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Capitulo 7 Sorpresa tras sorpresa





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La noche previa al cumpleaños de Mar, Thiago estaba guardando en la heladera la comida que habían comprado ara la fiesta sorpresa. Nacho estaba con él, hablanule sin ayudarlo, rogándole que lo invitara a la fiesta para poder volver a abordar a Jazmín; estaba convencido de que e faltaba muy poco para lograrlo, cuando de pronto se oyó un grito muy agudo detrás de ellos. Ambos giraron, allí esaba Tefi.
—¡Naa, me muero! ¡No escuché nada, no escuché nada! —dijo Tefi haciendo el ademán de irse.
Thiago la miró sorprendido, sin imaginar lo que estaba entendiendo Tefi, quien no pudo contener tanta felicidad y enonces volvió sobre sus pasos para abrazarlo. 

—¡Sos un dulce, Thi, no puedo creerlo!
—¿De qué hablas, Tefi? —preguntó él.
—Ay, me muero, qué tierno... Quiere seguir con la sor cresa —dijo Tefi mirando a Nacho—. ¡Qué guardado te lo terias, Nach, eh! ¡Bueno, me voy, me voy, no escuché nada! —chiló, radiante, y se retiró.
Pasados unos minutos y tras atar algunos cabos sueltos, Thiago empezó a comprender el equívoco, y necesitó corro; orar con Nacho lo que estaba pensando.
—¿Creyó que la fiesta sorpresa es para ella?
—Sí, man —le confirmó Nacho.
Thiago sintió que sería muy desagradable tener que acla-arlo, pero no tenía opción, y salió tras Tefi, pero desde el _ asillo que conducía a la sala, la oyó, histérica y chillando, ablando con su padre.
—¡Gracias, Barti! Son unos dulces... —la oyó decir.
—Vos también, Tefita, sos una sweety. ¿Pero por qué me agradeces?
—¡Ay, no, me muero, vos también disimulas! —se entusiasmó Tefi—. Ya me enteré, Barti, me enteré de que Thi me está organizando una fiesta sorpresa acá, por mis quince.
—¿Quién la paga? —fue la pregunta brutal de su padre, siempre tan monotemático.
Por toda respuesta, Tefi se rio, y se alejó diciendo «¡no escuché nada, no escuché nada!»
Bartolomé se encaminó hacia la cocina, molesto con la idea de que su hijo gastara en fiestitas sorpresa para sus noviecitas. Justo se encontraron a los pocos pasos.
—¿Cómo que le organizaste una fiesta a la chiquita de Elordi che? ¿Hicieron vaquita, pagan entre todos?
—No, es una confusión, papá —aclaró Thiago—. Tefi nos escuchó organizando una fiesta sorpresa, pero es para Mar.
—¿Qué Mar? —preguntó Barto absorto.
—Mar... Marianella cumple quince años mañana, ¿no sabías?
—¡Decime que no pagaste los saladitos con la extensión de la tarjeta! —se alarmó Bartolomé.
En ese momento reapareció Tefi, aún excitada, y dijo:
—Thi, me encanta la sorpresa y el gesto, y voy a hacer como que no sé nada, pero ¿tipo a quién invitaste?
—A los chicos de la Fundación... —contestó Thiago, como una manera de comenzar a aclarar la confusión.
—¿Qué? —se horrorizó Tefi.
—¡Te está cachando! —intervino Barto—. Invitó a todo el colegio a tu súper híper fiesta sorpresa. ¡Ahora go, go! Vaya chinita, así nos ocupamos de la fiesta acá...
—¿A Dolo y Delfu también las invitaron, no? —chequeó Tefi.
—¡Por supuesto! —respondió Barto ya con impaciencia, mientras la empujaba—. Ahora ¡go!
Y Tefi se fue, dando un alarido de felicidad. Thiago miró a su padre.
—¿Qué haces, papá? 
—¿Qué haces vos, chambón, organizándole fiestitas a Marianella?
—Es el cumple, y todos vamos a darle una sorpresa... —¿Cuándo vas a entender que no les haces ningún bien acercándote a ellos? ¿No te alcanzó con lo del Rockland para ntenderlo? Ustedes pertenecen a mundos diferentes, hablan listintos idiomas, entendelo de una vez, ¡por favor! —Thiago quiso irse y él lo detuvo. —¿A dónde vas?
—A frenar a Tefi, tengo que decirle que la fiesta no es ara ella.
—Por supuesto que la fiesta es para ella —dijo Barto con veridad—. ¡Ellos son tu gente, con ellos haces fiestitas, yíar las hará con su gente! —sentenció, y giró con la intenm de retirarse, pero se dio vuelta y agregó, medio de costejo—: ¡Y que todos colaboren con los gastos, che!
Thiago intentó hablar con Tefi, pero su teléfono dio ocuio durante dos horas seguidas, pues estaba llamando ella sma a todos sus compañeros, para chequear la presencia cada uno en la fiesta sorpresa. A medida que le repetían e no estaban al tanto de la fiesta, ella más refirmaba que trataba de una sorpresa y más amaba a Thiago. Si Thi oía tenido semejante gesto, era, sin dudas, porque quería ver con ella y, ahora sí, ser novios oficiales. Y nadie debeperderse esa fiesta.
Cuando se hartó de llamarla sin éxito, Thiago miró su j. Eran las doce menos diez, en diez minutos comenza z el cumpleaños de Marianella.
Rama estaba en la sala de baile, donde aún había olor atura, rasgando una guitarra, mientras pensaba que ya
--- No de dejar de ser un nene asustado. Veía cómo avanzaba decidido en la organización del cumpleaños de Mar, con la clara intención de seducirla. No podía cultiva porque hacía lo mismo, aunque se esforzaba por ocultarlo,
0raba. La trataba amistosamente, y desde que él había pálido en su defensa la noche del episodio del vestido, ella lo había adoptado como su mejor amigo. Sentía que la defraudaría si le confesaba que en realidad le gustaba como mujer, y lo que quería era besarla, además de escucharla con oreja de amigo. A pesar de sus múltiples dudas, algunos gestos tiernos por parte de Mar lo impulsaban a creer que su amor era correspondido.
—¡Vos no sos más lento porque te falla el burro de arranque! —le dijo Mar un día mientras pintaban la sala de baile.
Esa expresión en Marianella era bastante tierna, pensó él. Y al referir a su lentitud, entendió que ella lo estaba animando a que por fin la abordara. Con muchas dudas, cavilaciones y dolores de panza, había decidido por fin hacerlo. Ésa era una gran decisión para un pequeño hombre, ya que el amor, para Ramiro, era algo cargado de angustias y ansiedades. Para él, querer implicaba abrir el juego a la posibilidad del abandono, y eso le resultaba intolerable. Pero más intolerable le parecían las aceleraciones de su corazón cada vez que veía a Mar, y pensar día y noche en ella, en sus ojos, en su olor. Debía hacer algo con lo que sentía, y lo haría ya, esa noche. Por eso decidió que justo a las doce, sería el momento ideal.
Miró su reloj y su corazón se aceleró, generándole una sensación de vacío en el estómago: faltaba sólo un minuto para las doce. En el lapso de ese minuto, pensó varias veces en abandonar su empresa, y varias veces se obligó a persistir en su determinación. Cuando por fin su reloj dio las doce, decidió esperar cinco minutos más para no parecer tan desesperado.
Cuando el reloj marcaba las doce y cuatro minutos, decidió hacerlo ya o enloquecería, y armándose de valor, salió hacia el patio cubierto, dispuesto a confesarle a Mar lo que sentía.
Pero al llegar a la puerta de la habitación, se le estrujó el corazón. Alguien había tenido la misma idea, y se le había adelantado. Thiago estaba sentado en la cama junto a Mar que, aunque aún estaba algo molesta con él, se sentía muy halagada con su gesto. Marianella tenía razón, él no era más lento porque le fallaba ese burro del que siempre hablaba ella. Frustrado y enojado consigo mismo, se alejó, para no seguir sufriendo el sinsabor de su cobardía.
Dentro de la habitación, Mar se esforzaba por encontrarle algo negativo a cada gesto de Thiago. «Sí, me vino a saludar, pero no me trajo ni un mísero regalo», dijo una voz dentro de su cabecita, y en ese momento Thiago sacó un paquete.
—Espero que te guste —le dijo.
Ella lo abrió con torpeza. Excepto por algunas prendas de ropa que Cielo le había dado, era el primer regalo que recibía en su vida. Se extrañó un poco al descubrir que era un teléfono celular.
—Es con tarjeta —explicó Thiago—. Pero yo todos los meses te voy a dar una... Vas a poder hablar con quien quieras, cuando quieras...
Mar miró el celular, muy sorprendida, era un regalo impensado para ella, sin embargo persistía en buscarle una quinta pata al gato para no ilusionarse con él. «Regalo de :heto», pensó. «Además, si me vas a regalar algo, ponele un poco de onda».
—Pero, más que nada... te lo regalo para que puedas ablar conmigo —continuó él—. La verdad, me encantaría aablar con vos todas las noches antes de acostarme, por lejemplo.
Ella se enterneció ante esa declaración, pero de inmediato esa vocecita molesta señaló: «Claro, te hace regalos aros y te dice palabritas lindas... El nene bien quiere encanillar a la pobretona. Si de verdad te quisiera, te habría regando algo más romántico».
Y en ese momento Thiago sacó un rosa que escondía en espalda y se la entregó.
—Feliz cumple, Mar —le dijo con mucha dulzura y sin itridencias.
Ella balbuceó «gracias», mientras miraba la flor. Lo vio rarse para irse, y la vocecita volvió a decir: «Bue, pura Cabrita, regalito, florcita, pero no te da ni un beso». Y como
si la escuchara o le adivinara cada pensamiento, Thiago volvió y sin darle tiempo a nada le dio un beso en la mejilla.
—Feliz cumple —repitió, y se fue.
Marianella quedó flotando en las nubes. Thiago había sido el primero en saludarla, a las doce en punto; le había regalado un celular para estar comunicados, y una flor. Y le había dado un beso muy tierno.
«Si te quisiera tanto, al menos te habría organizado una fiesta sorpresa.» Entonces Marianella se hartó de tantos pensamientos negativos e hizo callar con un golpecito en su sien esa voz que le boicoteaba esa increíble felicidad.
Al día siguiente Bartolomé atravesó la sala, donde ya comenzaban los preparativos para la fiesta; se cruzó a su paso con Nacho y le preguntó si el DJ era algún amiguito de ellos.
—No, lo contrató Thiaguito, man. Es un fuego ese DJ...
—Ah, genial, genial... Bueno, lo pagarán de la vaquita —intentó contentarse Bartolomé—. Diviértanse... Cuando mpiece a sonar la música disco, vengo a sacarle lusre a la pista, ¡che! —lo codeó en compinche, y salió contoneándose como un púber hacia el escritorio.
En realidad esa noche ni la fiesta, ni los gastos lo preocupaban demasiado. Estaba obsesionado con la habitación secreta que había descubierto. Entró en el escritorio, allí lo esperaba Justina, con quien ya estaban en buenos términos, simplemente omitían hablar del secreto del sótano.
—Preparé un tentempié —dijo ella señalando una banieja—. Paté de foie como le gusta, unos pistachos, nueces, un poco de Hesperidina para calentar un poco los huesos...
—Es cierto, qué fresquete que hace ahí adentro —dijo
Bartolomé, pasando por alto el contenido afrodisíaco del tenempié.
Activaron la pared giratoria, y entraron en la habitación secreta.
Thiago fue a la sala de ensayos, donde los chicos tenían retenida a Mar. Cielo estaba con ellos, y la entrada de Thiago era el código convenido para llevar a Mar hacia la sala y sorprenderla. Thiago no se había animado a contarles a los chicos el equívoco que se había producido con Tefi, confiando en que podría aclararle a ella la confusión a tiempo, pero n había podido hablarle en todo el día Si no estaba en la peluquería, estaba con la modista, o con la maqmlladora Cada vez que había hablado con Julia, ella le había pedido que le agradeciera a su padre el hermoso gesto de prestarle la casa para la fiesta de su hija
—Yo mando dos tortas, no te preocupes por lo dulce —le dijo la madre de Tefi, y Thiago ya no se sintió capaz de rectificar el error
Tironeado entre sus dos mundos, esperaba que ni lo chicos ni Mar se enojaran por compartir la fiesta con sucompañeros Intentó anticipárselo a Rama mientras avar zaban todos llevando a Mar con una excusa, pero tampoco llegó a hacerlo Apenas entraron en la sala y Mar vio la deco ración, la comida y el DJ, sintió que una vez más Thiago había contradicho a esa molesta vocecita de su cabeza Giro emocionada, y le pregunto
—¿Vos organizaste esto para mí
—En realidad —comenzó a hablar Thiago, con la intención de comunicarles que serían dos las homenajeadas, pero en ese momento entraron, en tropel, Tefi y una horda de amigos Tefi empezó a chillar, sobreactuando como si se tratara de una sorpresa de la que no tenía ni idea Vio a Thiago y se le colgó del cuello
—iTe amo, gordo, sos lo más1 |Me muero con la fiesta sorpresa que me hiciste1
Muy incómodo, Thiago vio los rostros desencajados de todos los chicos, de Cielo, y sobre todo de Mar Tefi los miró casi con asco.
—¿De verdad los invitaste a ellos Estaría bueno que se bañen si van a estar en mi fiesta, ¿no —dijo riendo y se alejó, para saludar a Dolo y Delfu que acababan de entrar
—i Soy una perna mal tuneada1 —exclamó Mar con mucha vergüenza— |¿Cómo voy a pensar que me organizaste una fiesta a mí?1
Y se fue casi corriendo Thiago se quería morir, miró a Cielo, pidiendo ayuda
—¿Qué hiciste, Thiago? —preguntó ella, confundida.
—Fue un error... Es largo de explicar, ¿pero no podemos festejar todos juntos?
—No, deja, festeja vos con tus amigos, nosotros vamos con Mar a la sala de baile —dijo Tacho, y miró a Jazmín, que contemplaba a Nacho.
Tacho sintió una súbita oleada de bronca; desde aquel beso, Jazmín se había negado a volver a besarlo, y ahora, además, volvía a mirar a Nacho.
—Vamos, ¿o te querés quedar acá a ver si te da bola algún cheto? —le preguntó con bronca.
—Sos un idiota —le respondió Jazmín, y luego miró a Thiago—, y vos también.
Todos se fueron al patio cubierto, estaban furiosos con Thiago. Mientras tanto Mar se había encerrado en el baño, seguramente para llorar a solas. Detrás vino Cielo con Thiago, quien ya le había explicado cómo se habían sucedido los hechos.
—Chicos, Thiago lo hizo por una buena causa... La fiacucha esa, Tefi, tampoco tuvo su fiesta, y él quiso darle una sorpresa a las dos, ¿está mal?
—Nos hubieras avisado, Thiago —dijo Rama.
—¿No podemos ir todos allá, y divertirnos todos juntos? —medió Cielo, y fue hacia la puerta del baño y golpeó—. Mar, mi amor... la fiesta también es para vos. Thiago y los chicos la organizaron... Aunque claro, Thiago billetera pagó todo. Pero es para vos también.
—No, es para la novia de Thiago —respondió Mar sin abrir la puerta.
—Tefi no es mi novia, y era para vos esta fiesta —aclaró él.
Cielo prometió intentar convencerlos, y Thiago volvió a la sala. Mar salió del baño, nadie le dijo nada, pero era evidente que había estado llorando.
—No te pongas mal, Mar... Vamos a festejar nosotros —le dijo Jazmín.
En ese momento apareció Nacho, radiante. 
—¿Qué hacen acá? —preguntó, y miró a Jazmín—. Gitanita, te estoy esperando, man... Vos y yo vamos a dar cátedra de baile.
—No, yo voy a festejar acá el cumple de Mar.
—Anda si querés, Jazmín, yo me voy a dormir —dijo Mar.
—No, ¿por qué? —repuso Rama—. Vos vas a tener tu fiesta.
—Y vos también, gitanita —agregó Nacho, a cuento de nada.
—¡Raja de acá, chabón! —dijo Tacho en tono amenazante.
Cielo le pidió a Nacho que se fuera, y luego intentó convencer a Mar de que no se perdiera su fiesta. Thiago se había mandado un moco, pero sus intenciones habían sido buenas. Mar entonces confesó que no quería pasar vergüenza con esa ropa ante las chetas.
—Eso tiene solución —aseguró Cielo.
Evitando pasar por la sala, fueron por el ala de servicio hasta la planta alta, y se escabulleron en la habitación de Malvina, que ya estaba bastante recuperada y hasta había ido a cenar a la casa de Nico.
—¿Pero le voy a robar un vestido a Malbicha? —preguntó Mar escandalizada cuando Cielo abrió el vestidor de Malvina.
—Robar no. Tomar prestado. Hablé con ella y me dijo que sí —mintió Cielo.
—Éste es perfecto para vos —dijo Jazmín tomando un vestido muy llamativo del vestidor.
—¿No es un poco mucho? —exclamó Mar.
—En cuestiones de ropa, vos confia en mí —dijo Jazmín, y Cielo estuvo de acuerdo.
Justina y Barto llevaban varios minutos en la habitación secreta, habían probado de todo en el teclado, y nada. Tina había sugerido llamar a un experto en computación, pero Barto no quería dejar entrar a ningún extraño allí. Él suponía que debía ingresar algún tipo de clave, pero no se le ocurre
—¿Qué hacen acá? —preguntó, y miró a Jazmín—. Gitanita, te estoy esperando, man... Vos y yo vamos a dar cátedra de baile.
—No, yo voy a festejar acá el cumple de Mar.
—Anda si querés, Jazmín, yo me voy a dormir —dijo Mar.
—No, ¿por qué? —repuso Rama—. Vos vas a tener tu fiesta.
—Y vos también, gitanita —agregó Nacho, a cuento de nada.
—¡Raja de acá, chabón! —dijo Tacho en tono amenazante.
Cielo le pidió a Nacho que se fuera, y luego intentó convencer a Mar de que no se perdiera su fiesta. Thiago se había mandado un moco, pero sus intenciones habían sido buenas. Mar entonces confesó que no quería pasar vergüenza con esa ropa ante las chetas.
—Eso tiene solución —aseguró Cielo.
Evitando pasar por la sala, fueron por el ala de servicio hasta la planta alta, y se escabulleron en la habitación de Malvina, que ya estaba bastante recuperada y hasta había ido a cenar a la casa de Nico.
—¿Pero le voy a robar un vestido a Malbicha? —preguntó Mar escandalizada cuando Cielo abrió el vestidor de Malvina.
—Robar no. Tomar prestado. Hablé con ella y me dijo que sí —mintió Cielo.
—Éste es perfecto para vos —dijo Jazmín tomando un vestido muy llamativo del vestidor.
—¿No es un poco mucho? —exclamó Mar.
—En cuestiones de ropa, vos confia en mí —dijo Jazmín, y Cielo estuvo de acuerdo.
Justina y Barto llevaban varios minutos en la habitación secreta, habían probado de todo en el teclado, y nada. Tina había sugerido llamar a un experto en computación, pero Barto no quería dejar entrar a ningún extraño allí. Él suponía que debía ingresar algún tipo de clave, pero no se le ocurría cuál podría haber puesto el viejo loco. Habían probado con todos los nombres de la familia Inchausti hasta el de su primo, Carlos María.
—¿Será Ángeles? —arriesgó Tina por arriesgar.
—¡Pero no seas chitrula, che! ¿Cómo va a ser Ángeles si el viejo murió mucho antes de que ella naciera?
—Con probar no se pierde nada...
Y él, sólo por darse el gusto de insultarla, probó, confiando en que una vez más la computadora haría el ruidito de error. Sin embargo, al tipear «Ángeles», el monitor ominó un destello y apareció la frase «Bienvenido doctor Inchausti», con una tipografía antigua y gruesa.
Bartolomé pegó un salto, y dando un grito abrazó a Jusna, que en ese momento se bebía un sorbo de Hesperidina. £ila no dejó pasar la oportunidad del abrazo y se aferró a -1, hasta que él chilló:
—¡Soltá, che, que los millones nos esperan!
Y volvió al monitor. Apretó «enter» y en la pantalla apaeció una cuadrícula con los números del uno al dieciséis.
Bartolomé tipeó el número uno, y de inmediato bajó desde el techo una bola de espejos que comenzó a girar, se apagaban en las luces, y quedaron iluminados apenas por un spot de roja que pegaba contra la bola de espejos. Y de pronto,
empezó a oírse música.
Won’tyou take me to... funkytown (break it down)
Won’tyou take to... funkytown (once more from the top)
Take me, won’t you take me... I wanna go, to funkytown
[now...]
La música disco estalló a todo volumen, y Barto, creyendo estar muy cerca de su hallazgo, se bajó de un trago una copa de Hesperidina, y comenzó a bailotear al ritmo de Funky- doblando su torso hacia adelante y hacia atrás. Justina, entre tanto, se preguntaba cuándo comenzarían los lentos.
La fiesta, en algunos aspectos, era un deja vu de la anterior. Como aquella vez, Tacho estaba con ganas de descargar su furia nuevamente en los cachetes de Nacho quien como siempre, revoloteaba alrededor de Jazmín. Tefi esperaba poder despertar la envidia de sus amigas cuando Thiago se le declarara delante de todos, y Rama, una vez más, sentía que terminaría aquel encuentro sin confesarle sus sentimientos a Mar. Pero esa noche, seguro, algo se transformaría para siempre.
Cielo y Jazmín habían ayudado a cambiarse de ropa a Mar, que le pidió a Cielo que la maquillara, algo que jamás había hecho hasta el momento. Mientras lo hacía, Cielo le preguntó qué sentía al saber que Thiago había organizado esa fiesta para ella.
—Para mí y para su novia —corrigió Mar.
—Ex novia —corrigió a su vez Cielo.
Y la animó a hablar de lo que ella sentía por Thiago, pero Mar lo evitó confrontando a Cielo con sus propios dilemas amorosos.
—¿Y vos, qué sentís al ver que tu don Indi está con Malbicha cuando te quiere a vos?
Cielo dio por terminados el maquillaje y la charla. Mar se vio en el espejo y no pudo creer lo que sus amigas habían hecho con ella; no se reconoció, vio a una chica hermosa que ella jamás imaginó que podría ser.
Cielo la acompañó hasta la fiesta, y juntas descendieron la escalera. El bullicio cesó, y todos quedaron perplejos al ver bajar a Mar. Tenía un vestido blanco, sencillo y sensual; su pelo lacio y sedoso, y una sonrisa que nadie había visto jamás.
Rama se enamoró aún más al verla, pero de pronto, como eclipsándolo, Thiago se adelantó, y fue hasta la base de la escalera para recibir a Mar. La tomó con una mano y la condujo al centro de la pista. Él le había pedido expresamente al disc jockey que no pusiera el vals esa noche, creyendo que Mar no volvería, quería evitarse la situación de tener que bailarlo con Tefi, pero se dijo que debería darle una gran propina y un fuerte abrazo al DJ, cuando empezó a sonar un vals. Distraído tratando de levantarse a Dolo o a Delfu, cuando el DJ vio bajar a Mar, entendió que era la cumpleañera y como un autómata puso el vals, de la misma manera que lo hacía en cada cumpleaños de quince.
Rama y Tefi se entristecieron y enfurecieron respectivamente cuando vieron que Thiago y Mar comenzaron a bailar el vals. Cielo corrió a su altillo a buscar la cámara de fotos, sería imperdonable no eternizar ese momento. Pero nunca regresó.
Bartolomé ya había tipeado catorce de los dieciséis números que aparecían en el monitor, pero sólo había logrado dos cosas: cambiar la música por un tema lento Under my skin, de Frank Sinatra) y trabar la puerta giratoria. Ahora no podían salir, y además Tina estaba como extasiada por el encierro, la música, la Hesperidina y la proximidad.
—¡Córrete, Tina, que hace calor! —le dijo cuando ella lo abrazó por detrás al ritmo de la música.
—Hace un rrrato se quejaba del frasquete que hacía acá... Disfrutemos del calorrr, mi señor.
—Pero sos tarúpida, ¿no te das cuenta de que estamos ncerrados?
De puro tozudo empezó a golpear el teclado, y de pronto a pantalla volvió a producir un destello. Aparecieron en el aonitor cuatro recuadros con las imágenes de cuatro cámaas de seguridad. En el extremo superior izquierdo se veía I pasillo de la planta alta por el que avanzaba Cielo hacia i altillo. En el extremo superior derecho aparecía el escritorio de Bartolomé, vacío. En el extremo inferior izquierdo podía observarse el jardín. Y en el extremo inferior derecho, se veía la sala.
—¿Cámaras de seguridad? ¡Qué hombre tan de avanzada! —exclamó muy extrañado Bartolomé.
Aprovechando que lo veía tan ansioso y simulando que se aproximaba a la pantalla para distinguir mejor lo que transmitía, Justina lo tomó por la cintura, al ritmo de la música.
—¡Salí de encima! —le gritó Bartolomé, y agregó—: ¿Vos sabías que había cámaras de seguridad?
—Sólo las que usted puso en el área de los purretes, mi amor, digo mi señor.
—¡Viejo loco! —exclamó él—. Semejante despliegue misterioso para unas míseras camaritas de seguridad.
—Mi señor, ¿usted ve lo que veo yo? —dijo Justina recuperando súbitamente la sobriedad.
—Sí, la fiesta de la flaquita, la noviecita de Thiago.
—El niño Thiago está bailando el vals, pero no con una flaquita. Señor... ¿ésa no es..?
Ambos observaron más de cerca la imagen de la cámara de seguridad, se miraron y dijeron al unísono:
—\Marianegra
Una cámara escondida en el ojo del cuadro de Amalia Inchausti captaba las imágenes de lo que sucedía en la sala. Tacho había sacado a los empujones a Nacho cuando quiso bailar el vals con Jazmín. Rama miraba con tristeza, y Tefi, con enojo a Thiago y Mar, que bailaban hipnotizados. Por un momento Mar se dejó llevar, abstraída, pero pronto volvió a tener conciencia de lo que estaba haciendo y quiso dejar de bailar.
—¿Qué pasa? —preguntó Thiago.
—Me da vergüenza, todos miran —respondió ella.
—Olvídate de todos, Mar. Menos de mí... —le pidió, y le guiñó un ojo.
Thiago estaba decidido a todo o nada, y sabía que no tendría mejor ocasión que aquella para concretar eso que anhelaba hacer desde el día en que la había rescatado de la fuente.
—¡Decime que no es cierto! —gritó Bartolomé pegado al monitor—. ¡Decime que no es Marianegra bailando el Danubio azul con Thiaguito!
—Me parece que es, señor... pero, y ¿esa rrropa?
—No es, ¿me escuchas? ¡No es! ¡No puede ser! —suplicó al borde del síncope.
—Y... yo más bien diría que... es.
—¡Mentime, mamerta! ¡Decime que Thiaguito baila el vals con la flacucha esmirriada!
—¡Basta de mentiras entre nosotros, señorrrr! Thiaguito aila el Danubio azul con Marianegra, ¡y con los labios a un ntímetro y medio de distancia! —exclamó llena de envidia j astina.
Bartolomé tuvo un vahído, y Justina lo sostuvo entre sus azos.
Thiago atrajo a Mar un poco más hacia sí mientras baioan, y ella sintió un escalofrío, que confundió con incomodidad.
—Por ahí, es como un poco mucho, ya, ¿no? —¿Preferirías ir a otro lugar? —dijo él; una vez que había J ridido avanzar, no retrocedería tan fácilmente—. Si quepodemos ir al jardín... Hay una luna increíble. —La luna del amor eterno —dijo Mar, y Thiago la miró extrañado—. Jazmín dice que hoy es no sé qué pavada, qué
3sta gitana, que se llama el lunar del amor eterno —dijo i tartamudeando y confundida ante la proximidad de esos ares de Thiago que tanto le gustaban. , —No es una pavada. Yo creo en eso.
—¿En la fiesta gitana? —preguntó Mar y se sintió una tonta.
—En el amor eterno —dijo él, y se sintió un galán de tele novela—. Y vos también —afirmó.
—¿Qué sabes vos en qué creo? —ya se defendió ella.
—Yo creo que crees en el amor, pero no crees en mí. A lo mejor esto te ayuda a creer un poco más en mí.
Y con suavidad acercó sus labios a los de Mar, y le dio un tierno y hermoso beso, el primero para ella, y el más deseado para él.
Al instante Rama se fue de la fiesta, intentando no llamar la atención, mientras Tefi observaba furiosa e indignada cómo Mar y Thiago, ajenos a todo, seguían besándose, girando al ritmo del vals. Justo cuando los violines marcaban los acordes finales, Bartolomé intentaba abrir la puerta giratoria de la sala secreta a las patadas, profiriendo insultos contra esa roñosa que había osado besar a su hijo. Y afuera comenzaba una lluvia súbita que duraría varios días.
Cielo no regresó a la fiesta porque algo la retuvo cuando fue hasta el altillo a buscar su cámara de fotos. Tardó unos segundos en encontrarla en la habitación abarrotada de objetos, y cuando iba a salir, oyó la voz de Cristóbal que la llamaba casi en un susurro.
—Cielo, ¿estás ahí? —dijo Cristóbal en voz muy baja, a través del walkie talkie.
—Acá estoy, bombonino —respondió Cielo cuando logró encontrar el walkie talkie, y se dirigió hacia la ventana para mirar hacia el balcón del loft, donde suponía que estaría el niño.
En efecto, allí estaba Cristóbal, acodado en la baranda del balcón, se lo veía algo triste. Detrás de él, asomaban las figuras de Nico y Malvina, que estaban cenando.
—¿Pasa algo, mi amor? —inquirió Cielo al ver los ojitos tristes de Cristóbal.
—Te quería decir que te quiero mucho —dijo él.
—¡Gracias! ¡Yo también te quiero mucho! —respondió ílo, sabiendo que esa declaración escondía algo más—. ? ero pasó algo?
—No. Pero va a pasar... Y yo te quería decir que te re o, pero desde que Malvina me rescató cuando me setararon a ella la re banco.
—Ya lo sé, mi amor, ¡y me parece muy bien que le estés rradecido! ¡Yo no me pongo celosa si la querés a ella tam: r.. eh! —bromeó Cielo.
—No, ya sé... Lo que pasa es que mi papá me preguntó s yo estaba de acuerdo, y yo le dije que sí, porque la verdad ” ina se re portó.
—¿De acuerdo con qué? —indagó Cielo, ya intrigada.
—Con el casamiento, Cielo —dijo finalmente Cristóba algo afligido.
Nicolás sabía perfectamente la diferencia que existe entr el amor y la culpa. Sabía que lo que sentía por Cié era amor, y que aquello que lo unía a Malvina era culpa. I se confundía, lo tenía bien claro, pero también entendía qu a veces, ser adulto significa tomar decisiones basadas en deber. Y, en ese sentido, aún Nicolás no sabía distinguir enti la culpa y el deber.
Sentía que se lo debía, le debía eso a Malvina. Ella había soportado estoica todas sus dudas y fobias, había tolerado sus dilaciones y evasivas para concretar el compromiso fallido. Había atravesado el dolor con una sonrisa, viendo cómo él se iba enamorando de Cielo. Malvina había demostrado ser una mujer de una gran entereza, que jamás le hizo un planteo por su desamor. Y por último, el día en que él planeaba cortar la relación, luego de haber besado a Cielo, ella había dado su vida para salvar la de su hijo. Y producto de ese acto de arrojo había estado postrada en una cama, enyesada de pies a cabeza; pero lo más noble fue que jamás, en toda su convalecencia, Nicolás la oyó quejarse ni lamentarse por lo que le había ocurrido: su única preocupación era que Cristóbal no hubiera quedado traumatizado por el secuestro.
El día anterior Nicolás había ido a hablar con Cielo, y con mucho dolor, le dijo que ahora él debería dedicarse a contentar a Malvina. Cielo tenía su propia culpa: ver a la hermana de Bartolomé postrada por el accidente sufrido el mismo día en que Nico iba a dejarla para estar con ella la había devastado. Cielo presenció muchas veces los desvarios febriles de Malvina, en los que manifestaba su angustia por la indiferencia de Nico.
Nicolás también le había comunicado a Cristóbal sus intenciones, y el pequeño, agradecido y compadecido de Malvina, había dado, por fin, su visto bueno al casamiento.
Sólo restaba concretarlo, y para eso organizó una cena, cocinó él mismo sus especialidades —yorkshire pudding y torta galesa—, unas recetas que le había transmitido Berta, su madre.
Malvina aún estaba en silla de ruedas, aunque ya le habían retirado varios de los yesos. Nicolás la subió por las escaleras, y él y su hijo se dedicaron a agasajarla aquella noche. Malvina estaba extasiada y emocionada, y aunque toda la noche tenía olor a buena noticia que se avecinaba, realmente se sorprendió cuando Nico, sin hacer gran ostentación ni despliegue romántico, sino más bien con el tono de un asunto familiar y cotidiano, le dijo:
—¿Para cuánto tiempo más de yeso tenes?
—Dicen que un mes más, ¡OMG! —exclamó ella.
—Con Cristóbal pensamos... que estaría bueno, cuando le terminen de sacar todos los yesos, por ahí, no sé... ¿Qué :e parece si nos casamos?
Malvina, olvidándose de los yesos y la silla de ruedas, se incorporó y abrazó a Nicolás, y le dio un sí bañado en lágrimas. Cristóbal se sumó al abrazo, complacido.
Mientras lloraba, abrazada a Nico y a Cristóbal, Malvina se sintió plena, y sólo se angustió un poquito al pensar que, s esa propuesta hubiera surgido sin la necesidad del falso secuestro, habría sido una noche realmente soñada.
Cuando Cristóbal le confirmó la noticia, Cielo lloró durante varios minutos esa noche, y siguió llorando interiormente durante un par de semanas. Y una suave y persistente lluvia lloró con ella todos esos días.         
El sonido de la lluvia repiqueteando en el techo de chapa del patio cubierto se fundía con el bullicio de la fiesta que aún continuaba en la sala. Rama se había retirado, y estaba allí, llorando en soledad. Haber presenciado el beso entre Mar y Thiago le había provocado un dolor agudo en ei corazón, un dolor del que no se sentía capaz de recuperarse. Estaba sentado en el piso, apoyado contra la puerta que separaba la habitación de los varones de la de las chicas, compadeciéndose de sí mismo, cuando sintió que la puerta se abría. Raudo, se estiró para cerrarla, lo avergonzaba que lo vieran llorar.
—¿Qué pasa, Rama? —oyó decir a Marianella del otro lado.
Se quedó pasmado, ella era la última persona que esperaba ver allí.
—Nada —dijo él.
Pocos segundos después vio cómo Mar entraba por la puerta que daba al patio cubierto. Él se secó rápidamente las lágrimas, pero no alcanzó a borrar la expresión de tristeza.
—¿Estás llorando? —preguntó Mar, mientras ella misma se secaba lágrimas.
—No, nada, anda.
Ella se sentó junto a él, y le preguntó con suavidad:
—¿Por qué lloras? —quiso saber, y le secó una lágrima.
Él se estremeció ante el contacto, y la miró fijo a los ojos.
—Por vos —confesó.
—¿Cómo? —preguntó ella azorada.
—Sí... Te vi ahí, tan linda, festejando tu cumple... cumpliendo tu sueño con... Thiago, y... me dio así... un... Soy un tarado, ¿no?
—No, sos un divino —respondió ella sonriendo, creyendo que las lágrimas de Rama eran de emoción por su felicidad. —¿Y vos por qué lloras? —cambió de tema él. —No sé si por felicidad o por tristeza —confesó Mar sonriendo.
—Se nota que es por felicidad —dijo Rama con dolor. —Pero también por tristeza... —aclaró Mar—. Estoy segura de que me besó para hacerse el canchero delante de os chetos —dijo dándole la razón a esa voz que no la dejaba en paz—. Y encima el grisín ese de Tefi vino furiosa, le pegó :a cachetada y se fue. —¿Y Thiago qué hizo?
—Se fue a frenarla, y yo me vine... No me iba a quedar ihí para que me miraran los chetos como la fácil que se anzó Thiago. Bah, no estoy tan segura... —dijo ya cuesnándose—. A lo mejor me besó porque le gusto de verid... ¿Vos, qué pensás? —dijo apelando al Rama amigo.
—¡Que me cansó tu novelita! —estalló finalmente Rama, rto de estar en ese lugar.
Mar se quedó impávida, iba a preguntarle por qué le iblaba así, cuando irrumpió Thiago en la habitación. —¿Mar, estás acá? —dijo entrando, y sonrió al verla allí
a Rama. Pregúntale a tu galán por qué te beso —le dijo malhudo y en voz muy baja Rama a Marianella. Y salió. —Qué haces acá? —preguntó Thiago acercándose a Mar, ir del beso ya se sentía con derecho a pararse bien de ella—. ¿Por qué te fuiste? —Porque vos estabas con la cheta. —Se enojó y se fue —explicó Thiago—. Yo le quise explico no creo que me pueda entender. —6Que te pueda entender qué? —Que te amo, Mar, y que por eso te besé. Ella se estremeció ante esa declaración, sin embargo resí sin saber muy bien por qué decía lo que decía.
- Mentira! Para vos yo soy un fusible y, apenas me e, me tiras al tacho...
—¿Qué decís? —le preguntó él extrañado—. Yo te amo de verdad, Mar.
—No digas esas cosas así nomás —le exhortó ella, pidiéndole de cierto modo que diera más pruebas de veracidad.
—Mar, yo lo siento de verdad, estoy muerto con vos —confesó sin especular él—. Y no quiero joder, ni usar el fusible, ni nada de eso.
—¿Y qué querés?
—Que seamos novios. Que seas mi novia.
—¿La tuya? —replicó ella, tomada por completo de sorpresa.
Con dolor, Rama oyó toda la conversación desde el patio. Y se preguntó qué hacía parado ahí, escuchando como una chusma de barrio. Entonces se alejó, sabiendo que no tenía a dónde ir. Sólo sentía que no quería quedarse en el patio, mientras Mar le daba un segundo beso a su flamante novio, Thiago.         
—¡Una de cal y una de arena, che! —exclamó Bartolomé cuando Malvina le dijo que habían fijado fecha para el casamiento con Nicky.
—¿Hay facturas de cal y de arena? —preguntó azorada alvina, mirando las facturas que había sobre un plato en mesa
—¡Pero no, bólida! —dijo Bartolomé tomando un cañono de dulce de leche—. Digo que tenemos una buena notiy otra mala. La buena es que al fin te casas. La mala es.
Es que Thiaguito se encamotó con Marianegra y andan besuqueándose por ahí.
A Malvina no le importaba nada, ni el metejón de Thiaguito,  ni Marianella, nada. Sólo su casamiento, para el que había comenzado con los preparativos, con la ayuda de Cielo, a la que había recurrido apenas dado el sí. «Ami, sé que estás re feliz por mí, y te voy a necesitar híper mucho!», le a Cielo cuando le dio la buena nueva. Y ella le resdió que estaba dispuesta a ayudarla en lo que necesitara. Por su parte Bartolomé estaba pensando en la mejor manera de recordarle a Marianella cuáles eran los límites ella había cruzado con desfachatez. Ese beso que había no lo había sulfurado hasta el borde del soponcio, pero luego, más tranquilo, pensó que tal vez ésa era la ocasión a el desengaño amoroso con el que pretendía romper el corazón de su hijo para volver a alejarlo y mandarlo a Londres
. Sólo debía obligarla a desairar a Thiaguito.
—Tenga cuidado, mi señorrr —le dijo Justina—. La hormoona adolescente es amiga de la insurrección. Marianegra es rrrebeldona, se envalentona fácil, y como buena chiruza, el beso del señorito la habrá insuflado de aires de señora.           
—No te preocupes, Justin, sé cómo tratarla. Hasta el más rebelde le tiene miedo a la muerte.
Una noche, unos días después de aquel primer beso, Bartolomé encargó a Justina que retuviera al resto de los chicos con alguna excusa. Marianella estaba sola en la habitación y, como todas las noches, Thiago la llamó al celular que le había regalado para desearle dulces sueños. Bartolomé esperó paciente a que ella cortara, y le dejó creer que no había visto que escondía el celular cuando entró en la habitación.
—Hola, Marita —le dijo con una sonrisa inocente—. ¿Hablas sola, che?
—Estaba leyendo en voz alta —mintió ella, consciente de que no había cerca ningún libro que lo probara.
Él la miró unos segundos con una sonrisa, y luego, como un animal de presa, se acercó a ella con un salto bestial, la tomó con fuerza de un brazo y la sacó a la rastra de la habitación.
—¡Ni se te ocurra hablar! —le advirtió feroz cuando ella atinó a hacerlo.
Sin agregar nada más, con violencia, la arrastró hasta el jardín. Era una noche fría y sin luna, las lápidas del pequeño cementerio familiar eran sombras grisáceas. Bartolomé la condujo sin soltarla hasta detrás de las lápidas, donde ya había una pala clavada en la tierra.
—¿Qué pasa? —preguntó Marianella al borde del llanto.
Él la soltó, mientras se acomodaba la camisa, y volvió a serenarse y a esbozar su sonrisa más falsa.
—Ay, Marita, Marita... ¿Qué hiciste, mi amor?
Ella no respondió; sabía de qué hablaba, sabía que por más que habían intentado mantenerlo en secreto, Bartolomé se había enterado de que ella y su hijo estaban teniendo un romance. Bartolomé le señaló la pala.
—Agarra... sin miedo, ¡vamos! Agarra la pala.
Mar la tomó, sin entender aún lo que estaba ocurriendo.
—Violaste una regla de oro, querida —dijo Bartolomé mientras sacaba un pañuelo y limpiaba los cristales de sus anteojos—. «No te acercarás a Thiaguito» —pronunció con lentitud cada palabra y movió la mano en el aire, como si la dibujara; luego se agachó para acercarse bien a ella, y le dijo con tono bestial, al oído—: ¿Pensaste que con mi hijo te ibas a salvar? A vos nadie te salva, mi vida. Estás en mi poder, y yo estoy en todos lados. Vos respiras, y yo te escucho. Soy el dueño de tu vida, y de tu muerte.
Hizo un breve silencio, se volvió a incorporar, y con tranquilidad y una entonación sumamente siniestra le dijo
—Cava ahí. ¿Quién mejor que vos para cavar tu propia nimba? Si es lo que empezaste a hacer sólita cuando te acercaste a mi hijo... Ya encargué tu placa, dice: «Aquí yace una que no entendió nada».
La observó con detenimiento, se acercó una vez más a su cara y dijo muy cerca de su oído, con la intención de concluir rápido ese terrorífico encuentro:
—A ver si entendés mejor ahora: si mi hijo se acerca a vos, le decís que no querés saber nada más con él, que no :e interesa, que jamás te interesó. ¿Estamos, Marita? Ahora cava... cava.
Permaneció allí unos minutos, mientras ella dio unas cuantas paladas en la tierra, temblando de frío y de miedo, y luego se retiró, tranquilamente, dejándola allí, aterrada en medio de la oscuridad total, y rodeada de lápidas.   
Nicolás había llevado a Cristóbal a la clínica para hacerle el último de los estudios, había que descartar que no hubiera heredado la enfermedad de Carla. Hasta el momento todos los estudios habían dado bien, pero éste era el definitivo el más importante. Cristóbal estaba un tanto fastidiado por tener que concurrir todas las semanas al consultorio de médico, pero aceptaba ir sin quejas a cambio de algunas concesiones, en general, permisos para investigar por su cuenta las pistas de Eudamón.
La noche en que la totecona y la mansión Inchausti vibraron, Cristóbal elaboró una teoría que su padre descartó de cuajo por disparatada. Esa idea de que la totecona había señalado la mansión Inchausti para Nico no tenía ningún sentido, pero no encontró nada de malo en que Cristóbal fuera a investigar en la mansión, con la ayuda de sus amigos; era mejor que estuviera jugando allí que fuera de casa. Por eso al regresar de la clínica, Nico lo llevó a la Fundación y Cristóbal salió en busca de los chiquitos, mientras él fue en busca de Malvina, a la que encontró hojeando muestras de tarjetas de invitación para el casamiento. Nico sólo le pidió poner la fecha una vez que hubiera terminado con los estudios de Cristóbal, y Malvina aceptó sin dudarlo.
Cristóbal tenía un plan de acción muy elaborado. Reunió a Lleca, Monito y Alelí en la cocina. Cielo les preparó la merienda y fue a sacar la ropa limpia del lavarropas. Mientras tomaban la leche, Cristóbal indagó a los chicos sobre el temblor ocurrido unos días antes. Cielo los escuchaba hablar con una sonrisa desde el lavadero, junto a la cocina.
—¿Quién sintió la vibración la otra noche?
—¡Todos, boncha! —dijo Lleca.      
—Bien... ¿y dónde fue el epicentro?
—¿Eh? —todos lo miraron con desconcierto.
—El epicentro —explicó Cristóbal—. El lugar donde más se sintió la vibración.
—No sé, se sacudió toda la casa —dijo Alelí.
—Para mí donde se debe haber sentido re fuerte es en el sótano —dijo Monito mientras le robaba una porción de torta a Alelí.
—¿Qué sótano? —preguntó Cristóbal interesado.
—¡Cualquiera! —dijo Lleca—. Dice cualquier cosa, acá no hay ningún sótano.
—¡Sí que hay! —exclamó Monito—. La urraca baja todos los días.
Lleca y Alelí lo miraron intrigados, en todos esos años viviendo allí jamás habían visto un sótano.
—¿A dónde baja? ¡No mientas, Monito! —lo reprendió Alelí.
—¡Por acá baja! —dijo Monito, enojado, y para demostrarlo, fue hasta el hogar a leña, y abrió la puerta trampa como varias veces había visto hacer a Justina, mientras él, escondido bajo la mesa, robaba comida.
Se quedaron absortos cuando vieron la puerta trampa abriéndose, y todos, menos Monito, dejaron sus chocolatadas a medio tomar y se escabulleron por la pequeña aberura dentro del hogar a leña.
Los días eran largos para Luz, sobre todo cuando su madre se ausentaba durante todo el día. Para no perder la noción del tiempo, al no poder ver el sol, Justina le había impuesto un estricto organigrama de tareas y horarios. De lunes a viernes se levantaba a las ocho, Justina le preparaba el desayuno, y le dejaba tarea suficiente para toda la mañana. Al mediodía, Justina bajaba con el almuerzo, comían juntas, y luego Luz dormía dos horas de siesta. Por la tarde, tres días a la semana tenía una rutina de gimnasia, y otros tres días, clases de canto y baile que le daba la propia Justina.
A la hora de la merienda, Justina bajaba y se la preparaba allí mismo, en una pequeña cocinita. Luego de la merienda, era la hora del cine; Justina dejaba el proyector funcionando, y Luz veía una y otra vez las mismas viejas películas. Para ella, el mundo en el que vivía tenía los colores y las ropas de las películas de los años cincuenta. Por la noche cenaban juntas, luego Luz veía una segunda película, y luego, bien tarde en la noche, Justina regresaba para peinarla, acostarla, y contarle un cuento hasta que se quedaba dormida.
Esa tarde estaba jugando con su muñeca Alitas, una muñeca de trapo y rizos rubios, con dos alitas de tela amarilla, esperando a que llegara Justina a prepararle la merienda, cuando creyó oír voces y algunos ruidos junto a la puerta del sótano. Con el corazón golpeándole el pecho, se acercó a la puerta para escuchar mejor. No había dudas, allí afuera alguien hablaba.
—¡Guau! ¿Qué es esto? —alcanzó a oír.
—¿No lo conocías? —dijo una voz aguda, de mujer o de nene, pensó Luz.
—¿Vos tampoco Lleca? —oyó, y repitió modulando sin sonido «¿Lleca?».
El terror la asaltó de golpe. Pensándolo bien, ya habían pasado quince minutos de la hora de la merienda, y su madre no había bajado. Temió lo peor: las tropas enemigas habían tomado la vieja casa abandonada en cuyo sótano ella vivía, habían capturado —o algo peor— a su madre, ¡y ahora venían por ella! Se apartó de la puerta y se escondió bajo las tablas del pequeño escenario que había en el sótano, y se abrazó fuerte a su muñeca Alitas.
Afuera, a pocos centímetros de la falsa pared de piedra, estaban Lleca, Cristóbal, Monito y Alelí, todos fascinados con el descubrimiento. Monito se ufanaba de ser el único que conocía ese secreto, mientras terminaba de tomar la chocolatada que se había traído. Alelí estaba un poco asustada y quería irse, en tanto Lleca vislumbraba la posibilidad de encontrar una salida secreta por la que salir a hacer sus excursiones, una vez por semana. Lleca tenía su propio negoció montado: proveía cada día a sus amigos de la calle de algunas mercancías de las que no le rendía cuenta a Justina. Pero si lo que decía Monito era verdad, y Justina bajaba con frecuencia a ese lugar, lo mejor que podían hacer era irse.
Cristóbal estaba concentradísimo en el lugar, y miraba y tocaba las paredes como buscando algo. Todos vieron extrañados cómo sacó una bolita de vidrio de la mochila que siempre llevaba consigo, y la apoyó en el piso. La bolita, suavemente, empezó a deslizarse por una bifurcación del pasillo.
—¡Por acá! —dijo señalando en la dirección por la que avanzaba la bolita, un pasillo que se volvía cada vez más oscuro, hasta desaparecer.
—¿Por acá qué? —dijo Lleca con cierto resquemor.
—Es una pendiente... Tenemos que ir a la parte más baja de la casa —explicó Cristóbal.
—¡Pero está oscuro! —exclamó Alelí, al tiempo que Cristóbal ya sacaba una linterna de su mochila.
Cristóbal encabezó la excursión por ese pasillo que bajaba gradualmente, y los otros lo siguieron, entre excitados y asustados.
Cuando Cielo regresó del lavadero con el cesto con la ropa para colgar, se sorprendió al ver que los chiquitos no estaban ahí y que habían dejado la merienda a medio tomar. Supuso que habían salido a jugar al jardín, pero tampoco ataban allí. Se preocupó y los buscó por toda la casa, y por exterior; no estaban por ningún lado. Ya muy inquieta, regresó a la cocina, pero los chiquitos no habían regresado. Algo en su interior se puso alerta: había pasado poco tiempo desde el espantoso episodio del secuestro de Cristóbal, Cielo emió que hubiera pasado lo mismo. Estaba por tomar el :eléfono para llamar a Nico, cuando vio una gomita para el cabello tirada junto al hogar a leña. Se agachó para levantarla. Era de Alelí, ella misma se la había colocado esa mañana cuando la había peinado. El corazón de Cielo latía cada vez más fuerte, y allí, en cuclillas, con la gomita en la mano, vio la pequeña abertura de la puerta trampa. Azorada, asomó su cabeza, y descubrió el escueto pasillo de piedra que des
cendía. No había dudas, los chiquitos estaban allí. Se deslizó a través de la puerta trampa y empezó a caminar por ese pasillo.
Luz había dejado de oír las voces, pero estaba convencida de que regresarían. Ya no había dudas, los enemigos habían atrapado a su madre y habían descubierto su escondite. Si permanecía allí, no tendría chance de escapar cuando descubrieran la puerta camuflada. Con verdadero terror, desobedeció por primera vez en su vida la orden que más le había repetido su madre, y abrió la puerta.
Asomó al pasillo oscuro. Las voces se oían, pero muy lejanas, como un débil murmullo, hacia su izquierda. Luz empezó a avanzar por el pasillo, que era un mundo desconocido para ella. Y de pronto una aparición la paralizó, por el extremo del pasillo avanzaba una mujer joven, rubia, de ojos muy grandes. Era Cielo. Sus ojos aún no terminaban de acostumbrarse a la oscuridad del pasillo, pero empezó a distinguir algo blanco que se movía, divisó el cabello largo y lacio de una nena que la miraba con aprehensión. Sintió una profunda puntada en su pecho. Su cabeza pareció contraerse, y de pronto las paredes empezaron a girar a su alrededor, y sin entender aún lo que pasaba, sintió que su cabeza impactaba con fuerza contra el piso duro y frío. Y mientras todo se oscurecía y ella se hundía en el vacío, llegó a percibir que se estaba desmayando.

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