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Capitulo 9 Ganas de volar





Lee el capitulo 9 del libro "La isla de Eudamón" clikando a Leer Mas


Había llegado septiembre, y todos estaban influidos por la proximidad de la primavera. El amor del payo y la gitana era cada vez más apasionado, y no perdían la ocasión de demostrarse lo que sentían en cada rincón en el que podían esconderse. Discutían con vehemencia todo el tiempo, y se reconciliaban al instante, con la misma pasión.
La complicidad de Rama había liberado a los novios clandestinos de las sospechas de Bartolomé, que, sin embargo, tenía una corazonada de que le mentían. El director había hablado con Mar para reavivar su amenaza, en caso de descubrir que le hubieran mentido, pero ella, envalentonada por el amor y por la primavera inminente, no temía mentirle con descaro.
Rama no estaba para nada feliz con el rol que le tocaba en esa mentira, sin embargo se había cansado de ser el pobre chico sufrido, y estaba teniendo su propia rebelión: en secreto, había empezado a estudiar en un colegio nocturno. Cada noche se escapaba de la mansión para asistir a sus clases, donde por fortuna conoció a Brenda, una chica un poco más grande que él, de unos ojos verdes hipnóticos, y con un humor y desparpajo que lo cautivaban.
La aparición de Alex había distraído un poco a Cielo de su angustia por los preparativos para el casamiento de Nico y Malvina, que sería el siguiente viernes. Alex resultó ser un hombre encantador, y muy divertido, aunque la extraña amnesia que padecía dificultaba un poco la construcción del vínculo.
Él le había contado lo que sabía de su enfermedad: un día había sido encontrado en un parque, totalmente desorientado. Lo único que recordaba era su nombre. Fue trasladado a un hospital, y de allí a la clínica del doctor Ambrosio, donde descubrieron que había sufrido un fuerte golpe en la cabeza; posiblemente había sido asaltado. Tenía una lesión que le había ocasionado la pérdida total de su memoria, pero ese no era el único síntoma del cuadro, sino que descubrieron además que tenía una disfunción en su memoria temporal. Toda la información que incorporaba la olvidaba a los pocos minutos, o a lo sumo en horas. Algunas veces lograba retener ciertos datos durante un día completo pero al despertar al día siguiente ya los había olvidado. Además de su nombre, recordaba también cómo tocar la guitarra, y era por eso que muchas veces creía estar componiendo una canción, cuando en realidad se trataba de recuerdos borrosos de canciones conocidas.
Aunque era algo desesperante, dejaba de preocuparse al olvidar también el diagnóstico médico. Para poder ir reconstruyendo su memoria, habían implementado un sistema de anotaciones: cada cosa importante que iba incorporando la anotaba en un papelito antes de olvidarla. En la habitación de la clínica en la que vivía, tenía un gran cartel donde habían escrito lo que le había ocurrido, el diagnóstico y las instrucciones del tratamiento. A partir de todos los papelitos con anotaciones, cada día intentaba reconstruir lo que le había sucedido, y todo lo que fue viviendo a partir del accidente. Felizmente había logrado algunos avances; ya hacía un tiempo que al despertar recordaba estar amnésico y también la clínica donde se estaba tratando.
La relación con Cielo fue creciendo a pesar de esta dificultad. Se veían dos veces por semana, cuando ella concurría a su propio tratamiento en la clínica. También empezaron a hablar por teléfono, y a encontrarse para charlar. Alex había anotado con letra bien grande en sus papeles: «Conocí a Cielo, la chica más hermosa que vi en mi vida, dentro de lo que recuerdo. También es amnésica y somos amigos. Por ahora».
En sus charlas, Cielo muchas veces le había contado su dolor por el casamiento de Nico, aunque le pedía que no anotara eso, para no recordarlo al día siguiente.
Cuando Cielo le presentó a Alex, Nico había tenido un sueño, donde descubrieron que había sufrido un fuerte golpe en la cabeza; posiblemente había sido asaltado. Tenía una lesión que le había ocasionado la pérdida total de su memoria, pero ese no era el único síntoma del cuadro, sino que descubrieron además que tenía una disfunción en su memoria temporal. Toda la información que incorporaba la olvidaba a los pocos minutos, o a lo sumo en horas. Algunas veces lograba retener ciertos datos durante un día completo pero al despertar al día siguiente ya los había olvidado. Además de su nombre, recordaba también cómo tocar la guitarra, y era por eso que muchas veces creía estar componiendo una canción, cuando en realidad se trataba de recuerdos borrosos de canciones conocidas
Aunque era algo desesperante, dejaba de preocuparse al olvidar también el diagnóstico médico. Para poder ir reconstruyendo su memoria, habían implementado un sistema de anotaciones: cada cosa importante que iba incorporando la anotaba en un papelito antes de olvidarla. En la habitación de la clínica en la que vivía, tenía un gran cartel donde habían escrito lo que le había ocurrido, el diagnóstico y las instrucciones del tratamiento. A partir de todos los papelitos con anotaciones, cada día intentaba reconstruir lo que le había sucedido, y todo lo que fue viviendo a partir del accidente. Felizmente había logrado algunos avances; ya hacía un tiempo que al despertar recordaba estar amnésico y también la clínica donde se estaba tratando.
La relación con Cielo fue creciendo a pesar de esta dificultad. Se veían dos veces por semana, cuando ella concurría a su propio tratamiento en la clínica. También empezaron a hablar por teléfono, y a encontrarse para charlar. Alex había anotado con letra bien grande en sus papeles: «Conocí a Cielo, la chica más hermosa que vi en mi vida, dentro de lo que recuerdo. También es amnésica y somos amigos. Por ahora».
En sus charlas, Cielo muchas veces le había contado su dolor por el casamiento de Nico, aunque le pedía que no anotara eso, para no recordarlo al día siguiente.
Cuando Cielo le presentó a Alex, Nico había tenido un ecceso irracional de celos. No pudo denostarlo todo lo que hubiera querido por respeto a su enfermedad, pero odiaba verlos reírse juntos. Lo que más lo exasperó fue cuando Cielo le propuso ofrecerle su loft a Alex cuando él se mudara a la mansión, donde viviría provisoriamente al casarse. Alex ocupaba una habitación de la clínica, y el doctor Ambrosio concordaba con Cielo que eso no ayudaba en su proceso de recuperación. Nico se esforzó por superar los celos, y concentrarse en su elación con Malvina, quien se desbordaba más y más a Tiedida que se acercaba el casamiento. Tanto Nico como Bartolomé estaban tan inmersos en estos menesteres que ninguno se percató de las actividades de Cristóbal y los chiquitos.
Por supuesto el pequeño no había olvidado el descubrimiento de la habitación secreta, ni su corazonada respecto e la vinculación de ésta con la isla de Eudamón. Y no se craivocaba. Con la ayuda de Monito, Lleca y Alelí se dispuso confirmar su hipótesis. Pidió a Lleca y Alelí que activaran i totecona mientras él y Monito volverían a la habitación ecreta para comprobar si allí ocurría algo.
La puerta trampa bajo el hogar a leña de la cocina había do clausurada y disimulada luego del episodio en que Cielo . había encontrado y casi había descubierto a Luz. Por eso ristóbal y Monito habían llevado a cabo un trabajo de indigencia, espiando a Justina, y finalmente la habían visto escender por una escalera oculta entre las lápidas del equeño cementerio familiar. A Monito le daba un poco de avor descender entre las lápidas, pero Cristóbal estaba ostumbrado; le explicó que las pirámides egipcias eran, i efecto, tumbas, y que no había nada aterrador en ellas. A partir de ese descubrimiento, habían podido regresar a los túneles subterráneos y lograron encontrar el camino ara llegar a la habitación secreta. Una vez en ella, se comucaron a través de walkie talkies con Lleca y Alelí, que espeban instrucciones en el loft, y aunque la señal no era tena, lograron escuchar que Cristóbal les decía: «¡ahora!» Lleca y Alelí abrieron la tapa de la caja de acrílico, y si en sabían por Cristóbal lo que ocurriría, se asustaron mucho cuando todo volvió a vibrar, y pequeños objetos metálicos empezaban a pegarse a las paredes de la caja.
Cielo pinchó sin querer a Malvina con un alfiler mientras le probaba el vestido del civil. Tacho y Jazmín se chocaron las frentes mientras se besaban escondidos en el baño de la planta alta. Rama tranquilizó a Brenda, con quien estaba estudiando en ese momento en su cuarto. Le aseguró que esa vibración era algo común en ese lugar. Nico y Bartolomé, que tomaban un café en la cocina, se miraron azorados, y Nico entendió que Cristóbal estaría siguiendo su corazonada. Mar y Thiago estaban escondidos en el altillo de Cielo, y se abrazaron, dándole la espalda al mecanismo del reloj, y no advirtieron que un extraño destello había surgido durante una fracción de segundo en el centro de éste.
Frente a la mansión, en el local de la planta baja del loft, el flamante dueño del negocio de antigüedades percibió el punto del cual provenía el temblor y miró intrigado hacia el techo.
La vibración y el sonido habían crecido y crecido, y finalmente la totecona volvió a girar con un movimientobrusco, y la punta de la cuña señaló nuevamente hacia la mansión. En ese momento, en la habitación secreta, se abrieron dos paneles de los que revestían las paredes. Cristóbal y Monito vieron atónitos cómo detrás de éstos, en un pequeño nicho, había un cubo transparente, de aspecto y tamaño similar al de un cubo mágico, que giraba sobre su eje, produciendo un zumbido muy agudo y una luminosidad multicolor. Cristóbal, fascinado y orgulloso de sí mismo por haber estado acertado en su corazonada, estiró su mano para tomar el cubo.
—¡No lo toques, pancho! —intentó frenarlo Monito.
Pero ya era tarde, Cristóbal tocó el cubo y, apenas lo hizo, salió despedido hacia atrás, como si hubiera recibido una descarga eléctrica, y quedó inconsciente en el piso.
Muy asustado, Monito intentó reanimarlo, pero Cristóbal no reaccionaba, entonces presionó la pared biblioteca como había visto hacer a Bartolomé, y salió corriendo por el escritorio en busca de ayuda. Desesperado y tartamudeando le informó a Nico lo que había ocurrido, y éste salió disparado hacia la habitación secreta, Bartolomé fue tras él.
Pero al llegar se encontraron con Jásper, que estaba reanimando a Cristóbal.
—Jásper... ¿qué hace acá? —indagó Bartolomé, azorado.
—Hay juguetes que son peligrosos para los niños —dijo el jardinero con su voz profunda e intrigante.
Nico examinó a Cristóbal, para asegurarse de que no tenía heridas.
—¿Qué pasó, hijo?
—La pista, pa... hay una pista... —dijo Cristóbal, débil, señalando el tablero tras el cual había visto el cubo, y que ahora estaba cerrado.
—Después me contás, papú —le dijo Nico, apresurándose a llevarlo al loft para que Mogli lo examinara. Mogli era médico sanador en su comunidad.
Mogli se irritó cuando tuvo que asegurarle por décima vez a Nicolás que Cristóbal estaba en perfecto estado. Y el niño se impacientaba por hablar de su descubrimiento, pero en ese momento golpearon a la puerta. Mogli abrió, y allí estaba Jásper, que miraba a Nicolás con sus ojos profundos.
—Jásper... pase —lo invitó, extrañado, y se quedó mirando a ese hombre con el que casi ni había cruzado palabra,
pero le resultaba muy enigmático. Luego agregó: —Muchas gracias por ayudar a Cristóbal.
—Pensé que el niño merecía una recompensa después de semejante esfuerzo —dijo el misterioso jardinero, y sacó de su bolsillo una franela que envolvía algo.
Cristóbal abrió grandes los ojos cuando Jásper retiró el paño para dejar al descubierto el cubo de cristal que lo había hecho desmayar. Nico, Mogli y Cristóbal lo examinaron de cerca: era completamente transparente, de vidrio, y en cada cara resaltaban extrañas inscripciones.
—¿Usted sabe lo que es esto? —preguntó Nico a Jásper.
—Como bien adivinó el pequeño investigador, supongo que tiene que ver con lo que buscan.
—¿Sabe acaso lo que buscamos? —inquirió Nico muy intrigado.
—No es un secreto que busca la isla de Eudamón, ¿verdad?
—¿Usted sabe algo de eso?
—Yo soy un simple jardinero, pero a pesar de los años que han pasado desde la desaparición física de don Inchausti, aún le guardo lealtad.
A Nico le llamó la atención que hubiera dicho «desaparición física» en lugar de muerte.
—Don Inchausti me encargó que custodiara lo que guardaba en esa habitación secreta —continuó Jásper—, pero me pidió que no interfiriera si alguien accedía a sus secretos. Y eso, creo, ocurrió hoy.
—¿Inchausti sabía algo de la isla de Eudamón.
Jásper se tomó un buen tiempo para responder. Miró muy seriamente, con sus ojos profundos, a Nico, y finalmente reveló.
—Lo único que sé es que don Inchausti estuvo allí, y volvió siendo otro. Algunos dicen que se volvió loco... —dijo sonriendo por primera vez, y concluyó—: Para mí siempre será mi amigo.
—Cuando dice «estuvo ahí», ¿quiere decir que estuvo en Eudamón?
—¿Y de qué estamos hablando, señor Bauer?
—¿Y por qué algunos dijeron que se volvió loco?
—No todos están preparados para llegar a Eudamón y salir sanos —concluyó Jásper.
Apenas dos metros debajo de ellos, el propietario del local de antigüedades escuchaba lo que se hablaba en la planta alta, a través del ducto de ventilación que conectaba el local con el loft.
Jásper no dijo más aquella noche, pero los dejó en un estado de euforia y excitación que les duró varias horas. Nunca se habían sentido más cerca de la isla de Eudamón. Estuvieron examinando el cubo hasta entrada la madrugada, pero no hallaron nada significativo, más que algunas palabras inscriptas en prunio antiguo sobre las caras del cubo. Habían podido identificar y traducir una frase que significaba: «El palacio de los tres reyes».
Alrededor de las cuatro de la madrugada los venció el sueño, guardaron en una caja fuerte el cubo, y se fueron a dormir. Nico acompañó a Cristóbal hasta el entrepiso, donde solía dormir, y lo arropó, felicitándolo por haber seguido su corazonada.
Veinte minutos más tarde, cuando todos dormían, se oyeron de pronto un fuerte estruendo, algunos susurros y ruidos de pasos. Mogli pegó un salto, alerta, como un animal salvaje, despertando a Nicolás, que encendió rápidamente una luz.
Dentro del loft había tres hombres vestidos íntegramente de negro, encapuchados y armados. Nico estaba paralizado y Mogli tuvo el instinto de correr a proteger a Cristóbal, pero apuntándolo le ordenaron que no se moviera, mientras uno de los matones bajaba a Cristóbal del entrepiso, y otro le acercó un celular a Nicolás.
—Te van a hablar —dijo el matón.
—Está bien, pero bajá el arma. Bajen las armas.
El matón lo ignoró y digitó algo en el celular. De inmediato se oyó una voz muy grave, evidentemente procesada con un modificador de voz.
—Bauer, te habla Marcos Ibarlucía.
—¿Qué querés, basura? —dijo Nico comenzando a comprender lo que estaba ocurriendo.
—Estando Cristóbal presente, creo que no te conviene provocarme, a no ser que quieras que algunos secretos salgan a la luz.
Nico miró a Cristóbal, que lo miraba sin comprender, asustado, y con la respiración ya entrecortada.
—¿Qué querés? —dijo Nico, contenido.
—Sé que encontraste un objeto de cristal macizo, en forma de cubo. Quiero que se lo entregues a mis hombres.
Nicolás comprendió que no tenía alternativa, y entregó a los matones el cubo de cristal.
—Lo tenemos, señor —informaron por el celular.
—Perfecto. Tráiganlo —contestó desde su local de antigüedades el propietario cuyo verdadero nombre no era James Jones, sino Marcos Ibarlucía.
—Bauer, te habla Marcos Ibarlucía.
—¿Qué querés, basura? —dijo Nico comenzando a comprender lo que estaba ocurriendo.
—Estando Cristóbal presente, creo que no te conviene provocarme, a no ser que quieras que algunos secretos salgan a la luz.
Nico miró a Cristóbal, que lo miraba sin comprender, asustado, y con la respiración ya entrecortada.
—¿Qué querés? —dijo Nico, contenido.
—Sé que encontraste un objeto de cristal macizo, en forma de cubo. Quiero que se lo entregues a mis hombres.
Nicolás comprendió que no tenía alternativa, y entregó a los matones el cubo de cristal.
—Lo tenemos, señor —informaron por el celular.
—Perfecto. Tráiganlo —contestó desde su local de antigüedades el propietario cuyo verdadero nombre no era James Jones, sino Marcos Ibarlucía.
Los matones bajaron del loft y se dirigieron hacia un auto negro, con vidrios polarizados, donde ya los esperaba Marcos Ibarlucía. Uno condujo el auto, mientras Marcos examinaba la pieza de cristal que había robado. En realidad, no la examinaba buscando la información que contenía sino que, conociendo a Bauer, suponía que éste podría haberle puesto un rastreador al objeto antes de entregarlo. Y no se equivocaba, encontró en una de las caras un pequeño chip que Nico había pegado con el objetivo de poder rastrear el objeto. Marcos lo removió y lo arrojó por la ventanilla. Sólo para fastidiarlo, tomó el teléfono y lo llamó, activando el modificador de voz.
—Bauer... sos tan básico —dijo Ibarlucía.
—Y vos tan cobarde —respondió Nico—. No sólo no das la cara, sino que mandas matones armados para robarme... ¿Por qué no venís vos?
—Te encantaría conocerme la cara, ¿no?
—Yo creo que la voy a conocer en breve —respondió Nicolás, y Marcos se rio.
Cortó el teléfono y frenaron junto a una camioneta. Los secuaces se bajaron y se marcharon en el vehículo, y Marcos continuó en su auto, hasta el puerto, donde tenía amarrado el yate en el que vivía. Permaneció unos cuantos minutos en el auto, examinando con fascinación el cubo de cristal. Tomó una lupa y comenzó a examinar detenidamente las inscripciones, pero de pronto algo le llamó mucho la atención: en una ranura de unas de las caras, había un objeto metálico pequeñísimo encastrado. Lo removió y lo observó con detenimiento, y de pronto tuvo un sobresalto. Bauer había puesto un rastreador, pero no era el que había removido. El que tiró por la ventanilla era un simple señuelo, y el que tenía en ese preciso momento en sus manos era el verdadero rastreador. Miró por el espejo retrovisor del auto y se quedó perplejo al ver que algunos metros detrás de su auto acaba de estacionar el jeep de Nico. Aunque aún no había amanecido, pudo distinguir la silueta de Bauer recortada sobre el jeep.
Ibarlucía no tenía escapatoria; no podía huir en su auto ya que el jeep le obstruía la salida del estacionamiento del amarradero del puerto. Miró la parte trasera del auto, donde tenía algunas de las antigüedades del negocio que había abierto como fachada para poder espiar a Bauer. Entre los objetos divisó una antigua máscara de Gilgamesh, el mitológico rey de Babilonia. Mientras tanto Nicolás ya había bajado del jeep y avanzaba lentamente hacia él. Se colocó la máscara para ocultar su rostro, se guardó el cubo en un bolsillo, y sacó un arma de la guantera pero, cuando fue a descender del auto, notó que había perdido de vista a Bauer. Y cuando estaba por asomarse nuevamente sintió cómo una mano le sujetaba la suya, en la que tenía el arma. Con un rápido movimiento Nico lo obligó a soltarla y se trabaron en una lucha.
Ibarlucía era millonario y muy poderoso, pero a la hora de la fuerza física, funcionaba de manera bastante pusilánime. Poco le costó a Nicolás reducirlo y sujetarlo, boca arriba, en el piso.
—Parece que no soy tan básico, Ibarlucía —dijo Nico con satisfacción—. El básico fuiste vos que te creíste el rastreador señuelo. Y parece que al final te voy a ver la cara... Te voy a sacar la máscara, payaso.
Y se dispuso a quitarle la máscara, pero en ese momento la linterna del cuidador del estacionamiento los iluminó. Nico se distrajo e Ibarlucía le pegó tal rodillazo en la entrepierna que lo hizo contraer de dolor. Entonces Ibarlucía aprovechó para escapar, pero Nico se tiró tras él y consiguió taclearlo. Al caer, el cubo de cristal salió despedido del bolsillo del saco de Marcos. Nico quiso alcanzarlo, pero Ibarlucía lo agarró primero, y corrió hacia el perímetro del estacionamiento que ¿aba al río. Nico lo siguió y vio que Ibarlucía extendía su :razo con el cubo hacia el río. Comprendió de inmediato sus atenciones. Sólo le quedaba elegir entre Ibarlucía o el cubo. Su enemigo sabía que él, ante todo, era un arqueólogo empedernido, de modo que arrojó el cubo al agua y Nico se tiró ras él.
Los primeros destellos del amanecer le permitieron encontrar el cubo, que felizmente flotaba; pero había perdido la posibilidad de desenmascarar a su contrincante.
Al día siguiente Nico se puso a controlar a los técnic: 5 de la empresa de seguridad que había contratado luego cí episodio con los matones. Ibarlucía siempre había sido 5 enemigo, su Némesis, siempre había estado detrás de sí pasos; varias veces había logrado arrebatarle algún hallare arqueológico, y muchas más Nico se lo había frustrado. Pe Ibarlucía jamás había cruzado ese límite, nunca había invadido su privacidad. Que se hubiera metido en su casa sigLficaba que sabía que estaba a punto de descubrir algo importante con relación a Eudamón, y que estaba muy interesad] en ello. En cualquier caso, Ibarlucía se había convertido er una amenaza real.
Mientras colocaban alarmas y unas cámaras de seguridad y cambiaban la puerta común por otra blindada, NicJ se asomó al balcón y vio que Mogli se afanaba en distraer 1 Cristóbal, ya vestido con su uniforme para ir al colegio.
Entonces bajó y fue a reunirse con ellos para acompañarlos, pero Cristóbal le dijo que no exagerara.
—No soy un nene, Bauer. No tengo miedo.
—Tengo miedo yo, que soy grande... Hijo, tenes todo di derecho a tener miedo. j
Nicolás estaba tratando de bajarle un poco el pelo, vci encrespado que nunca, cuando vio algo que lo dejó para i zado: a unos veinte metros de donde estaban, de espaldas í1 Cristóbal, avanzaba, muy lánguida y blanca, Carla, la madnÉ de su hijo.
—¡Perfecto, si no tenes miedo, vas con el tío Mogli al ccliJ gio! —se apuró a despacharlos Nico. I
Cristóbal advirtió con suspicacia el repentino cambio ém actitud de su padre, intuyó que algo lo había hecho modMfl
Al día siguiente Nico se puso a controlar a los técnicos de la empresa de seguridad que había contratado luego del episodio con los matones. Ibarlucía siempre había sido su enemigo, su Némesis, siempre había estado detrás de sus pasos; varias veces había logrado arrebatarle algún hallazgo arqueológico, y muchas más Nico se lo había frustrado. Pero Ibarlucía jamás había cruzado ese límite, nunca había invadido su privacidad. Que se hubiera metido en su casa significaba que sabía que estaba a punto de descubrir algo importante con relación a Eudamón, y que estaba muy interesado en ello. En cualquier caso, Ibarlucía se había convertido ei una amenaza real.
Mientras colocaban alarmas y unas cámaras de seguri dad y cambiaban la puerta común por otra blindada, Nic( se asomó al balcón y vio que Mogli se afanaba en distraer Cristóbal, ya vestido con su uniforme para ir al colegio.
Entonces bajó y fue a reunirse con ellos para acompa fiarlos, pero Cristóbal le dijo que no exagerara.
—No soy un nene, Bauer. No tengo miedo.
—Tengo miedo yo, que soy grande... Hijo, tenes todo e derecho a tener miedo.
Nicolás estaba tratando de bajarle un poco el pelo, má encrespado que nunca, cuando vio algo que lo dejó parali zado: a unos veinte metros de donde estaban, de espaldas Cristóbal, avanzaba, muy lánguida y blanca, Carla, la madre de su hijo.
—¡Perfecto, si no tenes miedo, vas con el tío Mogli al colégio! —se apuró a despacharlos Nico.
Cristóbal advirtió con suspicacia el repentino cambio d actitud de su padre, intuyó que algo lo había hecho modiflcar su opinión, pero de pronto Mogli, que también acababa de ver a Carla, se había puesto pálido y lo cargó, evitando que mirara en esa dirección, y se lo llevó hacia el colegio.
Apenas se fueron, Nico corrió hacia Carla, que se había detenido a unos cuantos metros y miraba, con una expresión indescifrable, muy parecida al dolor, a su hijo, que se alejaba.
—¿Qué haces acá?
—Qué grande está... —dijo Carla, sintiendo que no tenía derecho ni a hacer ese comentario.
Nico la observó. Seguía siendo la mujer bella de la que se había enamorado, pero estaba extremadamente pálida, ojerosa, y con una profunda arruga en el entrecejo.
—No podes venir así, Carla.
—Quería verlo.
—¿Ah, sí? ¿De pronto, después de todos estos años queras verlo?
—Me estoy muriendo, Nico. Te sorprenderías de cómo eso cambia las cosas.
—¿Estás mal? —preguntó él, deponiendo un poco su enojo.
—Quiero verlo. Quiero hablar con él.
—Imposible. No... no así, Carla. No es así.
—Sabía que ibas a decir eso...
—Si de verdad querés ver a tu hijo... si de verdad queros volver a él, vamos a hacerlo de a poco... Tenemos que hablar con psicólogos y...
—No tengo tiempo, Nico.
—Lo lamento mucho, no le vas a volver a quemar la cabeza a mi hijo.
Ella lo miró unos instantes, con dolor, tal vez con algún resto del amor que alguna vez le tuvo. Había un dejo de culpa en lo que estaba por hacer, esa culpa que antecede al crimen, ese remordimiento que se siente antes de hacer algo que está mal.
—Hay un... abogado. —comenzó Carla—. Un abogado que va a venir a hablarte...
—¿Abogado?
—Marcos... —comenzó Carla.
—¡Yo sabía! —estalló Nico.
Ahora comprendía que todo estaba conectado: la im ción de matones la noche anterior, el acercamiento de Ib; lucía, la aparición de Carla...
—Marcos quiere algo que vos tenes. Si no se lo entregí te va a iniciar un juicio.
—¿Qué juicio me puede hacer esa basura?
—Estás criando a nuestro hijo como si fuera tuyo, Nico
La voz de Nico comenzó a estrangularse con los grito su garganta parecía estar desgarrándose. No podía entei der que existieran personas tan perversas como Carla.
—¡¿Nuestro hijo?! ¡Pedazo de momia mal conservad ¿Nuestro hijo? ¡El hijo que dejaste tirado como un perro!
—Vos y yo sabemos cómo fue... pero ningún juez va ver con buenos ojos que hayas anotado con tu apellido a u bebé que no era tuyo. Alcanza con decir que nos lo robaste.
—¡Tengo testigos de que no fue así!
—¿Mogli? ¿Tu mamá? Nico... por favor, entendelo... S Marcos te hace juicio, lo vas a perder...
—¿Por qué haces esto, Carla? ¿Por qué? —gritó Nico, a borde del llanto.
—Dale a Marcos lo que te pide —dijo ella con una expresión inequívoca de remordimiento.
Nicolás se secó las lágrimas y dejó de gritar. Se acercó a ella tratando de serenarse, para que sus palabras fueran tomadas en serio.
—Decile a la basura de tu novio... que jamás le voy a dar nada. Y que si se llega a meter con mi hijo, lo mato.
Y se alejó de Carla, dándole la espalda. No vio cómo ella, atormentada, se alejó, llorando.
Desde el interior del local de antigüedades, Marcos Ibarlucía vio cómo Nico volvía a su loft, y oyó cómo rompió uno de los cristales de la puerta de entrada, al cerrarla con furia.
Los chicos de la Fundación habían encontrado una vanante a los robos que debían hacer cada día. Como Cielo había descubierto y desbaratado el taller de los juguetes, los ingresos que éstos producían habían desaparecido, con lo cual los chicos habían sido obligados a redoblar la productividad robando. Pero por supuesto ninguno quería seguir con esa actividad, y a partir del show que habían realizado en el festival, se les ocurrió que tal vez ésa era una buena manera de ganar dinero y dejar el delito.
Comenzaron probándolo algunos días. Se escapaban de la zona donde los habían mandado a robar y se iban a una plaza o una peatonal. Mar, Jaz, Rama y Tacho se sentaban a hacer música, mientras los chiquitos pasaban la gorra. Era una buena solución, evitaban robar y hacían algo que les gustaba. La rentabilidad no era tan buena como la de los robos, pero al menos no tenían que hacerlo tanto como antes.
Una tarde estaban cantando en una plaza. No había sido un día provechoso y sentían muy cerca la presión de Justina, por eso no podían tirar mucho de la cuerda. Justo en el momento en que Tacho vio que Thiago los observaba y se dirigía hacia ellos, Mar, de espaldas a él, propuso:
—Bueno, ya fue, hagamos los rumanos y a lo mejor...
Pero antes de completar la frase, vio que Thiago se aproximaba.
—¿Que hacen? —preguntó Thiago con una sonrisa.
—Nada, acá, haciendo un poco de música —disimuló Tacho.
—Ah, buenísimo... —dijo Thiago con ganas de sumarse—. ¿Y qué es los rumanos?
—¿Eh? —disimularon todos.
—Lo que decías recién, Mar... «Hagamos los rumanos», dijiste.
—Ah, no... Es una canción que escribí—dijo ella—. Les decía que la cantemos, pero no quieren, porque dicen que no les gusta...
—No, la verdad, es horrible... —se plegó Rama.
—Sí, feísima —agregó Jazmín.
—Bue bue, tampoco tanto... —se hizo la ofendida Mar.
—¿Y cómo es? —dijo Thiago.
—¿Cómo es qué? —dijo Mar bastante tensa.
—La canción, Mar... ¿cómo es?
—¿Los rumanos? Eh... —vaciló y miró a sus amigos—. Bueno, en realidad la estoy puliendo, pero...
—Cántala, dale.
—¿La canto?
—Cántala, dale —dijo Tacho ya divirtiéndose con la situación.
Mar lo miró con odio, y empezó a improvisar un rap, acompañándose de movimientos hip hoperos con las manos.
Los rumanos son humanos ...
son hermanos los rumanos...
Los rumanos son hermanos...
tienen manos los rumanos...
Tacho y Rama se prendieron haciéndole una base de hip hop con sonidos vocales, mientras Thiago miraba a Mar con una sonrisa indescifrable. Mar se fue deteniendo a medida que su capacidad de improvisación llegaba a su límite.
Los rumanos son humanos... Fuman habanos los rumanos...
—Y bueno, pulida más, pulida menos, básicamente así sería la canción... —dijo Mar—. ¿Te gustó?
—Horrible —contestó Thiago con carita de asco, y son-
—¿Eh? —disimularon todos.
—Lo que decías recién, Mar... «Hagamos los rumanos» dijiste.
—Ah, no... Es una canción que escribí—dijo ella—. Les decía que la cantemos, pero no quieren, porque dicen que no les gusta...
—No, la verdad, es horrible... —se plegó Rama.
—Sí, feísima —agregó Jazmín.
—Bue, bue, tampoco tanto... —se hizo la ofendida Mar.
—¿Y cómo es? —dijo Thiago.
—¿Cómo es qué? —dijo Mar bastante tensa.
—La canción, Mar... ¿cómo es?
—¿Los rumanos? Eh... —vaciló y miró a sus amigos—. Bueno, en realidad la estoy puliendo, pero...
—Cántala, dale.
—¿La canto?
—Cántala, dale —dijo Tacho ya divirtiéndose con la situación.
Mar lo miró con odio, y empezó a improvisar un rap. acompañándose de movimientos hip hoperos con las manos.
Los rumanos son humanos ...
son hermanos los rumanos...
Los rumanos son hermanos...
tienen manos los rumanos...
Tacho y Rama se prendieron haciéndole una base de hip hop con sonidos vocales, mientras Thiago miraba a Mar con una sonrisa indescifrable. Mar se fue deteniendo a medida que su capacidad de improvisación llegaba a su límite.
Los rumanos son humanos... Fuman habanos los rumanos...
—Y bueno, pulida más, pulida menos, básicamente así sería la canción... —dijo Mar—. ¿Te gustó?
—Horrible —contestó Thiago con carita de asco, y son-
riendo—. ¿Cantamos alguna? —propuso tomando la guitarra de manos de Rama y sentándose en el césped.
Todos se miraron. Sería un desatino hacerlo y regresar a la mansión sin la recaudación diaria, pero a la vez no tenían excusa para negarse y, en el fondo, todos preferían quedarse allí, haciendo música con Thiago, como aquella tarde en el festival.
Decidieron cantar una o dos canciones y luego marcharse, pero terminaron quedándose tres horas cantando, riendo, inventando canciones y soñando con un nuevo show. Cuando regresaron a la Fundación, Justina los esperaba para la requisa diaria, y puso el grito en el cielo cuando le entregaron lo poco que habían recaudado cantando en el o arque.
—¿Ustedes se piensan que porrrque la retarrrdada de la nucamita nos transforrrmó nuestro querido tallerrr en salita le baile esto es el viva la pepa? Estamos en rrrrojo, y si seguinos así, don Bartolomé va a tener que deshacerse de alguios de ustedes. Decime, Marita, ¿te gustaría volver al refornatorio? Y vos, Rrramita, ¿te gustaría que tu hermanita, Jelí... —y al decir «Alelí» acentuó mucho el final del nomire e hizo ademán de escupir en el piso— fuera dada en dopción? Y vos, Tachito, ¿te gustaría una temporadita en
al Escorial? ¿Te gustaría gitanita que te entreguemos al gimo que tanto quería casarrrse con vos? Entonces... —elevó i voz, sin esperar respuesta— vuelven a la calle y traen una jcaudación como corresponde. —Pero se está haciendo de noche... —protestó Mar. —Y se va a hacer más de noche si siguen perdiendo el empo.
Y los chicos tuvieron que salir a robar otra vez, con el isagrado que eso les provocaba.
Tacho robó una cartera, en la que encontró un hermosa üsera dorada, y viendo a Jazmín que más adelante obserba un celular en la mesa de un bar, se le ocurrió regalarla. Ella estuvo encantada con el gesto, y se lo agradeció n un beso.
Al llegar a la Fundación le entregaron a Justina el botín y, aunque no estaba del todo satisfecha, se contentó. Pero cuando se estaban retirando, con sus ojos de lechuza, alcanzó a ver el destello dorado de la pulserita que Jazmín escondía bajo las mangas de su blusa.
—¿Qué escondes ahí? —dijo sujetándola por la muñeca.
—¡Nada! —dijo Jazmín forcejeando para soltarse.
Pero Justina tironeó de su muñeca, levantó la manga y vio la pulsera.
—¡Con que robándole a don Bartolomé!
—¡Es mía!
—Acá no hay nada tuyo. ¡Dámela!
—Es mía, le digo —se mantuvo firme Jazmín.
—Sí, yo se la regalé —dijo Tacho dando un paso adelante.
—¿Qué vas a regalar vos, vikingo mugriento, con qué plata?
Y le arrancó de un tirón la pulsera. Todos vieron el odio en los ojos de Jazmín, pero ninguno anticipó lo que ocurriría a continuación: mientras Justina guardaba en los enormes bolsillos de su amplia falda negra la pulsera con el resto de los objetos robados, Jazmín se le tiró encima, descargando todo el odio acumulado.
—¡Te dije que es mía, vieja yegua!
Justina, azorada, no tuvo tiempo de reaccionar, y su parálisis fue total cuando Jazmín se aferró del turbante negro que Justina siempre llevaba y se lo arrancó. Todos quedaron asombrados ante la larguísima cabellera negra y lacia que quedó suelta. Justina estaba verde, su cara era pura indignación, como si la hubieran desnudado. Con todas sus fuerzas le pegó una bofetada, pero Jazmín había ido demasiado lejos como para retroceder. Se le tiró encima y logró derribarla, y comenzó a pegarle con tanta furia que entre sus tres amigos no podían separarla.
—¡¿Jazmín, que haces?! —se oyó de pronto.
Jazmín reaccionó ante esa voz. Era Cielo, que miraba perpleja cómo Jazmín atacaba a Justina.
—¿Te volviste loca?¿Cómo le vas a pegar a Justina? —ex-
clamó Cielo, apartándola y ayudando a Justina a incorporarse.
—¡Déjame! —dijo Justina hecha una furia—. ¡Déjame que e pongo las tripas de collarrr!
Y quiso avanzar hacia Jazmín, pero Cielo la frenó sujetándola del vestido.
—¡Usted no va a hacer nada!
Pero al tomarla del vestido, el amplio bolsillo de la falda que había quedado maltrecho por la trifulca cedió, y las billeteras, celulares, relojes y alhajas que Justina guardaba cayeron al piso. Cielo abrió grandes sus grandes ojos.
—¿Y eso?
—Eso... ¡es el rrrresultado del liberrrrtinaje! —dijo con rapidez Justina, mientras recogía del piso los objetos—. Les brís la puerta a los mocosos, y te salen a robar.
—¿Qué? —dijo Cielo volteándose a mirarlos.
—Sí, Cielo, ésos son tus chiquis —continuó Justina—. Delincuentes juveniles!
—Díganme que no es cierto —les pidió Cielo, mirándoos con gran dolor.
Desde el piso Justina fulminó con la mirada a los chicos.
—Díganle que no es cierrrrto, a verrr...
Los chicos callaron.
—Ahí tenes su confesión... Y yo les estaba rrrequisando i prueba del delito.
—¿Otra vez? —dijo Cielo con profunda decepción. Y salió.
Los chicos se miraron con gran pesadumbre, pero se asieron en guardia cuando Justina terminó de levantarse el piso y se acercó a Jazmín con su turbante en la mano. acercó el turbante a la nariz y la amenazó.
—¿Oles, gitana? Es el olor de la muerrrrte.
Y salió, calzándose el turbante.
La condición para que exista cualquier tipo de abuso el silencio. El abusador despliega su poder sobre aqu líos que, por alguna razón, están impedidos de hablar.
Durante años en la Fundación BB se mantuvo el suene entre los menores por medio del miedo y el terror. Para u niño la posibilidad de perder el mundo que los contiene e una pesadilla pavorosa. Los chicos de la Fundación callaba por miedo a perder lo poco que tenían. Callaban por mied y vergüenza.
Esa noche, como tantas noches, todos descansaban en su camas, acallados por el mismo temor de siempre. Mar estab con las frazadas hasta la nariz, temblando, sin poder templa su cuerpo. Una inquietud, una angustia, una desazón.
Esto que yo siento acá, que no lo puedo explicar.. Esto que me pasa, estas ganas de volar..
El celular de Marianella vibró. Ella se levantó y fue hast el baño para atender, la voz suave y rasposa de Thiago serie un bálsamo para aquella noche triste.
—Nada más llamaba para decirte que te amo, y que me encantó cantar con ustedes hoy.
—Yo también te amo —dijo ella en voz baja, y tratando de contener sus lágrimas.
—¿Qué pensás? ¿Podríamos formar una banda nosotros cinco algún día?
—Ojalá —dijo ella.
Él notó su laconismo y le pareció extraño, porque en general ella no paraba de hablar.
—¿Pasa algo, mi amor?
—Estaba durmiendo ya —mintió ella.
—Entonces te dejo dormir. Que descanses, hermosa.
—Vos también.
Mar cortó y lloró un buen rato en el baño. Lloró por el silencio, por la vergüenza y por la mentira en la que vivía. Además de sus amigos, había dos personas que amaba en esa casa: Thiago y Cielo. Se sintió avergonzada de mentirles, avergonzada de lo que Cielo pensaba injustamente de ellos, avergonzada de lo que Thiago podría pensar si conociera su doble vida. Sin embargo, en medio de la alienación, un nuevo sentimiento fue ganándole al miedo y a la vergüenza: la injusticia.
Esto que yo siento acá, que no me deja pensar... Que nació de golpe, el deseo de cambiar...
Regresó a la habitación y levantó a Jazmín de la cama. Fue hasta el cuarto de los varones y levantó a Tacho y a Rama, ninguno dormía. Reunió a todos en el patio, y llorando les dijo:
—A Cielo le tenemos que decir, chicos.
—Cielo se va a poner loca, les va a decir de todo, la van a echar y a nosotros nos van destruir —dijo Rama.
—A Cielo le tenemos que decir la verdad —insistió Mar, llorando cada vez más angustiada—. Ella lo tiene que saber... No puede pensar así de nosotros. Ella lo tiene que saber.
—Ni nos va a creer —arriesgó Tacho—. Como siempre, piensan que somos unos chorros, nos acusan siempre a nosotros.
—Tenemos la grabación —dijo Jazmín, y todos la miraron.
Un par de meses antes, un día en que habían sido castigados con dureza por Bartolomé, Jazmín había grabado sus amenazas con un pequeño grabador de periodista, y luego escondieron la cinta con la esperanza de poder usarla algún día como prueba, cuando se animaran a denunciar a Bartolomé.
—Tal vez el momento ya llegó —dijo Jazmín.
Todos se miraron.
Eso que dicen tus ojos, que yo sólo puedo ver.
Y pensaron. A decir verdad, se habló poco, cada uno dijo lo que tenía para decir, no mucho; sin embargo aquella noche se tomó una gran decisión en el patio cubierto.
Como un ángel en el cielo quiero creer, quiero creer...
Mientras los cuatro subían las escaleras del ala de servicio, avanzando hacia el altillo de Cielo, las amenazas siempre vigentes pesaban sobre ellos. También la angustia de defraudar a Cielo cuando le dijeran la verdad, tenían que hacer un gran esfuerzo por recordarse que ellos eran las víctimas. No era lo que fuera a decir Cielo lo que les hacía latir intensamente el corazón; era lo que ellos mismos iban a decir, eran esas palabras, que por primera vez en su vida pronunciarían en voz alta.
Un amanecer ángeles del mundo podemos ver... Un amanecer ángeles del mundo queremos ser...
Cielo los miró con mucha pena y decepción cuando abrió la puerta y los vio allí, con sus rostros contraídos.
—No quiero hablar, chicos —dijo.
Hablar. Romper el silencio. Dar el salto al vacío. Terminar con la complicidad y el sometimiento. Hablar. Sólo hablar.
—Escúchanos, Cielo, por favor —suplicó Rama.
—Ahora estoy enojada con ustedes, y no quiero decirles cosas feas.
—Vos nada más escúchanos —dijo Mar.
Cielo los amaba demasiado como para sostener por mucho tiempo su enojo. Los hizo pasar, y todos se sentaron en su cama, alrededor de ella.
—Habíamos quedado en algo... —comenzó Cielo—. Ustedes no metían más las manos en la lata, y yo les enseñaba a bailar y a cantar para algún día ganarse el pan... Pero me fallaron.
—No. Eso no es así, Cielo —dijo Rama, muy serio.
Y comenzaron a hablar. Lloraban y hablaban. Cielo los observaba, mientras esas palabras iban llegando a sus oídos como golpes, como cachetazos que la aturdían. Pero poco a poco las palabras comenzaban a cobrar sentido.
Esto que yo siento acá, que me hace despertar... Esconde en secreto el silencio de soñar...
Nos obligan. Nos explotan. Nos hacen robar. Robamos para ellos. Castigos. Amenazas. Celda de castigo. Correctivo. El Escorial. El juez amigo. Nos golpean. Miedo. Silencio. Miedo y muerte.
Cada palabra era una puñalada para Cielo. Cuando le hicieron escuchar la grabación, cuando oyó los gritos y amenazas monstruosas de Bartolomé, pensó que durante seis meses había convivido con ellos en esa casa, ¿tan ciega podía estar que no lo había visto?
Eso que dicen tus ojos, que me hablan sin hablar... Como un ángel en el cielo, quiero volar, quiero volar...
Su instinto fue de madraza; su impulso, de leona. Quería atacar, quería dañar, quería venganza. Los chicos le suplicaron que callara con ellos. Sólo querían que no pensara mal, que supiera su verdad. Una cosa era terminar con el silencio y otra rebelarse.
Cielo lloró con ellos y esa noche llovió mucho. Los escuchó, escuchó sus voces; los vio como si los descubriera por primera vez. Y el amanecer terminó echando un poco de luz sobre tanta noche.
Un amanecer ángeles del mundo podemos ver... Un amanecer ángeles del mundo queremos ser...
Muy avanzada la mañana y luego de haber llorado mucho, Cielo se quedó dormida y soñó con un bosque oscuro donde alguien la abandonaba para morir. Despertó sobresaltada, y lo primero que le vino a la mente fue la amarga revelación de la noche anterior.
Tenía que pensar muy bien cómo actuar. Los chicos le habían dejado muy en claro las amenazas de Bartolomé, y los alcances que podía tener el hecho de que le hubieran contado a alguien la verdad.
Cielo tenía a un sola persona a la que recurrir: Nico. Pero los chicos le habían suplicado que por favor no se lo contara, suponían que Nico no se quedaría de brazos cruzados, y arremetería de inmediato contra Bartolomé, y las represalias de éste no se harían esperar. Cielo se sentía atada de pies y manos, con una angustia que la estaba torturando; sin embargo confiaba que encontraría la vuelta para resolver semejante atrocidad.
En ese momento golpearon a la puerta del altillo. Ella se apresuró a ponerse una bata y fue a abrir. Allí estaba Nico, con su rostro desencajado, sus ojos rojos de haber llorado mucho, y un semblante de indefensión total.
—Necesito hablar con vos, Cielo.
—Por supuesto, Indi —dijo ella, y lo invitó a pasar.
Por un momento pensó que tal vez los chicos también le habían confiado su secreto a Nico.
—Apareció la madre de Cristóbal —le adelantó aterrado.
Cielo lo contuvo, lo acarició, y le pidió que le contara la historia larga. Nico le refirió los hechos cómo habían entrado los matones de Ibarlucía a su casa la noche anterior, cómo había estado a punto de atraparlo y desenmascararlo, y luego cómo Carla se había presentado amenazándolo con hacerle un juicio de paternidad si no le entregaba su hallazgo.
—Perro que ladra no muerde, Indi. Lo están amenazando para que les entregue el coso ese...
—Ladran y muerden, Cielo —dijo Nico mostrándole una carta documento—. Esta mañana me llegó esto, es una citación judicial... Me iniciaron un juicio, los dos.
Cielo se estremeció. Tomó la carta documento, y no entendió mucho, pero quedaba claro que una tal Carla Kosovsky y un tal Marcos Ibarlucía lo acusaban de apropiador y de usurpador de la identidad y cosas por el estilo.
—Pero usted no puede perder este juicio, ¿no, Indi? O sea... esa guacha retorcida abandonó al nene, ni siquiera lo amamantó... Una vez le pidió plata para no decirle la verdad... O sea, cualquier juez la va a sacar carpiendo.
—Yo cometí un error muy grave, Cielo. Anoté a Cristóbal como si fuera mi hijo...
—Pero con ella, ¿o no?
—Sí, pero ella puede decir que fue amenazada... que yo le robé al hijo... Lo cierto es que Cristóbal lleva mi apellido cuando no soy el padre. Me pueden destruir... Y yo me la banco, Cielo... Me banco la que sea; cometí un error, lo pagaré... Pero Cristóbal no se merece esto, le van a arruinar la vida —explicó y ya no pudo contener más el llanto.
Ella lo abrazó, pensando en cómo la vida, que era tan hermosa, podía volverse tan amarga de un momento para el otro.
—No sé qué hacer... Si les doy eso que me piden, ¿no sería comprar a mi hijo? ¿No sería reconocer que hice algo mal? Además, hoy me piden esto, mañana me pueden pedir cualquier cosa... No me puedo dejar extorsionar, menos con mi hijo. Si no les entrego el cubo, le van a arruinar la vida a Cristóbal.
—¿Qué es ese coso tan importante, Indi?
—Es una pista... conduce a Eudamón. Ibarlucía está detrás de la isla también... Eudamón en manos de Ibarlucía... sería un desastre.
—Usted no tiene que darles nada, Indi.
—¿Dejo que me hagan el juicio?
—Yo creo que antes que el juicio... lo que tiene que hacer es otra cosa.
Él la miró, adivinaba de qué hablaba Cielo, pero hasta que ella no lo dijo, él no lo dimensionó.
—Tiene que hablar con Cristóbal y decirle toda la verdad
Nico suspiró, y se recostó sobre el regazo de Cielo. Mientras ella le acariciaba el pelo, Nico asumió que había llegadc el momento de sincerarse con su hijo.
Unos minutos más tarde, Cielo había terminado de ducharse y estaba cambiándose, pensando en la verdad que ella misma había conocido la noche anterior, cuando se abric la puerta de golpe. Era Malvina, que estaba desencajada furiosa.
—Fuiste vos, ¿no? ¡Fuiste vos, pedazo de turra!
—¿De qué habla?
—¡No te hagas la mosquita muerta, que los vi! Vi cómc entró y se vino directo para acá, entró llorando y salió llorando, ¡y después vino a suspenderme la boda!
Cielo se quedó demudada, no suponía que Nico fuera a hacer tal cosa a punto de casarse.
—¿Qué le dijiste?
—Yo no le dije nada, doñita.
—¡¿Qué le dijiste, atorranta?! Sos la amante, ¿no? Sos la amante de mi marido.
—A mí no me ofenda.
—Conmigo no te hagas la miss honesty. ¡Con esas piernas y esas lolas no podes ser una santita!
—¿Don Nico le explicó por qué suspende el casamiento?
—Excusas, mentiras... No sé qué cosa de Cristóbal.
—No son excusas ni mentiras, Malvina. Alguien le quiere sacar al hijo. ¿Por qué en lugar de gritarme a mí, no va con su novio, que la necesita?
—¡Él vino a llorar con vos, te necesita a vos!
—¡A lo mejor vino a llorar conmigo porque la novia no
—¿Dejo que me hagan el juicio?
—Yo creo que antes que el juicio... lo que tiene que hacer es otra cosa.
Él la miró, adivinaba de qué hablaba Cielo, pero hasta que ella no lo dijo, él no lo dimensionó.
—Tiene que hablar con Cristóbal y decirle toda la verdad.
Nico suspiró, y se recostó sobre el regazo de Cielo. Mientras ella le acariciaba el pelo, Nico asumió que había llegado el momento de sincerarse con su hijo.
Unos minutos más tarde, Cielo había terminado de ducharse y estaba cambiándose, pensando en la verdad qiella misma había conocido la noche anterior, cuando se abr ía puerta de golpe. Era Malvina, que estaba desencajad: furiosa.
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Cielo se quedó demudada, no suponía que Nico fuera hacer tal cosa a punto de casarse.
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—¿Dejo que me hagan el juicio?
—Yo creo que antes que el juicio... lo que tiene que hacer es otra cosa.
Él la miró, adivinaba de qué hablaba Cielo, pero hasts que ella no lo dijo, él no lo dimensionó.
—Tiene que hablar con Cristóbal y decirle toda la verdad.
Nico suspiró, y se recostó sobre el regazo de Cielo. Mientras ella le acariciaba el pelo, Nico asumió que había llegado el momento de sincerarse con su hijo.
Unos minutos más tarde, Cielo había terminado de ducharse y estaba cambiándose, pensando en la verdad que ella misma había conocido la noche anterior, cuando se abrió la puerta de golpe. Era Malvina, que estaba desencajada y furiosa.
—Fuiste vos, ¿no? ¡Fuiste vos, pedazo de turra!
—¿De qué habla?
—¡No te hagas la mosquita muerta, que los vi! Vi cómo entró y se vino directo para acá, entró llorando y salió llorando, ¡y después vino a suspenderme la boda!
Cielo se quedó demudada, no suponía que Nico fuera a hacer tal cosa a punto de casarse.
—¿Qué le dijiste?
—Yo no le dije nada, doñita.
—¡¿Qué le dijiste, atorranta?! Sos la amante, ¿no? Sos la amante de mi marido.
—A mí no me ofenda.
—Conmigo no te hagas la miss honesty. ¡Con esas piernas y esas lolas no podes ser una santita!
—¿Don Nico le explicó por qué suspende el casamiento?
—Excusas, mentiras... No sé qué cosa de Cristóbal.
—No son excusas ni mentiras, Malvina. Alguien le quiere sacar al hijo. ¿Por qué en lugar de gritarme a mí, no va con su novio, que la necesita?
—¡Él vino a llorar con vos, te necesita a vos!
—¡A lo mejor vino a llorar conmigo porque la novia no
piensa en nada más que en sí misma! —gritó, y luego depuso un poco su enojo, y se acercó a ella—. Doñita, de verdad, Nico la necesita. Vaya con él, sea su mujer... Deje de pensar en usted y entérese de que tiene un novio.
Pero Malvina no podía moverse de la película en la que estaba, en la que su novio estaba enamorado de la mucama. Y tal vez se lo merecía, decía una voz en su interior, si ella había logrado ese casamiento a fuerza de mentir y fraguar un secuestro. Pero otra voz, que curiosamente hablaba como Barti, le decía que no fuera mamerta y se diera cuenta de que si el problema era con Cristiancito, más que nunca tenía que estar ahí, ayudándolo otra vez.
Malvina se retiró, y Cielo quedó, entonces, enfrentada a su propio dilema. Así como le había aconsejado a Nico que la mejor solución en medio de tanta mugre era decir la verdad, ella sabía que lo mejor, en la tragedia en la que había despertado en la Fundación BB, era la verdad. Terminar con el silencio y la complicidad.
Los chicos le habían pedido que no hablara, y era lógico, tenían miedo. Pero a ella le tocaba ser el adulto, ser quien los protegiera de semejante espanto. Y por eso decidió seguir su propio consejo: iría hacia el problema, con la verdad.

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