonado. Este verano ha sido un regalo para mí porque he conseguido conocer a la joven mujer en la que siempre supe que te convertirías.
Tal y como le dije a tu hermano, ha sido el mejor verano de mi vida; a menudo, en esos días idílicos, me preguntaba cómo era posible que alguien como yo pudiera ser tan afortunado de tener una hija tan maravillosa como tú.
Gracias por venir, Ronnie. Y gracias por cómo me has hecho sentir cada uno de los días que hemos compartido.
Tú y Jonah habéis sido lo más grande de mi vida. Te quiero, Ronnie, y siempre te he querido. Y nunca, nunca olvides que estoy, y siempre he estado, orgulloso de ti. Ningún padre es tan afortunado como lo he sido yo.  
Papá
El día de Acción de Gracias pasó. A lo largo de la playa, la gente empezó a poner los ornamentos de Navidad. Su padre había perdido un tercio del peso de su cuerpo y se pasaba casi todo el tiempo en la cama.
Ronnie tropezó con las hojas de papel una mañana, mientras estaba limpiando la casa. Se habían caído del cajón de la mesita rinconera. Cuando las recogió, sólo necesitó un momento para reconocer las notas musicales que su padre había garabateado en la página. Era la canción que había estado escribiendo, la canción que lo había oído tocar aquella noche en la iglesia. Colocó las páginas encima de la mesa para inspeccionarlas con más atención. Sus ojos saltaron por las series de notas editadas, y de nuevo pensó que su padre había hecho un buen trabajo. Mientras leía, en su cabeza podía escuchar los compases impetuosos de las primeras líneas. Pero a medida que ojeaba la segunda y la tercera página, detectó que la cadencia fallaba. A pesar de que los instintos iniciales de su padre habían sido buenos, pensó que reconocía el punto de inflexión donde la composición empezaba a decaer. Pescó un lápiz del cajón de la mesa y empezó a escribir sus propias variaciones encima de la partitura, garabateando una rápida progresión de acordes y tablaturas donde su padre lo había dejado.
Antes de que pudiera darse cuenta, habían pasado tres horas, y entonces oyó que su padre empezaba a moverse. Tras esconder de nuevo las hojas en el cajón, se fue a la habitación, lista para enfrentarse a cualquier cosa que le deparase el día.
Más tarde, al atardecer, cuando su padre volvió a quedarse dormido, sacó las páginas, esta vez para trabajar hasta pasada la medianoche. Por la mañana, se despertó animada y con ganas de mostrarle lo que había hecho. Pero al entrar en la habitación, él no se movió, y a Ronnie se le heló la sangre al constatar que apenas respiraba.
Con el corazón en un puño, llamó a la ambulancia, y se sintió desfallecer al regresar de nuevo a la habitación. Se dijo a sí misma que no estaba lista, todavía no le había enseñado la canción. Necesitaba otro día. — Todavía no ha llegado la hora. — Con las manos temblorosas, abrió el cajón superior del escritorio y sacó el sobre grande de color marrón claro.
En la cama del hospital, su padre parecía más pequeño que nunca. Su cara se había contraído como una pasa, y su piel mostraba una palidez grisácea nada natural. Su respiración era tan rápida y poco profunda como la de un bebé. Ronnie cerró los ojos y  
apretó con fuerza los párpados, deseando no estar allí, deseando estar en cualquier otro lugar salvo en aquella habitación.
— Todavía no papá — susurró —. Dame un poco más de tiempo, por favor.
Al otro lado de la ventana del hospital, el cielo estaba nublado. Ya habían caído prácticamente todas las hojas de los árboles, y las ramas nudosas y desnudas le recordaban en cierta manera a unos huesos descarnados. El aire era frío y nada se movía. Se presagiaba la tormenta.
El sobre reposaba en la repisa de la cabecera de la cama; a pesar de que le había prometido que se lo entregaría al médico, todavía no lo había hecho. No hasta que estuviera segura de que él no iba a despertase más. No hasta que no estuviera segura de que ya nunca tendría la oportunidad de decirle adiós. No hasta que estuviera segura de que no había nada más que ella pudiera hacer por su padre.
Rezó con devoción, pidiendo un milagro, un pequeño milagro. Y, como si Dios la estuviera escuchando, el milagro sucedió veinte minutos más tarde.
Ronnie se había pasado casi toda la mañana sentada a su lado. Se había acostumbrado tanto al sonido de su respiración y al continuo pitido del monitor de su corazón, que la más mínima alteración le parecía alarmante. Alzó la vista y vió que su padre doblaba el brazo y abría los ojos como un par de naranjas. Steve parpadeó varias veces seguidas para habituarse a la luz de los fluorescentes, y ella instintivamente le cogió la mano.
— ¿Papá?
A pesar de su pesimismo, se sintió invadida por un rayo de esperanza; imaginó que él se incorporaba lentamente hasta quedarse sentado.
Pero no lo hizo. Ni siquiera parecía oírla. Cuando giró la cabeza con un enorme esfuerzo para mirarla, ella vio la oscuridad en sus ojos, algo que no había visto nunca. Pero entonces él parpadeó y lo oyó suspirar.
— Hola, cielo — susurró Steve con voz ronca.
El fluido en sus pulmones hacía que al hablar sonara como si estuviera ahogado. Ronnie esbozó una sonrisa forzada.
— ¿Cómo te encuentras?  
— No muy bien — Steve hizo una pausa, como si pretendiera reunir un poco de fuerzas para continuar —. ¿Dónde estoy?
— En el hospital. Te hemos traído esta mañana. Sé que tienes la declaración de voluntad, pero...
Cuando él volvió a parpadear pesadamente, Ronnie pensó que quizás se sentiría más cómodo con los ojos cerrados. Pero al cabo de unos segundos, los volvió a abrir.
— No te preocupes. Lo comprendo — susurró.
— Por favor, no te enfades conmigo.
— No estoy enfadado.
Ella lo besó en la mejilla e intentó abrazar su figura consumida. Notó su mano, que débilmente le acariciaba la espalda.
— ¿Estás... bien? — le preguntó él.
— No — admitió ella, que procuró no perder la calma, deseando no desmoronarse en aquel momento —. Soy yo la que lo siento. Nunca debería de haber dejado de hablarte. Quería tan desesperadamente que todo volviera a ser como antes...
Steve le dispensó una sonrisa marchita.
— ¿Te he dicho alguna vez que creo que eres muy guapa?
— Si — dijo ella, conteniendo las lágrimas —. Sí que me lo has dicho.
— Bueno, pues esta vez lo digo de todo corazón.
Ella se rió con tristeza a través de sus propias lágrimas.
— Gracias — Se inclinó hacia delante y le besó la mano.
— ¿Recuerdas cuando eras pequeña? — le preguntó, súbitamente con un semblante muy serio —. Solías quedarte mirándome durante horas mientras tocaba el piano. Un día, te encontré sentada delante del teclado, tocando una melodía que habías aprendido sólo de oírmela tocar. Sólo tenías cuatro años. Siempre has tenido tanto talento...  
— Lo recuerdo.
— Quiero que sepas una cosa — le dijo su padre, agarrándole de la mano con una fuerza que la sorprendió —: por más lejos que llegaste tocando el piano, la música jamás me importó la mitad de lo que me importaste tú, mi hija..., quiero que lo sepas.
Ella asintió.
— Te creo. Y yo también te quiero, papá.
Steve inspiró lentamente, sin apartar los ojos de su hija.
— Entonces, ¿me llevarás de vuelta a casa?
Las palabras la abordaron con todo su peso, inevitables y directas. Ella miró el sobre, consciente de lo que estaba pidiendo y de lo que necesitaba que ella le contestara. Y en aquél instante, Ronnie recordó cada detalle de los últimos meses. Las imágenes se precipitaron en su mente, una tras otra. Sólo se detuvieron cuando lo vio sentado en la iglesia delante del tejado, bajo aquel espacio vacío donde finalmente colocarían el vitral.
Y fue entonces cuando supo lo que su corazón le había estado pidiendo que hiciera todo el tiempo.
— Sí — respondió —. Te llevaré a casa. Pero yo también necesito que tú hagas algo por mí.
Su padre tragó saliva. Pareció necesitar toda la fuerza que le quedaba para contestar:
— No estoy seguro de que pueda complacerte, de que pueda hacerlo.
Ella sonrió y cogió el sobre:
— ¿Ni siquiera por mí?
El pastor Harris le prestó el coche. Ronnie conducía tan veloz como podía. Con el teléfono móvil pegado a la oreja, realizó la llamada mientras cambiaba de carril. Rápidamente explicó lo que sucedía y lo que necesitaba; Galadriel le ofreció su ayuda inmediatamente. Conducía como si pensara que la vida de su padre dependía de ello, acelerando ante cada semáforo en ámbar.  
Galadriel estaba esperándola en la casa cuando llegó. A su lado, en el porche, había dos alzaprimas, que la chica alzó cuando Ronnie se acercó.
— ¿Lista? — le preguntó Galadriel.
Ronnie apenas asintió con la cabeza, y las dos juntas entraron en la casa.
Gracias a la ayuda de Galadriel, tardaron menos de una hora en desmantelar el trabajo de su padre. A Ronnie no le importaba el desbarajuste que habían montado en el comedor; lo único en lo que pensaba era en el poco tiempo que le quedaba a su padre y lo que todavía necesitaba hacer por él. Cuando la última plancha de madera contrachapada cedió, Galadriel se giró hacia ella, sudando y jadeando.
— Ve a buscar a tu padre. Yo limpiaré todo este desorden. Y te ayudaré a traerlo hasta aquí cuando entréis.
Ronnie condujo incluso más rápido en su camino de vuelta al hospital. Antes de abandonar la clínica, había hablado con el médico de su padre y le había explicado lo que planeaba hacer. Con la ayuda de la enfermera, rellenó todos los formularios que el hospital requería; cuando llamó al hospital desde el coche, preguntó por la misma enfermera y le pidió que tuviera a su padre preparado en la planta baja en una silla de ruedas.
Los neumáticos del coche chirriaron cuando entró en el aparcamiento del hospital. Siguió el carril hasta la entrada a Urgencias e inmediatamente avistó a la enfermera, que no había faltado a su palabra.
Ronnie y la enfermera ayudaron a su padre a montarse en el coche; en cuestión de minutos, Ronnie volvía a estar de vuelta en la carretera. Su padre parecía más alerta que lo que había estado en la habitación del hospital, pero ella sabía que su estado podría cambiar en cualquier momento. Necesitaba llevarlo a casa antes de que fuera demasiado tarde. Mientras conducía por las calles de una localidad a la que había llegado a considerar, aunque fuera eventualmente, su propio pueblo, sintió un ataque de miedo y de esperanza. Todo parecía tan simple, tan claro ahora. Cuando llegó a casa, Galadriel la estaba esperando. Su amiga había arrastrado el sofá hasta la posición conveniente, y juntas ayudaron a su padre a reclinarse en él.
A pesar de su estado, poco a poco Steve pareció comprender lo que Ronnie había hecho. De una forma gradual, ella pudo ver cómo su mueca de sorpresa se trocaba en una clara expresión de ilusión. Mientras Steve contemplaba el piano expuesto en la  
salita, supo que había hecho lo correcto. Inclinándose hacia delante, lo besó en la mejilla.
— He acabado tu canción — anunció —. Nuestra última canción. Y quiero tocarla para ti.  

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