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Epílogo Ronnie


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En las semanas que siguieron al funeral de su padre, Ronnie continuó experimentando un cataclismo emocional, pero supuso que eso era normal. Había días en los que se despertaba con una sensación de absoluta desesperación, y se pasaba horas reviviendo aquellos últimos meses con su padre, demasiado paralizada por la pena como para poder llorar. Tras aquel intenso período juntos, le resultaba duro aceptar que su padre ya no estaba, que ya no podía estar con él, por más que lo necesitara. Sentía su ausencia como la punta afilada de un cuchillo hurgando en una llaga, y a veces aquel cúmulo de emociones la sumía en un estado de desconsuelo.

Sin embargo, aquellas mañanas dejaron de ser tan duras como lo habían sido durante la primera semana que había pasado en casa, y se dio cuenta de que, con el paso del tiempo, cada vez eran menos frecuentes. Cuidar de su padre la había cambiado, y Ronnie sabía que sobreviviría. Eso era lo que su padre habría querido, y casi podía oírlo recordándole que ella era mucho más fuerte de lo que creía. A él no le habría gustado que se pasara meses llorando su muerte; habría querido que viviera su vida de una forma similar a como él lo había hecho en el último año. Más que nada, su padre deseaba que ella abrazara la vida y siguiera su camino.
Jonah también. Ronnie sabía que su padre habría deseado ayudar a su hijo a seguir adelante, y ella, desde su regreso a Nueva York, pasó mucho tiempo con su hermano. Al cabo de una semana después de regresar a casa, Jonah empezó las vacaciones navideñas, y ella le dedicó aquella semana con especial atención: lo llevó a patinar sobre hielo el Rockefeller Center y a visitar el último piso del Empire State Building; visitaron las exposiciones de dinosaurios en el Museo de Historia Natural, e incluso pasaron casi una tarde entera en la tienda de juguetes FAO Schwarz. Ronnie siempre había considerado que todo eso era un insoportable cliché para turistas, pero su hermano disfrutó mucho con aquellas salidas, y, sorprendentemente, ella también.
También compartieron ratos en silencio. Ronnie se sentaba con él a ver dibujos animados o a dibujar juntos en la mesa de la cocina, una vez, a petición de Jonah, durimió en su habitación, en el suelo, junto a su cama. En aquellos momento tan  
íntimos, a veces, inevitablemente, se ponían a evocar el verano pasado y a contar anécdotas de su padre, lo cual los reconfortaba.
Sin embargo, Ronnie sabía que Jonah lo estaba pasando mal a su manera, como el niño de diez años que era. Tenía la impresión de que había algo en concreto que lo preocupaba. Finalmente, lo descubrió una noche ventosa, cuando salieron a dar un paseo después de cenar. Soplaba un viento polar; Ronnie mantenía las manos dentro de los bolsillos para resguardarse del frío cuando Jonah finalmente se giró hacia ella y echó la cabeza hacia atrás para poder observarla desde la pequeña abertura en la capucha de su parca.
— ¿Mamá está enferma? — le preguntó —. ¿Igual que lo estaba papá?
La pregunta la pilló tan desprevenida que necesitó un momento para responder. Se detuvo y se inclinó hacia delante para que su cara quedara al mismo nivel que los ojos de su hermano.
— No, claro que no. ¿Qué te hace pensar eso?
— Porque ahora ya no os peleáis. Como cuando dejaste de pelearte con papá.
Ronnie podía ver el miedo en sus ojos e incluso, en una forma infantil, podía comprender la lógica de sus pensamientos. Después de todo, era verdad: ella y su madre no se habían peleado ni una sola vez desde que había vuelto.
— Mamá está bien. Lo único que pasa es que nos hemos cansado de pelearnos, así que ya no lo hacemos.
Jonah escrutó su cara con atención. — ¿Me lo prometes?
— Te lo prometo. — Ronnie lo abrazó con fuerza.
Aquellos meses compartidos con su padre habían incluso alterado su relación con su ciudad natal. Necesitó un poco de tiempo para adaptarse otra vez a vivir en Nueva York. No estaba habituada al incesante ruido o a la constante presencia de otra gente; había olvidado cómo las aceras quedaban perpetuamente ensombrecidas por los rascacielos a su alrededor, y también cómo la gente iba siempre como si tuviera prisa, incluso en los estrechos pasillos colmados. Tampoco le apetecía salir con sus antiguos amigos; cuando Kayla la llamó para preguntarle si quería salir, le dijo que no tenía  
ganas, y no la volvió a llamar. A pesar de que Ronnie suponía que siempre compartirían recuerdos, sabía que a partir de ese momento mantendrían una relación diferente. Pero no se sentía triste por eso, entre las horas que pasaba con Jonah y las que dedicaba a tocar el piano, apenas le quedaba tiempo para más.
Todavía no habían traído el piano de su padre, así que iba en metro a Juilliard para practicar allí. El mismo día que regresó a Nueva York, llamó por teléfono y habló con el director, que había sido un buen amigo de su padre. Él se disculpó por no haber asistido al funeral. Se mostró sorprendido, y tambíen contento, al menos eso le pareció a Ronnie, de volver a tener noticias suyas. Cuando le dijo que estaba reconsiderando la posibilidad de estudiar en Juilliard, él lo organizó todo para hacerle una prueba de acceso lo antes posible, e incluso la ayudó a expedir el formulario de ingreso.
Apenas sólo tres semanas después de haber regresado a Nueva York, Ronnie inició su examen con la canción que había compuesto con su padre. Estaba un poco desentrenada en su técnica clásica, tres semanas no bastaban para prepararse para un examen de alto nivel, pero cuando abandonó el auditorio, pensó que su padre se habría sentido orgulloso de ella. Con una sonrisa en los labios mientras se guardaba la partitura bajo el brazo, pensó que en realidad su padre siempre se sentía orgulloso de todo lo que hacía.
Desde la prueba de acceso, había estado practicando entre tres y cuatro horas al día. El director había ordenado que la dejaran usar las salas de práctica de la academia, y Ronnie empezaba a atreverse con algunas composiciones nuevas. A menudo pensaba en su padre, mientras se hallaba sentada en las salas de práctica de Juilliard, las mismas salas en las que él se había sentado en más de una ocasión. De vez en cuando, cuando el sol se ponía, los rayos se filtraban a través de los edificios que la rodeaban, proyectando largas franjas luminosas en el suelo. Y siempre, cuando Ronnie veía la luz, se acordaba del vitral en la iglesia y de la cascada de luz que había visto en el funeral.
También pensaba constantemente en Will, por supuesto. Se dejaba atrapar por los recuerdos de aquel verano que habían compartido, pero no evocaba el breve encuentro que habían mantenido fuera de la iglesia. No había sabido nada de él desde el funeral, y mientras la Navidad llegaba y se iba, empezó a perder la esperanza de que la llamara. Recordaba que él le había comentado que pasaría las vacaciones en Europa. Mientras transcurrían los días sin tener noticias de él, Ronnie vacilaba entre la certeza de que él todavía la amaba y el desánimo de saber que quizá fuera mejor que no la llamase, ya que, en realidad, ¿qué iban a decirse?  
Sonrió con tristeza, esforzándose por alejar aquellos pensamientos de su mente. Tenía mucho trabajo por hacer, y mientras centraba toda su atención en su última composición, una canción con influencias de country y pop, se recodó a sí misma que ya era hora de mirar hacia delante, no hacia atrás. No sabía si la admitirían en Juilliard, aunque el director le había asegurado que el proceso de su admisión ‚prometía‛.
Pasara lo que pasase, sabía que su futuro estaba vinculado a la música, y que, de una forma u otra, encontraría el camino que la conduciría de nuevo hacia aquella pasión.
Encima del piano, su teléfono empezó a vibrar súbitamente. Lo cogió pensando que se trataría de su madre, pero, al mirar la pantalla, se quedó paralizada, contemplando cómo vibraba una segunda vez. Aspiró airelentamente, lo descolgó y se lo llevó a la oreja.
— ¿Sí?
— Hola — la saludó una voz familiar —. Soy Will.
Ronnie intentó imaginar desde dónde la llamaba: le parecía oír un eco de fondo, como si estuviera en un aeropuerto.
— ¿Acabas de bajar del avión? — quiso saber.
— No. Llegué hace unos días, ¿por qué?
— Es que no te oigo muy bien — contestó ella, sintiendo que se le encogía el corazón. Hacía varios días que había llegado y sólo ahora había encontrado un momento para llamarla —. ¿Qué tal Europa?
— Ah, muy bien. La relación con mi madre fue mucho mejor de lo que esperaba. ¿Cómo está Jonah?
— Bien. Recuperándose poco a poco, aunque... todavía le cuesta.
— Cuánto lo siento — se lamentó, con un tono absolutamente sincero, y de nuevo ella volvió a oír aquel sonido, como un eco. Quizá le hablaba desde el porche de la parte posterior de su casa —. ¿Y qué más me cuentas?
— He hecho una prueba de acceso en Juilliard, y creo que me ha ido realmente bien...
— Lo sé — dijo él.  
— ¿Cómo lo sabes?
— Porque si no, no estarías allí.
Ella intentó encontrar un sentido a aquella respuesta.
— Bueno, no..., sólo es que me dejan practicar aquí, hasta que llegue el piano de mi padre, ya sabes, por la relación que él tenía con esta academia. El director y él eran buenos amigos.
— Solo espero que no estés demasiado ocupada y que puedas tomarte un rato libre.
— ¿Por qué lo dices?
— Esperaba que estuvieras libre para salir este fin de semana. Si no tienes planes, por supuesto.
Ronnie notó que el corazón le daba un vuelco.
— ¿Vas a venir a Nueva York?
— Estaré en casa de Megan. Ya sabes, para ver cómo les van las cosas a ese par de recién casados.
— ¿Cúando llegas?
— Veamos... — Ella casi podía imaginárselo mirando atentamente las manecillas de su reloj de pulsera —. Hace una hora que ha aterrizado mi avión.
— ¿Estás aquí? ¿Dónde estás?
Will esperó un momento para contestar. Cuando Ronnie escuchó su voz de nuevo, se dio cuenta de que no le llegaba desde el teléfono, sino que sonaba a su espalda. Se dio la vuelta y lo vio, en el umbral de la puerta, con el teléfono en la mano.
— Lo siento —se disculpó —. No he podido evitarlo.
Ella no parecía asimilar la situación. Parpadeó varias veces seguidas antes de volver a fijar la vista en aquel punto. Pues sí, seguía allí. Increíble.
— ¿Por qué no me llamaste para decirme que ibas a venir?  
— Porque quería darte una sorpresa.
Pues lo has conseguido, fue todo lo que a ella se le ocurrió pensar. Vestido con unos pantalones vaqueros y un jersey de color azul marino y con el cuello en forma de V, estaba tan guapo como lo recordaba.
— Además — anunció él —, hay algo muy importante que quiero decirte.
— ¿Qué?
— Antes de que te lo diga, quiero saber si saldrás conmigo.
— ¿Qué?
— Este fin de semana, ¿recuerdas? ¿Te va?
— Sí, me va bien. — Sonrió ella.
Él asintió complacido.
— ¿Y qué hay del fin de semana siguiente?
Por primera vez, ella titubeó.
— ¿Cúanto tiempo piensas quedarte?
Will avanzó despacio hacia ella.
— Bueno... precisamente de eso quería hablar contigo. ¿Recuerdas que te dije que Vanderbilt no era mi primera elección? ¿Que realmente quería ir a otra universidad que ofrecía un ambicioso programa de ciencias ambientales?
— Lo recuerdo.
— Pues bien, a pesar de que las universidades no suelen aceptar traslados de expedientes a mitad de curso, ya sabes que mi madre está metida en la junta directiva de Vanderbilt, y por casualidad conoce algunas personas en esa otra universidad, así que ha conseguido mover los hilos, y... bueno, resumiendo, mientras estaba en Europa me enteré de que me habían aceptado en la otra universidad. Empezaré allí el próximo semestre; pensé que te gustaría saberlo.
— Ah, pues, enhorabuena — lo felicitó ella, sin estar segura de a dónde iría a parar aquella conversación —. ¿Y qué universidad es?
— Columbia.
Por un instante, Ronnie no estuvo segura de si había oído bien.
— ¿Te refieres a Columbia..., Columbia... de Nueva York?
Will sonrió con cara de satisfacción, como si acabara de sacarse un conejo de la chistera.
— Sí, a esa misma me refiero.
— ¿De verdad? — Ronnie alzó la voz, visiblemente emocionada.
Él asintió con la cabeza.
— Las clases empiezan dentro de un par de semanas. ¿Te lo imaginas? ¿Un chico provinciano y bonachón como yo atrapado en la gran ciudad? Probablemente necesitaré que alguien me ayude a adaptarme, y me preguntaba si esa persona podrías ser tú. Si no te importa, claro.
En aquel instante, Will estaba tan cerca de ella como para apresarla de los bolsillos delanteros de sus pantalones vaqueros. Cuando la atrajo hacia sí, ella perdió de vista todo lo que la rodeaba. Will iba a estudiar allí. En Nueva York. Con ella.
Ronnie deslizó los brazos alrededor de su cintura, notando aquel cuerpo atlético contra el suyo, consciente de que no había nada, absolutamente nada, que pudiera superar aquel momento.
— Mmm... Vale. Acepto. Pero, para que lo sepas, no resultará nada fácil para ti. Aquí no hay muchos sitios para ir a pescar o para enlodarse...
— Me lo figuraba.
— Ni tampoco esperes mucho vóley—playa. Especialmente en enero.
— Supongo que no me quedará más remedio que asumir ciertos sacrificios.
— Quizá, con un poco de suerte, encontremos otros modos de pasar el rato.
Will se inclinó hacia ella y la besó con ternura, primero en la mejilla y después en los labios. Cuando la miró a los ojos, ella vio al jóven del que se había enamorado el verano anterior, al chico del que seguía enamorada.
— Nunca he dejado de quererte, Ronnie. Y nunca he dejado de pensar en ti. Por más que los veranos lleuen a su fin.
Ella sonrió, pues sabía que él le estaba diciendo la verdad.
— Yo también te quiero, Will Blakelee — susurró, y se inclinó para besarlo otra vez.
Fin…

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