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Capitulo 5 Cayendo desde lo alto de una ilusión




Lee el capitulo 5 del libro "La isla de Eudamón" clikando a Leer Mas

Unos días muy fríos anticiparon el invierno. Comenzaba el mes de junio, hacía casi tres meses que todos habían llegado a la Fundación, donde había varias rutinas que se desarrollaban a diario, rutinas visibles y rutinas secretas.
Cada mañana Cielo despertaba a los chicos, incluyendo a Thiago, con el desayuno listo. Luego él se iba a su colegio, donde pasaba toda la mañana y parte de la tarde. Los chicos se desplazaban hasta el patio cubierto, y allí Nico les daba clases por las mañanas. Y por la tarde participaban en las de baile, a cargo de Cielo, y las de corte y confección para las chicas, y carpintería para los varones, que dictaba Justina. Habían tenido una charla al respecto, y Bartolomé opinaba que, además de lengua y matemáticas, era bueno que los chicos aprendieran algún oficio que les resultara útil el día que se alejaran de la Fundación.
Luego del almuerzo, Cielo debía abocarse a la limpieza de la planta alta de la casa, actividad que realizaba con la constante presencia de Malvina, que no se le despegaba. Malvina la había tomado como su confidente y amiga, un modo de asegurarse de que Cielo no fuera a traicionarla quedándose con su novio. A las ocho de la noche se servía la cena, y luego todos se iban a dormir. En medio de estas costumbres bien perceptibles, se desarrollaban muchas otras, de carácter más incierto. 
Las clases de corte y confección y las de carpintería que dictaba Justina, en realidad, eran una fachada para esconder las reales actividades que los chicos debían realizar por las tardes. Justina los hacía salir por una puerta secreta a la calle, donde los chicos se dedicaban a robar y a pedir limosna.
Por la noche, luego de cenar, Cielo se despedía de todos en sus respectivos cuartos; pero minutos más tarde, los chicos eran obligados a levantarse de sus camas, para ser conducidos hasta el taller de juguetes, que estaba oculto detrás de una pared falsa, ubicada estratégicamente en el patio cubierto. Se accionaba una puerta trampa, y accedían al taller, un lugar gélido en el que los chicos pasaban las frías horas de la noche pegando diminutos ojos a muñecas, o lustrando y añejando autitos de madera. Muy tarde en la noche, volvían a sus camas, contando las horas que podrían dormir antes de que Cielo fuera a despertarlos.
Cuando alguno de los chicos cometía alguna insubordinación, una baja en su productividad o se acercaba demasiado al niño Thiago se les aplicaba un correctivo, que por lo general consistía en algunas horas de encierro en la celda de castigo. La ausencia del castigado se justificaba ante Nico y Cielo con alguna actividad burocrática, o un simple mandado que estaba haciendo para Justina.
Otra rutina precisa y secreta era la que llevaba a cabo Justina para ocuparse de la pequeña Luz, encerrada en el sótano, a salvaguardo de la supuesta guerra. Justina dormía cada noche con la pequeña. Tras acostar a los roñosos, luego del trabajo en el taller, ella se encerraba en su habitación de servicio en la planta baja, junto a la cocina. Allí corría un espejo que ocultaba un pequeño boquete que ella misma había abierto, y por ahí descendía al sótano. Muy temprano en la mañana, preparaba el desayuno para Luz, y volvía a ocuparse de sus tareas domésticas. Durante el día, bajaba dos veces a visitar a la niña y a llevarle comida. Tenía otro acceso oculto al sótano, a través de una puerta trampa en el jardín, justo detrás de un pequeño mausoleo familiar. Algunos antepasados Inchausti, y la propia Amalia, estaban enterrados allí. Sabiendo que era un lugar al que nadie querría acercarse, Justina había construido allí la puerta trampa. El mantenimiento de ese pequeño cementerio era una de sus tareas preferidas, un gustito que se daba algunos días de la semana.

Posponer y dilatar el compromiso con Malvina era otra rutina casi diaria de Nicolás. Y secretamente, se entregaba a otra: tras haberse percatado de que Cielo era semianalfabeta, le había propuesto darle clases particulares. Para que estos encuentros no se vieran como algo ilícito ante sus propios ojos, Nicolás le propuso hacerlo en secreto, en el carromato de Cielo, que había sido estacionado en un rincón del jardín de la mansión. Nico justificó su propuesta de clandestinidad, arguyendo que seguramente sería algo vergonzoso para ella tener dificultades para leer y escribir a esa edad. Cielo progresaba en sus estudios a buen ritmo, y Nico intentaba ganar terreno con ella en el plano sentimental. Ella le prohibía poner en palabras eso que ambos sentían.
—No me hable del coso —decía Cielo cuando el quería hablar de amor.
—Pero tenemos que hablar del coso —insistía él.
—Usted hable del coso con su novia —concluía ella.
Nicolás entendió que tenía que terminar con esa situación, aunque no sería sencillo. Él ya tenía perfectamente claro que lo que sentía por Malvina no era amor; contrastado con lo que sentía por Cielo, no había dudas. Pero terminar su relación con Malvina no sólo significaría romperle el corazón, lo que le generaba mucha culpa, sino que se quedaría ya sin motivos para ir diariamente a la Fundación. Tenía claro que, si se separaban, ella le pediría, y con razón, que dejara de visitar su casa, con lo cual debería abandonar las clases de los chicos y sus visitas diarias a Cielo. De todas maneras Nicolás ya se había mudado al loft frente a la mansión, en cualquier caso estaría cerca de todos.
Otra rutina que se verificaba a diario era el beso de las buenas noches que Cielo le daba a Cristóbal a través de la ventana del altillo. Cristóbal le había regalado a Cielo un walsáe talkie, y cada noche el niño no se iba a la cama si antes ro hablaba con Cielo. Lo hacían saludándose de ventana a ventana. Luego de que se despedía de Cristóbal, Nico y Cielo seguían conversando unos minutos, mirándose y deseándose. En general esa charla terminaba cuando ella advertía que él empezaba a hablar del coso.
Emulando a Nico, Thiago también había encontrado una excusa para tener su rutina secreta con Mar. Mientras hacía las gestiones para conseguirles una beca en el colegio, le sugirió a Mar que sería bueno que ella tuviera un apoyo escolar extra, ya que era a la que más le costaba el estudio. Ella había aceptado si, a cambio, él aceptaba que ella lo ayudara con las clases de baile. Marianella había resultado ser un virtuosa en las clases de Cielo, y Thiago había resultado ser un rugbier duro, sin ninguna elasticidad. Rama, celoso de esta rutina, también se había ofrecido a ayudar a Mar con el apoyo escolar, y ella eventualmente, aceptaba su ayuda.
Bartolomé tenía una rutina por demás tediosa: hacer las cuentas a diario y verificar que siempre estaban en rojo, por lo que había encargado a Justina que reclutase algún purrete más; buscar la manera, siempre, de fletar a su hijo a Londres; forzar a Malvina para que lograra que Nico concretara el casamiento; presionar al abogado para que destrabara la herencia y verificar que Cielo no recordara ser Ángeles Inchausti.
Entre tantas ocupaciones, no se percató de lo que los otros estaban organizando en secreto, y por eso se extrañó aquella noche de que Nico y Cielo dispusieran una cena con todos para comunicar dos noticias importantes. Semejante despliegue alarmó a Barto, que entendió que algo se le había escapado. Nunca hasta ahora habían compartido todos una cena.
La mesa del comedor había sido hermosamente decorada por Cielo, y Nico se había encargado de cocinar toda la tarde, mientras los chicos se ocuparon de sacar con excusas a Justina de la cocina. Desde la cabecera de la mesa, Barto observó las miradas y sonrisas cómplices de todos, y comprendió que algo se había cocinado, además del pollo a la portuguesa.
—Bueno, ¡desembuchen, che! —se impacientó Barto—. Con tanto despliegue, algo me van a pedir... ¡Pidan nomás!
—No, Barto —respondió Nico sonriendo—. No te vamos a pedir nada, en realidad te vamos a ofrecer algo.
—¿A mí? —preguntó Barto sorprendido mirándose con Justina, a la que no había nada, ya que esa noche ellos eran los agasa
—Sí, tenemos dos noticias para darte —c Como sabemos que estás con algunos prob eos, y que, como esto es tu vida, estás muy nos ocurrió una idea para ayudarte.
—¡No quiero que ustedes se preocupen p atajó Bartolomé.
—¡Pero nos preocupamos, don Barto! ¡P a ayudar! —exclamó Cielo.
—Cielo tuvo una idea brillante —continu a Cielo, que se sonrojó y miró a Malvina, qu so roja, pero de furia.
—Bueno, ¡larrrrrgue de una vez! —apui
—¡Vamos a hacer un festival de música frente a la Fundación, para recaudar fondo: co—. Los chicos ya tienen ensayadas las caí reos. Vamos a vender entradas y a hacer 1 recaudado... ¡va para la Fundación!
Barto y Justina se miraron. Había una ra la que no lo permitirían: nada podría distrai ce su trabajo. Pero, además, había una razó zzaT una empresa como ésa, donde los chicos de un sueño común, con actividades ar oando fondos con un sano esfuerzo, les da a peligrosa inyección de dignidad que h metimiento que tanto les había costado
—¡Pero qué lindos son! —exclamó Barto .:n—. No sabes, Nicky, lo que significa es rocupación tuya...
—Nuestra —aclaró Nico.
—Para mí, que soy un filántropo... —conl — la aclaración de Nico— ver que no va el entusiasmo y me hace entende nie soy un soñador, pero no soy el únu -do aceptarlo.
—¿Por qué no? —ya se enojó Cielo.
—Primero porque para mí un niño tiene que ser niño. Los chicos en la escuela, y los adultos en el trabajo. De ninguna manera permitiría que mis purretes trabajen.
Todos los chicos de la Fundación se miraron, intentando que sus caras no reflejaran el odio y la indignación que les producía oírlo hablar así, con tanta falsedad y descaro.
—No sería un trabajo —explicó Nico—. Sería un juego, una diversión; cantar, bailar, y de paso juntar dinero.
—Hacer cualquier cosa, por dinero, es trabajar. Quiero que ellos estudien y no se preocupen por eso. Ya demasiado sufrieron para que ahora estén pensando en dinero. Además, quiero decirles que ya estoy resolviendo las dificultades; me está por entrar una partida del Ministerio y, además, cuando vos y Malv se casen, ella va a recibir una parte de la herencia, y seguramente Malv no te lo dijo porque es muy humilde, pero ella, generosamente, me dijo que va a donar la mitad a la Fundación.
Malvina casi se atraganta. Por supuesto que ella contaba con la herencia y que la compartiría con Barti, pero de ninguna manera le iba a dar un solo peso a esos mocosos. Iba a aclararle a Barti que tal vez se había confundido, pero Justina le apretó una rodilla, indicándole que se mantuviera callada, y Malvina comprendió que era otro acting de su hermano.
—Eso es genial —dijo Nico mirando a Malvina—. Que dones algo de tu herencia es muy generoso de tu parte, pero ese dinero puede tardar en llegar.
—¡Esperemos que no tarde tanto, Bauer! —bromeó Barto, y aprovechó para cambiar de tema—. ¿Qué tal si mientras disfrutamos de esta cálida cena ponen la fecha de la boda?
—Eso ya lo veremos... —evadió incómodo Nico, percibiendo el malestar de Cielo ante ese tema—. Pero necesitamos dinero antes.
—Estamos bien, che, estamos bien; para comer alcanza.
—Pero vamos a necesitar plata para los uniformes —intervino Thiago.
—¿Uniformes? ¿Qué uniformes?
Entonces Thiago, triunfante, se dispuso a informar la segunda sorpresa de la noche.
—Estuve haciendo algunas gestiones con el director del Rockland... y después de varias charlas, aceptó becar a los chicos para que estudien en el colegio.
Esa noche tuvieron que llamar de urgencia a Malatesta para desatorar el hueso de pollo con el que se atragantó Bartolomé.
Justina amaba apasionadamente a Bartolomé por dc razones: la primera, esos penetrantes ojos negros y sus rulo brillantes e inquietos. La segunda, esa maravillosa y maquiavélica capacidad para manipular que tenía.
Al principio se sorprendió cuando Barto le comunicó e. plan de acción a seguir a partir de los hechos acontecidos Pero inmediatamente sonrió, sabía que su amor, su señor era una eminencia de la manipulación.
—Vamos a agradecer a Thiaguito su gesto y aceptar conmovidos la beca para los purretes —explicó Barto con su voz aún cascada por el hueso de pollo atragantado—. Nos vamos a emocionar hasta las lágrimas el día que los veamos cor. los uniformes del Rockland, y los vamos a acompañar, siempre llorando de emoción, a su primer día de clases.
—Pero, señor... —intervino ella, confundida.
—También vamos a dejarlos hacer su festivalcito, y vamos a llorar aún más de emoción al verlos cantar y bailar como saltimbanquis.
—Con todo rrrrespeto, señor, lo que tendríamos que hacer es despachar a Thiaguito, alejar a Bauer de acá, y matar de una vez por todas a la camuca arrrribista.
—Todo eso se hará oportunamente —respondió Bartolomé elucubrando—. Vos mostrate agradecida con Bauer e incluso, dejales creer a los purretes que los vamos a dejar escolarizarse y hacer su showcito. Caer duele, pero precipitarse desde lo alto de una ilusión mata, che —declaró Bartolomé, y ambos rieron, siniestros, en las penumbras del escritorio.
A decir verdad, los ensayos para el festival no estaban tan avanzados como le dijeron a Barto, ni las becas habían sido garantizadas. Ante el «sí» de Bartolomé, tuvieron que empezar a correr, debían pasar de la instancia de proyectar a concretar. En secreto, Justina conminó a los chicos: les permitirían preparar el festival siempre y cuando no desatendieran sus obligaciones diarias. Los chicos, entusiasmados, se comprometieron a no bajar su productividad, y de hecho, durante los veinte días que llevó preparar todo, las arcas de Bartolomé crecieron gracias a los cuantiosos botines que cada día conseguían en la calle.
Lo primero que tuvieron que resolver estaba relacionado con el repertorio y los artistas. Decidieron formar una banda que se llamaría «Cielo y sus Angelitos», integrada obviamente por Cielo, Mar, Rama, Tacho, Thiago y Jazmín. Cielo llegó al primer ensayo y les presentó una de las canciones que ella usaba en su show circense. Ese día Rama pensó en cuánto había cambiado la Fundación en poco más de tres meses, tras la llegada de ella y Nicolás. Ahora el invierno no era tan frío, sonaba música todo el día, y había algo muy novedoso: alegría.
Y va, que va, que vamos a bailar... Y baila, baila, baila y no pares jamás...
El patio cubierto había sido despojado de los muebles. Los chiquitos asistían a los más grandes, atendiéndolos como verdaderos artistas mientras ensayaban. Alelí estaba feliz de ver a la bella Cielo desplegando sus alas, enseñando las coreos a los chicos. Rama se sentía agradecido de tener que
bailar junto a Mar, al menos podía rozar sus manos durante alguna coreo, aunque adivinaba que a ella le pasaba lo mismo al bailar con Tbiago. Tacbo no le sacaba los ojos de encima a Jazmín, que lo acercaba y alejaba, tanto en los giros de la coreografía como en la vida.
Que bailando las penas, las penas se dejan pasar... Cosquillas en el alma se siente al bailar...
Como un bálsamo, las penas parecían, en efecto, pasar. Y cosquillas en el alma y los estómagos eran cosa de todos los días. Cosquillas sentía Thiago observando bailar a Mar. Cosquillas sentía ella sintiéndose observada. Cosquillas, pero en los puños, sentía Tacho cada vez que veía a Nacbo acercarse a Jazmín. Cosquillas le bacía Nico a Cristóbal cada vez que éste le llamaba la atención sobre su boca abierta al observar a Cielo.
Y va, que va, que va, que va... Con ángeles y duendes vamos a soñar...
Los sueños son un motor difícil de encender, pero una vez puesto en marcha, es casi imposible frenarlo. La Fundación BB se había llenado de sueños. Los días pasaban, los ensayos avanzaban, Cielo había empezado a probarles el vestuario que ella misma había confeccionado. El día que se vieron todos con sus trajes, brillitos de emoción aparecieron en sus ojos. En pocos días estarían sobre un escenario, un sueño que jamás habían imaginado poder alcanzar.
Y baila, baila, baila... baila y hazla girar. Con gracia tu cintura se mueve al compás.
Era un gran esfuerzo lograr que la cintura de Tacho se moviera al compás. Siempre llegaba un tiempo antes o un tiempo después al paso. Él creía tener un problema rítmico, pero Cielo entendía que se distraía y se perdía a causa de los hipnóticos movimientos de cintura de Jazmín. Thiago
estaba muy comprometido con la organización del espectáculo; lo secundaban Nacho y Tefi, quienes se mostraban deseosos de ayudar, pero estaba muy claro que el festival les interesaba tanto como una conferencia sobre el medio ambiente. Nacho y Tefi tenían un solo objetivo: él seducir a Jazmín y ella, a Thiago.
Y asíjerei jei jei, bailo yo...
Y asíjarai jai jai, bailas tú...
Y baila, que la vida es una fiesta...
Las tardes de los chicos —una increíble fiesta para ellos— se habían convertido en un dolor de mandíbulas para Justina. Le generaba tanto odio verlos felices que se dormía umiando su bronca. Malatesta le había diagnosticado bruísmo: mientras dormía, rechinaba sus dientes contrayendo js músculos de su maxilar, y por eso Justina despertaba ada mañana con dolor de mandíbulas. Pero debía contenerse, su señor la instaba a tener paciencia, ya llegaría el día de su golpe mortal.
Y asíjerei jei jei, al compás...
Y así jarai jai jai, sin querer... Como una mariposa que da vueltas...
Que bailando la vida se despierta...
La que daba vueltas como una mariposa era Malvina, ntando captar la atención de Nicolás, perdida hacía ya jho tiempo. Él, en verdad, había decidido terminar con a relación, pero cuando ella le dijo que podrían aprovechar -. día del festival para retomar el compromiso postergado, iturdido por la sorpresa y la culpa, aceptó.
Y va, que va, que vamos a soñar...
Y sueña, sueña, sueña, no pares jamás...
Que la vida devuelve todo aquello que le das...
Y todo lo que guardes te lo perderás.
Tres días antes del show, Cielo notó que los nervios y el miedo estaban haciendo estragos en los chicos. Rama, como cada vez que se acercaba a algo que deseaba, estaba con dolores de panza. Mar se había encerrado varias veces en la habitación negándose a ensayar, manifestando su irrevocable negativa a actuar. Tacho casi se agarra a trompadas con Nacho el día en que él se ofreció a reemplazar a Rama en caso de que sus retorcijones no cedieran. Cielo entendía que a veces daba miedo soñar y, lejos de retroceder, los impulsó a ir por más con una nueva canción que escribió para ellos.
Hay que decidirse y animarse a buscar un amor, un viento nuevo, una esperanza para el corazón...
Que el sol saldrá.
Sólo acércate a tu ventana y verás que el sol saldrá.
No te pierdas la alegría que te trae un nuevo día,
lo que tanto ayer querías está por llegar...
Cada vez que Nico desde su balcón veía aparecer a Cielo en su ventana, se decidía un poco más a dar ese paso que debía dar. Y así se lo manifestó al incondicional Mogli una tarde, en la cocina de la mansión, mientras preparaban el refrigerio para llevar al ensayo general. Mogli estaba apoyado junto al intercomunicador de la cocina, un sofisticado y antiguo sistema que comunicaba entre sí a todas las habitaciones de la mansión.
—Lo voy a hacer, Mogli. ¡Me voy a jugar por Cielo!
—¡Ah, buana! —exclamó Mogli, apoyando su mano contra el intercomunicador—. Pur fin, Micola, ¡amainé cutú con diusa!
—Pero antes tengo que terminar con Malvina —continuó Nicolás—. Cuando pase el festival, voy a hablar con ella, voy a intentar terminar bien, y ahí sí voy a decirle a Cielo lo que siento.
En ese momento se cortó la luz, y mucho tardaron en detectar el desperfecto. El corte se debió a un cortocircuito provocado por una planchita para el pelo que cayó dentro de un florero lleno de agua. No fue un descuido, sino un acto irracional de Malvina, que había escuchado las palabras de Nicolás mientras se alisaba el cabello en su habitación. Mogli había activado el intercomunicador sin notarlo.
Hay que convencerse y no mirar hacia atrás... La ilusión está delante de tus ojos, y viene por vos...
¡Por más! ¡Yo voy!
Y busquemos esperanzas nuevas...
Que es mejor si somos dos.
No te pierdas la alegría que te trae un nuevo día...
Lo que tanto ayer querías está por llegar...
Había comenzado la cuenta regresiva. Era la noche previa al festival, y todos se habían reunido para el último ensayo. Las entradas habían sido vendidas casi en su totalidad, mucho habían ayudado Nacho y Tefi en su afán de ganarse el afecto de Jazmín y Thiago, respectivamente. El hecho de que casi todo el Rockland Dayschool fuera a estar presente ponía más nerviosos a los chicos, pero era tiempo de ir por más. Por otra parte, Nacho había hecho una intervención decisiva a la hora de convencer al director del Rockland de becar a los chicos de la Fundación. Thiago era respetado en el colegio, pero Nachito era un intocable. Bastó una llamada de Nacho a su padre, y las becas estuvieron disponibles. El momento había llegado: primero el festival, y el unes siguiente comenzarían las clases en el Rockland.
Y así me siento... es el momento...
¡Tiempo de despegar!
¡Voy por mi libertad!
Una desconocida sensación de libertad sintieron Thiago, ar, Rama, Jazmín y Tacho cuando subieron al escenario y omenzaron a cantar. Por diferentes razones, para todos era un sueño hecho realidad. Nico y Mogli habían armado un 1 escenario sobre la plazoleta, frente al colegio y la Fundación, y se habían ocupado del sonido. Los chicos estaban j radiantes en sus vestuarios, tan felices que ni repararon en las expresiones despectivas de algunos alumnos del Rockland que los observaban, casi riéndose de ellos. Pero ninguno había llegado hasta allí para retroceder, y como si hubieran hecho eso toda su vida, los cinco, junto a Cielo, brillaron sobre el escenario.
Voy por más y más, amor y amigos nuevos y sueños por realizar.
Voy por más y más, la vida nos espera y la podremos alcanzar.
El festival fue un éxito. Cuando le entregaron a Bartolomé lo recaudado, éste sopesó la caja en la que estaba el dinero y concluyó que nunca había logrado tamaña recaudación de los purretes. Por un momento se preguntó si no sería la explotación artística una actividad más rentable que la delictiva. Justina se había cansado de vender tortas y bebidas en el bufé que habían improvisado. El festival fue una fiesta, los chicos cantaron una y otra canción. Tefi y Nacho vieron con odio cómo sus propios compañeros empezaron a corear algunas canciones. Las chicas del Rockland empezaron a preguntarse quiénes eran esos caños rubios que bailaban sobre el escenario.
Voy por más y más, amor y amigos nuevos y sueños por realizar.
Voy por más y más, la vida nos espera y la podremos alcanzar.
Esa noche, mientras intentaban dormir, los cinco chicos repasaron mentalmente cada momento del show. La alegría, los aplausos, las sonrisas, la felicidad... Era mucho, pero mucho más de lo que jamás se habían atrevido a soñar.
un sueño hecho realidad. Nico y Mogli habían armado ur escenario sobre la plazoleta, frente al colegio y la Fundación, y se habían ocupado del sonido. Los chicos estaban radiantes en sus vestuarios, tan felices que ni repararon en las expresiones despectivas de algunos alumnos del Rockland que los observaban, casi riéndose de ellos. Pero ninguno había llegado hasta allí para retroceder, y como si hubieran hecho eso toda su vida, los cinco, junto a Cielo, brillaron sobre el escenario.
Voy por más y más. amor y amigos nuevos y sueños por realizar.
Voy por más y más. la vida nos espera y la podremos alcanzar.
El festival fue un éxito. Cuando le entregaron a Bartolomé lo recaudado, éste sopesó la caja en la que estaba el dinero y concluyó que nunca había logrado tamaña recaudación de los purretes. Por un momento se preguntó si no sería la explotación artística una actividad más rentable que la delictiva. Justina se había cansado de vender tortas y bebidas en el bufé que habían improvisado. El festival fue una fiesta, los chicos cantaron una y otra canción. Tefi y Nacho vieron con odio cómo sus propios compañeros empezaron a corear algunas canciones. Las chicas del Rockland empezaron a preguntarse quiénes eran esos caños rubios que bailaban sobre el escenario.
Voy por más y más, amor y amigos nuevos y sueños por realizar.
Voy por más y más, la vida nos espera y la podremos alcanzar.
Esa noche, mientras intentaban dormir, los cinco chicos repasaron mentalmente cada momento del show. La alegría, los aplausos, las sonrisas, la felicidad... Era mucho, pero mucho más de lo que jamás se habían atrevido a soñar.
Albertito Paulazo era una de los primeros «egresados» de la Fundación BB, y discípulo dilecto de Bartolomé. Había llegado a la Fundación siendo muy pequeño, y desde el primer día fue formado en las artes delictivas por el director y el ama de llaves. Había tenido que dejar la mansión a los dieciocho años, edad en la cual el juez de menores disponía el traslado a otra institución o, en caso de que el menor estuviera capacitado, pasaba a un sistema de puertas afuera, asistido. ¡ Pero Albertito seguía ligado a Bartolomé, quien lo había conectado con el comisario Luisito Blanco, el mismo que brindaba protección y zonas liberadas para los purretes de la Fundación, a cambio de un porcentaje que Barto pagaba puntualmente cada mes. Albertito trabajaba ahora para el comisario Blanco, pero no olvidaba la gratitud que sentía hacia Barto, que le había enseñado todo lo que sabía, y éste, íventualmente, le encargaba alguna que otra tarea especial ruando lo necesitaba.
Y ésta era precisamente una de esas ocasiones. Justina
Bartolomé lo recibieron con mucha alegría: Albertito Pau izo les había traído un nuevo mocoso que prometía mucho.
—Se llama Mateo, pero le dicen Monito —lo presentó.
Bartolomé y Justina miraron con una sonrisa al pequeño entendieron perfectamente por qué le decían así: era de uy baja estatura, tenía el pelo oscuro y largo, que le cubría
ia la frente, y unos ojos grandes y redondos, con una oresión simiesca y picara. Según Albertito, era un prodia como «descuidista», podía sustraerle en la cara cualquiera a cualquiera.
—¡Hola, Monito! —saludó Bartolomé con una gran son
—Hola, pancho —dijo Monito con total displicencia— 1 ¿Tienen algo para morfar? j
El comentario le provocó una estruendosa carcaj Bartolomé, quien ordenó a Justina que le diera a Monit he could eat». Justina lo condujo a la cocina donde vio asombro, cómo Monito devoró en segundos media doccü de sandwiches. Siempre tenía hambre.
—¿Y hace mucho que vivís en la calle, vos? —indagó jí tina mientras Monito manoteaba otro sandwich.
—Siempre viví en la calle. Antes vivía con mi agüelo. r el muy pancho se murió. ¿Puedo comer eso? —dijo Mcr señalando una torta que había preparado Cielo.
—¡All you can eat! Todo lo que puedas comerrrr, con señaló el señor —dijo Justina con apenas un esbozo de sc risa. Ella tenía un gran olfato para reconocer a los talent y Monito, sin dudas, tenía un gran talento para el robo.
En ese momento entró Tacho por la puerta trasera de cocina y miró con sorpresa a Monito, que sostenía un sánwich de jamón y queso en una mano y una porción de tor en la otra.
—Él es Tacho —dijo Justina.
—Hola, pancho... Yo soy Monito —se presentó guiñándole un ojo con desparpajo.
—¿Qué haces, capo? —respondió Tacho con inmediata simpatía.
—Monito va a vivir en la Fundación. Tachito te va a explicar todo... —dijo ella mirando con intención a Tacho—. Contale bien cómo son las cosas acá —completó la frase mientras se retiraba.
Tacho miró a Monito, que lo observaba expectante, y en él se vio a sí mismo a esa edad, cuando había llegado a la Fundación, y pensó cuan distintas habrían sido las cosas si hubiera tenido alguien más grande que lo cuidara. Con un instinto de protección desconocido para él, decidió que Monito sería su protegido.
Bartolomé recibió de Albertito los papeles para gestionar la tutela del nuevo huérfano. A cambio le entregó un cheque con la suculenta comisión para Luisito Blanco.
En pocos minutos se pusieron al día, y celebraron el hecho de que a su purrete preferido le estuviera yendo tan bien bajo el ala del comisario. Cuando Justina regresó, trajo a información de que Monito ya estaba siendo integrado, entonces Bartolomé se dispuso a encarar directamente el asunto. Como siempre, Justina permaneció de pie, unos centímetros por detrás y a la derecha de Barto.
—¿Qué necesita, don Barto? —le preguntó Albertito, demostrándole con su tono que podía pedirle cualquier favor.
—Necesito algo para la bólida, che.
—¿Cómo anda Malvina?
—Y ahí, bólida como siempre. Vamos al grano, Albertito. Sabes que sigo con la herencia bloqueada durante varios años más, pero una parte se va a liberar el día que la bólida se case.
—¿Usted me llamó para...? —atinó a preguntar Albertito.
Por un segundo tuvo temor de que su mentor hubiera pensado en él como posible marido de su hermana. No es que Malvina no le pareciera una mujer bella, pero hubiera tenido problemas con Sandra, su novia.
—¡No, no! —se anticipó Bartolomé, mirándose con Justina y sonriendo ambos—. ¡No te llamé para eso, che! ¡Mira si te voy a pedir a vos que te cases con ella! Ya tiene un novio, pero ahora nos enteramos de que él la quiere dejar. Y vos la conoces, va a ser muy difícil encontrarle otro candidato, y además ella dice que ama a éste... En síntesis, hay que evitar que Bauer deje a Malvina.
—¿Quiere que tenga una charlita con él?
—¡No, no! —dijo Barto—. Eso no funcionaría en este caso.
—¿Ya tiene un plan, no? —dijo Albertito sonriendo. Admiraba los planes imaginativos de su mentor.
—¡Por supuesto que tengo un plan, tengo el plan! —se ufanó Bartolomé—. ¡Un plan para que mi bólida se convierta en heroína, se gane el corazón de su amado y me firmen la libreta cuanto antes!
Una vez que terminaron de discutir los detalles de la maniobra que se llevaría a cabo el lunes siguiente, Justina abrió la puerta del escritorio para despedir a Albertito e hizo pasar a Rama, que también había sido citado por Barto. El chico permaneció de pie, como siempre debían hacerlo todos pero esta vez Barto lo invitó a sentarse, y viendo la cara de perversa satisfacción de Justina, de pie, detrás de Barto. Rama comprendió que finalmente patrón y ama de llaves habían despertado de su aparente letargo.
—¿Están contentos con el show cito, Ramitis? —comenzó Barto con su sonrisa más falsa.
—Sí, estuvo muy bueno —respondió Rama con sumisión, ante el inminente contraataque de don Barto.
—¡Y el lunes empiezan las clases en el Rockland, che! ¡Quién los ha visto y quién los ve! —dijo con una mirada siniestra, a la que se sumó Justina.
Rama no contestó; comprendió que luego de dejarlos soñar durante algunos días, finalmente Barto iba a demostrar quién mandaba allí.
Quiero invitarte a conocer... La vida que imaginé...
Cielo despertó con estas palabras sonando en su cabeza, y enseguida supo que debía escribir una canción. Ella sostenía que sus mejores canciones le habían sido dictadas en sueños. Cuando de crear se trataba, estaba convencida de que los artistas eran simplemente instrumentos de algo superior. Sólo había que estar abiertos.
Manoteó el cuadernito que tenía sobre la mesa de luz y anotó esas frases, confiando en que la canción seguiría surgiendo a través de ella. Saltó de la cama con alegría; cada despertar para Cielo era como un debut, un día nuevito y a estrenar. Casi como una rutina, se asomó a la ventana, tal vez don Indi anduviera cerca de su balcón.
Y allí estaba. Pero llorando. Desgarrado, llorando como un nene, como jamás lo había visto.
Donde no existe el dolor... Y cdbe un río de amor...
Se cambió lo más rápido que pudo, se lavó la cara y se cepilló los dientes. Mientras corría hacia el loft, Justina le gritó que tenía que hacerle el desayuno a los roñosos.
—¡Hágalo usted! —gritó Cielo y siguió de largo.
Golpeó la puerta, urgida; su corazón se agitaba, don Indi estaba sufriendo y ella sentía que tenía que estar ahí para él. Le abrió Mogli; tenía una sonrisa forzada, congelada en el rostro, pero sus ojos estaban inyectados en lágrimas. Detrás, estaba Cristóbal, feliz, leyendo una carta, y junto a él estaba
Nico, sirviendo chocolatada caliente, con la misma sonrisa forzada en el rostro, y los ojos rojos inyectados en lágrimas Cielo estaba desconcertada, algo pasaba pero no allí.
—¡Llegó carta de mamá, Cielo! —exclamó feliz Cristóbal.
—¡Qué bueno! —dijo Cielo, cuestionándose por qué no se había preguntado antes por la madre que Cristóbal que. sin dudarlo, debería tener una.
—¿Te leo? —dijo Cristóbal.
—Toma la leche que ya es tarde, tenes que ir al colé —lo apuró Nicolás.
—¡Léeme mientras tomo la leche! Desde ahí, el resto ya lo leí! —le pidió a Cielo.
Cielo miró a Nico, sabía que algo pasaba, pero no lograba adivinar qué. Tomó la carta, y mientras Cristóbal apuraba la chocolatada y las tostadas, la leyó en voz alta, con cierta dificultad, aunque había avanzado bastante en sus clases particulares con Nico.
No hay mejor remedio para mí que saber que creces feliz y contento junto a tu papá y el tío Mogli. La vida a veces es caprichosa y un poco cruel, y quiso esta vez que vos y yo tengamos que estar separados, pero quiero que sepas que siempre te llevo en mi corazón. Sos mi alegría más grande, y mi mayor ilusión. Cuídate mucho, y hacele caso a tu papá. Te quiero mucho más que mucho. Mamá.
Cielo terminó la carta; las palabras amorosas de la mamá de Cristóbal la conmovieron, y pensó que lo mismo le pasaba a Nico, ya que tenía sus ojos inyectados en lágrimas. «Estará muy enamorado de ella todavía», pensó Cielo.
—Está re contenta, para mí que ya se está curando —dijo ilusionado Cristóbal.
—¡Tiempo! —gritó Nicolás—. ¡Al colegio, vamos,! ¡Mogli, llévalo!
—¡Tristobola agarra muchila!
—Chau, pa, te quiero. Chau, Cielo, te quiero.
—Te amo, hijo —dijo Nico, y Cielo percibió que la garganta se le había cerrado en un nudo.
—Chau, bombonino te quiero mucho —dijo Cielo.
—Micola necesita muito muito a Diusa —le dijo Mogli a Cielo en un susurro, y salió con Cristóbal, con la misma expresión dura con la cual la había recibido.
Apenas cerraron la puerta, Nicolás se desarmó y se largó a llorar con una congoja que estremeció a Cielo.
—¡Don Indi! ¿Qué pasa?
Nico no podía hablar, cuando ella se acercó, sólo pudo
[abrazarla, y, aferrándose a ella, desgarrado, lloró, como un nene.
Si me ayudas a aprender a mirar... Yo te prometo enseñarte a soñar...
—Don Indi, por favor, dígame qué le pasa.
—Estoy aterrado, Cielo —dijo él, por fin.
—¿Qué pasó?
—La mamá de Cristóbal... —comenzó a decir, y volvió
Ella le buscó un vaso con agua, lo obligó a beber y a serenarse. Y Nico empezó a hablar; con una tristeza contagiosa contó todo, toda la verdad que no le había confesado a. Le contó cómo esa mujer los había abandonado a su j y a él, que Cristóbal no era su hijo biológico. Le habló :-. dolor crónico que tenía su hijo por ese abandono, y de
mentira con la que se lo había aliviado. La puso al tanto áe la falsa enfermedad y de las cartas falsas con las que man-;a viva la ilusión de Cristóbal. Ella sólo lo escuchó, absorta, sin juzgarlo. —Es una muy mala persona, Cielo —dijo Nico justifiriose más ante sí mismo que ante ella—. Hace un tiempo .: creció, me llamó, estaba desesperada y necesitaba dinero. pidió plata para no contarle la verdad a su propio hijo! —¡Pedazo de turra! —dijo Cielo sin filtro, pero no se atrea preguntar si se lo había dado o no.
—Te amo, hijo —dijo Nico, y Cielo percibió que la garganta se le había cerrado en un nudo.
—Chau, bombonino, te quiero mucho —dijo Cielo.
—Micola necesita muito muito a Diusa —le dijo Mogli a Cielo en un susurro, y salió con Cristóbal, con la misma expresión dura con la cual la había recibido.
Apenas cerraron la puerta, Nicolás se desarmó y se largó a Dorar con una congoja que estremeció a Cielo.
—¡Don Indi! ¿Qué pasa?
Nico no podía hablar, cuando ella se acercó, sólo pudo abrazarla, y, aferrándose a ella, desgarrado, lloró, como un nene.
Si me ayudas a aprender a mirar... Yo te prometo enseñarte a soñar...
—Don Indi, por favor, dígame qué le pasa.
—Estoy aterrado, Cielo —dijo él, por fin.
—¿Qué pasó?
—La mamá de Cristóbal... —comenzó a decir, y volvió a orar.
Ella le buscó un vaso con agua, lo obligó a beber y a serenarse. Y Nico empezó a hablar; con una tristeza contagiosa E contó todo, toda la verdad que no le había confesado a nadie. Le contó cómo esa mujer los había abandonado a su njo y a él, que Cristóbal no era su hijo biológico. Le habló :! dolor crónico que tenía su hijo por ese abandono, y de i mentira con la que se lo había aliviado. La puso al tanto la falsa enfermedad y de las cartas falsas con las que man:rnía viva la ilusión de Cristóbal.
Ella sólo lo escuchó, absorta, sin juzgarlo.
—Es una muy mala persona, Cielo —dijo Nico justifirindose más ante sí mismo que ante ella—. Hace un tiempo i pareció, me llamó, estaba desesperada y necesitaba dinero. Me pidió plata para no contarle la verdad a su propio hijo!
—¡Pedazo de turra! —dijo Cielo sin filtro, pero no se atreóa preguntar si se lo había dado o no.
—Ahora volvió a aparecer.
—¿Quiere más plata? —preguntó Cielo ya en actitud guerrera.
Nico negó con la cabeza, y volvió a angustiarse.
—Me dijo que tiene una enfermedad genética muy grave Se ve que la mentira se hizo realidad. La están tratando pero no sabe si van a poder curarla.
Cielo no le deseaba la muerte a nadie, pero la enfermedad de semejante yegua no ameritaba tanta angustia de su don Indi, algo más pasaba. Y él finalmente se lo dijo.
—La enfermedad es hereditaria... y Cristóbal puede haberla heredado —se desahogó finalmente Nico, y su llanto ya no tuvo fin.
Ella lo abrazó con mucha fuerza, intentando que su abrazo contuviera todo su amor, toda su ternura y compasión.
Para Cielo era muy simple saber cuándo amaba a alguien: cuando la hacía feliz la felicidad del otro o cuando la entristecía la tristeza del otro, eso era amor.
Quisiera mostrarte el corazón que buscas...
Vení conmigo.
—Venga conmigo —dijo de pronto, tomándole la mano. —¿A dónde? —Confíe en mí.
Lo tomó de la mano, él se dejó llevar por ella y salieron del loft.
Nico se extrañó cuando llegaron a un gran galpón que de afuera parecía abandonado pero, al entrar, vio que era un lugar cálido, de techos muy altos, lleno de arneses, telas y sogas colgadas del techo.
—¿Qué es esto?
—Éste es mi lugar, Indi. Acá es donde entrenaba los vuelos para mi show.
—¿Y qué hacemos acá?
—Usted necesita despejar mucho su cabeza, ¿sabe? Y volar es como encontrarse con uno mismo, es como si... el alma y el cuerpo se encontraran en un instante... Le va a encantar.
Quiero invitarte a respirar un aire de libertad.
—Me encanta la idea, Cielo... pero no puedo dejar de pensar en Cristóbal...
—Tráigalo con usted —dijo Cielo mientras se dirigía hacia jia soga de la que colgaba un arnés, y tendió su mano, invitándolo a acercarse.
Quisiera mostrarte lo que quiero decir...
Vení conmigo.
Cielo le colocó el arnés a Nico, y con la ayuda de Gerán, el entrenador de vuelos, lo subieron unos diez metros por encima del piso. Luego Germán subió a Cielo, que ya se había colocado su propio arnés, y salió dejándolos solos. Gelo empezó a balancearse, enseñándole a Nico cómo hacerj: . y comenzaron a volar, girando, alejándose y acercándose.
—¡Sienta el viento en la cara, Indi! —dijo ella mientras cá iba experimentando la mágica sensación de volar. I En un cruce ella lo tomó de una mano y sus sogas empeI zaron a entrelazarse, mientras ellos giraban tomados de lasinos, a varios metros de altura. Estaban muy cerca, él la zró a los ojos con infinito amor.
Para vos, este amor... Si me das un mundo mejor, todos mis sueños te doy...
Apenas se mecían en el aire, entrelazados, mirándose a ms ojos. Él tomó aire para decirle algo, y ella apoyó un dedo c ios labios de él.
—No diga nada, Indi, no hace falta...
—Pero yo te lo quiero decir —dijo él, enamorado—. Te amo.
—Te amo con locura, mi amor —se atrevió a reconocer finalmente Cielo—. Con cada centímetro de mi piel.
Para vos, este amor, y yo escribo en tu corazón la letra de esta canción, nuestra canción.
Nicolás acercó su boca a la de Cielo, cerró sus ojos y se dejó llevar por ese beso tan ansiado. Ella se extravió en su boca, y meciéndose suavemente en el aire, perdieron por completo la noción del tiempo y del espacio.
El lunes siguiente el cielo amaneció teñido de una densa oscuridad, enormes nubarrones negros lo cubrían por completo. Podía olerse en el aire, cargado de humedad, la tormenta inminente. Todos en la mansión amanecieron muy temprano, y por el nerviosismo y las corridas parecía el primer día de clases, aunque estaban en la mitad del ciclo lectivo. El único que no empezaría las clases ese día era Monito, porque no habían tenido tiempo de anotarlo por su reciente llegada, pero lo harían cuanto antes. Él miraba a todos correr de un lado para el otro, mientras comía sin parar vainillas mojadas en leche.
El fin de semana había transcurrido entre la constante evocación de los minutos gloriosos que había durado el festival, las clases intensivas que Nico les dio a todos para poder pasar con holgura los exámenes de nivelación, y el sonido incesante de la máquina de coser con la que Cielo arregló los uniformes para los chicos. Thiago donó todos los uniformes que ya no usaba, y lo mismo hicieron Tefi y Nacho, anunciándolo a viva voz. Además Cielo se ocupó de los útiles: forró cada cuaderno y carpeta comprados para los chicos, sacó punta a los lápices y llenó de caramelos las cartucheras.
Nicolás estaba un poco más entero, se había sobrepuesto. A partir de la sospecha de que Cristóbal pudiera estar enfermo, sacó turno para hacerle los estudios cuanto antes. En medio de las corridas, se las ingeniaba para interceptar a Cielo en algún recoveco de la casa y darle unos besos furtivos, a los que ella se entregaba, pero rápidamente interrumpía los mimos, pues le daba espanto la idea de ser descubiertos. Nicolás aún era el novio oficial de Malvina, aunque se trataba más de una formalidad, pues la relación se había enfriado por completo. Nico le dijo que al día siguiente hablaría con ella para terminar su relación.
—No quiero que me cuente, Indi. Que usted me diga que quiere estar conmigo me da una alegría que me hace sentir mal.
—¿Por qué?
—Porque no me gusta alegrarme de algo que va a hacer sufrir a la doñita Malvina.
Nicolás bastante tenía que lidiar con su propia culpa, pero entendía que era lo mejor para todos. Cielo le dijo que él hiciera lo que sentía, y luego, con el tiempo, verían qué hacían con su coso.
Entre los chicos se extendía una mezcla de alegría y nerviosismo; todos estaban entusiasmados con la idea de empezar el colegio, pero los angustiaba un poco ir a uno repleto de chetos que, sin duda, los mirarían como a bichos raros. A Cielo le llamó mucho la atención que Rama estuviera tan apagado, casi amargado; él siempre había sido el más interesado en estudiar, y Cielo esperaba que estuviera exultante, sin embargo se lo veía angustiado.
—¿Estás bien, Rama? —indagó Cielo.
—Un poco cansado —respondió él, alejándose. Cielo hubiera jurado que se alejó para que ella no lo viera llorar.
Aquel lunes, por la mañana bien temprano, todo era nerviosismo y gritos en la mansión. Los chicos se ducharon y se vistieron con sus flamantes uniformes. Encontrarse a desayunar vestidos de esa forma les dio a todos un ataque de risa. Una risa que escondía una gran emoción. El único que seguía sin participar de la fiesta era Rama.
Cuando estaban por salir rumbo al colegio, Bartolomé los retuvo con un discurso que se extendió durante varios minutos. Repasó la historia de la Fundación BB, desde sus comienzos hasta ese día, y celebró el logro, agradeciendo tanto a Nico como a su hijo por esta oportunidad para sus
purretes. Volvió a omitir a Cielo en los agradecimientos, aun cuando Nico se lo hizo notar. Les pidió a los chicos que se comportaran como era debido y que ennoblecieran el buen nombre de la Fundación BB. Mientras los despedía a todos con lágrimas en los ojos, su doble plan ya estaba en marcha.
Nicolás no pudo hacer desistir a Malvina de su deseo de s a buscar a los chiquitos a la salida de su primer día de clases. Cristóbal, junto con Lleca y Alelí, estaban en el edificio dnexo del Rockland, a dos cuadras de la mansión. Nicolás asistió en que no se preocupara, que Mogli se encargaría ;e eso, mientras ellos podrían, finalmente, tener esa charla ue tanto habían postergado. Por supuesto Malvina sabía que quería dejarla y por esa razón postergó el encuentro.
—Tengo adoración por esos mocosos —dijo Malvina, y sonó junvincente—. Cristis es como un hijo para mí. Y Ayelencita. El otro rubiecito de la Fundación, nada, tipo que los vicer los quiero con locura... Y el nuevito, Monky, he is soe. Please ¡déjame que los vaya a buscar a la salida del cole! Nico no encontró argumentos para impedírselo, y en Tibio le aclaró que Ayelencita era Alelí; el rubiecito, Lleca, trae Monky aún no había empezado las clases.
—¡Obviously! —dijo Malvina, y partió hacia el anexo de
jcación primaria.
Los tres niños se sorprendieron al verla parada entre los ires a la salida del colegio, y mucho más se sorprendie-
- cuando Malvina tomó a Lleca y Alelí de las manos. Ya se ían alejado del anexo, y estaban por cruzar una calle, ido de pronto apareció un auto que se detuvo con una ada brusca frente a ellos. La puerta trasera de éste se jürió y un hombre encapuchado asomó desde el interior; en pn rápido movimiento manoteó a Cristóbal y lo metió dentro del vehículo, que arrancó velozmente sin darles tiempo i a reaccionar. Nadie lo vio, pero quien secuestró a Cristólal era Albertito Paulaso, y quien conducía el vehículo era andra, su novia.
purretes. Volvió a omitir a Cielo en los agradecimientos, aun cuando Nico se lo hizo notar. Les pidió a los chicos que se comportaran como era debido y que ennoblecieran el buen nombre de la Fundación BB. Mientras los despedía a todos con lágrimas en los ojos, su doble plan ya estaba en marcha.
Nicolás no pudo hacer desistir a Malvina de su deseo de ir a buscar a los chiquitos a la salida de su primer día de clases. Cristóbal, junto con Lleca y Alelí, estaban en el edificio anexo del Rockland a dos cuadras de la mansión. Nicolás insistió en que no se preocupara, que Mogli se encargaría de eso, mientras ellos podrían, finalmente, tener esa charla que tanto habían postergado. Por supuesto Malvina sabía que quería dejarla y por esa razón postergó el encuentro.
—Tengo adoración por esos mocosos —dijo Malvina, y sonó convincente—. Cristis es como un hijo para mí. Y Ayelencita y... El otro rubiecito de la Fundación, nada, tipo que los vi nacer, los quiero con locura... Y el nuevito, Monky, he is so nice. Please, ¡déjame que los vaya a buscar a la salida del colé!
Nico no encontró argumentos para impedírselo, y en cambio le aclaró que Ayelencita era Alelí; el rubiecito, Lleca, y que Monky aún no había empezado las clases.
—¡ Obviously! —dijo Malvina, y partió hacia el anexo de educación primaria.
Los tres niños se sorprendieron al verla parada entre los padres a la salida del colegio, y mucho más se sorprendieron cuando Malvina tomó a Lleca y Alelí de las manos. Ya se habían alejado del anexo, y estaban por cruzar una calle, cuando de pronto apareció un auto que se detuvo con una frenada brusca frente a ellos. La puerta trasera de éste se abrió y un hombre encapuchado asomó desde el interior; en un rápido movimiento manoteó a Cristóbal y lo metió dentro del vehículo, que arrancó velozmente sin darles tiempo ni a reaccionar. Nadie lo vio, pero quien secuestró a Cristóbal era Albertito Paulaso, y quien conducía el vehículo era Sandra, su novia.
Malvina reaccionó actuando según lo previsto.
—¡Secuestraron a Cristiancitol —exclamó—. ¡Vayar. avisarle a Nicky, go, corran,¡go, go —gritó empujando Lleca y Alelí, que aturdidos y angustiados salieron corriendo j hacia la mansión, mientras Malvina corría, «desesperada», I detrás del vehículo. *
Nico estaba siguiendo a Cielo mientras ella regaba Implantas en el frente de la mansión. Más allá, Justina desmalezaba, mientras aguardaba. Nicolás quería convencer a Cielo de ir a comer esa misma noche y ella se negaba, arguyendo que aun cuando dejara a Malvina, esa noche sería demasiado pronto y la pobre desgraciada estaría llorando a lágrima viva; sin embargo le aseguró que contaba con ell? i para acompañarlo en todo lo que tuviera que ver con la salí de Cristóbal.
En ese momento llegaron Lleca y Alelí y, consternados, informaron a Nicolás de lo que había ocurrido. Nico tardó unos segundos en reaccionar; que alguien hubiera secuestrado a su hijo era un sinsentido. Aún sin terminar de comprender realmente lo que pasaba, salió corriendo guiado por Lleca hacia la esquina donde todo había ocurrido.
Cielo se apresuró a cerrar la canilla y salir tras él, cuando empezó a oírse una estridente alarma contra incendios, e intempestivamente, las puertas del Rockland se abrieron. En medio de un espeso, abundante y oscuro humo, cientos de chicos empezaron a evacuar el edificio. Cielo olvidó su intención de ir tras Nico al comprender que había habido un incendio en el colegio, y no volvió a respirar hasta no ver a todos sus chicos sanos y salvos.
—¿Qué pasó? —preguntó desesperada, mientras los chicos recuperaban el aire, tosiendo—. ¿Qué pasó?
Y comprendió que algo grave, además del incendio, había ocurrido, cuando vio que todos miraban con cierto recelo a Rama, quien finalmente comenzó a llorar, impotente y supü- I cando perdón.
Por supuesto, al llegar a la esquina donde habían secuestrado a Cristóbal, allí no estaban ni su hijo ni Malvina, ni ningún policía al que recurrir. Nicolás estaba desesperado, y sacudió con fuerza a Lleca para que le dijera hacia dónde se habían ido. En ese momento llegó Mogli, al que Nico había llamado mientras corría hacia esa esquina. Aunque su olfato parecía desorientarse en la ciudad, Mogli tenía una extraordinaria capacidad, casi animal, para rastrear.
No quiso llamar a la policía suponiendo que eso podría entorpecer la negociación con los secuestradores. Se preguntaban quién y por qué habrían hecho eso. ¿Tal vez había sido Carla? ¿Toda la historia de la enfermedad era un perverso juego para volver a sacarle dinero? ¿O quizá se trataba de Marcos Ibarlucía? Si bien no lo conocían, Nico había frustrado varios atracos al traficante, era la única persona en el mundo que podría tener algún tipo de resentimiento con él. Sin embargo no podía entender por qué querría secuestrar a su hijo. La otra posibilidad era un simple secuestro extorsivo, pero la situación económica de los Bauer, si bien era holgada, no justificaba una acción como ésa.
Una llamada fuera de todo cálculo puso fin al desasosiego de Nico y Mogli.
—¡Nicky, soy Malv! —gritó Malvina, agitada.
—¿Malvina, dónde estás?
—¡Seguí a los secuestradores, Nicky! Fue horrible, horrible. De pronto se lo llevaron, ¿entendés? ¡Se llevaron a mi Cristiancito Yo me dije, ¡¿quién en el mundo puede querer hacerle mal a ese solcito?!
—Malvina, ¿dónde estás? —interrumpió urgido Nico.
—¡Y corrí! —continuó Malvina heroica, con su discurso bien estudiado—. Corrí, aunque tenía tacos, ¿you know? A las dos cuadras se me rompieron, pero por suerte, justo pasaba un taxista, en su taxi, obvio, y me subí, y le dije «¡Siga a esos secuestradores!». El taxista fue muy valiente, y los siguió, pero Albertito manejaba muy rápido.
—¿Albertito? —preguntó Nicolás.
Malvina se taró; en ocasiones como ésa, cuando no sabía cómo resolver alguna metida de pata, se quedaba en blanco.
-¿Eh?
—Albertito. Dijiste «Albertito manejaba muy rápido». ¿Vos conoces al secuestrador?
—No, no, ¡para nada! —dijo finalmente Malvina—. Fue una forma de decir, como quien dice Cariños, o Emilianito...
—Malvina, por favor, ¡decime dónde estás! —interrumpió Nico desesperado, y ella finalmente le dio la dirección.
Pocos minutos después, Nico y Mogli llegaron al lugar que les había indicado Malvina, pero ella no estaba allí. Detrás de ellos llegó Lleca, ignorando la orden de Nico de volver a la Fundación. Nico llamó a Malvina, que tardó en responder.
—¿Dónde estás, Malvina?
—Estoy en la casucha espantosa donde tienen secuestrado a Cristiancito —contestó ella, susurrando.
—¡Te dije que no hicieras nada! —gritó exasperado Nicolás.
—¡No podía quedarme de brazos cruzados mientras alguien tiene secuestrado y con los ojos vendados a mi hijito del corazón! —declamó Malvina con hipocresía.
—¿Cuál es la casa? —preguntó Nico, mientras Mogli miraba en todas las direcciones, olisqueando, tratando de encontrar el rastro de Cristóbal.
—Es una casucha horrible, gordo —susurró Malvina. En ese momento estaba frente a Albertito Paulazo, que la miraba.
Permanecían en un descampado junto a una casa aban-
donada, en el interior de la cual estaba Cristóbal, atado, amordazado y con los ojos vendados. A un gesto de Malvina, Albertito empezó a gritar y hacer ruido, y Malvina comenzó a hacer lo propio, fingiendo un altercado. Nico, desesperado, oía los gritos mientras Mogli, como un perro de caza, indicó una dirección.
Malvina cortó la comunicación, y Albertito y su novia huyeron, tal como lo habían planeado. Y Malvina, creyendo de verdad su papel de heroína, irrumpió en la casa y liberó a Cristóbal, que estaba realmente asustado; y mientras le quitaba la venda de los ojos y la mordaza, exclamó:
—Cristiancito, hiji querido, hijito del corazón, ¿estás bien?
—¡Malvina! —exclamó el niño, aterrado, y al ver un rostro conocido, con un gran alivio se aferró a ella apenas lo desató, llorando y con la respiración agitada; se le estaba desatando una crisis asmática.
Al rato llegaron Nico y Mogli, siempre seguidos por Lleca. Nico corrió a abrazar a Cristóbal, que no paraba de llorar. Mogli vio a Malvina con el pequeño, y con un amor espontáneo corrió hacia ella y la abrazó, gritándole su agradecimiento en su extraña lengua. Pero Malvina estaba tan extasiada en su rol de heroína que decidió ir por más.
—¡Esas bestias se fueron para allá! —gritó cual Juana de Arco, y salió corriendo.
Nico atinó a frenarla, pero Malvina ya había salido corriendo hacia la calle. Más allá, Albertito y su novia se subían al auto y la vieron, azorados, persiguiéndolos. Mal-
1na corrió tras la pareja, que huyó velozmente. Era toda indignación, el personaje se había apoderado de ella por completo. Nico fue detrás y le gritó que los dejara ir, pero ella respondió con un grito.
—¡Nadie secuestra a mi hijito del corazón! —y cruzó itempestiva la calle, sin ver que un enorme camión de carga avanzaba a toda velocidad en sentido contrario.
El sonido del freno neumático del camión se fundió con el grito que profirió Nicolás, y con el ruido de las fracturas múltiples de los huesos de Malvina.
Hasta que Nico no le confirmó a Cielo que Cristóbal estaba a saivo, ella no pudo concentrarse en otra cosa. Apenas cortó con él, luego de obligarlo a hacerle escuchar la voz de Cristóbal para tranquilizarla, ella giró y pudo ocuparse de lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
Allí todo era caos. En la sala estaban Mar, Tacho, Jazmín y Rama, discutiendo con Thiago, quien furioso acusaba a Rama de ser el culpable de lo que había ocurrido. Extremadamente acongojado, Rama no se defendía. Mar, Tacho y Jazmín no entendían qué había ocurrido, pero lo suponían. Alelí y Monito miraban todo con desconcierto, y Justina aprovechaba para descargar su furia sobre los chicos, mientras les hacía beber leche pura por una eventual intoxicación con humo del incendio. Monito extendió su vaso para recibir su ración de leche.
—¡Rrrenacuajos, insurrectos, desagradecidos! —gritaba en su salsa.
La puerta del escritorio se abrió, y de éste salió el director del Rockland, indignado. Detrás venía Bartolomé, simulando decepción y frustración. Mientras habían estado hablando a solas, Bartolomé le había dicho que entendía perfectamente sus razones, y que él mismo retiraba a los chicos del Rockland luego del lamentable incidente en el cual uno de ellos había provocado un incendio intencional. Pero una vez en la sala y delante de todos, Barto fingió un último esfuerzo por conmover al director.
—Por favor, López Echagüe, le pido que lo reconsidere. Mis purretitos no pueden quedarse sin esta oportunidad, ¡no pueden pagar justos por pecadores! —dijo mirando a Rama.
—Bedoya... —comenzó el director.
—Agüero —agregó Barto.
—Bastante arriesgada fue mi decisión de tomar a sus tutelados en el Rockland. Eso inquietó mucho a las familias de los alumnos. Después de este incidente, van a retirar a sus hijos en masa. ¡La decisión está tomada! —sentenció el director.
—¡No los puede echar a todos! —protestó con bronca ~ iago—. Eche a Ramiro, ¡él fue el que provocó el incendio!
puede echar a todos por lo que hizo este imbécil!
Rama bajó la cabeza, y Mar se enojó con los dichos de Thiago, pero no dijo nada. Cielo observaba la situación sin intervenir vio la angustia con la que Rama soportaba todos los ataques, sin defenderse. El director del colegio se mostró inflexible. Ninguno de los chicos de la Fundación podría seguir asistiendo al Rockland. Thiago, furioso, insultó a Raima, con tanta violencia que Tacho saltó a defender a su amigo, y casi terminan peleándose. Bartolomé los puso en caja ron tres gritos, y despidió al director, fingiendo resignación ante su fallo.
—Sí, en cambio, pueden seguir asistiendo los más pequeños a la primaria —dijo el director antes de retirarse. Rama sonrió algo aliviado, por lo menos Alelí podría seguir yendo al colegio.
—Por mí no se preocupen —acotó Monito, que no tenía íinguna intención de ir al colegio.
—¡De ninguna manera! —bramó Bartolomé, sorprendiente a todos—. ¡0 van todos o no va ninguno!
—¿Por qué no deja que los chiquitos sigan yendo? —atinó \ protestar Mar.
—Usted se calla, ¡insolente! —gruñó Justina.
Ahora el inflexible era Bartolomé. Rechazó la propuesta leí director y lo despidió, dando por terminado el asunto uego miró con desprecio a los chicos, sobre todo a Rama.
—Ahí tenes, Thiaguito, margaritas a los chanchos.
—No diga eso —intervino por primera vez Cielo.
—Vos no te metas en esto —la fulminó Bartolomé, y siguió con los chicos—. Mi hijo les consigue una oportunidad única, una beca en el Rockland Dayshool, ¡y ustedes la arruinan el primer día de clases! Castigados hasta nuevo aviso, van a tener que reflexionar mucho sobre lo que han hecho.
Cielo entró en la habitación donde estaban Mar, Rama. Jazmín y Tacho, que se callaron de inmediato al verla. Ella fue directo a Rama, estaba muy decepcionada.
—¿Por qué lo hiciste, Rama?
—Fue un accidente —dijo Mar.
—¿Por qué lo hiciste? —repitió Cielo, enojada. Era la primera vez que los chicos la veían así.
Por detrás de Cielo asomó Justina. Sólo Rama y los chicos la vieron, estaba allí para asegurarse de que Rama siguiera a pies juntillas el plan.
—Los Chetos me bardearon —mintió él—. Se burlaron de mí, dijeron que éramos unos villeros. Me enojé y les prendí fuego a los útiles; se prendió una cortina, y... bueno... el resto ya lo conoces.
Cielo se mantuvo en silencio y se retiró. A Rama esa actitud le dolió más que cualquier palabra que pudiera haberle dicho. Una vez solos, se largó a llorar. Tacho lo palmeó y Mar propuso:
—A Cielo tenes que decirle la verdad, perno.
—No. No podemos —dijo Rama.
—Sí, Cielo lo tiene que saber —insistió Jazmín.
—No —concluyó Rama.
En verdad no podían decirle a Cielo que Rama había sido obligado por Bartolomé a provocar ese incendio con el fin de que los expulsaran el primer día. Rama había intentado negarse, pero Bartolomé sabía cómo amenazarlo: le había asegurado que, si no lograba hacerse expulsar del Rockland, él lo mandaría al Escorial, separándolo de Alelí, quien quedaría bajo su tutela, expuesta a una vida aún más miserable que la que llevaban. Bartolomé conocía perfectamente siguió con los chicos—. Mi hijo les consigue una oportur dad única, una beca en el Rockland Dayshool, ¡y ustedes arruinan el primer día de clases! Castigados hasta nue aviso, van a tener que reflexionar mucho sobre lo que ha: hecho.
Cielo entró en la habitación donde estaban Mar, Ran Jazmín y Tacho, que se callaron de inmediato al verla. Ella fue directo a Rama, estaba muy decepcionada. —¿Por qué lo hiciste, Rama? —Fue un accidente —dijo Mar.
—¿Por qué lo hiciste? —repitió Cielo, enojada. Era la pri- ] mera vez que los chicos la veían así.
Por detrás de Cielo asomó Justina. Sólo Rama y los chicos la vieron, estaba allí para asegurarse de que Rama siguiera a pies juntillas el plan.
—Los chetos me bardearon —mintió él—. Se burlaron de mí, dijeron que éramos unos villeros. Me enojé y les prend fuego a los útiles; se prendió una cortina, y... bueno... e. resto ya lo conoces.
Cielo se mantuvo en silencio y se retiró. A Rama esa actitud le dolió más que cualquier palabra que pudiera haberle dicho. Una vez solos, se largó a llorar. Tacho lo palmeó y Mar propuso:
—A Cielo tenes que decirle la verdad, perno. —No. No podemos —dijo Rama. —Sí, Cielo lo tiene que saber —insistió Jazmín. —No —concluyó Rama.
En verdad no podían decirle a Cielo que Rama había sido obligado por Bartolomé a provocar ese incendio con el fin de que los expulsaran el primer día. Rama había intentado negarse, pero Bartolomé sabía cómo amenazarlo: le había asegurado que, si no lograba hacerse expulsar del Rockland, él lo mandaría al Escorial, separándolo de Alelí, quien quedaría bajo su tutela, expuesta a una vida aún más miserable que la que llevaban. Bartolomé conocía perfectamente dónde atacar. Tal vez Rama había podido soñar durante un tiempo que sus vidas podían modificarse positivamente, pero el sueño había terminado.
Esa noche, cuando Nico volvió a la mansión, desolado por el sombrío pronóstico de Malvina y apenas recuperado del susto por el secuestro de Cristóbal, lo primero que hizo fue ir a buscar a Cielo. Ella le contó lo ocurrido con los chicos, y él se ensombreció tanto coo ella. Nico le contó que Malvina tenía múltiples fracturas en todo su cuerpo y que estaba muy grave.
—Perdóname, Cielo... pero ahora tengo que acompañarla.
—Por supuesto, Indi —dijo ella acallando su dolor.
—Ese beso en el aire fue lo más hermoso que me pasó en la vida... pero Malvina...
—Entiendo perfectamente, Indi. Vaya con la doñita.
Nicolás le acarició la mejilla, y se alejó. Cielo lloró con profunda tristeza, y la tormenta que había amenazado todo el día se desató, estruendosa, y no cesó durante toda la semana.
Tras un breve y fugaz momento de felicidad, las cosas habían vuelto a ser más lúgubres que antes para los chicos de la Fundación. Cielo seguía ocupándose de cocinarles y de tener su ropa limpia, pero ya no les sonreía como antes, y toda su alegría y entusiasmo se habían apagado, sobre todo con Rama.
Thiago se había distanciado de ellos porque lo habían defendido. Se había peleado sobre todo con Mar, el día en que le cuestionó cómo podía defender al imbécil que les había arruinado la única posibilidad de salir adelante que habían tenido en su vida. Mar se enfureció con él, y harta de la impotencia de no poder decirle lo que en verdad había ocurrido, estalló.
—Rama no tuvo nada que ver, ¡acá el culpable de todo es la basura de tu viejo!
Obviamente Thiago pidió explicaciones, y fueron Tacho y Jazmín los que evitaron que Mar se explayara; dar ese paso sería letal para todos ellos. Esa discusión alejó aún más a Thiago de los chicos. Para Mar, Thiago fue un asunto terminado cuando lo vio aparecer de la mano de Tefi. Finalmente la delgada y chillona había logrado su objetivo, y estaban de novios.
Ya sin las clases de Nico, ni las de baile de Cielo, la vida de los chicos se había vuelto más sombría que antes, y ahora eran obligados a trabajar y robar día y noche, sin ningún tipo de escrúpulos.
Los únicos que lucían radiantes y descorchando champagne eran Justina y Bartolomé. Las cosas habían vuelto a sus carriles. Sólo un detalle tenía un poco mal a Bartolomé: la salud de su hermana. Al principió creyó que el accidente de Malvina era parte del acting, pero cuando comprobó que
estaba al borde de la muerte, se angustió de verdad. Cuando ya estuvo fuera de peligro, se animó pensando que en algún tiempo sus huesitos soldarían y Bauer, que le debía la vida de su hijo, se casaría de inmediato con ella. Sus planes habían tenido un resultado inmejorable.
Rama estaba desahuciado. Esta vez sabía que ni él ni su hermana tendrían la posibilidad de salir adelante. Entonces habló con Tacho, Jazmín y Marianella para proponerles una solución desesperada. Desde que habían empezado a trabajar para Bartolomé, éste les aseguraba que un pequeño porcentaje de lo recaudado era depositado en una caja de ahorro que cada chico tenía a su nombre. Era un pequeño ahorro que tenían para su futuro. Rama pensaba que, si tenían una chance de mejorar sus vidas, era lejos de la Fundación; entonces les propuso hacerse de sus ahorros para poder huir. A Tacho no le faltaban ganas, pero entendía que sería difícil obligar a Bartolomé a que se los entregara. Rama sabía que eso sería imposible, pero estaba dispuesto a jugarse el todo por el todo: ya que estaban obligados a robar, le robarían a su explotador. Pero por su curiosa naturaleza justa, Rama no quería robar un peso más de lo que les correspondía, por eso quería saber exactamente cuánto dinero tenía cada uno en su caja de ahorros. En cambio, Jazmín opinaba que debían robarle todo lo que pudieran y huir. Marianella sabía por experiencia propia que huir sólo llevaba hacia un nuevo lugar del que, tarde o temprano, también tendrían que escaparse. Sin embargo, todos estuvieron de acuerdo con la idea de acabar con aquella opresión.
Una noche, mientras Barto se ocupaba de darle la papilla a Malvina, Rama y Tacho se escabulleron en el escritorio para revisar los libros contables de Bartolomé. Sabían que él tenía un gran libraco en el que cada día anotaba el porcentaje que correspondía a cada chico. También les había mostrado el libro donde asentaba cada movimiento bancario, con su interés correspondiente.
Sintieron que se trataba de una extraña broma cuando encontraron el enorme libro en el que lo habían visto asentar los importes cada día. No tenía más que garabatos. Cada vez que frente a sus propias narices había fingido anotar con sus comas y decimales los ahorros, lo que hacía en realidad era burlarse de ellos. Al principio se resistieron a creerlo, pero fue el propio Bartolomé quien se los confirmó, cuando entró y los sorprendió revisando sus papeles.
—¿De verdad creyeron que estaban ahorrando para su futuro? Ustedes no tienen futuro, roñosos. Ni futuro, ni pasado, ni presente. Son parias, desgraciados, que siguen vivos porque soy generoso. Agradezcan que tienen milanesas de berenjenas quemadas para comer, agradezcan el colchoncito mugroso en el que duermen, agradezcan que pueden ver la luz del sol, purretes.
—¿Dónde tenes nuestra plata? —dijo Tacho, apretando los puños.
—«¿Nuestra plata?» —repitió Bartolomé con un gesto burlón—. No hay nuestra plata, Tachito. ¿Entendés el castellano, vos? No hay plata, nunca van a tener plata.
Y Tacho entonces hizo lo que muchas veces había deseado hacer pero jamás se había atrevido. Cruzó el límite, y se tiró con todo el peso de su cuerpo contra Bartolomé. Atravesaron la puerta del escritorio y cayeron, rodando, en la sala. Rama estaba aturdido, no sabía qué debía hacer, y así los encontró Thiago. Apenas los vio, saltó a defender a su padre. Los gritos alarmaron a Cielo, que estaba en la cocina, y también a Nico, que había ido a visitar a Malvina.
De pronto, la sala se llenó de gente, Tacho estaba furioso, enceguecido, y Rama apenas podía contenerlo. Thiago estaba cada vez más indignado con ellos; ahora, además, agredían a su padre. Mar y Jazmín también acudieron cuando oyeron los gritos de Tacho y Thiago. Nico intervino cuando vio que Bartolomé, totalmente desvalido, no podía ni reaccionar.
—¡Tacho, cálmate por favor! —gritó Nico con voz firme.
—¡¿Qué te pasa, flaco, estás loco?! —estalló Thiago.
—No, Thiaguito, entendelos, son chicos con un pasado
terrible, son como animalitos, pobrecitos —dijo misericordioso Bartolomé.
—No se merecen todo lo que haces por ellos. Son unos desagradecidos —insistió Thiago, indignado.
Cielo observaba cómo Tacho, al igual que Rama, Mar y Jazmín hacían un gran esfuerzo por contener su bronca. Había algo que estaba siempre latente, Cielo podía presentirlo. Como Thiago seguía agrediendo a Tacho, finalmente Mar estalló.
—¿Querés saber quién es tu viejo? Vos, que lo defendés tanto, ¿querés saber?
—¿Qué, qué vas a decir de él? —la apuró Thiago.
—¿Querés saber?
—Chicos, chicos... —intentó mediar Nicolás.
—¿Querés saber?
—¡Si tenes algo para decir, habla! —gritó Thiago.
—Dejala, Thiaguito... —dijo Barto, viendo que la situación se iba de madre—. A ver, ¿qué tenes para decir de mí, Marita? —dijo Barto mirándola fijo a los ojos.
Mar miró a Thiago, que la contemplaba con odio; comprendió que él jamás podría creer la verdad sobre su padre. Miró a Cielo y a Nico, ellos los querían, sin dudas, pero estaban convencidos de que eran chicos problemáticos. Miró a sus amigos, y todos le hicieron un imperceptible gesto para que callara, aún tenían mucho por perder. Finalmente Mar se contuvo y se retiró, sin decir nada.
Ante el intento de insurrección, Bartolomé consideró que tenía que dar una clara muestra de poder. Los doblegaba de inmediato o en breve tendría una rebelión en puerta; por lo tanto esa misma noche, algunos minutos después de que hubieran apagado las luces, éstas volvieron a encenderse y Bartolomé entró en la habitación de las chicas hecho una furia. Sin darle tiempo a reaccionar, agarró a Marianella del pelo y la sacó de la cama. Instintiva, Jazmín saltó a defender a su amiga, y cuando quiso empujarlo para que la soltara, Bartolomé le pegó una bofetada con la mano libre. Jazmín era una adolescente sometida en la Fundación, pero la sangre gitana corría por sus venas, y enardecida se le tiro encima y le clavó sus uñas en la cara. Bartolomé, absorto soltó a Marianella y agarró a Jazmín por el cuello, y la estrelló contra el placard. Los ruidos y los gritos alarmaron a los varones, que entraron de inmediato en la habitación. Vieron la furia y la crueldad en los ojos de Bartolomé, que disparó sus advertencias como balas.
—Alguien más que se rebele, y van a saber lo que es sufrir de verdad.
Tacho le suplicó a Bartolomé que la soltara, y a Jazmín que se tranquilizara. Ella no dijo nada, pero en silencio lo maldijo mirándolo fijo a los ojos. Bartolomé la soltó, empujándola hacia Marianella, que la recibió en sus brazos.
—Desde hoy y por tiempo indefinido, van a trabajar toda la noche en el taller de los juguetes, hasta que se les pasen esas ínfulas rebeldes —concluyó.
Y de inmediato entró Justina, quien con su mano extendida les indicó el camino hacia la puerta trampa del patio.
A la semana siguiente, Nacho tuvo la ocasión de oír una charla que le resultó muy conveniente para sus intereses. Jazmín, exhausta luego de una semana entera de trabajar en el taller por las noches y en la calle durante el día, harta de los maltratos, gritos y amenazas, le manifestó a Tacho su decisión de huir sin pérdida de tiempo.
—¿A dónde vas a ir? —le preguntó Tacho tratando de disimular su desesperación.
—No sé, chaval, lo más lejos que pueda.
—Me parece una locura que te vayas sola —intentó disuadirla—. Te tenes que quedar acá, ya vamos a encontrar la forma de salir adelante.
—Acá no hay salida, Tacho, y lo sabes. Me tengo que ir de la Fundación.
—Pero, ¿a dónde vas a ir, y con qué plata?
—No sé, ya voy a ver de dónde saco la plata.
—Vos de acá no te vas —le ordenó él.
—Vos no me vas a decir a mí lo que tengo que hacer —replicó Jazmín, en el fondo encantada con la determinación de Tacho y su tono imperativo.
Unos metros más atrás, Nacho se deleitaba con lo que oía. No había alcanzado a escuchar cuáles eran las razones que tenía la bella Jazmín para marcharse, ni le interesaban tampoco, pero se le ocurrió una idea para poder, finalmente, ograr lo que tanto ansiaba de ella.
Esperó a que Tacho se marchara, y una vez que estuvo sola, con una actitud muy diferente a la del millonario arrogante con la que le hablaba siempre, la abordó.
—Gitanita, perdóname... pero recién te escuché hablar con Tacho.
—¿Qué escuchaste? —se alarmó Jazmín.
—Que te querés ir de la Fundación. Quédate tranquila no voy a decir nada... nada más te quiero ayudar.
—¿Vos me querés ayudar? ¿Y por qué?
—No soy tan mal tipo, man... —dijo Nacho con cara actitud de muy buena persona—. Nada, veo que estás re ma. y no sé, por ahí te puedo ayudar. No tenes plata para e pasaje, escuché.
—Estaba hablando pavadas... Yo no me quiero ir.
—Gitana, ¿vos sabes que papá es el dueño de una empresa de colectivos de larga distancia? A donde quieras ir yo te puedo conseguir el pasaje.
Jazmín no pensaba dos veces las cosas. Había querido irse de la Fundación desde el día en que regresó, y ahora la situación estaba peor que nunca. Nacho le había ofrecido ayuda para huir y no dudó en aceptarla. Quiso evitar despedidas, y eludir la posibilidad de ser disuadida por sus amigos. En menos de cinco minutos juntó la poca ropa que tenía la metió en una bolsa de papel, guardó sus pertenencias en una cartera de lana que ella misma había tejido, y salió al encuentro de Nacho, que la esperaba en el jardín trasero.
Tomaron un taxi hasta su casa, con la excusa de esperar allí a su padre para pedirle el pasaje. Él creía saber perfectamente qué era lo que necesitaba la gitanita; no era irse no era un pasaje, sino soñar con todo lo que no tenía.
Estaba convencido de que, llevándola a dar una vuelta por su vida, lograría obnubilarla. Ella era muy diferente de la otra, a la Blacky, como él llamaba a Marianella quien, a diferencia de Jazmín, tenía una especie de orgullo de clase, se sentía digna y orgullosa de ser una pobre desclasada. En cambio Jazmín no, Jazmín tenía vergüenza y resentimiento por su condición, y sería capaz de hacer cualquier cosa, creía Nacho, para poder salir del barro en el que había nacido.
Los padres de Nacho estaban de viaje, pero omitió darle ese dato. En cambio, hizo un despliegue ostentoso de su estilo de vida. Le mostró su casa de tres plantas, el enorme jardín con pileta climatizada, el pequeño spa con jacuzzi que había en el quincho, y el cálido microcine junto al living. Ella miraba fascinada cada cosa, sin embargo Nacho no le ofreció ni un vaso de agua. Es que él la tenía muy clara. «Primero hay que hacerla desear», se decía, «pero no darle lo que desea». Nacho sabía que si él quisiera complacerla con un regalo, por ejemplo, ella desconfiaría de sus intenciones. Por eso, cuando le entregó unos jeans y unas remeras, le explicó que eran prendas que su hermana ya no usaba. La realidad era que Nacho ni tenía hermana, y que esa ropa la había comprado para ella, pero sabía que sólo diciéndole eso ella aceptaría.
Jazmín empezó a impacientarse porque el padre de Nacho no venía, y ella temía que Bartolomé advirtiera su ausencia e hiciera algo por detenerla. Nacho la invitó a meterse un rato en la piscina mientras esperaban. Ella no aceptó, pero él de todas maneras la levantó en el aire y se tiró con ella al agua.
Marianella se extrañó cuando Cielo le pasó una llamada de Jazmín.
—¿La gitana? —dijo Mar sorprendida—. ¿De dónde llama?
—No sé —dijo Cielo apurada, saliendo con la bandeja con la papilla para Malvina.
Mar atendió la llamada; poco habituada a hablar por teléfono, gritaba un poco al hacerlo.
—¿Dónde estás, gitana? —preguntó con voz en tono muy elevado.
—Estoy en lo de Nacho, pero ¡no grites! —dijo Jazmín.
Aún tenía el pelo húmedo por la incursión en la piscina, ambos se habían secado y cambiado de ropa, y Nacho estaba preparando algo para tomar más allá, mientras le sonreía.
—¿Qué haces en lo de ese cheto? —se extrañó Marianella.
—Me voy, Mar —confesó Jazmín—. Me voy lejos, y Nacho me va a conseguir pasajes en la empresa del padre.
—¿Cómo que te vas? —dijo Mar con súbita congoja.
—Por favor, amiga, no me digas nada. Me voy a ir lejos,
y voy a empezar de cero, y en cuanto pueda te vengo a buscar, a vos y a los chicos, para que armemos algo juntos en otro lugar.
—No voy a tratar de convencerte, Jazmín —dijo Mar entristecida—. Pero... ¿qué haces en la casa de Nacho?
—Barto no se dio cuenta de que no estoy, ¿no? —cambió de tema Jazmín.
—No, todavía no se dio cuenta de nada. Vos cuídate, sobre todo de Nacho, que es medio zarpadito ése... —dijo Mar, y al girar, advirtió que Tacho había entrado y la había oído.
Mar se apuró a cortar, pero vio cómo los hombros de Tacho se levantaban y sus cejas se juntaban hasta parecer una.
—¿Dónde está Jazmín?
—¿Qué Jazmín? —repitió con torpeza Mar.
—¡¿Dónde está?!
Iba anocheciendo, y Nacho esperaba con paciencia de pescador el climax de su puesta en escena. Ella ya había sido deslumbrada con el lujo de su casa, ahora sólo faltaba el toque mágico de una exquisita y cara cena romántica.
Jazmín había dejado de preguntar hacía un rato largo cuándo llegaría su padre, y estaba, en efecto, seducida por el despliegue ostentoso de Nacho. Aceptó cenar con él mientras veían una película en el microcine; allí nunca la encontraría Bartolomé, y esa misma noche estaría en un colectivo rumbo a algún lugar.
Jazmín no había probado el sushi, y Nacho le estaba enseñando a comerlo, tomando con sus manos las de ella para mostrarle cómo se usan los palitos chinos, cuando se oyó el timbre. Unos pocos segundos después el timbre volvió a sonar. Y tras unos instantes, aunque tenía órdenes de no interrumpirlos, apareció la mucama.
—Hay un chico que te busca.
—¿Quién? —dijo Nacho extrañado.
—No, a vos no. A ella.
Jazmín se sorprendió, y ya Nacho se había levantado de la mesa para ir a corroborar quién era. Se fastidió cuando vio por la mirilla que se trataba de Tacho. Se asomó apenas y lo increpó:
—¿Qué haces acá, man?
Pero no alcanzó a terminar la frase, que Tacho ya había abierto la puerta de un hombrazo, apartó a Nacho y buscó a Jazmín por la casa. La vio con la ropa que éste le había regalado, sentada en el piso junto a una mesa ratona repleta de sushi. Vio un balde con una botella de champagne, y comprendió inmediatamente los planes de Nacho. Sin decirle palabra, agarró a Jazmín de una muñeca, firme, pero a la vez con delicadeza.
—¿Qué haces? —dijo ella.
—Nos vamos —sólo respondió Tacho.
—A ver, man, si te ubicas... —dijo Nacho, e intentó frenarlo.
—Córrete —le indicó Tacho, esta vez nadie lo iba a detener si decidía pegarle.
—¿Qué córrete? ¿Qué te metes en mi casa? Vení acá, ¡solíala! —e intentó frenarlo, y sin mediar palabra alguna, Tacho le asestó la trompada que venía conteniendo desde el primer día que lo vio rondar a Jazmín.
Ella se estremeció ante el golpe, y Nacho quedó en el piso, acobardado, mirándolo con temor. Tacho lo observó como comprobando si había sido suficiente, mientras Nacho le decía tomándose la cara.
—Ándate de mi casa, man.
Tacho volvió a mirar a Jazmín, y casi con dulzura, le suplicó.
—Vamonos de acá.
La tomó de la mano y la condujo hacia la salida.
Al llegar a la Fundación, Tacho le dijo que mejor entraran por la pequeña puerta secreta. En el frente de la mansión, al ras del suelo, había dos ventanas falsas, una de ellas en realidad, era una falsa puerta, que daba a una especie de ducto de ventilación por el que se podía acceder directamente al taller de los juguetes, o salir por éste hacia la calle
Ella no le había hablado en todo el camino, entre indignada y seducida por su ruda y protectora actitud. Sabía que era cabrón, pero jamás lo había visto reaccionar así.
Cuando terminaron de recorrer el ducto y llegaron a un pequeño rinconcito oscuro y húmedo, él finalmente le habló.
—Agradéceme que te salvé de ese cheto.
—Vos estás loco.
—Sí, de amor por vos —le dijo él.
—No sigas, Tacho —le pidió ella, sabiendo que había llegado el momento en el que avanzaría.
—¿Por qué no?
—Porque te voy a hacer sufrir —respondió Jazmín, casi como un lamento.
—Me vas a hacer feliz —dijo él sin retroceder ante ese jueguito histérico.
Ella atinó a decir algo más, pero él la hizo callar.
—Donde se habla mucho, se hace poco —sentenció.
Y sin agregar una palabra más, la tomó por la cintura y la besó, la besó con pasión, con decisión, la besó con la actitud con la que había que besar a una mujer brava como Jazmín. Ella, por primera vez en su vida, se dejó besar, totalmente seducida por la determinación de Tacho.

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